Sunday, August 26, 2012

LA RABIA DEL MAYOR


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Según cuenta su propia hermana, Roberto D’Aubuisson, “se refería a Monseñor Romero con mucha rabia, con mucho odio”. (EL FARO.) La responsabilidad de D’Aubuisson por el asesinato está establecida hasta la saciedad a base de varios estudios, incluyendo un informe de la ONU, un proceso de la OEA, numerosas investigaciones periodísticas y hasta un tribunal federal EE.UU. Ahora la iglesia necesita establecer que D’Aubuisson actuó en «odium fidei» (“odio de la fe”).

El odio de D’Aubuisson queda plenamente establecido. Un informe de inteligencia de la CIA fechado el 25 de marzo de 1981—un año después del martirio de Mons. Romero—señala el odio que lo animaba. “Su odio de aquellos a quienes él sospecha de mantener simpatías izquierdistas”, dice el informe. Su hermana Marisa constata que D’Aubuisson canalizó ese odio hacia Mons. Romero: “Se notaba que, verdaderamente, tenía una cólera muy profunda, pues Monseñor era un líder con mucho poder de convocatoria”, recuerda. “Quizá eso a él le daba rabia”. (EL FARO, supra.) En público, D’Aubuisson se refería a monseñor con desdeño, tildándolo “el ayatola Romero ... hablaba de él lleno de odio”. (EL FARO II.) Las palabras “odio”, “cólera”, “rabia”, no dejan duda del tipo de sentimiento que palpitaba en el corazón del mayor, operador de inteligencia militar que se convirtió en exterminador de todos los objetos de su odio, y también existen varias pistas que nos llevan desde el odio generalizado específicamente al “odio de la fe”.

En primer lugar, es importante considerar el tipo de personas que estuvieron en el blanco de sus ataques. Entre estos figuraban principalmente: los seguidores de la teología de la liberación, los jesuitas y los democristianos. La identificación por D’Aubuisson de sacerdotes como enemigos surge desde la propuesta del dictador boliviano Hugo Banzer, aliado del criminal de guerra nazi Klaus Barbie, en la convención de la Liga Anticomunista Mundial, según los investigadores Terry Karl y Jon Lee Anderson. La Liga sesiona en Asunción entre el 28 y el 30 de marzo de 1977. El 20 de junio de ese mismo año, la Unión Guerrera Blanca—un notorio escuadrón de la muerte fundado por D’Aubuisson—emite su infame “orden de guerra no. 6”, que requiere a todos los jesuitas abandonar el país incondicionalmente dentro de 30 días o aceptar ser eliminados.  Al mismo tiempo, la UGB empezó a colgar avisos que exhortaban “Haz patria, mata un cura”.  El círculo intimo de D’Aubuisson, desde el libro de un colaborador que celebra su trabajo, ve a los jesuitas como los “discípulos del Papa Negro ... terroristas llamados ‘cristianos’”. (PANAMÁ SANDOVAL.) Aparte de estos clérigos, D’Aubuisson también guardaba resentimientos feroces en contra de los políticos democristianos. Los integrantes del escuadrón de la muerte de D’Aubuisson, analizó la CIA, “perciben al Partido Demócrata Cristiano como un enemigo de su partido casi igual a los guerrilleros”.

¿Qué tienen en común los democristianos con los otros grupos que estuvieron en el blanco de la persecución desatada por D’Aubuisson? Igual que los sacerdotes incluidos en las categorías de estas víctimas, los democristianos se inspiraban de la doctrina social de la Iglesia, habían fundado su partido haciendo lecturas de los escritos del Papa León XIII, y el mismo Mons. Romero dijo que el PDC buscaba “objetivos ... parecidos” a los de la Iglesia. Querer callar a todas estas voces era querer callar su voz de reivindicación profética—de la misma manera que el Papa Benedicto, en su visita al campo de exterminio de Auschwitz, dijo que los nazis trataron de eliminar a los judíos para hacer callar a los profetas: “esos criminales violentos querían matar al Dios que llamó a Abraham, que hablando en el Sinaí estableció los criterios para orientar a la humanidad, criterios que son válidos para siempre”, dijo el pontífice, “querían en último término arrancar también la raíz en la que se basa la fe cristiana, sustituyéndola definitivamente con la fe hecha por sí misma, la fe en el dominio del hombre, del fuerte”.

Roberto D’Aubuisson deja un poco al descubierto su “fe en el dominio del fuerte” (en las palabras del papa) cuando hace esta equivalencia: “Creo en dios. Y también creo en mi revolver”. D’Aubuisson no tuvo renuencia alguna para asesinar a sus enemigos de manera masiva. El himno de ARENA, el partido que fundó en 1981, amenaza de que “El Salvador será la tumba donde los rojos terminarán. Juró, según el periódico L.A. TIMES, “exterminar” a la guerrilla, amenazando de que, “tiemblen, tiemblen comunistas … criminales con costumbres de animales”. Ese discurso de reducir a hombres a la categoría de “animales”, también hace paralelo con los ataques retóricos de los nazis contra aquellos que buscaron eliminar. De hecho, D’Aubuisson “expresó su admiración por Hitler por su resolución eficiente del problema judío” (BELLO). La identificación nazi también se vislumbra desde el anónimo que recibió Mons. Romero antes de que los colaboradores de D’Aubuisson lo exterminaran. “La esvástica, símbolo del amargo enemigo del comunismo, es nuestro emblema”, decía una nota. Y D’Aubuisson se unió con nazis en la Liga Anticomunista que, según su propio colaborador, abarcaba a algunos “quienes aún creían en el nacional socialismo hitleriano”. (PANAMÁ, Op. Cit.)

La disposición a exterminar personas al estilo nazi es algo que la Iglesia ya reconoció como odio de la fe. Como lo explica el comentador católico conservador George Weigel, “el odio sistemático de la persona humana (como en el nazismo y otros sistemas totalitarios) es una versión contemporánea del odio de la fe”, ya que “la fe predica la dignidad inalienable de la persona humana y aquellos que odian a la persona odian a la fe de manera implícita”. También demuestran su odio de la fe al sustituirla por otros valores (“Creo ... en mi revolver”). Como lo explica un clérigo de la Congregación para la Causa de los Santos, “El tirano moderno... finge no estar en contra de la religión o incluso no estar interesado en ella ... [p]ero en realidad está sin religión o convierte a alguna ideología en una religión sucedánea”. (WOODARD, Making Saints, Simon & Schuster, 19.) “Cualquier persona que interpreta el nacionalsocialismo sólo como un movimiento político no sabe casi nada sobre él”, dice el mismo Adolfo Hitler, asegurando que, “Es más que una religión...” (LEVENDA, 327.)

Finalmente, el odio de la fe de D’Aubuisson se reconoce de manera que este marcó a Mons. Romero para el exterminio a causa de su trabajo por la paz. “El papel de la Iglesia como mediadora para tratar de acabar con la sangrienta guerra civil les granjeó la enemistad de la extrema derecha”, reconoce un tribunal español investigando crímenes de guerra en El Salvador. Un informe de inteligencia de la CIA también reconoció que, “los derechistas se sienten amenazados por ... el dialogo gubernamental de EE.UU y El Salv. con los líderes de la guerrilla”.

La muerte del arzobispo Oscar Romero, asesinado por un escuadrón de la muerte militar/civil en 1980 ilustra el establecimiento de un inquietante patrón”, dice el hallazgo de la corte española: “la intensidad” de las amenazas de muerte crecían “en proporción a la perspectiva del éxito” de las negociaciones por la paz que llevaba el arzobispo. Las amenazas contra Mons. Romero se tornaron más fuertes “cuando parecía que el arzobispo iba a conseguir que el presidente estadounidense Jimmy Carter cortase la ayuda militar y apoyase las negociaciones”.

Evidentemente, el odio de la fe que operaba dentro de la “rabia” del Mayor D’Aubuisson se reconoce desde su direccionamiento de ese odio a grupos de personas que tenían en común el seguimiento de la doctrina social de la Iglesia como son los seguidores de la teología de la liberación, los jesuitas y los democristianos; desde su opción por la exterminación de clases enteras de gente que no reconocía como dignos de la vida, y su admiración por la eficiencia estilo nazi de tal exterminación; y desde su rencor en contra de los operadores de la paz.

Cuando D’Aubuisson estaba hospitalizado, muriéndose de cáncer de garganta, lo visitó su hermana. Ella le tomó la mano. “Roberto”, le dijo. “Tienes que morir en paz. Te lo ruego, abócate a Romero, pídele perdón desde la parte más profunda de tu corazón, esto te dará la paz, Roberto”. (CNS.) Él reaccionó abriendo los ojos por un momento, acercándola hasta tenerla cara a cara, y ya incapaz del habla por su enfermedad, se echó a llorar.


Ver también


Pruebas indirectas del «odium fidei» (inglés)

Wednesday, August 22, 2012

ROMNEY, ROMERO & THE DEATH SQUADS


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Reports of businessmen linked to Salvadoran death squads investing money in Bain Capital—the investment firm associated with U.S. Presidential Candidate Mitt Romney—raise important questions about whether the investors had any such links, and what Mr. Romney knew about them. An independent commentator recently concluded that, “The evidence” of linkage “is tenuous at best,” and that there is, “no evidence that Mitt Romney was ever aware,” of any linkage. Unfortunately, in the hyperbole of a campaign year, some of the reporting misleadingly implies that a definitive link between the investors and death squads has been established, and that Romney either knew, or turned a blind eye to it. The reporting also implies a connection with the assassination of Archbishop Romero. That insinuation, for one, is spurious.

An example of the sloppy coverage came in a recent interview of Ryan Grim, the author of a Huffington Post piece on the supposed link. Amy Goodman, host of the independently syndicated Democracy Now!, played a clip of Raul Julia as “Romero” and then asked Grim to “talk about how he died and the connection to your story.” Grim responded that we “know, conclusively, that [Romero’s] assassination was ordered by Roberto D’Aubuisson;” that D’Aubuisson started the rightwing ARENA Party, which was “quite simply, the political organization which was managing the death squads;” and therefore, “Mitt Romney, in this context, knew very well what was happening in El Salvador.” While the evidence consistently points to ARENA founder D’Aubuisson as the intellectual author of Archbishop Romero’s assassination, the characterization of ARENA as “the political organization which was managing the death squads” that killed Romero is problematic: Romero was killed on March 24, 1980, and ARENA was first registered as a political party in El Salvador on December 4, 1981.

What Grim may have intended to say was that Romney should have known that D’Aubuisson was accused of leading the death squads in 1984, when the questioned Bain investments were made; that he should have known the investors were linked with ARENA and that ARENA was founded by D’Aubuisson; and that therefore Romney should have questioned whether the investors could be linked to D’Aubuisson’s death squad activity, as well. But that linkage is much more tenuous than what Grim said in his response.

Evaluating the byzantine relationships considered in the Huffington Post article and a similar article recently posted on Salon.com requires following a convoluted path, but none of the suggested connections used to cast suspicion on Romney and Bain establish a direct link between the investors and the death squads, and certainly not with the assassination of Archbishop Romero. A titillating prospect is put forth in the Salon piece, authored by Justin Elliot, who posits that the original Bain investors included four members of the de Sola family, and that a fifth member of that family is mentioned in a ledger seized from a D’Aubuisson aide which reflects purchases of weapons used in the Romero assassination. While that much is true—that the de Sola kinsman was named in the ledger—the man in question, Orlando de Sola, was not mentioned in the ledger in relation to the Romero assassination, but with respect to another matter (making contributions to the Nicaraguan contras, an armed group seeking to topple the neighboring Sandinista regime).

Similarly, the Huffington Post piece floats the possibility that certain named investors or their relatives could be linked to the death squads, but does not quite get us there. Some of the suspicions entertained and promoted are based on accusations against the investors’ relatives, as was true in the Salon piece just discussed. At other times, the suspicion is based solely on a connection to the ARENA Party. For example, the Huff piece notes that, “Ricardo Poma was the first investor Romney thanked when he traveled to Miami in 2007,” in a notorious speech in which Romney name-dropped some of the Salvadorans to flaunt his Hispanic bona fides. Ricardo Poma (the man Romney thanked), the article continues, “became one of the three members of the Bain Capital investment committee,” and it concludes with the ominous note that, “The Poma family were financiers of D’Aubuisson’s ARENA party.”

While factually true, the danger is that, by themselves, these facts about the de Solas and the Pomas, don’t establish complicity with the death squads. For one thing, wealthy Salvadoran families often were divided between members who were complicit with one band and those who sympathized with the other side. Miriam Estupinián was Archbishop Romero’s private secretary and devoted collaborator. She herself was from a wealthy family, from whom she hid her work with Romero. (In fact, even the D’Aubuisson family is thus split. Marisa D’Aubuisson, sister of the ARENA founder, is a fervent Romero devotee, who encouraged her brother to kneel in repentance at Romero’s grave.) In an interview, the archbishop’s secretary described how “progressive” members of these families worked on the same archdiocesan projects that she worked on for the benefit of the poor, and that among these progressive businessmen were, “Francisco de Sola, Ricardo Poma, Luis Poma,” and others—the same families (de Sola and Poma) and even the same individuals (Ricardo Poma) accused in the Salon and Huffington pieces.

Archbishop Romero himself appears to vouch for these families. In his pastoral journal, he recounts a meeting in August 1979, with “Messrs. Poma and de Sola.” He describes them as “Two leaders of private enterprise who are very concerned about the country’s situation, and they wanted to share with me their opinion on the matter since, they maintain, the Church is the only entity that has a moral voice that can guide the country.” Archbishop Romero recounted the Poma and de Sola meeting in his next Sunday sermon and he described them as “businessmen who maintain good labor relations with their workers, even beyond that which the law requires,” and called them “lights of hope.” Romero’s secretary recalls that the families were friendly towards the archbishop as well, and that he had to turn down their gifts. “The Pomas,” she recalled, “were going to give him a car, and he said no.”

Of course, it is still possible that some of the Bain investors had real connections to the death squads that have not been fully described or disclosed. But it is wrong to impute guilt by association or to bandy about Archbishop Romero’s good name just to score political points. That’s just the type of manipulation of his figure that has hurt his cause. Such manipulation was evident in a recent opinion piece that posited that, because Romney was in bed with death squads responsible for the death of Romero (an unproven contention, we know), Romney is not really “pro-life” (“They killed priests, nuns and Archbishop Oscar Romero. How pro-life is that?”).

While we should ask Mr. Romney’s campaign to provide more information about the Salvadoran investors (and, if necessary, ask Bain to divest itself of any “blood money”), let’s not rake Archbishop Romero through the mud. We would do well to model Romero, who did not shrink from denouncing atrocities, but he made sure that any accusation was first substantiated by his legal team. Perhaps tellingly, although Archbishop Romero repeated death squad accusations against D’Aubuisson, he did not make those accusations against the Bain investors.

Sunday, August 19, 2012

EL ÍCONO DE «LOS SITIOS»



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La que podría ser la foto más icónica y apreciada de Mons. Romero fue tomada hace treinta y tres años un domingo 19 de agosto de 1979, en el Cantón de los Sitios Arriba del departamento de Chalatenango. En la famosa imagen, Mons. Romero aparece sentado en una fila de sillas, sosteniendo a una niña vestida de blanco, mientras otro niño que está con ellos admira su crucifijo pectoral. Los niños eran Rosa Irma Gutiérrez, que tenía 5 años cuando la foto fue tomada, y Rafael Gutiérrez, primo de Irma, entonces de 14 años. Más interesante que estos datos de archivo sobre la foto, está el drama de aquel día.

Ese día, aquella población vivió un ambiente festivo por la llegada de Mons. Romero: con cantos, gallardetes, atolada, cohetes, y misa. (Ayala Ramírez.) En su diario, Monseñor resume el tema de su sermón en la misa de campo celebrada aquel día: “Hice un llamamiento a la civilización del amor”. José Eduardo Gutiérrez, un familiar de los niños que aparecen en la foto, recuerda la escena: “celebramos la abundancia de las cosechas, del maíz, los frijoles, los pipianes y todos los alimentos con los que el pobre sobrevive”. (Cartas a las Iglesias.) Otra de las fotos tomadas aquel día muestra a Monseñor recibiendo los dones en una mesa de altar bajo el sol. “El acto fue sumamente simpático”, escribe en su diario, “aunque bajo un sol canicular”. Describe el mensaje que pronunció aquel día: “Les prediqué del pan de la vida al que debe de elevarse el pan de la tierra. La tortilla de nuestro maíz; y que le diéramos gracias a Dios, pero que eleváramos hasta Dios todos estos dones que él nos da”.

Los momentos captados en la famosa foto hablan por sí mismos, pero los recuerdos de los niños son evocativos. “Estaba muy contento de la presencia de Monseñor Romero en mi cantón”, recuerda Rafael (el adolescente que mira la cruz), “pues grandes multitudes de personas de lugares vecinos, periodistas de otras partes venían a acompañarnos a la celebración que Monseñor Romero iba a oficiar”. (Cartas.) La niña de cinco años, por supuesto, tiene recuerdos borrosos, pero sentimentales, del hecho. “Exactamente no recuerdo aquellas palabras que amorosamente me dijo”, dice Irma, “pero si recuerdo que con mucha timidez contemplábamos todo aquello que de niños nos llamaba su atención, su crucifijo, su anillo, su vestuario”. (Id.) “Para mí ese fue un momento muy especial, una bendición de Dios y de Monseñor Romero”, dice Irma. “Él llenó nuestros corazones de fe, y de fuerza para creer más en Dios”. (Semana.)

Pero antes de este momento de ternura captado en la foto hubo una tensión terrible cuando Mons. Romero intentó ingresar al pueblo—algo como una de las escenas dramatizadas en la película “Romero” con Raúl Julia. “Un retén militar a la entrada del pueblo hizo el ya consabido cateo”, cuenta Monseñor en su diario, “en que no respetan la presencia del Arzobispo que va a visitar al pueblo que le toca visitar por razones de su Ministerio y sospechan hasta el punto de examinar todas las cosas que se llevan en el carro. ¡Dios los perdone y los ilumine!” El niño que admira el crucifijo en la foto presenció una escena de indignidad e irrespeto al arzobispo por parte de los guardias a su llegada. “Estos obligaron a Mons. Romero se quitara hasta la camisa para hacerle un registro”, recuerda Rafael, pero “las personas que acompañaban a Mons. Romero comenzaron a cantar”.  (Cartas.) Una de las que cantaban era Francisca Gutiérrez, a quien su hijo aconsejaba callar para no exponerse a peligro. “Pero yo cantaba: ‘No tenemos miedo, no tenemos miedo’. Así fue. Y al final lo dejaron pasar”. (Radio Mundial.)

La acción policial era parte de una escalada de intimidación contra Monseñor por el aparato militar, que lo seguía por sus viajes apostólicos, haciendo despliegues de poder. “En todo Dulce Nombre de María estaba desplegado el ejército que vino de El Paraíso y Chalatenango”, recuerda Rafael. (Cartas.) Mons. Romero ya había denunciado esta campaña de hostigamiento al anunciar su visita al cantón. “Ojalá que los retenes no nos vayan a estorbar", advirtió en su homilía del domingo anterior, “a la gente que va a usar uno de sus derechos más sagrados: el derecho de creer, el derecho de reunión”. El familiar de los niños que fue entrevistado recuerda que al ser interrogado por los soldados, “Monseñor les dijo que el nada más llegaba a dar gracias a Dios por permitir una cosecha más y darnos el sustento diario incluso hasta el de ellos mismo”. (Cartas). “Mi homilía”, había adelantado Monseñor, “quiere ser el alimento que el pastor da a su pueblo de Dios; si desde el Pueblo de Dios se expande hacia el pueblo en general, pues, ¡Bendito sea el Señor!, pero que no se estorbe esta palabra”.

La misa de Los Sitios fue—recuerda Irma—fue “como una fiesta en donde todos asistimos muy contentos, pues nos visitaba Monseñor Romero un padre que según nos decía mi abuelita predicaba tan cabal el evangelio, la doctrina y, sobre todo, proclamaba con tanto valor las injusticias para nosotros los pobres”. (Cartas.)


Irma y Rafael.  (Foto BBC.)

Tuesday, August 14, 2012

95° ANNIV. NASCITA MONS. ROMERO


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15 agosto è il 95 ° anniversario della nascita di mons. Oscar Romero. La data è diventato un giorno di festa a Ciudad Barrios, il luogo dove nacque Romero.

Ogni anno, carovane di pellegrini da San Salvador vanno a Ciudad Barrios di ricordare Romero e la sua eredità.

La commemorazione coincide con la festa dell'Assunzione e con la festa di San Arnolfo (il secondo nome di Romero è Arnulfo), ma la festa ha raggiunto le proprie caratteristiche distintive.

Nel 2003, il tema del pellegrinaggio è stato rapporti Romero con i Romani Pontefici.

Nel 2008, la celebrazione ha sottolineato la fedeltà di Romero al Vangelo.

Nel 2009, gli organizzatori hanno cercato di evidenziare l'infanzia di Romero a Ciudad Barrios.

Nel 2010, i pellegrini hanno pregato per beatificazione dell'arcivescovo.

E l'anno scorso, le esposizioni sono stati collocati al di fuori per le strade per ospitare un clima ecumenico. I pellegrini che si è recato Barrios si è trovato in compagnia di Gaspar Romero, fratello dell'arcivescovo, che è andato con la delegazione.

Quest'anno, i pellegrini si riuniscono presso la Cattedrale Metropolitana e fare il viaggio da lì a Barrios. Una volta lì, i pellegrini potranno vedere i film documentari e riflettere sul l'uomo nato 95 anni fa.

Friday, August 03, 2012

ROMERO and the DIVINE SAVIOR



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At Plaza de las Américas—the iconic front porch of glitzy West San Salvador, on the far end of Alameda Roosevelt, the outstretched ribbon that leads east from here to the gritty urban clutter of downtown San Salvador and the Metropolitan Cathedral—there are two monuments. One is the postcard attraction that literally defines El Salvador: an image of Christ, astride the terrestrial orb, atop an obelisk-like pedestal. “El Divino Salvador del Mundo”—the Divine Savior of the World, is the country’s patron, and His Feast Day, on the 6th of August, is the country’s own spiritual holiday. The Divine Savior inhabits a monumental roundabout on the Alameda and, in a landscaped traffic island about 350 feet in front of it, stands a human scale statue of Archbishop Oscar Romero. It is a providential placement.

Romero stands between Jesus and Greater San Salvador, as if he was an intermediary between the Savior and the saved. “When I as pastor speak to the People of God, I do not pretend to be a teacher for everyone in El Salvador,” Romero said in his famous last Sunday sermon. Instead, he said, he was, “the servant of that remnant that calls itself the Church, the Archdiocese.” For that reduced group of true believers, Romero insisted, he was “the teacher who speaks to them in Christ’s name.” Romero is also a mediator between Salvadorans and their Divine Savior because he made it a point to explain with greater clarity than any other preacher the meaning of their national feast. Beginning with an Aug. 6 sermon the year before he became archbishop, and with three of his four pastoral letters issued on the date of the national feast, Romero developed what he would call a “Transfiguration Theology.” The Salvadoran holiday celebrates the Feast of the Transfiguration—the Gospel account wherein Jesus is confirmed in his Messianic mission by God’s voice from on high, and His face shines like a brilliant sun. Jesus, Romero preached, is inviting Salvadorans to transfigure themselves so they can then reform their corrupt society. This was, Romero preached, the genuine path to true Liberation.

Over the years, Plaza de las Américas, or Divine Savior Square as locals call it, has become the rallying point for parades, carnivals, and protest marches of every stripe, which then proceed down Alameda Roosevelt to San Salvador’s main square, where the old National Palace and Metropolitan Cathedral are located. It is also the path of the candlelit processions that commemorate Romero’s murder, every year. Therefore, Romero, in statue form at the Divine Savior monument, and in his bodily remains at the Cathedral, continues to bear witness to the trials and celebrations of his nation. This year, Salvadorans were reminded of Romero’s perennial presence as a symbol and point of reference when, during nationwide protests spurred by the right in an institutional showdown between El Salvador’s still immature branches of government, protesters defaced Romero’s statue. The incident touched a raw nerve, unpacking quiet but deep indignation—not only at the damage to the monument, which was grave, but more at the inherent disrespect of the vandalism. The feeling was so widespread that the rightwing mayor of San Salvador—a presidential aspirant—appeared at the site of the monument and denounced what he called the “hatred” of the attack, called for respect for the figure of Romero, and promised that the city would help pay for the restoration.

In March 1980, Romero preached his last Transfiguration sermon. He sounded a hopeful note. “God’s plan is loving and powerful and capable of transfiguring all the miseries, injustices, and sins of the people of El Salvador”—he said—“transforming all these realities and all women and men into people in whom the beauty of Christ’s justice and holiness shines forth.” The monuments at Plaza de las Américas embody that hope.