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El Salvador del Mundo
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Cuando Mons. Romero predicó su homilía del 2 de marzo de 1980 sobre la Transfiguración del Señor, él entendía que para los salvadoreños, la reflexión más significativa sobre la Transfiguración sería una estampa visual. (Esta es una serie sobre las siete últimas homilías de Mons. Romero: Lea el texto de esta homilía en español acá y en inglés acá.) Los salvadoreños conocen la historia de la Transfiguración según el rito religioso que constituye la celebración de la fiesta patronal del Salvador, en la cual una imagen del “Divino Salvador del Mundo” desfila en procesión por las calles principales de San Salvador en un acto conocido como “La Bajada”. (FOTO.)
“Qué encantador resulta estar reflexionando con aquel Jesús que baja”, había dicho en su homilía dos semanas atrás. “En sus expresiones, los evangelios tienen profundos modos de ver a Jesús. Mirémoslo bajando de la montaña, bajando de las alturas a confundirse en la llanura con el común de los hombres...” Pero, en su homilía sobre la Transfiguración, Mons. Romero comienza marcando el contraste, aludiéndose, no a las hermosas procesiones de la Iglesia, sino al “triste desfile” de su Pueblo:
Rostros de campesinos sin tierras, ultrajados y matados por las fuerzas y el poder. Rostros de obreros despedidos sin causa, sin paga suficiente para sostener sus hogares. Rostros de ancianos, rostros de marginados, rostros de habitantes de los tugurios, rostros de niños que ya desde su infancia comienzan a sentir la mordida cruel de la injusticia social. Y para ellos… para ellos, parece que no hay porvenir. Para ellos no habrá escuelas, ni colegios, ni universidad…Los grupos insurgentes buscaban imponer una revolución proletaria a base de la violencia que tampoco tenía semejanza a la visión divina que Mons. Romero quería dibujar, y les advierte que, “no puede haber verdadera liberación mientras no se libera el hombre del pecado”. Por eso: “Debían de tenerlo en cuenta todos los grupos liberadores que surgen en nuestra Patria: que la primera liberación que tiene que propiciar una agrupación política que de veras quiere la liberación del pueblo, tiene que ser: liberarse él mismo de su propio pecado. Y mientras sea esclavo del pecado, del egoísmo, de la violencia, de la crueldad, del odio, no es apto para la liberación del pueblo”. La Iglesia “seguirá reclamando a todos los liberadores de la historia que ... pongan su confianza en el gran liberador Jesucristo ... Y mucho cuidado con robarle al pueblo estos sentimientos cristianos que lo hacen tan noble y tan vigoroso”.
Mons. Romero llevaba varios años estudiando—y predicando—la Transfiguración del Señor. En 1942, el año de su ordenación sacerdotal, Pio XII había enviado el primer mensaje de un papa a El Salvador, predicando que Jesús Transfigurado, “salvó al mundo, en el punto central de su historia, cuando alzado entre los cielos y la tierra se ofrendó a su Eterno Padre”. (Radiomensaje de S.S. Pio XII al I Congreso Eucarístico Nacional de El Salvador, 26/11/1942.) El papa aseguraba: “Él salvará a vuestra Patria ... uniendo en uno todos los corazones, los de todas las clases sociales, los de los ricos y los de los pobres, el día en que todos quieran sentarse como hermanos a la misma mesa”. (Ibid.) Mons. Romero hizo su estreno nacional como predicador durante la fiesta de la Transfiguración de 1976, hablando sobre la cristología de la Transfiguración. (James BROCKMAN, Romero: A Life [Romero, una vida]. Nueva York: Orbis Books, 1999, pág. 60.)
Durante los tres años de su arzobispado, había utilizado la Fiesta de la Transfiguración para “recordar con su pueblo el lugar de la historia salvadoreña dentro del tiempo de Dios, la historia de la salvación”. (Margaret PFEIL, PhD, Gloria Dei, Vivens Pauper: A Theology of Transfiguration [La gloria de Dios es que viva el pobre: Una Teología de la Transfiguración], Catholic Peace Fellowship, Vol. 4.2, primavera del 2005.) “Publicó sus cuatro cartas pastorales en esa fecha, cuidadosamente situando las señales de los tiempos, tanto eclesiales como sociales, en contraste con el trasfondo del horizonte de esperanza escatológica”, analiza una estudiosa de la teología católica. “Predicando sobre los relatos sinópticos de la Transfiguración cada seis de agosto y cada segundo domingo de Cuaresma, Romero paulatinamente desarrolló una teología de la Transfiguración”. PFEIL, Ibid. En marzo de 1980, Romero presentó una síntesis de toda esa espiritualidad.
“La Teología de la transfiguración está diciendo que el camino de la redención pasa por la cruz y por el calvario, pero que más allá de la historia está la meta de los cristianos”, anunció Mons. Romero. Jesús Transfigurado era la figura redentora y transformadora que Mons. Romero quería ofrecer como la mejor estampa sobre aquel trasfondo de convulsión. “Cristo colocado en la cumbre del Tabor es la imagen bellísima de la liberación”, declaró Monseñor. El Jesús que resplandece sobre la montaña es “una antorcha de la eternidad”, dice, resaltando la referencia visual. Como tal, la imagen de la Transfiguración es un faro que nos llama a aspirar por otro mundo, “más allá de la historia”, más allá de la realidad material—el Plan de Dios. “Plan amoroso, poderoso, para transfigurar a los pueblos salvándolos de todas sus miserias, injusticias y pecados, para transformarlos en pueblos de la belleza y desde la justicia y santidad del mismo Cristo”.
En el relato de la Transfiguración, Jesús, acompañado por sus discípulos, Pedro, Santiago y Juan, sube al monte de Tabor, y brilla intensamente cuando aparecen a su lado los profetas Moisés y Elías; luego, la voz de Dios proclama, «Este es mi Hijo de mis complacencias: escuchadle a Él» (Lucas 9, 35). Esta era la imagen con la cual Mons. Romero podía hacer un gran contraste a la oscura realidad de su país. “Así quiere Dios a los hombres”, afirmó en su homilía, “arrancados del pecado, y de la muerte, y del infierno, viviendo su vida eterna, inmortal, gloriosa”. En esta condición, los hombres son elevados por Dios, “hasta la dignidad de hacerlos sus hijos”. Por esa exaltación del hombre a manos de Dios, a la Iglesia “le duele encontrar cadáveres de hombres, torturas a hombres, sufrimiento de hombres ... Todo hombre es hijo de Dios y cada hombre matado es un Cristo sacrificado que la Iglesia también venera”, declaró con su característica claridad.
Unas semanas antes de su homilía, los que preferirían silenciar la voz del arzobispo habían dinamitado la radioemisora que transmitía sus sermones por todo el país. El atentado produjo resultados que seguramente nunca esperaban: varias cadenas de radio vinieron al rescate, de tal manera que la homilía de la Transfiguración tuvo una radioescucha más amplia que todas las anteriores. Y el obispo reservado del país más pequeño de la América Latina se volvió el más brillante de todo el Continente:
He tenido referencias que [la homilía] fue muy escuchada y con bastante nitidez, no sólo en el país, sino como onda corta que es de Centroamérica, en todo el Istmo y también en el Continente. Supe también que habían colaborado radios de Venezuela y de Colombia; los cuál me impresionó mucho, cuando, por primera vez, la voz de una homilía del Arzobispo de San Salvador, trasciende las fronteras y es escuchada en todo el Continente. (Su Diario, 9 de marzo de 1980.)Como que alguien hubiera dicho, «este es mi hijo de mis complacencias, escuchadle ...»
SIGUE: ¡Convertíos! (inglés)
Antecedentes:
Teología de la transfiguración
Post Datum -- Durante su oración del «Angelus» del 6 de marzo de 2011, el Papa Benedicto XVI dijo que Jesús “nos hace sentir la alegría de ser hijos del Padre que está en los cielos”, pero el hombre “prefiere las arenas de las ideologías, del poder, del éxito y del dinero”, y aunque todo esto “puede satisfacer por un momento el orgullo ... al final, nos deja vacíos e insatisfechos”.
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