Monday, February 21, 2011

SEPTEM SERMONES AD PAUPEREM 1
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“Bienaventurados los pobres”

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SIETE SERMONES A LOS POBRES predicó San Romero en su Cuaresma de Amor. En los últimos cuarenta días peregrinando por esta tierra, Óscar Romero enfrentó una escala de violencia, la desaparición de alternativas pacificas a la crisis, y su reconocimiento de que esta violencia llegaría a tocar a su propia persona. “Leer sus palabras hoy”, dice su biógrafo, “o mejor aún—escucharlas—es sentir el drama de aquellos momentos cuando su figura en el púlpito de la Basílica del Sagrado Corazón mantuvo a los fieles en su presencia y a los millares que lo escuchaban por la radio en ansiosa atención”. (James BROCKMAN, Romero: A Life [Romero, Una Vida] (Orbis, Nueva York, 1989), pág. 229).

La primera de las siete últimas homilías de Mons. Romero tomaba por su tema lo que muchos consideran la predicación más maravillosa del cristianismo: el Sermón del Monte, en el cual el Señor Jesús predica “Las Bienaventuranzas”, con su enseñanza central, “Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”. (Lucas 6:20) Mons. Romero aprovecha la ocasión para exponer sobre el tema central de su propia pastoral, los pobres, en una homilía que él titula, “La Pobreza de las Bienaventuranzas: Fuerza de la Verdadera Liberación”. (Ver texto en español acá y en inglés acá.) Como ya era su costumbre, Mons. Romero organiza su prédica en tres partes: (1) su reflexión sobre las Sagradas Escrituras, (2) su reflexión sobre los hechos eclesiásticos de la semana, y (3) su reflexión sobre la vida nacional. En este último rubro, Mons. Romero revela su carta al Presidente Jimmy Carter, pidiéndole no mandar ayuda militar a El Salvador para no extender la represión por la dictadura defendiendo los intereses de la oligarquía. (Escuchar audio.)

Este último detalle sería el objeto de mucha convulsión y de impacto inmediato en aquel momento, y por mucho del análisis posterior, sin embargo no era esa la parte central del mensaje que Mons. Romero quería ofrecer: “lo que yo intento de ninguna manera es hacer política”, declara al principio de la homilía. “Si por una necesidad del momento estoy iluminando la política de mi patria, es como pastor, es desde el Evangelio, es una luz que tiene la obligación de iluminar los caminos del país y aportar como Iglesia la contribución que como Iglesia tiene que dar”. Después de esa aclaración necesaria, Mons. Romero pasa a hacer una brillante síntesis de: (1) la predicación de Cristo en “Las Bienaventuranzas”, (2) la predicación de la Iglesia desde la Conferencia Episcopal de Medellín en 1968, que había actualizado el mensaje social del Concilio Vaticano II para la América Latina, y (3) su propio discurso reciente en la Universidad de Lovaina sobre la dimensión política de la Fe. El resultado sería uno de los sermones más memorables de Mons. Romero.

Mons. Romero habló de los pobres y de la necesidad de la Iglesia de acercarse a los pobres: “la Iglesia ha asumido una opción preferencial por los pobres”.  Al acercarse a los pobres, la Iglesia logra un beneficio de doble sentido: la Iglesia anuncia la Buena Nueva a los pobres, y los pobres le ayudan a la Iglesia a recuperar su propia autenticidad: “en este acercarse al pobre, descubrimos el verdadero rostro del Siervo Sufriente de Yahvé”.

Por otro lado, los pobres y la existencia de la pobreza, ayudan a la Iglesia a reconocer la realidad del Mal: citando a Medellín, anuncia: “La pobreza como carencia de los bienes de este mundo es, en cuanto tal, un mal. Carecer de los bienes del mundo es un mal. Los profetas la denuncian como contraria a la voluntad del Señor y las más de las veces como fruto de la injusticia y del pecado de los hombres”. Denuncia las “estructuras de pecado” que perpetúan la injusticia social: “Son pecado porque producen los frutos del pecado, la muerte de los salvadoreños, la muerte rápida de la represión o la muerte lenta de la opresión”.

Dando un giro completo, la maldad de la pobreza también sirve para hacer contraste con la bondad que Dios quiere y que la Iglesia predica. El “misterio de la pobreza nos hace comprender mejor la redención de Jesucristo que se asemejó en todo a nosotros, para redimirnos de nuestros pecados”. Por eso, “Dios quiere darnos la vida y todo hombre que quita o estropea la vida mutilando, torturando, reprimiendo, está descubriéndonos también por contraste, la imagen divina del Dios de la vida, del Dios que respeta la libertad de los hombres”.

Finalmente, Mons. Romero reconoce que “todo el que denuncia, debe estar dispuesto a ser denunciando y si la Iglesia denuncia las injusticias, está dispuesta también a escuchar que se le denuncie y está obligada a convertirse”. En este sentido, Mons. Romero acepta abiertamente que ocasionalmente se evidencia “no sólo la injusticia social sino también la poca generosidad de nuestra propia Iglesia”.

La pobreza es, pues”, dice haciendo resumen, “una espiritualidad, es una actitud del cristiano; es una disponibilidad de alma abierta a Dios”. Los pobres tienen mayor apertura a confiar en Dios porque tienen más necesidad de Dios y tienen menos distracciones de las cosas del mundo, mientras que los ricos se arrodillan ante los falsos dioses de sus riquezas y pierden su amor a las cosas de Dios.

Por eso, hermanos, no es un prestigio para la Iglesia estar bien con los poderosos. Este es el prestigio de la Iglesia: sentir que los pobres la sienten como suya, sentir que la Iglesia vive una dimensión en la tierra llamando a todos, también a los ricos, a convertirse y salvarse desde el mundo de los pobres, porque ellos son únicamente los bienaventurados”.
* * *
El día después de que Mons. Romero predicó esta homilía, sus poderosos enemigos dinamitaron la estación de radio de la Iglesia en un escalofriante atentado de callar su voz.


SIGUE: Jesús contra Satanás (inglés)

Antecedentes:
Similitudes con escritos de Benedicto XVI

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