Friday, July 22, 2016

La Costilla del Beato Romero



BEATIFICACIÓN DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015

Romero en la Policlínica; Don Gaspar con el P. Sobrino.

Una de las reliquias más extraordinarias del Beato Óscar A. Romero ha sido instalada en la casita donde Romero vivió en el campus del Hospitalito de la Divina Providencia.  La conservadora británica Janet Graffius cuenta sobre el proceso de las reliquias en la edición más reciente de Romero News, publicada por la Romero Trust en Londres.  La reliquia, cuenta Graffius, constituye “un recordatorio siniestro del sacrificio de Romero; un pedazo de su costilla, sacada en el post-mortem y confiada al hermano menor de Monseñor, Don Gaspar Romero”.
Para contextualizar la reliquia, es necesario volver hacia atrás en el tiempo y vislumbrar el escenario de aquel momento.  Romero fue ingresado a la Policlínica Salvadoreña inicialmente para tratar de salvar su vida, pero finalmente se practicó allí su autopsia después de esfuerzos inútiles por salvarlo.  De manera que la noticia del asesinato circuló por la capital, la gente empezó a llegar al hospital, incluyendo los hermanos de Romero. Tiberio, Mamerto, Zaida y Gaspar.  “Al llegar ni me querían dejar entrar, pero me identifiqué”, recuerda Gaspar Romero en una entrevista. “Como a las 10 entraron todos mis parientes, y ahí estuve toda la noche”.
La ya difunta hermana Zaida Romero, había contado el triste drama de su llegada:
En la puerta de la policlínica nos encontramos con mi nuera. Me dice: "Niña Zaida, niña Zaida", y ya me abrazaron los que andaban con ella. "Calmadita, calmadita, acuérdese lo que le decía". No me querían dejar entrar allá en la habitación donde lo tenían. "Yo me entro", le dije, "porque anduve con él durante 26 años". [Al ingresar, l]e besé la frente y después yo no se por qué le apreté los piesitos. Los piesitos ya helados, helados. Mire que tremendo.
Gaspar Romero y su hermano Mamerto, también ahora difunto, permanecieron junto al cuerpo para lo que venía.  “Vi cuando le abrieron la parte izquierda del tórax para extraerle los fragmentos de una bala explosiva”, recuerda Don Gaspar.  La viuda de Mamerto recuerda como el extinto hermano recordaba vivamente la metralla (pequeños fragmentos de la bala) que quedo incrustado en la carne y el tejido del tórax.  “Así decía él a cada rato, que era una arenilla y que eso no lo podía olvidar”, dice Doña Tinita, viuda de Mamerto.
Roberto Cuellar, miembro del Socorro Jurídico del Arzobispado, también se quedó a la par del mártir durante la necropsia.  “Lo impresionante de la autopsia”, recuerda Cuellar, “fue ver cómo le partían el esternón, porque aquellos eran métodos rudimentarios, sin las motosierras ni el instrumental eléctrico que se utilizan ahora. Con Romero tuvieron que usar una especie de cincel. ¡Pa, pa, pa!, para romper el hueso”, dice Cuellar martillando en el aire.  Según el informe de la autopsia, “La bala penetró a la altura del corazón y siguió una trayectoria transversal, alojándose finalmente en la quinta costilla dorsal”.
Después del examen, aquella escena se volvió una especie de cacería, en que todos trataban de llevarse algún recuerdo—o reliquia—de ese terrible pero histórico momento: un frasco con la sangre de Romero que los médicos habían colectado;  sábanas ensangrentadas de cuales las monjas después hicieron escapularios para repartir a los devotos; los pedazos de la bala; un pañuelo usado para limpiar la sangre del cuerpo de Romero … hasta su cruz pectoral.
Cuando un periodista se iba con el pedazo de costilla extraída del tórax del mártir, Gaspar Romero lo impidió y lo obligó a entregarle la valiosa reliquia.  Él la había conservado estos treinta y cinco años.  En ese lapso de tiempo, “el hueso se había deteriorado a una masa de polvo desmenuzado”, cuenta la conservadora Graffius.
Bajo mi consejo, Don Gaspar permitió que el hueso fuera secado, y yo lo separé en dos pequeños relicarios de cristal”, dice Graffius. “Uno de ellos fue retenido por la familia de don Gaspar, el otro que generosamente donado a las hermanas del Hospitalito de la Divina Providencia”, el lugar donde Romero había vivido los últimos tres años, y donde entregó su vida aquel fatídico 24 de marzo de 1980.
El proceso fue totalmente grabado, firmado y aprobado por un abogado canónico, y el relicario fue entregado a las hermanas en noviembre de 2015. Fue un día muy emotivo para todos”, cuenta Graffius. “Las hermanas habían creado un espacio para la reliquia, empotrado en el suelo de la habitación que servía de oficina, dormitorio y espacio privado de oración. La reliquia quedó sellada bajo un azulejo de cristal, con iluminación  discreta LED para su conservación”.
El P. Jon Sobrino celebró la misa que oficializó la entrega.


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