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Saturday, February 14, 2015

El Beato Romero: un ‘nuevo lente’ para leer el Evangelio




La siguiente es una reflexión teológica por Duane WH Arnold, PhD, del Martyrs Project,* en exclusiva para Súper Martyrio.
(*Favor de leer al final de este post, y después vea el vídeo “Romero”, por The Project.)


En el transcurso de la última semana, desde la promulgación del decreto papal que Monseñor Oscar Romero fue verdaderamente un mártir, por haber sido asesinado debido al “odio a la fe” (odium fidei), he tratado de tomar el tiempo para profundizar sobre lo que esto significa en verdad para la Iglesia y su relación con la sociedad entera. Está claro en la documentación recopilada por la Congregación para las Causas de los Santos en la “Positio”, que Mons. Romero fue asesinado por personas antagónicas hacia la Iglesia y sus enseñanzas integrales. Lo que llegaría a ser una desatada guerra civil en El Salvador ya estaba incipiente. Existía una rampante violencia. La gente ya estaba tomando partido en la lucha entre la izquierda y la derecha política en las ciudades y en el campo. La derecha en El Salvador buscaba el mantenimiento del statu quo en la imposición del “ORDEN”, mientras que la izquierda buscaba un tanto de justicia social y económica con el fin de cerrar la enorme brecha entre la riqueza y la pobreza en el país. Por encima de esta mezcla ya volátil estuvo la política del gobierno de Estados Unidos de oponerse a lo que se vio en Washington como una “toma de poder comunista” en la América Central. En medio de esta agitación se encontraba la Iglesia.

Ya sea en las parroquias en zonas urbanas como rurales, al principio había probablemente tantas opiniones sobre la situación política y económica en El Salvador, como habían sacerdotes, religiosos y obispos. Muchos se sentían, si no del todo cómodos con el statu quo, estaban al menos dispuestos a cooperar con la facción gobernante y esperar un cambio gradual y evolutivo en el país. Otros, a menudo en enclaves intelectuales como la UCA (la universidad jesuita de San Salvador), habían comenzado a adoptar ciertos principios de la teología de la liberación y el concepto de la opción preferencial de Dios por los pobres. Y otros permanecían pragmáticos, en el mejor sentido de la palabra, haciendo lo que podían en un dado momento por sus feligreses y otras personas bajo su cuidado pastoral. No obstante, en aquellos años anteriores al asesinato de Mons. Romero en 1980, la situación se había vuelto cada vez más polarizada. De manera que algunos elementos dentro del ejército salvadoreño se volvían más represivos contra la población civily la Iglesia, en particular, incluso hasta el punto de acuñar la frase: “Haz patria: mata un curamuchos en la Iglesia comenzaron a abogar por cambios más rápidos en la sociedad y en la estructura económica.

Fue en este contexto que Mons. Romero asumió su cargo de arzobispo de San Salvador. Mucho se ha escrito acerca de Romero como un hombre, un sacerdote y un obispo. Mucho se ha escrito acerca de la muerte de su amigo Rutilio Grande, SJ, y el cambio que se produjo en la conducta de Romero y en sus pronunciamientos públicos. Ahora, sin embargo, tras el decreto de Francisco, declarando a Mons. Romero mártir debido a un “odio a la fe”, yo creo que estamos obligados a verlo a través de otro lente, uno que puede afectar nuestra comprensión del propio Evangelio.

Hablando de la muerte de Romero, Monseñor Vincenzo Paglia, el postulador de la beatificación de Romero, declaró:

Al igual que otros sacerdotes en la América Latina de aquellos años, fue víctima de un sistema oligárquico formado por personas que se profesaban católicas y veían en él un enemigo del orden social occidental y de lo que ya Pio XI, en la Quadragésimo anno, llama ‘dictadura económica’.

Evidentemente, Mons. Romero habló sobre la injusticia económica, así como habló acerca de los que habían sido asesinados o los que habían sido desaparecidos, en sus pronunciamientos pastorales y públicos. Además, Romero habló en contra de la represión practicada por los militares y el asesinato de civiles. Quizás el caso más famoso fue su homilía final, el día antes de ser asesinado.

Para algunos, en el pasado, antes de esta última semana, las palabras de Romero podrían haber sido objeto de polémica, tal vez incluso de sospecha teológica. Estas no parecian encajar dentro de una homilética “normal” esperada del pastor principal de una arquidiócesis con problemas. Algunos, de hecho, podrían haber preguntado por qué estaba dirigiendo sus palabras a toda la sociedad salvadoreña en lugar de limitar tales observaciones a los confines de la Iglesia. Era evidente que estaba, en cierto sentido, rompiendo en nuevos caminos. Se podría decir que, además de ser “la voz de los sin voz”, se convirtió en la conciencia despierta de la nación. Aunque podríamos encontrar similitudes con figuras como Tomás Becket en la Inglaterra de Enrique II, o Dietrich Bonhoeffer en la Alemania de Hitler, Romero perfila como una figura única en nuestro tiempo.  No se puede categorizar, ni ser reclamado fácilmente por cualquier facción en particular, ya sea dentro de la Iglesia o la sociedad. Sin embargo, yo creo, que Romero estaba convencido de no sólo hablar al pueblo salvadoreño, sino también de hablar en nombre del pueblo salvadoreñoel conjunto de personas de El Salvador. Por tanto, sus palabras tienen un significado universal, un significado que trasciende su muerte y todavía nos habla hoy. Sus palabras nos hablan en la comodidad y hablan con convicción. Nos hablan en nuestra vida espiritual y nos hablan de esas injusticias que vemos en la sociedad actual, que aún claman a ser retomadas por las personas de fe. Por ende, estamos enfrentando las mismas preguntas sobre Romero que las comisiones pontificias han tenido que abordar. Son asuntos de la fe y de la justicia.

Ahora, sin embargo, nos dicen aquellos que compilaron la “Positio” que, en lo esencial, Mons. Romero fue fiel a lo que la Iglesia proclama en sus enseñanzas. Esto es extraordinario. Yo creo que esto significa que debemos ver la vida y la muerte de Oscar Romero, Rutilio Grande, las Hermanas de Maryknoll, los jesuitas de la UCA y de hecho el mismo Evangelio, a través de un “lente nuevo”. Cuando veamos a través de ese lente nuevo vamos a ver que lo que se afirmó y, de hecho, lo que se grabó en piedra esta última semana, es que la justicia está al centro y en el núcleo del Evangelio que estamos llamados a anunciar. Aferrándonos a esa nueva visión, nos uniremos con los mártires, literalmente, como testigos de ese Evangelio por que han muerto Romero y tantos otros. Se ha dicho de que antes de su muerte, Romero declaró que si moría, resucitaría de nuevo en el pueblo salvadoreño. Por tanto que admiro y venero a Monseñor Romero, creo, si lo dijo, se ha equivocado. Ha resurgido en las personas de fe más allá de las fronteras de una sola nación. Su sangre ha sido en verdad una semilla de libertad, no sólo para El Salvador, sino para todos nosotros que guardamos su ejemplo

 

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