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Wednesday, December 07, 2011

«UN VERDADERO PENTECOSTÉS»


Ya se ha vuelto un lugar común entre nosotros la acusación cotidiana contra la iglesia y sus ministros”, se quejaba Mons. Romero. “En las páginas de la prensa diaria, en campo pagado o en artículos”, decía: “ya no puede hablar un obispo, cumpliendo su deber pastoral, sin que se le tilde de comunista. Ya no puede un sacerdote predicar la justicia social, sin que se le atribuyan tendencias extremistas”. Estos comentarios los hizo hace cuarenta años, precisamente en diciembre de 1971, cuando era todavía obispo auxiliar de San Salvador una década antes de ser arzobispo. (OAR, Defendiendo Intereses, ORIENTACIÓN, Nº. 1247 Pág. 3, domingo 5 de diciembre del 1971, disponible acá.)
FOTO: Ordenación episcopal de Mons. Romero en 1970, con el P. Rutilio Grande, Mons. Luis Chávez y Mons. Arturo Rivera.
Aunque estos años en San Salvador son recordados como un periodo de tendencia conservadora en Mons. Romero, sus publicaciones del año 71 en particular reflejan un verdadero esfuerzo de obedecer el mandato reformista de la conferencia de obispos latinoamericanos en Medellín tres años atrás—la que marcó y definió la “opción preferencial por los pobres” que Romero adoptaría con tanto esmero durante su arzobispado. Medellín, escribe Romero el año 71, debe ser aceptado como “una fuerte invitación a la conversión personal”. (OAR, A tres años de Medellín, ORIENTACIÓN, Nº. 1234 Págs. 3 y 8, domingo 5 de septiembre del 1971.) “Medellín es un verdadero Pentecostés en nuestro Continente”, escribe Romero. Como en el Pentecostés de las Sagradas Escrituras, el Espíritu Santo ha dado una revelación a los obispos del Sínodo de Medellín, dice Romero, para iluminar la realidad latinoamericana: “Cuando el Espíritu de Dios habla, sólo hay una postura correcta: oírlo y ser fiel a sus reclamos”. No hacerlo es “un pecado contra el Espíritu Santo y contra la Iglesia”. (Op. Cit.)

Si bien Romero consideraba a Medellín como una invitación “personal” a la conversión que constituía pecado desobedecerla, entonces la verdadera “conversión” de Mons. Romero se debe empezar a dar desde ese momento. Como predicaría en su arzobispado: “Esta necesidad de conversión ... la vive el Pastor y la predica como una necesidad personal de él ... Créanme, hermanos, que yo quisiera ir adelante de toda esa procesión de conversión que nuestra diócesis está realizando”. (Homilía del 18 de febrero de 1979.) En 1971, el año en que monseñor confiesa sentirse personalmente interpelado a la conversión, escribe varias notas en el semanario de la arquidiócesis que llevan un acento profético:

  • Denuncia el trato que reciben los trabajadores del campo y rechaza los pretextos económicos que interponen los patronos para no mejorar condiciones: “Para nosotros no vale el argumento de que la agricultura no puede soportar las cargas que supone el establecimiento de nuevas prestaciones sociales y un mejoramiento en los salarios de hambre que devengan actualmente nuestros trabajadores del campo”. (OAR, Los campesinos no son parias, ORIENTACIÓN, Nº. 1226 Págs. 3 y 6, domingo 4 de julio de 1971). Manifiesta que “el desarrollo de nuestros recursos es poco menos que inútil si sólo va a beneficiar a un grupo privilegiado de salvadoreños, sin abarcar a todo el hombre y a todos los habitantes de nuestra tierra”. (Op. Cit.)

  • En otra nota vuelve a tratar el tema. (OAR, Soluciones humanas, ORIENTACIÓN, Nº. 1241 Págs. 3 y 6, domingo 24 de octubre de 1971). Aparentemente los comerciantes habían respondido, argumentando reducciones en los precios de los productos agrícolas, y Mons. Romero de nuevo rechaza los argumentos: “En los negocios no siempre se gana ... Esto no quiere decir que cualquier empresa, para obtener ganancias, en lugar de pérdidas, va a sacrificar a sus empleados o a sus obreros”. Y amonesta: “El trabajador no es una mercancía, sujeta a los vaivenes de la economía, sino que una persona humana, que por el sólo hecho de serlo, tiene derecho a un salario justo, suficiente para cubrir sus necesidades materiales y culturales”. Finalmente, interpela, “Seamos conscientes. Seamos humanos. Seamos cristianos. La empresa se ha hecho para el hombre y no el hombre para la empresa”. (Op. Cit.)

  • Denuncia que “el 73 por ciento de los niños menores de cinco años son desnutridos” y que “la solución integral a este problema aterrador, solo se encuentra en la superación de nuestra condición socio-económica”. (A tres años ... Supra.) “¿No es un hecho espeluznante y una realidad trágica la que atraviesa la niñez salvadoreña?”, se pregunta, “¿No se conmueven los corazones de los ‘satisfechos’ que no quieren cambios de ninguna clase? ¿Seguirán llamando comunista a los discípulos de Cristo que, como su divino Maestro, sienten compasión por estas muchedumbres hambrientas y quieren remediar la situación de miseria que padecen?” Agrega, “Y no se trata simplemente de dar, como limosna, las migajas que sobran de nuestra mesa. Debemos”, escribe, “salvar a todos los hombres y a todo el hombre, en cuerpo y alma, atendiendo a sus necesidades materiales y espirituales, pero de manera especial a los niños”. (Op. Cit.)

 Para fines del año, ya estaba sintetizando como una gran tesis: “Es un hecho incontrovertible que una porción mayoritaria de nuestra población vive en la miseria material espiritual y moral”, escribe. (Defendiendo Intereses, supra.) “Negarlo sería cerrar los ojos a la realidad o pretender tapar el sol con la palma de la mano”. Después profundiza que la Iglesia no es “enemiga de los ricos. Pero no puede constituirse en defensora de sus intereses, ni puede traicionar su misión de liberación evangélica. Por esto no puede callar, ni permanecer como simple espectadora indiferente a la vista de la injusticia y de la indigencia que parecen los pobres, los predilectos de Cristo”. (Op. Cit.)

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