Friday, May 29, 2015

Homilía del Card. Amato




HOMILÍA POR LA BEATIFICACIÓN DEL MÁRTIR MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO Y GALDÁMEZ
CARDENAL ANGELO AMATO, PREFECTO DE LA CONGREGACIÓN PARA LAS CAUSAS DE LOS SANTOS
SAN SALVADOR, 23 DE MAYO DE 2015
[ANÁLISIS]

 

LECTURAS


Libro de la Sabiduría 3, 1-9
Salmo 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 (R.: 5)
Romanos 8, 31b-39
San Juan 17, 11b-19



Queridos Hermanos y hermanas,

La beatificación de Monseñor Romero, obispo y mártir, es una fiesta de gozo y de fraternidad.  Es un don del Espíritu Santo para la Iglesia y para la noble nación salvadoreña.  Hablando de su oficio de obispo,  San Agustín decía "El Evangelio me asusta.  Nadie más que yo quería una existencia segura y tranquila.  Nada es más dulce que disfrutar el tesoro divino.  En cambio predicar, amonestar, corregir, edificar, entregarse a todos es un gran peso, una grave responsabilidad.  Una dura tarea".  En efecto, para Agustín, hecho obispo, la razón de su vida se vuelve la pasión por sus fieles y sus sacerdotes.  Y él pide al señor que le de la fuerza de amarle hasta el heroísmo o con el martirio o con el afecto.  Estas palabras y estos sentimientos habría podido expresar con la misma intensidad y sinceridad el arzobispo Romero, el cual amó a sus fieles y a sus sacerdotes con el afecto y con el martirio, dando la vida como ofrendo de reconciliación y de paz.  Es cuanto afirma en la carta apostólica de beatificación el Papa Francisco cuando dice "Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, obispo y mártir, pastor según el corazón de Cristo, evangelizador y padre de los pobres, testigo heroico del reino de Dios, reino de justicia, de fraternidad, de paz". [Aplauso.]

Las lecturas bíblicas de hoy dan el significado del martirio de Romero.  La palabra de Dios nos recuerda de hecho que después de la trágica muerte las almas de los justos están en las manos de Dios y ningún tormento les tocará.  Ahora, ellos están en la paz y en el día del juicio resplandecerán como luces en la estepa, gobernarán naciones y tendrán poderes sobre los pueblos.  El mártir Romero es por tanto luz de las naciones y sal de la tierra.  Si sus perseguidores han desaparecido en la sombra del olvido y de la muerte, la memoria de Romero en cambio continúa estando viva y dando consuelo a todos los pobres y los marginados de la tierra.  [Aplauso.] 

El señor ha hecho grandes cosas con los justos que con razón puede repetir con el apóstol Pablo "¿Quién nos separará del amor de Cristo?  Quizá la tribulación,  la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada—nada".  (Rom, 8.) Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni ninguna otra creatura separó a Romero de Cristo y de su evangelio de amor, de justicia, de fraternidad, de misericordia, de perdón.  Son conmoventes las palabras que Jesús pronunció antes de su pasión cuando encomendó al Padre a sus discípulos.  "Padre santo, guárdales en tu nombre.  Cuando estaba con ellos, yo les guardaba en tu nombre y los he conservado y ninguno de ellos se ha perdido.  Yo les he dado tu palabra, y el mundo les ha odiado porque no son del mundo como yo no soy del mundo.  No pido que les saques del mundo sino que les resguardes del maligno". (Jn, 17.)  Es esta la oración cotidiana que Romero hacía durante los últimos años atormentados de su vida, hasta el fatídico 24 de marzo de 1980 cuando una bala traidora lo hirió de muerte durante la celebración eucarística.  Su sangre se mescló con la sangre redentora de Cristo.  [Aplauso.]

¿Quién era Romero?  ¿Cómo se preparó al martirio?  Digamos ante todo que Romero era un sacerdote bueno, un obispo sabio, pero sobre todo era un hombre virtuoso.  Amaba a Jesús, lo adoraba en la Eucaristía, veneraba la Santísima Virgen María, amaba a la Iglesia, amaba al Papa, amaba a su pueblo.  El martirio no fue una improvisación sino que tuvo una larga preparación.  Romero, de hecho, era como Abraham, un hombre de fe profunda y de esperanza inquebrantable.  Joven seminarista en Roma, poco antes de la ordenación sacerdotal escribía en sus apuntes "Este año haré mi gran entrega a Dios.  ¡Dios mío, ayúdame!  Prepárame.  Tú eres todo; yo soy nada.  Y sin embargo, tu amor quiere que yo sea mucho.  ¡Ánimo!  Con tu todo y con mi nada haremos mucho".  Un cambio ... [Aplauso.] 

Un cambio en su vida de pastor manso y casi tímido fue el asesinato del Padre Rutilio Grande, sacerdote ... [Aplauso].  Sacerdote jesuita salvadoreño.  Había dejado la enseñanza universitaria para ser párroco de los campesinos oprimidos y marginados.  Fue este el evento que tocó el corazón del Arzobispo Romero, quien lloró a su sacerdote como podía hacerlo una madre por su propio hijo.  Se dirigió rápidamente a Aguilares para la misa de sufragio, pasando la noche llorando, velando, y rezando por las tres víctimas inocentes.  Por el padre Rutilio, los dos campesinos que lo acompañaban.  Los campesinos estaban ahora huérfanos de su padre bueno y Romero quiso tomar su puesto.  [Aplauso.]  En su homilía, el arzobispo dijo "La liberación que el Padre Grande predicaba se inspira en la fe.  Una fe que nos habla de la vida eterna.  La liberación que termina en la felicidad de Dios.  La liberación que surge del arrepentimiento del pecado.  La liberación que se funda en Cristo, la única fuerza salvadora".  Hasta aquí Romero.  Desde aquel día su lenguaje se volvió más explícito en el defender al pueblo oprimido y a los sacerdotes perseguidos, sin preocuparse [por] las amenazas que cotidianamente recibía.  Mons. Romero habló de un dono del Espíritu Santo que le concedió una especial fortaleza pastoral, casi en contraste con su temperamento prudente y comedido.  Él dice "Consideré un deber colocarme decididamente en defensa de mi Iglesia y al lado de mi pueblo, tan oprimido y despreciado".  [Aplauso.]

Sor Luz Isabel, religiosa carmelita, presente en la misa durante la cual Romero fue asesinado, testifica que aquel le indicaba estar atento a las palabras el arzobispo respondía "Dios me guía y Él me inspira lo que digo".  Y sus palabras no eran una provocación al odio y a la venganza sino una valiente exhortación de un padre a sus hijos divididos, que eran invitados al amor, al perdón, a la concordia.  Contemplando la belleza de la naturaleza y del esplendor del pasaje salvadoreño, Romero solía decir que el cielo debe iniciar aquí en la tierra.  Miraba a su querida patria tan atormentada con la esperanza en el corazón.  Soñaba que un día sobre las ruinas del mal habría brillado la gloria de Dios y su amor.  Su opción por los pobres no era ideológica sino evangélica.  [Aplauso.] 

Su caridad … Su caridad se extendía también a los perseguidores, a los que predicaba la conversión al bien y a los que aseguraba el perdón, no obstante todo.  Estaba acostumbrado a ser misericordioso.  La generosidad en dar a quien pedía era, según los testigos, magnánima, total, abundante.  A quien pedía, daba.  Alguna vez decía que si le devolviera el dinero que habría distribuido, se hubiera vuelto millonario.  La caridad pastoral le infundía una fortaleza extraordinaria.  Un día a un sacerdote le contó que estaba continuamente amenazado de muerte y que en los diarios nacionales había criticas cotidianas contra él.  Pero, con una sonrisa continuó, "Esto no me desanima.  Al contrario, me siento más valiente porque son estos los riesgos del pastor.  Tengo que ir adelante.  No guardo rencor a nadie". [Aplauso.]

Queridos hermanos y hermanas, Romero—el Beato Romero—es otra estrella luminosísima que se enciende en el firmamento espiritual americano.  Él pertenece a la santidad de la Iglesia americana.  [Aplauso.]  Gracias a Dios, son muchos los santos de este maravilloso continente.  El Papa Francisco recientemente recordaba algunos.  Además de Fray Junípero Serra, que será canonizado el 23 de septiembre próximo en Washington D.C., el Padre Santo elencaba tantos otros santos y santas que se han distinguido con distintos carismas.  Contemplativas como Rosa de Lima.  Pastores que emanaba el perfume de Cristo y el olor a oveja como Toribio de Mogrovejo, François de Laval, Rafael Guizar Valencia.  Humildes trabajadores de la viña del señor como Juan Diego y Kateri Tekakwitha.  Servidores de los necesitados como Pedro Clavel, Martín de Porres, Damián de Molokai, Alberto Hurtado.  Fundadores de comunidades consagradas al servicio de Dios y los más pobres como Francisca Cabrini, Elizabeth Ann Seton, Katerina Drexel.  Misioneros incansables como Fray Francisco Solano, Jose de Ancheta, Alonso de Barzana, Maria Antonia de Paz Figueroa, Jose Gabriel de Rosario Brochero.  Y al fin mártires como Roque González, Miguel Pro y Óscar Arnulfo Romero.  [Aplauso.]  Y el Padre Santo, Papa Francisco, decía "Ha habido santidad en América, tanta santidad sembrada".

El Beato Óscar Romero pertenece a este impetuoso viento de santidad que sopla sobre el continente americano, tierra de amor y fidelidad a la buena noticia del evangelio.  Que la beatificación hoy de Mons. Romero sea entonces una fiesta de gozo, de paz, de fraternidad, de acogida, de perdón.  Todos tenemos necesidad de estos dones del Espíritu Santo que hacen de nuestra existencia terrena una verdadera anticipación del gozo del Paraíso.  "Coraggio", decía en italiano Mons. Romero: "¡Ánimo!"  Su martirio sea una bendición para El Salvador, a las familias, para los jóvenes, a los pequeños, para los pobres.  Pero también para los ricos.   En fin, para todos.  Para todos los que buscan serenidad, gozo y felicidad.  Romero no es símbolo de división sino de paz, de concordia, de fraternidad.  [Aplauso.]  Llevemos su mensaje en nuestros corazones, en nuestras casas, y demos gracias al señor por este siervo suyo fiel que da a la Iglesia su santidad y a la humanidad entera su bondad, su mansedumbre.

En 1983, San Juan Pablo II ante la tumba de Romero gritó "Romero es nuestro".  Es verdad.  Romero pertenece a la Iglesia, pero ...  [Aplauso.]  Pero enriquece también a la humanidad.  Por el soñada con un corazón bueno, con pensamiento de respeto y de concordia, con acciones de acogida y de ayuda recíproca.  Romero es nuestro, pero es también de todos porque para todos él es el profeta del amor de Dios y del amor del prójimo y el custodio de la recta conciencia de cada persona humana.

Beato Óscar Romero, ¡ruega por nosotros!  [Aplauso.]

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