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Wednesday, October 26, 2016

Romero para «Summorum Pontificum»



AÑO JUBILAR por el CENTENARIO del BEATO ROMERO, 2016 — 2017

Hagan lío”—al estilo tridentino
Cincuenta años antes de que el Papa Francisco sugiriera a los jóvenes que “hagan lío” en sus parroquias,[1] el Beato Óscar Romero dijo a los fieles que, si querían ser participantes activos en la liturgia, deberían llegar a misa temprano y apiñar los primeros bancos.
El año anterior, San Juan XXIII había publicado una edición revisada del ‘Missale Romanum’. Más tarde ese mismo año, el Concilio Vaticano II produciría ‘Sacrosanctum Concilium’, dando lugar a cambios dramáticos en la “participación activa” de los católicos de todo el mundo.  Por lo tanto, la propuesta de Romero, representa una componenda que sugiere buscar la “participación activa” dentro del Rito Tridentino.
Esta reflexión decididamente pastoral y ligera del Beato Romero puede ser de interés para los seguidores de la Misa en la Forma Extraordinaria por su comentario sobre la última versión de la Misa Tridentina, así como a los seguidores de la ‘Novus Ordo’, por sus implicaciones para la liturgia reformada.  Aunque completamente en línea con la instrucción litúrgica de la época, sobre todo la ‘Mediator Dei  de Pío XII (1947), el P. Romero ofrece una propuesta para hacer realidad la participación activa en la liturgia del usus antiquior.
Con saludos a los participantes en la conferencia Summorum Pontificum esta semana.

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CÓMO ASISTIR A LA MISA
Beato Óscar Romero
19 de enero de 1963

Uno puede asistir a la misa y permanecer mudo como una piedra, o cruzarse de brazos como quien asiste a una obra de teatro chino donde no se comprende nada.[2] Pero un cristiano verdadero no puede asistir a la misa de esta manera. No venimos a la misa para seguir el desarrollo de un espectáculo interesante, donde tenemos que estar presentes y tratar de comprender algo. Para nosotros bautizados el asistir a la misa es un PARTICIPAR y un tomar parte con todo nuestro ser al misterio de Cristo presente entre nosotros.[3]
La misa es una participación indefinidamente renovada, a través del tiempo y del espacio, a la Cena, al sacrificio y a la resurrección de Cristo. Y cuando venimos a misa, venimos para asociarnos a este misterio.[4]
La misa es un gran acto social que nos llama a unirnos todos juntos en torno de Cristo. La primera condición para asistir bien a la misa es LLEGAR A LA HORA. No es bueno despreciar la primera parte de la misa porque es un diálogo que Dios entabla con su pueblo. Dios habla en los textos litúrgicos, sobre todo en la Epístola y el Evangelio. Nosotros le hablamos también, cantando nuestras alegrías en los salmos del Introito y en la Gloria.[5] El sacerdote ora en nuestro nombre en la oración. Esta primera parte de la misa muestra nuestra fe con la palabra de Dios y aumenta nuestro amor a Dios. Ella nos prepara para celebrar la Eucaristía propiamente dicha.
En la Iglesia y especialmente a la hora de la misa, el centro de interés es EL ALTAR. La misa interesa a todos los cristianos, pero no habría misa si no hubiera un altar y un sacerdote en el altar. Entonces para asistir bien a misa, es necesario también ver al altar, ver al sacerdote que celebra, sus gestos. Es necesario oír lo que él dice. No tengamos miedo de acercarnos lo más posible al altar y de rodearlo.[6] NO NOS QUEDEMOS ATRÁS en las Iglesias habiendo lugares vacíos adelante.
En la misa el sacerdote pide por todos los que están en torno a él. Pide por el “pueblo santo”, por el pueblo que es la familia de Dios, es decir por los que están rodeando el altar. Agrupémonos en torno al altar para mejor expresar que, en la misa, todos rezamos juntos, cada uno por todos.[7] Nos presentamos juntos delante de Dios. Todos juntos somos pecadores y, a todos, Dios no salva.
En la misa hay una oración del cuerpo asociada a la del alma, y es por esto que en la misa hay gestos y hay movimientos de toda la comunidad.[8] Con frecuencia nuestros fieles ignoran que en la oración el cuerpo es un intérprete del alma. La actitud de pie expresa la vigilancia, la actividad, la acción de gracias. Cuando escuchamos el Evangelio nos paramos, porque la palabra de  Dios hace de nosotros hombres libres y futuros resucitados. La actitud de estar sentados, no es en la Iglesia una simple posición de reposo. Ella expresa más bien una facilidad de atención receptiva y contemplativa del misterio. La actitud de rodillas expresa un gesto de penitencia, de humildad y de adoración. Es por esto que la Iglesia tiene muy en cuenta los gestos comunes en la misa. Si uno exige en la misa movimientos colectivos no de un mero capricho sino para orientar la oración conforme a las fases diversas de la acción, EN UNA PARTICIPACIÓN ACTIVA Y COMUNITARIA.[9]
La “participación de los fieles” a la misa se realiza sobre todo en la COMUNIÓN. Es verdad que la comunión del sacerdote basta para salvar la integridad del sacrificio,[10] pero la comunión de los fieles es recomendada por ser la más perfecta participación al sacrificio eucarístico.[11]
La Eucaristía es consagrada en el altar, pero ella es destinada a todos. Y la comunión no solo nos une a Cristo sino también a nuestros hermanos porque ella es un banquete fraternal.
Quizás cuando termine la misa tengamos la impresión de que todo ha terminado pero, al contrario, si nosotros hemos participado al sacrificio, ella nos traza exigencias. Y exigencias concretas para nuestra vida de caridad, para nuestra vida en FAMILIA y para nuestro TESTIMONIO SOCIAL.[12]

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