Thursday, September 30, 2010

DEL NON CULTU

Maffeo Barberini asumió el trono de San Pedro en el año 1,623 bajo el nombre papal de Urbano VIII y durante su pontificado influyó sobre el proceso de los santos en maneras que impactan el proceso de canonización de Monseñor Romero el día de hoy. Bajo su reinado se canonizó a San Ignacio de Loyola, el fundador de los jesuitas, una orden sacerdotal que jugó un papel dramático durante el arzobispado de Monseñor Romero, y de cuyos ejercicios espirituales, Monseñor tomó su lema episcopal “sentir con la Iglesia”. Pero el tema que nos ocupa aquí puntualmente son los decretos de Urbano VIII reservando la exclusividad de la canonización a la Santa Sede.

Mons. Romero explícitamente se sometió a esta autoridad exclusiva del Vaticano: “ser mártir supone un proceso de la suprema autoridad de la Iglesia, que lo proclame mártir ante la Iglesia Universal: yo respeto esa ley y jamás diré que nuestros sacerdotes asesinados han sido mártires todavía canonizados”. (Homilía del 23/9/1979.) Sin embargo, existe cierto enfrentamiento entre la pretensión de exclusividad de la Iglesia y el clamor popular de que, “Monseñor Romero ya ha sido santificado por el pueblo salvadoreño” (atribuido al P. José María Tojeira, Sonia Escobar, Monseñor Romero sigue vivo en su pueblo, DIARIO CO LATINO, 31 de marzo del 2008.) Para la Iglesia, “el problema” es que “una parte política quería tomarlo injustamente para sí como bandera, como figura emblemática” (Papa Benedicto XVI, Entrevista, 9 de mayo de 2007). Pero esto debe ser balanceado contra los “peligros” de “canonizar a un Monseñor bueno, piadoso, sacerdotal, pero en definitiva a un Monseñor aguado” y el de olvidar que por prioritaria que sea la pretensión de la Iglesia sobre su arzobispo, “Monseñor Romero, como salvadoreño, como ser humano y como cristiano, es de todos”. (Jon Sobrino, El proceso de canonización de Monseñor Romero, Revista ECA, 2007.)

Existe la posibilidad de un verdadero enredo en la causa de beatificación de Mons. Romero en cumplir los decretos de “non cultu” de Urbano VIII. El cumplimiento con estos requisitos debe ser confirmado en cada proceso de beatificación. DIVINUS PERFECTIONIS MAGISTER, 1983, § 6. Los decretos imponen prohibiciones de “culto” público a una persona antes de ser el culto autorizado por la Santa Sede a través de un decreto de canonización. Urbano VIII prohibe, por ejemplo, retratos de personas con un resplandor detrás de su cabeza, como se acostumbra visualizar a los santos oficiales de la Iglesia. También se prohíben construir altares, Iglesias, a esos santos. Y esto topa un poco con otro requerimiento, el cual es el requisito que un candidato a los altares tenga una “fama de santidad.” Aunque se requiere fama de santidad, que aproxima la devoción, esta devoción no puede sobrepasar el límite de los decretos de Urbano VIII de Non Cultu. Todo se complica aún más cuando existen pasiones políticas, y repercusiones sociales y culturales alrededor de la figura del santo, lo cual evidentemente es el caso con Mons. Romero.

Un ejemplo puntual de cómo todo esto ha desarrollado con relación a Mons. Romero es la ubicación de su Tumba. Cuando Mons. Romero fue enterrado originalmente en 1980, se colocó en un nicho en la planta principal de Catedral Metropolitana, entonces todavía bajo construcción. Cuando el Papa Juan Pablo II visitó la Catedral en 1983, se arrodilló ante la Tumba, en una famosa estampa de esa época. Sin embargo, ese espacio estaba localizado en lo que tradicionalmente es un altar, situado en un costado de la nave principal de la Iglesia. De hecho, ahora funciona como el altar del Santísimo Sacramento. La feligresía había tomado la tumba como un altar a Mons. Romero, colocando placas de gratitud por milagros recibidos, postrándose a orar, poniendo flores y velas, etc. Esto sería un incumplimiento de los decretos de Non Cultu de Urbano VIII. Pero cuando sus restos fueron trasladados a la Cripta de Catedral prevaleció el simbolismo negativo sobre otros criterios: “está enterrado en el sótano de una destartalada catedral de un pobre país de Centroamérica”, se oyó decir. (María López Vigil, Monseñor Romero, Piezas para un Retrato.)

Fue de nuevo el Papa Juan Pablo II quien desmintió la acusación de que la Iglesia quería enterrar a Mons. Romero en un sepulcro más bajo para olvidarlo. En su visita de 1996, el anciano pontífice, achacado con su años y padecimientos, descendió las gradas hacia el ‘sótano de la destartalada catedral’ para demostrar como la Iglesia honra a sus santos. Finalmente, después de que la construcción de la catedral fue terminada, los restos mortales de Mons. Romero fueron trasladados hacia el punto principal de la cripta, directamente debajo del presbiterio, como es la tradición antigua de la Iglesia (véanse los ejemplos de la Tumba de San Pedro en el Vaticano, la Tumba de San Pablo en Roma, la Tumba de San Francisco de Asís en Italia, etc.). En su recorrido por El Salvador, la Madre Teresa de Calcuta también visitó la Tumba, y la Casita donde vivió Mons. Romero (ver foto). Pero aún estas visitas de altos dignitarios del catolicismo, no pudo evitar que algunos interpretaran el contraste entre la Cripta y la Iglesia principal por encima como una dicotomía entre la “Iglesia Jerárquica” y la “Iglesia Popular”.

Será difícil cumplir al pie de la letra con los decretos Non Cultu en el caso de Mons. Romero. Sus seguidores ya le dicen “San Romero” y lo retratan con resplandores, insistiendo que “ya es santo”. Sin embargo, de manera que también desean, y exigen, que la Iglesia lo canonice oficialmente, se tendrá que establecer todo lo requisito por el proceso canónico, para asegurar que el amado mártir no será solamente un héroe popular e icono cultural, sino también un verdadero santo, del Martirologio Romano.

Monday, September 27, 2010

'SHADOWS OF THE ORTHOPRAXY'

One of the most cryptic remarks relating to Archbishop Romero's canonization cause had to be Msgr. Jesús Delgado explanation of the delay in the case in 2006: “It appears that some shadows of the orthoproxy are still scheming over the Archbishop Romero case, and the Church, in its prudence and wisdom, has wanted to take a little more time.” (Conmemoran el 26 aniversario del asesinato de Romero (26th Anniversary of Romero Anniversary Commemorated), LA PRENSA GRÁFICA, March 25, 2006.) Msgr. Rafael Urrutia shed some light on the issue a year later, when Urrutia told the press that, “the process is in the phase of the study of the orthoproxy, which is the study and analysis of his pastoral practice.” (Homenajes a Monseñor Romero en Aniversario, (Tributes to Archbishop Romero in Anniversary), ANSA Spanish Service, March 24, 2007.)

Romero's ministry was decidedly “difficult.” In fact, that's the word with which Popes Paul VI and John Paul II both assessed Romero's circumstances. (James R. Brockman, S.J., Oscar Romero: A Life, Orbis, New York, 1999.) To understand how difficult, consider the salient features of Romero's archbishopric. Romero got to San Salvador on the eve of a civil war, the inevitability of which had been established before he even arrived. El Salvador was governed by a brutal military dictatorship, which had been killing and disappearing its opponents. In reaction to government repression, a rag tag guerrilla movement had sprang up, which had been taking hostages to get money for weapons, occasionally killing the hostages, raising the ire of the moneyed classes, and of most of the country's bishops, who had for years been cozy with official interests in business, government, and the military. Two days before Romero was installed as Archbishop, an election was rigged, defrauding the little feeble hopes of change through the system there may have been.

Meanwhile, young priests who were sympathetic to the marginalized had become increasingly identified with reformists and revolutionaries, at the same time becoming the latest targets of killings by paramilitary death squads. The day before Romero and the other bishops were to issue a balanced statement of conscience regarding the crisis, Father Rutilio Grande, a good friend of Romero, was assassinated. This was the situation that Archbishop Romero walked into in early 1977 when he was named Archbishop of San Salvador. Incredibly, things were only going to get worse. Still ahead for the three short years Óscar Romero would be San Salvador Archbishop: five more killings of priests, several massacres, a schism among the country's bishops that would leave Romero in the minority, the imminent appointment of a special Vatican referee to supervise him, a coup d'etat, and the slow motion train wreck that was the last chance to avoid an all-out civil war in the country. The record is messy. The reality was messier. And the implications of these facts resonate in considerations ranging from Romero's general virtue to the question of the motives for his assassination (which is important for canonization purposes).

To sort out the difficulties of Romero's ministry -- be it to gauge orthoproxy, or just to understand his challenges -- it is useful to take Romero's archbishopric, year by year.

1977: Trial by Fire. Romero is installed on February 22nd. He is coming from a rural diocese in a lush, coffee-growing region to a gritty urban archdiocese, whose Cathedral is unfinished and Romero must have his installation ceremony at the seminary's church in Western San Salvador. By the time he arrives in the capital, San Salvador is bristling with strife over the election fraud. A huge crowd swells at a central plaza. The army fires at the crowd to disperse it, sending the protesters fleeing into a church. On March 12, Fr. Rutilio Grande is killed; the new Archbishop demands an investigation and, unsatisfied with the foot dragging, breaks off relations with the goverment. At the end of the month, Romero goes to Rome and reports to Pope Paul VI on the situation. After his return, he issues his introductory pastoral letter “The Church of Easter,” some of which had been composed at Kennedy Airport en route to Rome. In April, the insurgents kidnap the foreign minister and, the day his lifeless body was found, right wing death squads kill Fr. Alfonso Navarro as revenge. Romero has not been Archbishop for three months. In August, he releases a second pastoral letter, entitled “The Church, the Body of Christ in History.” Romero becomes the most relevant actor in El Salvador and the freshest voice -- the “Voice of the Voiceless.” His broadcast homilies hold El Salvador spell-bound.

1978: The Calm before The Storm. Before completing a full year as Archbishop, Romero has won acclaim. In February, Georgetown University confers an honorary degree and, before year's end, British MPs and later US Congressmen will have nominated Archbishop Romero for the Nobel Peace Prize (he would be beat out by Mother Theresa). The situation remains tense, with leftist radicals taking over embassies during the spring and, to Romero's chagrin, the Cathedral, too. In June, Romero has another audience with Pope Paul, who dies in August, on the same day that Romero issues his third pastoral letter, “The Church and Popular Political Organizations.” Kidnappings and killings continue. In September, a university dean and economist is murdered. The general manager of Philips El Salvador is kidnapped in November. After the brief papacy of John Paul I, the Polish Karol Wojtyla takes over in October as John Paul II. In November, a young priest who was running with the guerrillas is killed, in what the government alleges was a shoot-out. By the next month, the archdiocese gets an “apostolic visitor” (church jargon for an auditor or special investigator checking in on Romero). By the next year, these would be remembered as the good old days.

1979: A National Crisis. On January 20, on the anniversary of the 1932 massacre of up to 30,000 peasants, Fr. Octavio Ortiz is assassinated, about a week before the Latin American Bishops Conference begins in Puebla, Mexico, with the new pope, John Paul II, in attendance. Romero attends, but in a snuff, he is not sent by the Salvadoran bishops conference, which is by now hostile to Romero. In May, four bishops sign a scathing document that is very critical of Romero. That month, Romero meets with John Paul and realizes that the pope is getting very one sided and negative reports. The next day, protesters are gunned down on the steps of the San Salvador Cathedral. In June, Fr. Rafael Palacios is assassinated. Fr. Napoleón Macías is assassinated in August, two days before Romero's fourth pastoral letter, “The Church's Mission amid the National Crisis,” is released. That month, the president of El Salvador denies that there are political prisoners. Two months later, a coup d'etat, staged by reform minded young military officers removes the president and puts in place a military-civilian “junta” government. Romero urges calm. In November, the Salvadoran bishops conference meets to elect officers. The wide open dispute between Romero and most of the other bishops holds the results hostage for over a month and requires the papal nuncio to step in and mediate. Meanwhile, the condition of the country continues to deteriorate. In November, the South African ambassador is kidnapped and by the end of the year, even the U.S. Embassy cuts back its staff on the grounds that El Salvador is too unsafe.

1980: War. El Salvador is at the breaking point. Throughout January, officials quit the military-civilian junta on the grounds that it is corrupt and ineffective. One former minister even joins the guerrillas. As the year begins, Archbishop Romero holds a summit with ministers and justices to try to resolve the crisis. At the end of the month, Romero goes to Rome and meets with John Paul II one last time. He comes away feeling more understood. A few days later, he delivers an address at Leuven University, Belgium, in which he speaks eloquently about the political dimensions of the faith (available here -- in Spanish). The Spanish and Panamanian embassies are taken over by rebels that month. At the end of February, the radio station that transmits Romero's sermons is blown up. A few days later, a centrist, reformist leader is assassinated. At the funeral mass, the pulpit from which Romero preaches is rigged with dynamite, but it fails to go off. The junta tries to push through bank and aggrarian reform to avert all-out war. Violence continues to escalate, and the government repression gets increasingly more harsh. In March, Romero writes to President Carter, urging him not to send military aid to El Salvador. On March 23, Archbishop Romero makes a last ditch, desperate appeal to the armed forces directly, to “Stop the repression!” The next day, he is gunned down saying Mass. The day after Archbishop Romero was assassinated, El Salvador was in all-out war. Forty bombs rocked downtown businesses and banks. By March 27, three government ministers had resigned. At Romero's funeral on Palm Sunday, the rival bishops were booed, and later, 68 civilians were killed and more than 200 injured after on-lookers reported that the army had fired at the crowd.

* * *


After Archbishop Romero's death, Pope John Paul moved to restore the unity of the Salvadoran bishops. He appointed Romero's ally, Arturo Rivera y Damas to succeed him, but moved cautiously, naming him first in an interim basis, and encouraging him to chart a centrist course through the Salvadoran Civil War that was now raging. John Paul also took up Romero's request to appoint another like-minded bishop, appointing Gregorio Rosa Chavez as the youngest bishop in the continent, to help Archbishop Rivera. Finally, when the Pope visited El Salvador in 1983, he prayed at Archbishop Romero's grave, making it difficult to claim that Romero was an outcast. In the years hence, the Church has promoted more conservative bishops, but all of them have embraced Archbishop Romero and his canonization. It is hard to say that the “shadows of the orthopraxy” have been cast out entirely, but the candles in Archbishop Romero's hallowed grave site burn very bright.

Sunday, September 26, 2010

MILAGROS


Es curioso hablar de milagros. Algunos no creen: “Quizás le piden favores, milagros, pero ... no lo hacen porque ven en Monseñor a un santo ‘milagrero’, con poder, sino porque ven a un hombre bueno, alguien que les quiere de verdad.” (Amanece un nuevo día resurrección de Oscar Romero, Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, 24 de marzo de 2005.) Otros piensan que los milagros pueden pasar desapercibidos entre lo cotidiano de la vida: “Monseñor Romero hace milagros con su Clínica, impartiendo clases de salud a más que 11,000 personas anuales, medicinas gratis, cuidado natal, inyecciones, exámenes de cáncer…” (F.A.M., 2006, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Herencia de Monseñor.) Son pocos los capaces de creer como creía Monseñor Romero. “¿Qué cosa es creer?”, preguntaba él: “Creer es cuando Dios dice hasta lo imposible, y el hombre acepta esa palabra”. En otras palabras, “creer es no dudar”. (Homilía de 11/6/1978.)

Las hermanas Carmelitas Misioneras de Santa Teresa que administran el Hospital Divina Providencia, creen – y no dudan – que el descubrimiento de los órganos internos de Mons. Romero, intactos después de estar enterrados en el jardín de la Casita donde él vivió en las instalaciones del “Hospitalito”, es un milagro. (Mario Enrique Paz, La sangre de Romero intacta después de 3 años, LA PRENSA GRÁFICA, 24 de marzo 2010.) Mons. Arturo Rivera y Damas, sucesor de Mons. Romero como Arzobispo, creyó que el encontrar la sangre del mártir todavía liquefactada e incorrupta, fue un signo suficientemente importante como para mandar una muestra al Santo Padre. (Yohamy Alfaro y Vicente Chinchilla, Monseñor Romero, entre los milagros y la fe, DIARIO CO LATINO, 27 de Marzo de 2008.) Y para miles de feligreses salvadoreños, los buenos resultados obtenidos después de orar a “San Romero” para atender a sus súplicas, ya sea por la recuperación de algún enfermo o el buen desenlace de alguna crisis, son comprobantes de que la mano de Dios operó a través de la intercesión de Monseñor. Las placas de “gratitud” acumuladas en su antigua tumba atestiguan a ello.

La Iglesia afirma que los milagros obtenidos por la intercesión de los santos existen y que son aprobación divina de su santidad – tanto así que es necesario comprobar la ocurrencia de milagros para canonizar a una persona (declararle “santo”). (Divinus Perfectionis Magister, 1983.) Según el actual Arzobispo de San Salvador, Mons. José Luis Escobar Alas, “Lo más importante para que el proceso [de canonización de Mons. Romero] vaya adelante es la oración, debemos ... pedirle a él que interceda por nosotros, las gracias obtenidas ayudarán a que el proceso avance”. (Alma Vilches, Informan sobre beatificación de Monseñor Romero, DIARIO CO LATINO, 22 de Marzo de 2010.)

Sin embargo, no es el milagro en si el que vale o hace valer a un mártir, de la misma forma que “no solamente los milagros sino también los sufrimientos y la misma muerte” de Cristo constituyen su divinidad. (Catequismo de la Iglesia Católica, 468.) Es por eso que para un santo “ordinario” (por decirlo así), la Iglesia requiere dos milagros para poder canonizar; pero para un mártir, es suficiente un solo milagro, ya que “los sufrimientos y la misma muerte” sirven como los signos que nos señalan su santidad.

Cuando Mons. Rivera le envió el frasco de la sangre de Mons. Romero a Juan Pablo II, se dice que el pontífice le respondió que “no se necesita un milagro para comprobar que Mons. Romero fue un mártir” (según fuentes publicadas, Juan Pablo dijo en varias ocasiones que Mons. Romero “verdaderamente fue un mártir”). (Kenneth Woodward, Making Saints (La Fabricación de los Santos), Simon & Schuster, New York, 1990, págs. 39-44.) La reacción del papa refleja un sabio balance de las consideraciones importantes en un proceso de canonización:

  1. cuando se trata de un martirio, comprobar el hecho martirial es más importante para la beatificación que comprobar milagros;

  2. los milagros que se toman en cuenta en un proceso de canonización son generalmente las curaciones médicas, y el milagro de la sangre de Mons. Romero, aunque pueda ser visto como una “seña”, no necesariamente se calificaría como el “milagro” requisito para aprobar su canonización; y

  3. finalmente, el momento en que se presentó la sangre no era el oportuno para tramitar asuntos de milagros en el proceso de canonización ya que eso sería después del decreto de beatificación.

Los tres puntos tienen vigencia hasta hoy.

Con estos señalamientos en mente, como que la Providencia ha querido que el milagro importante para la canonización de Mons. Romero surja desde sus pobres, desde esa colección de ladrillos inscritos con las gratitudes de sus necesitados. Uno de ellos será posiblemente el milagro que lo ayude a atravesar el umbral de los santos. La sangre incorrupta de Mons. Romero sea para los demás un “signo”, un recordatorio de que, como mártir, es su voluntad a derramar su sangre por la justicia del Evangelio del Señor lo que lo hace merecedor de los altares. Y finalmente, tampoco debemos olvidar el milagro de su pastoral profética. Un misionero de la India una vez le dijo a Mons. Romero, “siento que lo que aquí se está viviendo, es algo milagroso”. (Hom. 30/9/1979.) En realidad, lo trascendente de todo milagro, es hacer presente a Cristo en la historia.

Sunday, September 19, 2010

ANAMORÓS


Most biographies of Óscar Romero contain a one liner stating that his first parish assignment was Anamorós, but they move on to Romero's next assignment without saying anything else about this place. This is for good reason: Romero was parish priest at Anamorós only a few months, and he was at his next assignment as the bishop's secretary in San Miguel for over twenty years. More importantly, though, little is said about Romero at Anamorós because, quite simply, little is known.

The town is small and hard to reach, even today. There are few paved streets and only one road to get into town. Its stretch is of varying quality. About 560 feet above sea level, Anamorós is in a mountainous northeastern El Salvador, near the border with Honduras -- about the same altitude as Lima, Peru. During the Salvadoran Civil War, this region was plagued by strife, with the mountains and rivers that dot its topography providing look-out posts and hiding places for the cat and mouse games of the war.

It seemed even more remote in 1943, when Father Romero arrived late that year. Romero's younger brother, Gaspar Romero, recalls that there was no running water or electricity in the rustic little town. (Gloria Silvia Orellana, «Monseñor Romero me enseñó a perdonar» (Msgr. Romero taught me to forgive), DIARIO CO LATINO, March 24, 2010). Young Father Romero had to reach the village traveling on horseback over the rugged terrain because there was no vehicular access into town. (Id.) Apparently, Father Romero encountered lean times at his first parish. A noted Romero biographer notes: "A stained snapshot shows Romero during this time with two campesinos, looking very thin in a cassock and round clerical hat." (James R. Brockman, S.J., Oscar Romero: A Life, Orbis, New York, 1999, p. 39.)

Romero's brother Gaspar recalls a hard life for Father Romero. He recalls that the young parish priest (Father Romero was 26 at the time) had to bathe in the Anamorós river in the chilly mountain morning air, because of the lack of water service into town. (Orellana, supra.) But, Romero never questioned being sent there, never asked for a reassignment and, when a reassignment came, he did not question being reassigned when he was, even though he had developed close ties with his parishioners. (Id.) Gaspar Romero recalls seing the same serenity in his brother in February 1977, when he was named Archbishop of San Salvador. Romero was very contented at the time as Bishop of a rural diocese, and he sensed that the San Salvador assignment would entail a "high sacrifice," but he told his brother, "I have to obey." (Id.)

Thus, Anamorós symbolizes Romero's humility and unflinching sense of obedience to the Church. Soon after becoming archbishop, Romero lamented that not everyone had the same attitude of obedience. Sometimes, "when there is a change in pastor," he noted, "the reaction of the people is one of repugnance against the bishop who makes this change." He warned such communities: "This is not the Church. The true Church is the one ... where the people are united with their bishop and with their missionary, who must leave them and travel to another community." (9/11/1977 Sermon.)

Anamorós also embodies the lesson Romero preached in April 1978, when he reflected on Christ's teaching that, "Whoever believes in me will do the works that I do, and will do greater ones than these" (John 14,12). Drawing on that divine guidance, Romero preached that, "Every priest, even the priest in the most humble parish, is doing greater things than Christ in the sense of today’s gospel." He added that, "The same can be said of the catechist and the parents and the leaders of the Word, his own, his disciples -- they are bringing to the world the Lord’s redemptive work." (4/23/78 Sermon.) Romero expounded on this point in his Sermon to the Teachers, saying to them, "you teach the way Christ taught us by commandment to teach." He continued, "I see the humble teacher from the humble hamlets that I too have traveled, feeling great sympathy for these priests of the schools [and] for the teacher of the uncomfortable lifestyle of the province" -- It is hard to imagine Romero could utter these words without thinking of Anamorós! -- "but receiving such gratitude that perhaps only in that rural setting can be received with such love, and with such sincerity." (4/23/78 Sermon, available only in Spanish text.)

Finally, in addition to giving Romero a lesson in humility and obedience and a lesson about the fulfillment and gratitude from the countryside, Anamorós was also an abject lesson about the realities of peasant life for Archbishop Romero. There also are hints of Anamorós when Romero speaks of the plight of the rural poor:

There is no doubt that the situation of agricultural workers is painful and alarming ... 67% of women campesinas give birth without any medical assistance; 60 out of every 1,000 children born in the rural areas die; only 37% of the families living in the rural areas have access to water; 73% of the children in the rural areas are malnourished; 50% of the rural population cannot read; more than 250,000 families in rural areas live in dwellings with one room and the average number of members in these families is 5-6 persons. This scandalous situation that our campesino brothers and sisters suffer is explained, in large part, by the fact of the unjust and unequal distribution of land ... only 0.07%, less than 1% of the population, own 40% of the land. And the land they own is the best land.
(12/16/1979 Sermon.) The statistics may have come from the Ministry of Agriculture, but Archbishop Romero's righteous indignation in denouncing injustice here comes straight from Anamorós.

The pastoral journey that Óscar Romero concluded in San Salvador began in Anamorós. Although his time in Anamorós was too brief for Romero to make a decisive mark, it is clear that Anamorós left an indellible imprint on Romero's pastoral psyche, which in turn allowed Óscar Romero to make an impact which, today, reaches far beyond the little hamlet of Anamorós.

Saturday, September 18, 2010

SENTIR CON LA IGLESIA
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La Congregación para la Doctrina de la Fe estudió durante diez años los escritos y las homilías de Monseñor Óscar Romero y dictaminó: “La Comisión ha concluido que Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la iglesia, del evangelio y de los pobres”. (“Un hombre de la Iglesia y del Evangelio”, EL DIARIO DE HOY, 22 de marzo 2005.) Contando con mucho menos tiempo y menores recursos, SUPER MARTYRIO ha tomado el pulso del pensamiento de Romero en cuanto a algunos temas puntuales, y nos quedamos con una proyección de un obispo apegado a la autoridad, jerarquía y enseñanzas de la Iglesia Católica hasta el final de su vida.

Obispo jerárquico. Mons. Romero predica la autoridad de la Iglesia y del papa: “La jerarquía para la Iglesia y la Iglesia para el mundo. Por eso, cuando muere un Papa el mundo entero, y desde luego la Iglesia entera, clava sus miradas en Roma, sabiendo que allí está el signo de este pueblo de Dios”. (Homilía 22/10/1978.) En una alusión muy ilustrativa, Romero predica que no es suficiente que San Pablo vea a Cristo en una aparición, sino que tiene que obtener autorización de los otros apóstoles: “Esto necesitamos todos los que predicamos también: una vocación en la que sentimos el llamamiento de Cristo. Pero no basta, sino una comprobación jerárquica que nos una al magisterio autorizado de la Iglesia”. (Hom. 13/5/1979.) Romero declara: “Preferiría mil veces morir, antes de ser obispo cismático”. (Hom. 26/8/1979.) Y advierte: “pobrecitos los hombres y mujeres que sigan la predicación, la actuación de un sacerdote rebelde”. (Hom. 25/11/1977.)

Teologías conservadoras. Más allá de sus declaraciones de lealtad, Mons. Romero exhibe una fidelidad integra a las enseñanzas tradicionales de la Iglesia Católica Romana. En medio de toda uno “revolución cultural”, Romero se apega a las doctrinas tradicionales. Se opone al divorcio: “muchos creen que ya porque lo aprobó la Asamblea … ya esa legalización convertiría en moral un acto ... [pero] aun cuando mil legislaciones legislaran contra sus principios cristianos, sería un pecado contra la moral”. (Hom. 30/9/1979.) Se opone a la homosexualidad, al uso de los anticonceptivos, y a las relaciones sexuales entre personas no casadas, todo lo cual tilda de “aberraciones” y las compara a la prostitución, porque “es únicamente poner un uso de funciones corporales al servicio del placer, del egoísmo”. (Hom. 6/11/1977.) Los que creen que el rechazo de los anticonceptivos en HUMANAE VITAE (1968) es una doctrina ultra-conservadora, se admirarán de la fidelidad con cual Romero respalda esa decisión, argumentando que: “todo acto conyugal tiene que quedar abierto a la vida, y que todo estorbo a la vida, en su misma fuente, es un pecado contra la naturaleza”. (Hom. 17/6/1979.)

Pero, Romero reserva sus más duras condenas para un pecado en particular: “El aborto, crimen abominable, también es matar”. (Hom. 18/3/1979.) Para Romero, todos estos abusos en el tema sexual tienden a un pecado central que es “servicio del placer, del egoísmo” (cita anterior). Esto lo hace equivaler a todo lo que denuncia en su prédica social, incluyendo a las masacres y a la represión. Como lo explica él: “Si sentimos la represión porque nos matan a jóvenes y gente que ya es grande, lo mismo es quitar la vida en las entrañas de la mujer: es hombre como el profesor que es asesinado, como el Ministro de Educación que es asesinado; también el niño en las entrañas es un hombre que por el aborto es asesinado”. (Hom. 17/6/1979.)

Dictadura del relativismo. Mons. Romero aceptó y repitió la lógica de Juan Pablo II de que al no insistir en la permanencia de la moralidad, se “dejaría espacio libre a peligrosas formas de relativismo”. (Hom. 30/9/1979.) Mons. Romero insiste en la superioridad moral de la creencia en Dios sobre la no creencia: “Queridos hermanos, el ateísmo, la negación de Dios, casi siempre va junto con un vacío moral del hombre o del pueblo”. (Hom. 21/5/1978.) Se refiere a los protestantes con respeto, pero con la frase “hermanos separados”, la misma que promulgó la Congregación para la Doctrina de la Fe en un decreto sobre el ecumenismo. (Homs. 27/11/1977, 11/6/1978, 16/9/1979 y 9/12/1979; UNITATIS REDINTEGRATIO, 1964.)

Iglesia tradicional. Mons. Romero es destacado por un estilo de sacerdocio tradicional. Existen muy “pocas fotografías de Óscar Romero sin sotana”. Elmer Romero, Romero, Asociación Equipo Maíz, San Salvador, 2000, pág. 44. Cuando hablaba con otros sacerdotes, a veces hablaba en Latín. (Manuel Beza, "Mi testimonio sobre Monseñor", Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 13/1/2002.)
Adentro de la Iglesia, Mons. Romero insiste en el celibato sacerdotal: “Si nosotros sacerdotes hemos aceptado una renuncia al matrimonio, tenemos que ser fieles precisamente porque hay que dar testimonio en medio de los casados que las relaciones sexuales sólo tienen un valor relativo”. (Hom. 6/11/1977.) No admite campo para le negociación, ya que: “la Iglesia, poniéndolo como condición de su sacerdocio, lo aceptó libremente. Se trata de una palabra de honor dada a Jesucristo, y más que aspectos canónicos o conveniencias de otro tipo, hay que mirar eso”. (Hom. 12/4/1979.)

Romero también celebra el papel tradicional de las mujeres adentro de la Iglesia:
La Iglesia es una institución fundada por Cristo, y en seguimiento de Cristo surgen diversas vocaciones. Aquí mismo en el país tenemos tantas congregaciones: Los jesuitas, los dominicos, los salesianos, los somascos, etc., etc. Así como también en el orden femenino: Las religiosas del Sagrado Corazón, las religiosas oblatas al Divino Amor, las salesianas y una pléyade de organizaciones que están haciendo tanto bien a la Iglesia.
(Hom. 26/6/1976.) Para Mons. Romero, es necesario que las vocaciones femeninas sigan ese “orden” para dar su voto de “obediencia” a los mandatos de la Iglesia (i.e., la “institución fundada por Cristo”). Otra vez, Romero enmarca el asunto en el contexto social imperante: “En estos tiempos de tanta rebeldía, en estos tiempos en que también se abusa de la obediencia queriendo imponer leyes injustas, en este tiempo en que se falsifica tanto la rebeldía como la autoridad, es necesario tener conceptos claros”. (Hom. 17/12/1977.)

Cercano al Opus Dei. Finalmente, uno de los hechos más insignes del tradicionalismo de Mons. Romero fue su admiración por el Opus Dei y su fundador. Cuando este murió, Mons. Romero escribió al papa pidiendo su beatificación (que ya se ha dado): “Tuve la dicha de conocer a Monseñor Escrivá de Balaguer personalmente y de recibir de él aliento y fortaleza para ser fiel a la doctrina inalterable de Cristo y para servir con afán apostólico a la Santa Iglesia Romana”. (Carta, 12/7/1975, citada en José Miguel Cejas, “El arzobispo de El Salvador, Óscar Romero, y el Opus Dei”.) Durante su arzobispado, Romero elogió al Opus varias veces en sus homilías, deseando que su “testimonio redunde también en cambios de una sociedad que tiene que cambiar desde las entrañas del evangelio”. (Hom. 7/10/1979.) Su vicario general y cercano colaborador, el P. Jesús Delgado, era un hombre del Opus Dei. (Gianni Valente, "La memoria di un martire", 30 GIORNI, marzo 2002.) Y su confesor era miembro del Opus, y Mons. Romero pasó el último día de su vida en un retiro del Opus Dei con Mons. Fernando Sáenz Lacalle, quien sería un día su sucesor. (Cejas, Supra.)

En el lema episcopal de Mons. Romero, “Sentir Con La Iglesia”, está plasmada la añoranza de Mons. Romero de mantener la unión con el sentimiento y pensamiento de la Iglesia, y de experimentar su peregrinación por esta tierra a través de los “sentidos” de ese cuerpo místico de la Iglesia y es así que Mons. Romero llego a ser un obispo apegado a la autoridad, jerarquía y enseñanzas de la Iglesia.

Friday, September 17, 2010

WESTMINSTER
El Papa Benedicto XVI arriva en la Abadía de Westminster en Londres, el viernes 17 de septiembre del 2010 y aprecia los nichos de los mártires del siglo XX, incluyendo a Mons. Romero en un punto central. Pasa debajo de la estatua de Mons. Romero al entrar y salir del Templo. • Pope Benedict XVI arrives at Westminster Abbey in London on Friday, September 17, 2010 and appreciates the niches of the Martyrs of the 20th Century, including Archbishop Romero in a central place. He passes underneath Archbishop Romero’s statute upon entering and leaving the Church.

Saturday, September 11, 2010



FIRE BRAND

On May 24, 1941, a young Oscar Romero, studying for the priesthood in Rome, prayed to the Sacred Heart of Jesus to, "Burn off the slag and make me an iron, red hot with your love." (J. Delgado, "Romero, Un joven aspirante a la santidad" (Romero, a young aspirant to saintliness), ORIENTACIÓN, Vol. LV Nº 5463, March 25, 2007.) Overlooked by most Romero biographers, the young seminarian's notes from the era open a window into the deep intense devotion that set Romero on a path to martyrdom. "I want to suffer!!" Romero exclaims in November 1939, soon after he had arrived for his priestly training. "Study is hard, hunger humbles me, everyday living torments me, my thesis worries me. It matters not! Avanti!! (It., for 'onward')." (Id.) On the day he was ordained, Romero goes much further, making a pledge that he would live to fulfill:

Yes, Christ! By your Sacred Heart I promise to give myself entirely for your glory ... I want to die this way: in the middle of work, fatigued by the journey, tired and weary ... I will recall your toils and they will be the price of redemption ... promitto (It., for 'I promise').
(Id., April 4, 1942 notes.)

Msgr. Jesús Delgado Acevedo, who worked with Romero as Archbishop, gathered and published the fragments of Romero's seminary notes in the San Salvador Archdioce's newspaper, which Romero himself had once edited. (Id.) "A human being's youthful years," Delgado wrote in the introduction, "reveal his aspirations and the human values that are becoming settled in his personality." In addition, Delgado pointed out, "these are years in which the young person still possesses a see-through sincerity that facilitates a truer ... projection of his real personality." (Id.)

Romero's personality was a mixture of shyness covering up an inner intensity which often bubbled up as excess nervousness. Romero's hands trembled when he had to lead the readings, and he suffered headaches that robbed his nights of sleep. Yet he struggled to overcome his "natural timidity." (Id.) Romero's religious fervor comes across like young love: blinding and tempestuous. More than once, Romero describes his spiritual yearning as akin to being 'virile.' "I spoke to [a fellow seminarian] during the recess and during the after-lunch break," Romero wrote in February 1940. "How the heart flares when the fiery love of the Sacred Heart is blowing! Pray so that you can be holy and pure. Be strong. Virile."

These heady days of zeal and passion were tempered by Romero's encounter with two themes that would become even more relevant in Romero's latter years: war and poverty. War was ever present when Romero arrived in Rome. "Europe and almost the whole world were a conflagration during the Second World War," he later recalled. (Romero, CHAPARRASTIQUE, September 29, 1962; quoted in Jesús Delgado, Oscar A. Romero, Biografía, Ediciones Paulinas, Madrid, 1986, p. 21. Translated by James R. Brockman, Romero: A Life, Orbis, New York, 1999, p. 38.) "Fear, uncertainty, news of bloodshed made for an environment of dread," Romero recalled. "At the Latin American College rations grew smaller by the day. Father Rector would go out looking for something to eat and return with squashes, onions, chestnuts, whatever he could find, under his cloak ... Almost every night sirens warned of enemy planes and one had to run for the shelters." (Id.)

Romero also confronted the specter of poverty, and reacted with an abiding compassion that would later characterize his ministry. On November 9, 1940, Romero reported taking a stroll along the Tiber River and coming across a beggar who offered to fix things in exchange for a handout. Apparently heart-broken, Romero reflected, "What a face of anguish he presented!!!" (emphasis in original). Romero tells of another pauper who was begging for bread near the Latin American College. Romero confesses that he had been stashing bread in his dorm room, against seminary regulations and that he gave his stash to the beggar.

Romero also confronted the inequities of the world, with its haves and have-nots and acknowledged the inherent unfairness. On Christmas Eve 1940, Romero reflected on a rare snowfall over Rome, commenting how, "Here I am savoring very comfortably this beautiful white panorama," from his heated dormitory, "while outside how many poor people suffer from hunger, cold and broken spirits." Exactly one year later, on Dec. 24, 1941, Romero makes an observation that has resonance in his final years: "The poor are the incarnation of Christ. Through their tattered clothing, their dark gazes, their festering sores, the laughter of the mentally ill ... the charitable soul discovers and venerates Christ." (Compare, 2/17/1980 Sermon: "As we draw near to the poor, we find we are gradually uncovering the genuine face of the Suffering Servant of Yahweh. We are getting to know, from first hand experience, the mystery of Christ who became human and became poor for us").

Thursday, September 09, 2010


"LA VOZ DE DIATRIBA"
Las últimas palabras de Monseñor Romero –contundentes y proféticas:


En este momento la voz de diatriba se convierte en el cuerpo del Señor que se ofreció por la redención del mundo.

(Hom. 24/3/1980, Colección Koinonía.)

Luego una plegaria por que la Eucaristía nos alimente “para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo” -- y pocos momentos después el disparo que sigue reverberando detrás de esas palabras. (Id.) Como opina un venerable comentador del asunto, “Un set de filmación de Hollywood y su coreografía no podían haber igualado el verdadero martirio del Siglo XX”. (Julian Filochowski, “La audacia de Romero”.) Porque, “En un país católico, con el nombre de Cristo -- El Salvador --, el Arzobispo Metropolitano fue muerto a tiros en el centro de la Misa tan pronto terminó su homilía y se trasladó al centro del altar para presentar el pan y el vino en el ofertorio”. (Id.)

El escenario es muy certero, pero el guión hay que rectificarlo. Monseñor nunca dijo que “la voz de diatriba se convierte en el cuerpo del Señor”, ni tampoco que la Eucaristía nos alimenta para “dar conceptos”. Dijo “la Hostia de Trigo” (y no “la voz de diatriba”) se convierte en el cuerpo de Cristo, y nos alimenta para darnos la voluntad de imitar a Cristo en su sufrimiento, y así traer “cosechas” (no “conceptos”) de justicia y de pan a nuestro pueblo. Algunos podrán pensar que las palabras exactas quizá no importen tanto, pero ya que se trata de las últimas palabras de Mons. Romero, y de aquellas que él quiso darnos en el momento preciso de su martirio, tomamos aquí la oportunidad de presentar los comprobantes definitivos que esclarecen sus expresiones.

Pruebas desde el audio. Cualquier persona puede oír la grabación de las últimas palabras de Mons. Romero y escuchar atentamente para confirmar que dice “la Hostia de Trigo” y no “la voz de diatriba”, y que dice “cosechas” y no “conceptos”. La grabación es de baja calidad, pero probablemente posee suficiente fidelidad de sonido para poder distinguir las silabas individuales de las palabras, al escuchar con cuidado.

Pruebas desde lo académico. En su biografía sobre Mons. Romero, redactada en dos ediciones, el P. James R. Brockman, S.J., trascribe las palabras de la última homilía interpretando que dice “la Hostia de Trigo” y no “la voz de diatriba”, y que dice “cosechas” y no “conceptos”. (The Word Remains: A Life of Oscar Romero (Orbis, Nueva York, 1982).)

Pruebas desde el contexto. Cualquier persona puede estudiar el resto del texto de la homilía de Mons. Romero, la cual explicaba la parábola del grano de trigo. En la lectura de aquel día, los feligreses habían escuchado que, “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo; pero si muere, produce mucho fruto”. (Juan 12:23-26.) Recogiendo estas referencias, Monseñor ya había hablado de trigo y de cosechas en la primera parte de la Homilía:

[A]l que se entrega por amor a Cristo al servicio de los demás, éste vivirá como el granito de trigo que muere, pero aparentemente muere. Si no muriera se quedaría solo. Si la cosecha es, porque muere, se deja inmolar esa tierra, deshacerse y sólo deshaciéndose, produce la cosecha.

(Id.) Monseñor hablaba en su homilía de cosechas, y de trigo.

Pruebas desde el uso anterior. Al examinar las homilías anteriores de Mons. Romero, uno se entera que ya había lanzado ese mensaje que estaba enviando el 24 de marzo. En su homilía del 28 de mayo de 1978, Mons. Romero predicaba: “Y han escuchado en la carta de San Pablo hoy, cómo está evidente la presencia de Cristo en la hostia ... ‘Y el pan que partimos, la hostia de trigo ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo’?”. (Hom. 28/5/1978.) En cambio, Mons. Romero nunca vincula en sus predicas anteriores a la Eucaristía con “la voz de diatriba”. Al contrario, Mons. Romero denuncia esas voces de diatriba, en su oración: “Te doy gracias Padre, porque este servicio a la Palabra que yo trato de hacer, me lo comprenden los humildes, los sencillos de corazón; cuando en cambio se torna diatriba, se torna ofensa, y suscita y desata calumnias para todos aquellos que se creen autosuficientes, soberbios, encastillados en su propio modo de pensar y no quieren que nadie les llegue con la doctrina auténtica del verdadero Evangelio.” (Hom. 23/4/1978.)

En el lenguaje de Mons. Romero, sería raro y confuso asociar la Eucaristía con “diatriba ... ofensa ... calumnias”, pero sería harmónico, lógico y consistente asociarla con la “Hostia de Trigo”.

Pruebas desde la Teología. El aspecto central de la Eucaristía es la unidad. Por eso se le dice “Comunión” – une a los creyentes con Cristo (Catequismo de la Iglesia Católica, §§ 790, 1003, 1391); los une con la liturgia del Cielo (Catequismo § 1398) y los une con otros creyentes (Id.). Mons. Romero predicaba esto. Predicaba que la Eucaristía es Comunión con Cristo: “si un cristiano ... prescinde de ... vivir la comunión con Cristo, no es un liberador cristiano”. (Hom. 28/5/1978.) Predicaba que la Eucaristía es Comunión con la liturgia del Cielo: “esta comunión que nos une ... con la liturgia del cielo”. (Hom. 21/1/1979.) Predicaba que la Eucaristía es Comunión con otros creyentes: “cree la Iglesia en la comunión de los santos y en el amor que une a los hombres”. (Hom. 22/5/1977.) Por estas razones teológicas, es improbable lo contradijera substituyendo la comunión con la diatriba.

Finalmente, es importante esclarecer el tema, porque puede ser un elemento importante en la causa de canonización. El papa Juan Pablo II siempre estuvo impresionado con el hecho de que Mons. Romero fue “impactado durante el momento más sagrado, durante la función más alta, más divina”. (Audiencia General, 26/3/1980.) Visitando la Catedral, el papa elogió a Mons. Romero por “la entrega misma de la vida de manera violenta, mientras celebraba el Sacrificio del perdón y reconciliación”. (Discurso, 6/3/1983.) Considerar, equivocadamente, que Mons. Romero entregó su vida igualando a “la voz de diatriba” con el Cuerpo de Cristo puede restarle meritos injustamente a su causa, cuando verdaderamente alcanzó una corona martirial digna de la perfección cristiana. (Juan Pablo, Audiencia General, 25/3/1981.)

Tuesday, September 07, 2010


PEASANT PENTECOST: Archbishop Romero's 'Lost' Pastoral Letter

Legend has it that, before he was chosen Archbishop of San Salvador, Oscar Romero was a "conservative ... friend of the wealthy elite ... supporter of the military" who "appeared oblivious to the conditions of the poor and the growing military repression" in El Salvador. (Fr. John Dear, "Archbishop Romero's Conversion.") Only after Romero assumed his post as Archbishop of San Salvador in February 1977 and his friend Fr. Rutilio Grande was killed in March 1977, the story continues, did Romero experience the transformation that put him on the right side of history: "He underwent conversion when he saw the bloody body of his friend, Rutilio, and he never turned back." (Id.)

But a pastoral letter Msgr. Romero wrote in May 1975 while he was Bishop of Santiago de Maria, a rural diocese in agricultural Eastern El Salvador, reveals the pastoral sensibilities of a post-Conciliar bishop beginning to work out the practical application of the Second Vatican Council -- the set of Church reforms that later would lead Romero to become an outspoken champion of social justice. ("El Espíritu Santo en la Iglesia," Romero, 1975. (In Spanish.)) Romero's pastoral letter was entitled "The Holy Spirit in the Church," and it was released on Pentecost Sunday 1975. In this letter, Romero invokes the Pentecost theme to confirm his own ministry. Pentecost marks the descent of the Holy Ghost over the Apostles, depositing authority in them and in their successor, the Bishops. But Romero clearly also acknowledges in this letter the validity of the Second Vatican Council. The title, "The Holy Spirit in the Church," acknowledges it implicitly, and Romero acknowledges it more explicitly in the contents. He cites to the documents of Pope Paul and the Council, exclusively, including 12 cites to Lumen Gentium. Other documents cited include Sacrosanctum Concilium and Paul's Populorum Progressio. (Romero also implicity acknowledges the Latin American Bishops' pronouncement at the Medellin conference, because he cites the Pope's message in response to the "social concerns" of the Bishops.)

More explicitly, Bishop Romero tackles head on, in this first pastoral letter, the question of social justice and he calls the lack of it an impediment to a purely spiritual ministry. "We are seriously concerned," he writes, "[about] the unjust social, economic and political inequality that our brothers and sisters live in." (Id.) Bishop Romero laments that this inequality presents an "obstacle" to his spiritual mission and he adds that, "My word as a pastor would be incomplete if it did not refer to this alarming but concrete situation in which the Church has to live and operate in this region of the country, which is so blessed with natural gifts, but which groans, as St. Paul would say, to be 'liberated from its bondage to decay and brought into the glorious freedom of the children of God.' [Romans 8:21]." (Id.) Bishop Romero is not only denouncing the underlying social injustice, but also prescribing its solution -- to be "liberated," pursuant to the tenets of Scripture. (Id.)

Romero was Bishop of Santiago de Maria between 1974 and 1977. His Diocese was located in a rich coffee-growing region of El Salvador. By all accounts, Bishop Romero encountered a situation rife with labor conflict between the rich coffee growers and the peasants:

During his two years as Bishop of Santiago de Maria Romero crisscrossed his diocese on horseback, talking with laboring families to learn how he could best serve them. The reality of their lives horrified the bishop. Every day he discovered children dying because their parents could not pay for simple penicillin; people who were paid less than half of the legal minimum wage; people who had been savagely beaten for 'insolence' after they asked for long overdue pay.

(Biography of Archbishop Romero on Notre Dame University web site.)

Romero's first pastoral letter constitutes a clear, if tepid, declaration of the Bishop's commitment to social justice. In addition to the language cited above from a section called "Social Injustice an Obstacle to Communion," Bishop Romero also includes an embryonic formulation of the "preferential option for the poor," in a section entitled "Blessed are the Poor." In it, he writes that, "because they are better disposed to the virtue of poverty of spirit, they deserved the first Beatitude of the Divine Master" and that "their precarious situation has always deserved the preferential love of Christ and of His Church." (Id.) Romero preached the same point at the end of his ministry. (See, e.g., 2/17/1980 Sermon.)

To be clear, Romero writes tentatively in his first letter, as one would expect he would in the very first written message to his new flock. "Even in the necessary instances of denunciation," he writes, "mine will be the language of love of a pastor who has no enemies but those who willingly wish to be the enemies of the Truth of Christ." (Id.) He also serves up numerous admonitions against liberation that is merely temporal, or divorced of its transcendent aspect. "That paradise which a false liberation seeks to contruct here on earth is a mere fantasy," he warns in one place. (Id.) "The true objective of Christian liberation and the true competency of the Church's work," he writes elsewhere, is "to dignify man to the point of making him, through the conversion of the heart and the acceptance of grace, a true son of God." (Id.) (Compare this to Romero in 1980: "Jesus, on the heights of Tabor, is a wonderful image of liberation. This is how God desires to find people ... freed from sin ... then raised up to the dignity of the children of God." (3/2/1980 Sermon.).)

Much of the content of the letter relates to liturgy and sacraments, but Bishop Romero adds, "With this, I do not pretend to deny the adequate emanations of a temporal and social character that the faith and grace must have in the world." (Romero, "Espíritu Santo," supra.)

One month after this pastoral letter, the Salvadoran National Guard carried out the Tres Calles Massacre in Romero's territory, killing five peasants. Romero denounced the attack as “a grim violation of human rights,” he wrote a letter of protest to the head of El Salvador's military dictatorship and he appeared in person at the National Guard barracks to lodge a protest. (Notre Dame bio, supra.)

In Msgr. Romero's first pastoral letter, we do not see a Bishop reluctant to apply the teachings of the First Vatican Council. Instead, we see a bishop who picks up the major documents of the Council and begins to implement them. We do not see a Bishop who is "oblivious to the conditions of the poor and the growing military repression." Instead, we see a Bishop whose first steps are a tentative but determined motion in favor of social justice.

Sunday, September 05, 2010


LA TEOLOGÍA DE LA TRANSFIGURACIÓN

La figura de Monseñor Romero ha sido identificada con la así llamada “Teología de la Liberación”, un movimiento eclesial criticado por las máximas autoridades de la Iglesia, pero un estudio de la prédica de Mons. Romero nos sugiere caracterizar su “Teología” con un nombre nuevo y más correcto para analizar su enseñanzas.

Cabe empezar con el hecho de que la “Teología de la Liberación”, nunca ha sido rechazada del todo por la Iglesia. Según el Card. Ratzinger (ahora Papa Benedicto XVI), “la expresión «teología de la liberación» es una expresión plenamente válida”. (Libertatis Nuntius, 1984.) Pero, en su famosa “Instrucción sobre algunos aspectos de la 'Teología de la liberación',” el Card. Ratzinger criticó tres aspectos particulares de esas corriente que no cuadran con las enseñanzas de esa iglesia: (1) la utilización del análisis marxista, (2) la aceptación de la violencia bajo una tesis de “luchas de clases”, y (3) el rechazo de las enseñanzas de la Iglesia.

Mons. Romero rechazó las tres cosas.



  • Rechazó el marxismo: “Que quede bien claro, pues, que la Iglesia predicando la justicia social, la igualdad y la dignidad de los hombres, defendiendo al que sufre, al que es atropellado, no es subversión, no es marxismo. Es auténticamente magisterio de la Iglesia”. (Hom. 8/5/1977.)

  • Rechazó la violencia: “Jamás hemos predicado violencia, solamente la violencia del amor, la que dejó a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros”. (Hom. 27/11/1977.)

  • Rechazó apartarse del Magisterio: “el Arzobispo de San Salvador se gloría de estar en comunión con el Santo Padre, respeta y ama al sucesor de Pedro... Sé que no haría un buen servicio a ustedes, querido pueblo de Dios, si los desgajara de la unidad de la Iglesia. ¡Lejos de mí!. Preferiría mil veces morir, antes de ser obispo cismático”. (Hom. 26/8/1979.)

Con esa unidad a la Iglesia Mons. Romero explicaba que, “yo estudio la teología de la liberación a través de … teólogos sólidos, como es el Cardenal Pironio, que actualmente es prefecto de una de las congregaciones del Papa, hombre de la plena confianza del Papa”. (Hom. 24/7/1977.) Con esa unidad centró su prédica, “siguiendo el esquema de Juan Pablo II”, sobre “las tres grandes Teologías de nuestra América Latina: la Teología sobre Cristo, la teología sobre la Iglesia y la Teología sobre el hombre”. (Hom. 2/3/1980.) Después, el Card. Ratzinger confirmaría que, “los tres pilares sobre los que debe apoyarse toda teología de la liberación auténtica: la verdad sobre Jesucristo, la verdad sobre la Iglesia, la verdad sobre el hombre”. (Libertatis Nuntius.)

Con esa misma fidelidad a las enseñanzas de los papas, Mons. Romero llegó a sincretizar lo que el llamó “la Teología de la Transfiguración”. (Hom. 2/3/1980.) En esta misma homilía en que Mons. Romero, “siguiendo el esquema de Juan Pablo II”, habló de “las tres grandes Teologías de nuestra América Latina”, las sincretizó en una “grandiosa Teología de la Transfiguración” que abarcaba y trascendía a todas. (Id.) Mons. Romero basó su Teología de la Transfiguración en la historia bíblica de la Transfiguración de Jesucristo, diciendo que, “La Teología de la transfiguración está diciendo que el camino de la redención pasa por la cruz y por el calvario, pero que más allá de la historia está la meta de los cristianos”. (Id.)

Esta Teología de la Transfiguración es una formula brillante en la que Mons. Romero evita la crítica central que se hace de la Teología de la Liberación, la cual se dice que se aparta demasiado del mensaje trascendente y sobrenatural del cristianismo, volviéndose mas bien una filosofía meramente política o materialista. No así la Teología de la Transfiguración, la cual toma como su referente el momento místico y trascendente en la vida de Jesús, en que pasa de ser solamente un predicador para iniciar su misión mesiánica, y localiza su “meta”, “más allá de la historia”.


En su cuarta carta pastoral, Mons. Romero asevera que, “siento, como uno de mis deberes pastorales más importantes, el tener que actualizar” el significado de la Fiesta de la Transfiguración, celebrada cada 6 de agosto del año litúrgico. (Misión de la Iglesia En medio de la Crisis del País, 6/8/1979.) En esta última carta pastoral, publicada como las últimas tres cartas pastorales en el marco de la Fiesta de la Transfiguración, Mons. Romero califica como “el reto amoroso de la transfiguración de Cristo a los salvadoreños: la transfiguración de nuestro pueblo”. (Id.)

Al abrir su carta, Mons. Romero se remonta al mensaje que el Papa Pio XII había enviado al pueblo salvadoreño en 1942, felicitándolo por llevar el nombre “más hermoso que se hubiera podido pensar” -- el nombre que Dios mismo considera “propio de su Hijo Divino: República de S. Salvador, República del Salvador”. (Radiomensaje de S.S. Pio XII al I Congreso Eucarístico Nacional de El Salvador, 26/11/1942.) En su mensaje, Pio XII recuerda que “Él salvó al mundo, en el punto central de su historia, cuando alzado entre los cielos y la tierra se ofrendó a su Eterno Padre”. (Id.) En medio del conflicto de la 2da Guerra Mundial, Pio XII confía que, “Él nos ha de salvar ahora también, en esta encrucijada de la historia”. (Id.) Finalmente, Pio XII reza que, “Él salvará a vuestra Patria ... uniendo en uno todos los corazones, los de todas las clases sociales, los de los ricos y los de los pobres, el día en que todos quieran sentarse como hermanos a la misma mesa.” (Id.)

Mons. Romero hace una síntesis de esos argumentos, cuando declara al anunciar su Teología de la Transfiguración, que “Cristo colocado en la cumbre del Tabor es la imagen bellísima de la liberación. Así quiere Dios a los hombres: arrancados del pecado, y de la muerte, y del infierno, viviendo su vida eterna, inmortal, gloriosa.” (Hom. 2/3/1980.) Y finaliza actualizando al mensaje de Pio XII en 1942 con el mensaje de Medellín en 1968: “Yo creo, queridos hermanos ... que nosotros, los cristianos, somos los llamados a ofrecer a la historia del Continente latinoamericano, los hombres nuevos que los obispos señalaron allá en Medellín cuando dijeron: 'De nada sirve cambiar estructuras económicas, sociales, políticas, de nada sirven estructuras nuevas si no hay hombres nuevos'. Y los hombres nuevos, los hombres renovados, son aquellos que con su fe en la resurrección de Jesucristo hacen suya toda esta grandiosa Teología de la Transfiguración.” (Id.)


Es interesante destacar que, igual que Mons. Romero desenvolvió su Teología en el marco de la Fiesta de la Transfiguración del Señor, el Card. Ratzinger también develó sus observaciones “el día 6 de agosto de 1984, fiesta de la Transfiguración del Señor”. Fue algo que Mons. Romero repitió hasta el final de su vida, diciendo en su famosa última homilía que, “Cristo es la meta y la vida, el impulso, por eso nos lo presentaba transfigurado, como llamándonos a esa meta a la que todos los hombres son llamados”. (Hom. 24/3/1980.)


(Ofrecido en el Bicentenario del Natalicio de León XII y del aniversario de la Muerte de Madre Teresa.)