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Friday, February 26, 2016

Siete sermones de misericordia


BEATIFICACIÓN DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015

 
En sus últimas siete homilías dominicales, el Beato Mons. Óscar A. Romero nos presenta a la misericordia como el mensaje esencial de la Cuaresma.  No hay pecado que no quede perdonado, no hay enemistad que no se pueda reconciliar cuando haya una conversión y un retorno sincero al Señor”, exhorta Romero. (Homilía del 23 de marzo de 1980.)  ¡Esa es la voz de la Cuaresma!  Repasemos las notas sobresalientes de esa grandiosa prédica.

Dios nos guarda con la mirada de un padre amoroso: “Esta es la ternura de Dios: incansable en perdonar, incansable en amar”, nos asegura el mártir.  (Hom. 16 mar. 1980).  La ternura de Dios ha de prevalecer a pesar de los desafíos y desaires del momento.  Y esta Cuaresma, celebrada entre sangre y dolor entre nosotros, tiene que ser presagio de una transfiguración de nuestro pueblo, de una resurrección de nuestra nación”.  (Hom. 2 mar. 1980)
Tanto como el Papa Francisco, que nos recuerda de las palabras del Señor, “Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13), Mons. Romero advierte que los ayunos y prácticas penitenciales nos deben conducir a las obras de la misericordia: “pero más que estas cosas oficiales, legales, yo les invito a que vivamos una Cuaresma en que no hagamos consistir en comer tanto carne, otra cosa, sino en mortificarnos y en compartir con los que tienen menos lo poco que nosotros tenemos. Vivir ese sentimiento de participación, de amor, de caridad. Hacer sobre todo en nuestra Cuaresma un gran ejercicio de reconciliación con los enemigos. Saber perdonar, saber prepararnos para resucitar en el amor con Cristo en la Pascua próxima.”  (Hom. 17 feb. 1980).
Nuestro modelo de misericordia es la actitud de Dios con nosotros, y Mons. Romero ofrece ejemplos concretos de esa ternura y mirada cariñosa.  En primer lugar, está la encarnación de Dios en la historia, su participación activa, y su presencia.  Cristo es nuestro, Cristo es salvadoreño para los salvadoreños. Cristo ha resucitado aquí en El Salvador para nosotros, para buscar desde la fuerza del Espíritu nuestra propia idiosincracia, nuestra propia historia, nuestra propia libertad, nuestra propia dignidad de pueblo salvadoreño”.  (Hom. 24 feb. 1980).
Dios es paciente y generoso con nosotros a pesar de nuestros defectos, y nuestra lentitud en responder al llamado a la conversión.  Dios es compresivo: “Y nos indica también la ternura y la paciencia de Dios esperando: tal vez el otro año, tal vez mañana”.  (Hom. 9 mar. 1980).  Como el cortador que salva una higuera que no da frutos, Dios nos acompaña en espera de los buenos resultados.  Dios cuida de cada hombre con el cariño que aquel jardinero cuidaría todo aquel año para que produjera fruto la higuera que tenía sobre sí la amenaza de la muerte”. (Id.)
La misericordia de Dios se revela en la parábola del hijo pródigo. “Más que predicar, cuando se trata de esta parábola, yo digo que preferiría que nos sentáramos en silencio y recordáramos que esas páginas del hijo son nuestra propia historia individual. Cada uno de ustedes, así como yo, podemos ver en la parábola del hijo pródigo nuestra propia historia, que se reduce siempre al proyecto que decíamos del Viejo Testamento, un cariño de Dios que nos tiene en su casa y una ruptura caprichosa y loca de nosotros por irnos a gozar la vida sin Dios, el pecado. Y una espera de Dios, esperando el día en que el hijo llegue; y cuando el hijo, tocado por la miseria, por el abandono de los hombres, se acuerda que no hay más amor que el de Dios, vuelve, y a ese Dios que debía de encontrar resentido o de espaldas lo encuentra volteando hacía él con los brazos extendidos dispuestos a hacer una fiesta por el retorno”.  (Hom. 16 mar. 1980).
La misericordia de Dios también se revela en su actitud con la mujer adúltera.  Hay que fijarse en este evangelio, que es lo que tenemos que aprender”, predica Romero invitándonos a contemplar la actitud de Jesús con el pecador.  (Hom. 23 mar. 1980).  Este es el criterio para lograr el equilibrio entre la misericordia y la justicia.  Una delicadeza para con la persona. Por más pecadora que sea, él la distingue como hijo de Dios, imagen del Señor. No condena sino que perdona. Tampoco consiste en el pecado, es fuerte para rechazar el pecado pero sabe azuzar, condenar el pecado y salvar al pecador”.  (Id.)
En torno a la sociedad salvadoreña (y a toda sociedad), el Beato Romero exhorta a que se aplique la ley de la misericordia para lograr la reconciliación con Dios y la reconciliación entre los hombres.  Yo les invito, hermanos, como Pastor, a que escuchen mis palabras como un eco imperfecto, tosco; pero no se fijen en el instrumento, fíjense en el que lo manda decir: el amor infinito de Dios”, dice Romero.  (Hom. 16 mar. 1980).  ¡Conviértanse, reconcíliense, ámense, hagan un pueblo de bautizados, una familia de hijos de Dios!  (Id.)
El Beato Romero es misericordioso con todos, hasta con los ricos.  Quiero hacer un llamado fraternal, pastoral, a la oligarquía, para que se convierta y viva y haga valer su potencia económica en felicidad del pueblo y no en desgracia y ruina de nuestra población”, exhorta.  (Hom. 24 feb. 1980).  Romero no predica la destrucción y derriba de la clase poderosa, sino su conversión para que pueda obtener la vida en plentitud: “que se convierta y viva” y se vuelva protagonista de la “felicidad del pueblo”.  Romero hace su llamado a la reconciliación extensivo a los varios sectores de la sociedad salvadoreña en interpelaciones dirigidas a cada segmento: al gobierno, a los grupos de oposición popular, y a los grupos de insurrección armada (Hom. 16 mar. 1980), y finalmente, al ejército (Hom. 23 mar. 1980).
La última predicación del Beato Romero en el tema de la misericordia en la Cuaresma no fue una exigencia dirigida a todos nosotros, sino que un acto de su entrega propia.  Con fe cristiana sabemos que en este momento la Hostia de Trigo se convierte en el cuerpo del Señor que se ofreció por la redención del mundo y que en ese cáliz el vino se transforma en la sangre que fue precio de la salvación”, reza en sus últimas palabras.  (Hom. 24 mar. 1980).  Al pronunciarlas estaba cara a cara con su asesino, a punto de dispararle la bala que le cobraría su vida.  Que este cuerpo inmolado y esta Sangre Sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para dar cosechas de justicia y de paz a nuestro pueblo”.  (Id.)
En palabras apócrifas atribuidas al mártir después de desplomarse agonizando se plasma una última predicación sobre el tema.  ¡Que Dios tenga misericordia de los asesinos!  Así cierra el círculo: Dios no quiere sacrificios, sino misericordia.

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