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Friday, February 24, 2012

LA TENTACIÓN DE LAS PIEDRAS


El proyecto de liberación de Cristo consiste en cambiar a fondo el corazón de cada hombre y cualquier proyecto de soluciones “inmediatistas” que busca solventar los problemas de este mundo “de un golpe” se asimila a las tentaciones que el demonio hizo a Cristo, advirtió Mons. Romero en su primera homilía de su última Cuaresma, pronunciada exactamente un mes antes de su martirio, el 24 de febrero de 1980.

[Esta es la segunda parte de una serie sobre las últimas siete homilías de Monseñor Romero comenzada el año pasado. Para leer el texto original de esta homilía en español, pulse aquí. Para el texto en inglés, pulse acá. Y, para escuchar el audio de Mons. Romero pronunciando la homilía, pulse acá.]

La justicia social no es tanto una ley que ordene distribuir”, predicó el arzobispo, sino que: “es una actitud interna como la de Cristo, que siendo rico, se hace pobre para poder compartir con los pobres su amor”. Por eso, “a la Iglesia no le importa que haya sólo una distribución más equitativa de las riquezas: le interesa que se dé esa distribución porque existe realmente en todos los hombres una actitud de querer compartir no sólo los bienes, sino la misma vida”, con los pobres. “No busquemos soluciones inmediatas”, insistió Mons. Romero: “no queramos organizar de un golpe una sociedad tan injustamente organizada durante tanto tiempo”. Aunque pueda ser fácil decretar a la fuerza una mejor distribución, explicó Monseñor, “no compondríamos el mundo: el rico seguiría siendo egoísta, el hombre no se convertiría”. La justicia de Dios no se alcanza a través de una insurrección marxista: “no por apariencias de salvación sino por la fuerza verdadera que solamente dimana de la cruz y el sacrificio”, dijo.

Aunque presentada como una crítica amiga, la denuncia de Mons. Romero a la izquierda fue contundente. “No sería completo mi llamamiento de Cuaresma para la conversión de los diversos sectores salvadoreños”, comenzó, “si no dijera también una palabra cariñosa de pastor a las fuerzas populares”. Y paso a cuestionar fuertemente las tácticas subversivas:
—¿Es con violencia terrorista proletaria como puede y debe combatirse la violencia represiva millonaria?
—¿Es con bombas, incendios, tomas, secuestros y hasta asesinatos como se podrá por fin instaurar el Reino de Dios y su justicia?
—¿Creen ustedes que el Espíritu Santo y no el demonio el que inspira esos actos vandálicos, subversivos, más de la moral cristiana que de la vida y haciendas de los oligarcas?
No criticar los abusos de la izquierda violenta les restaría eficacia a los reformistas para acabar con los abusos de la extrema derecha, dijo: “Defender o apañar, en vez de condenar con la misma energía la violencia subversiva, es, a mi juicio, provocar más la insolencia represiva”— razonaba—“pues ya estamos viendo por todos lados, cómo reaccionan los sanguinarios cuerpos de represión contra el ataque de los grupos de subversión”.

Aquel primer domingo de Cuaresma de 1980 se había leído el Evangelio en que Satán le dice a Jesús en ayunas que debería convertir unas piedras a pan para aliviarse del hambre, y el Divino Maestro le contesta: “No sólo de pan vive el hombre, sino que de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (Lucas 4, 1-4.) Aún los hombres que contemplan el ayuno de todo un pueblo deben de ser comprensivos con el programa de Dios para aliviar ese sufrimiento, y no querer quitarlo de un golpe, dijo monseñor. “El proyecto de Dios quiere darle un sentido al ayuno, quiere darle un sentido a la cruz, al desierto, al sacrificio”, aseveró. “Ya vendrá el pan. La palabra de Dios es justicia, y el pan no solamente se hace de las piedras”. Tener fe: “Que sepan unos y otros vivir la austeridad del desierto, que sepan saborear la redención fuerte de la cruz”.

El mensaje de monseñor no se debe confundir con el argumento paternalista que se usaba en otras épocas para decir que los pobres tendrán en el cielo su recompensa. No es precisamente el conformismo lo que monseñor estaba recomendando: “los que sufren perennemente el hambre, la privación”—es decir, los pobres—deben “darle un sentido penitencial a su situación y no adormecerse en esa situación sino trabajar por una justicia social que impere en el país”. Aunque reservó sus palabras más duras para la extrema derecha, los cuerpos de seguridad que cometían graves abusos a los derechos humanos, y los oligarcas que dirigían la ola de represión, recordó que todos tenemos nuestras propias debilidades, con cuales el diablo puede tentarnos: “Unos por el orgullo, otros por la codicia, otros por la vanidad, otros por los triunfos fáciles” y advirtió: “Mucho cuidado, hermanos”.

Su pretensión, había dicho Mons. Romero al principio de su homilía, era “ofrecer a la Patria un pueblo renovado, una Iglesia palpitante con Cristo resucitado, aferrada a la cruz del Señor y dándonos el verdadero proyecto de Dios para salvar a nuestro país”. Al finalizar la homilía, era evidente cual era “el verdadero proyecto de Dios”: “Tengamos fe, creamos de verdad y desde nuestra fe, iluminemos nuestra política, trabajemos nuestra historia, seamos artífices del destino de nuestro pueblo pero no haciendo un proyecto únicamente humano y, mucho menos, inspirado por el diablo”. Contrario a la violencia y el odio que se estaba desatando, la meta señalada por Mons. Romero era, “Un proyecto que lo inspire Dios y que me lleve a creer en Cristo”, dijo, “y que me haga sentir la historia de mi Patria como una historia de salvación, porque Cristo está bien entrañado en mi familia, en las leyes de mi tierra, en mi Gobierno, en todo aquello que es mi patria; Cristo sea la luz que ilumine todo”.

Haciendo esto, “la patria se convierte en una antesala [del] Reino de Dios”. Con esta frase, Mons. Romero distinguía entre las limitaciones de la “liberación” izquierdista y la trascendencia de la liberación integral que es la salvación celestial, y aunque la política tiene que acercarse a la voluntad de Dios, siempre existe un cierto distanciamiento: “el trabajo de la Iglesia es muy distinto del trabajo del gobierno político”, pues, “Nuestro trabajo de Iglesia tiene que ser específicamente de Iglesia”. La voluntad de Dios ejerce una primacía sobre ambos proyectos, que “deben de converger hacia adorar al único Dios”.

Al final, Mons. Romero regresa a la figura de Cristo resistiendo a Satanás: “Les suplico, como Jesús en el desierto, reflexionar, sobre todo, cuál es el proyecto de Dios” y ante las tentaciones de cambiar piedras por pan, “Buscar ante todo la voluntad del Señor y no los caprichos de los hombres”.

Arte: “Monseñor Romero, el Cadejo y yo”, Elena Rendón; yeso, pastel y acuarela sobre papel. Muestra Colectiva Abierta, Catálogo Marzo 2011, San Salvador.

Sigue: El Salvador del Mundo

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En su reflexión cuaresmal durante su audiencia general, las palabras del Papa Benedicto XVI asimilaron la prédica de Mons. Romero sobre las tentaciones. En el desierto, dijo el papa, “Jesús está expuesto al peligro y se ve asaltado por la tentación y la seducción del Maligno, que le ofrece otro camino mesiánico, lejos del plan de Dios, por que pasa a través del poder, el éxito, el dominio y no a través de la entrega total en la Cruz”. Ahora esa tentación, dijo el Santo Padre, toma otras formas: “el secularismo y la cultura materialista, que encierran a la persona en el horizonte mundano del existir, sustrayéndole toda referencia a la trascendencia”. Sólo siendo “fieles a Jesús y siguiéndolo por el camino de la cruz, el mundo luminoso de Dios, el mundo de la luz, de la verdad y de la alegría se nos devolverá”, dijo el Pontífice.

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