Friday, April 27, 2012

MONS. ROMERO y la MADRE TERESA



Google Translate:

La Madre Teresa de Calcuta (1910-1997) y Mons. Romero son ejemplares de la famosa dicotomía de Dom Hélder Câmara: «Cuando doy comida a los pobres me llaman santo. Cuando pregunto por qué son pobres me llaman comunista». La Madre Teresa dio comida a los pobres y por eso ganó el premio Nobel de la Paz y ha sido beatificada por la Iglesia. Mons. Romero denunció por qué hay pobres, y por eso fue tildado “Marxnulfo”, no ha sido beatificado, y cuando fue nominado para el premio Nobel resultó finalmente desfavorecido cuando la Madre Teresa recibió el galardón.

Esta dicotomía no es de valores opuestos sino que armónicos, ya que, “la justicia es inseparable de la caridad” («POPULORUM PROGRESSIO» 22, «CARITAS IN VERITATE» 6), y al examinar las actuaciones de la Madre Teresa y Mons. Romero reconocemos la sintonía que mantienen. Ambos comprenden, “la hermosa y dura verdad”—nos dice Mons. Romero—“de que la fe cristiana no nos separa del mundo, sino que nos sumerge en él”. (Discurso al recibir el «honoris causa» de la Universidad de Lovaina, 2 de febrero de 1980.) Es necesario, nos dice, salir del templo, del santuario, a la ciudad, a la “polis”. Esta es la misma opción por los pobres de Teresa en 1948 cuando abandona el claustro de su convento y sale a las calles de Calcuta a ayudar a los ancianos, los moribundos, y los leprosos. Participando de su miseria, cuenta como sentía la tentación de regresar al albergue y la comodidad de su convento, pero tuvo la intuición de que, “Nuestro Señor quiere que yo sea una monja libre, cubierta con la pobreza de la Cruz”.

Tanto Mons. Romero como la Madre Teresa tuvieron que rodearse y empaparse en sus ámbitos no religiosos de un mundo sin Dios. “En el breve tiempo que me ha tocado estar dirigiendo la Arquidiócesis han pasado ya cuatro gobiernos diferentes con diversos proyectos políticos”, explica Mons. Romero, “La Iglesia por lo tanto ha tenido que ir juzgando de lo político”. (Lovaina, supra.) Por su parte, la Madre Teresa aceptó las instalaciones de un templo de la diosa Kali para dar muertes dignas, con ritos según las devociones de cada persona beneficiada, ya sean hindúes o musulmanes, de India, Pakistán, Etiopía, Tanzanía y otros lugares por Asia, África, Europa y Estados Unidos, donde sus misiones la llevaban. En esta inmersión total en esta dura realidad, de privación, lejos de la Iglesia y de la cristiandad, la Madre Teresa sufrió sentimientos de un vacío espiritual, hasta el punto de dudar la misma existencia de Dios.

Sin embargo, su propósito y motivación al emprender esta estancia en la austeridad es precisamente buscar a Dios, y a pesar de las acusaciones contra Mons. Romero de que había traicionado su misión religiosa y los sentimientos de la Madre Teresa de alienación espiritual, ambos encuentran a Jesús. “En ese mundo sin rostro humano”—nos dice Mons. Romero—se logra encontrar con el “sacramento actual del Siervo Sufriente de Yahvé”. (Lovaina.) Y le hace eco la Madre Teresa cuando nos dice, “hoy hay tanto sufrimiento—y siento que la pasión de Cristo está siendo vivida de nuevo”. (Discurso Premio Nobel, 11 de diciembre de 1979.) “Él se vuelve el hambriento, el desnudo, el sin hogar, el enfermo, el prisionero, el solitario, el no querido … Hambriento de nuestro amor, y este es el hambre de nuestra gente pobre”. (Id.)

Ambos valoran al pobre de una manera que difiere de las formas anticuadas y paternalistas de entenderlos. Tanto Mons. Romero como la Madre Teresa se fijan en el pobre no solo como un beneficiario de nuestra generosidad (léase: lástima) o un sujeto que nos permite experimentar la caridad (léase: remordimiento), sino personas que tienen algo que ofrecernos, y cuyo valor intrínseco sirve para beneficiarnos. Los pobres nos predican el cristianismo: “poniéndose del lado del pobre e intentando darle vida sabremos en qué consiste, la eterna verdad del evangelio”, dice Mons. Romero. (Lovaina, supra.) Madre Teresa está de acuerdo: “Ellos nos pueden enseñar tantas cosas hermosas”, dice, recordando como los pobres en uno de sus centros de atenciones le confirmaron un aspecto de su misión: “El otro día uno de ellos vino a agradecer y dijo: Ustedes que han hecho voto de castidad son las mejores para enseñar planeación familiar. Porque no es más que auto-control y amor del uno al otro”. Este tema que era de debate entre expertos, sociólogos y teólogos, también era competencia de una persona pobre: “Y estas son las personas que no tienen nada que comer, tal vez no tienen un hogar donde vivir, pero son grandes personas. Los pobres son gente maravillosa”. (Teresa, Discurso Nobel, supra.)

Algunos han criticado el camino llevado por la Madre Teresa por ayudar en casos concretos pero no cambiar el sistema que genera desigualdades e injusticia. Según esta crítica, “los ricos y los poderosos la amaban”, porque ella no les exigía nada y a eso se debe su premio Nobel y su beatificación, mientras que los teólogos que denuncian a los ricos son “depurados o suprimidos”. (Sara Flounders, Workers World, 25 de septiembre de 1997, traducido por Iniciativa Socialista.) La Madre Teresa tenía una respuesta a ese ataque: “Creen que la justicia social resuelve todos los problemas y no se dan cuenta que es insuficiente,” insiste. “Sin amor, no pasa de ser una nueva opresión. No habrá justicia social sin amor”. Es decir, a lo contrario de lo que muchos creen, el amor es más exigente que la justicia: “Por justicia se da al prójimo sólo lo que se le debe, pero por caridad lo que necesita”. Y Mons. Romero coincide en que la apertura interior a la caridad es más importante que la propia justicia: “a la Iglesia no le importa que haya sólo una distribución más equitativa de las riquezas: le interesa que se dé esa distribución porque existe realmente en todos los hombres una actitud de querer compartir no sólo los bienes, sino la misma vida”. (Homilía del 24 de febrero de 1980.)

Pero la Madre Teresa reconoce la necesidad de hacer justicia cuando denuncia, “Cuando un pobre se muere de hambre, no es porque Dios no lo ha cuidado. Es porque ni tu ni yo quiso darle lo que necesitaba”. Y está dispuesta a plantear preguntas incómodas: “Muchas personas están muy preocupadas por los niños en India, por los niños en África, donde muchos mueren, tal vez de desnutrición, de hambre y demás”, denuncia Teresa, “pero millones están muriendo deliberadamentepor el aborto. (Discurso Nobel.) Mons. Romero está de acuerdo: “Si sentimos la represión porque nos matan a jóvenes y gente que ya es grande, lo mismo es quitar la vida en las entrañas de la mujer: es hombre como el profesor que es asesinado, como el Ministro de Educación que es asesinado; también el niño en las entrañas es un hombre que por el aborto es asesinado”. (Hom. 17/6/1979.)

Cuando la Madre Teresa ganó el premio Nobel, Mons. Romero le envió un telegrama dándole la felicitación. En él nos hace saber que comprendió que ambos trabajaban por el mismo fin:
Madre Teresa de Calcuta, India. Alégrome Premio Nóbel condecore en usted [la] opción preferencial [por los] pobres como eficaz camino para la paz. Quienes generosamente deseáronme semejante honor siéntanse igualmente satisfechos [por] haber estimulado [la] misma causa. Bendígola. El Arzobispo. (Hom. 21/10/1979.)
Y cuando la Madre Teresa estuvo en El Salvador hizo una peregrinación por la Casita de Monseñor:

Tuesday, April 24, 2012

ROMERO and OPUS DEI





If you want to make both conservative and progressive Catholics squirm, tell them that Óscar Romero was friendly with Opus Dei. Reactions may be similar to the anonymous poster on a Catholic blog who could not wrap his mind around the fact that Romero had written to Pope Paul VI asking for the canonization of the conservative Catholic organization’s founder: “I cannot believe Archbishop Romero to have been an admirer of [Josemaría] Escrivá de Balaguer” (pictured)—the poster commented—“this letter could well be a fraud.”

The letter is not a fraud. Romero so admired Opus Dei that, during a visit to Rome, he went to its world headquarters to visit with Escrivá and the two hit it off. (Cejas.) John Allen Jr. writes that Romero’s letter came “before the 1977 murder in El Salvador of Father Rutilio Grande, an event that ‘radicalized’ Romero and led him to distance himself from some earlier conservative views.” ALLEN, Opus Dei: An Objective Look Behind the Myths and Reality of the Most Controversial Force in the Catholic Church, Doubleday, 2005. Perhaps, Allen would be surprised to learn that Romero did not distance himself from Opus Dei—and, in fact, Romero’s post-1977 preaching on social justice largely dovetails with principles espoused by Opus Dei. Romero made seven flattering references to Opus Dei in his Diary and his sermons between 1978 and 1980, and he attended an Opus Dei retreat on the day he was killed. He also visited Msgr. Escrivá’s grave in Rome and prayed tearfully before the tomb. (Sáenz.) Romero’s affinity with Opus was more than the brief flirtation some have supposed. Nor was the relationship broken off after Romero became archbishop. In fact, it deepened.

Archbishop Romero drew on Opus Dei’s concept of lay spirituality to bolster his view of how a just society should be constituted. In its tenets, Opus Dei sets out “to put into practice the teaching of the universal call to sanctity, and to promote at all levels of society the sanctification of ordinary work, and by means of ordinary work.” (Apostolic Constitution «Ut Sit», whereby Pope John Paul II authorizes the Opus Dei prelature.) The majority of Opus Dei members are lay people, and the membership includes secular priests. This construct comports with Romero’s vision, laid out in his last Christ the King sermon: “Not only does Christ make us subjects in his kingdom but we are made priests, that is, he shares with us the dignity that baptism conferred upon us when we became a priestly people”. (November 25, 1979 Homily.) Like Msgr. Escrivá, Romero envisions a priestly people who transform society through their ordinary work: “we are priests who consecrate the world to God,” he said. “The lawyer, doctor, engineer, government official, worker, day laborer, woman in the market place, student … when these people live out the beauty of redemption that was conferred on them at the time of baptism, when they live as a priestly people, then they consecrate their profession, their clients and their work to God.” (Id.)

This was the highest hope for Liberation Romero harbored. “How ridiculous are liberations that talk only about having higher wages, about having money and better prices!,” he preached. “Liberations that talk only about political change, about who is in the government ... such liberations are only talking about bits and pieces of the great liberation,” he said, which is, “the great liberation of Christ, the great Liberator.” (Id.) Separately, he called on political reformers to join their efforts to the Church’s plan of salvation, but the thrust of the transformative change that was needed was the work of the lay faithful. The day before his martyrdom, Romero reiterated: “The great task of Christians must be to absorb the spirit of God's kingdom and, with souls filled with the kingdom of God, to work on the projects of history.” (March 23, 1980 Hom.) He added, “My dear Christians, I have always told you, and I will repeat, that the true liberators of our people must come from us Christians, from the people of God.” (Id.) But for this to be possible, it was necessary that the Church train and organize classes of lay people to go be the worker ants of the Kingdom. “What is lacking,” he said, “is greater conviction and the honorable simplicity of women and men who are willing to commit themselves to service of God. This is God’s plan,” he added, “the simple life, the ordinary life—but giving this simple, ordinary life a meaning of love and freedom.” (Feb. 24, 1980 Hom.) This is what Opus Dei, “which emphasizes the values of prayer and holiness of the vocation of the laity,” offers, Romero wrote in His Diary. (Sept. 6, 1979 entry.) “I think it is a mine of wealth for our Church—the holiness of the laity in their own profession.” (Id.)

All this is not to say that there weren’t political tensions between Opus Dei and Romero—only that Romero had a sincere affinity for The Work (Opus means “work” in Latin). Romero chided some members of the organization when he remarked, “Opus Dei has many members and their leaders have told me that many members do not understand their role and have become fanatics.” (July 1, 1979 Hom.) “If the members truly lived what is stated in the fourth chapter of the Constitution on the Church, a chapter that outlines the spirituality of Opus Dei,” Romero went on, “then we could rely on many Christians who through their professions and their holiness would do much good for the Church.” (Id.) At the end of that year, Romero announced that he had received a letter of support from the then Prelate of Opus Dei—Msgr. Escrivá’s successor—pledging Opus Dei’s loyalty and allegiance to Romero. “[W]e work and [we] direct the carriage, as our founder ... used to say,” the Prelate’s letter to Romero stated, “in the same direction as the diocesan prelate.” (Dec. 23, 1979 Hom.)

Clearly, Romero maintained friendly relations with the leadership of Opus. In October 1978, Romero congratulated the society on its fiftieth anniversary. “The Church rejoices with every effort of sanctification in the world and at this time of the Church’s crisis,” he said, “desires that people not only live a personal and individual holiness but also strive for that communitarian holiness that gives witness to the light of the world.” (Oct. 8, 1978 Hom.) Later that month, he remarked on the continuing work of the Opus. “This holiness must be extended to the community because no one lives the Christian commitment for themselves alone,” he said. “Christians must be the odor of holiness and the seed of unity and salvation.” (Oct. 29, 1978 Hom.) After lunch with the Work’s clergy in March 1979, Romero gave them a signed photograph, inscribed, “To the Archdiocesan Opus, with my blessing as Pastor and Friend.”  (His Diary, supra.) He congratulated the society on the fourth anniversary of their founder’s death that September and again on their anniversary in October. “Hopefully this wonderful witness results in the needed changes of our society,” he wished: “changes which must be brought about in light of the Gospel.” (Oct. 7, 1979 Hom.) He lunched with the Work’s clergy, including his successor, Fernando Sáenz Lacalle, later that month, as he would again on the day of his martyrdom the next year. (Sáenz, supra.)

After Romero was killed, his vicar general, Msgr. Ricardo Urioste went into Romero’s room and in the desk drawer he found a penitential chain that is worn pressed to the knee, to cause pain for penance. “This practice is common in the spirituality of Opus Dei.” (Greenan, unpublished 135.)

Post Datum


Here is an Opus Dei video (in Spanish) summarizing Romero's visit with St. Josemaria.
Here is the letter that Opus Dei Prelate Alvaro del Portillo sent Romero, followed by its literal translation.


Opus Dei

General President
Rome. November 9, 1979

Most Rev. Mgr. Oscar A. Romero
Archbishop of San Salvador

Your Excellency/My dear Mr. Archbishop,

Through the Opus Dei Chaplain in your dear country, I have received your affectionate letter recalling the celebration of the fiftieth anniversary of the fundation of Opus Dei.

I wish to answer immediately to thank you for that expression of affection, and for joining our thanksgiving to the Lord for all the benefits he has bestowed upon His Work in this first fifty years of its existence.

I know that the partners and associates of Opus Dei--there as everywhere, thanks be to Go--work with commitment and are motivated only by the desire to serve the Church. I am aware of the fondness they have for you and of the fidelity with which they live the Spirit of the Work, which leads us to echo the instructions of the Reverend Ordinary in all the dioceses in which we work and to direct the carriage--as our Founder, of holy memory, used to say--in the same direction as the diocesan prelate.

I beg you to continue to pray for our apostolic work throughout the world. For my own part, I assure you that I will commend you daily during Holy Mass, praying for you and for your labor on behalf of souls which you carry out.

Thanking you again for your letter I remain yours truly,

Devoted in the Lord
Alvaro del Portillo

Thursday, April 19, 2012

ROMERO y LEFEBVRE



Google Translate:

La diferencia entre Mons. Romero y Mons. Marcel-François Marie Lefebvre (1905-1991), líder del grupo cismático que ahora está negociando su re-inserción a la Iglesia, fue expresada por el mismo Mons. Romero cuando dijo: “Hermanos, es triste el cisma. Hemos de pedir mucho por estas situaciones cismáticas y jamás vayamos a pensar nosotros en una autonomía que es suicidio”. Resumió el tema sin alguna ambigüedad, declarando que él: “Preferiría mil veces morir, antes de ser obispo cismático”. (Homilía del 26 de Agosto de 1979.)

Dos arzobispos y dos destinos muy distintos, dos respuestas diametralmente opuestas a la misma situación. Tanto Romero como Lefebvre nacieron a principios del siglo XX, “Eran tiempos en que la misa se decía en latín y de espaldas al pueblo”, recuerda Mons. Gregorio Rosa Chávez, quien fue el asesor de comunicaciones para Mons. Romero. El entonces padre Romero transmitía la misa por la radio, explicando la liturgia y predicando la homilía: “Ésa era su fórmula para hacer ‘radiofónica’ una misa en latín”, explica Mons. Rosa. Tanto Romero como Lefebvre eran productos de esa era pre Conciliar, y ambos tenían fama de ser prelados conservadores, con ideas rígidas sobre las prácticas de la fe. Como sacerdote, Mons. Romero se enfrentó con las autoridades civiles cuando reusó un homenaje al prócer salvadoreño Gerardo Barrios, por ser masón. (James BROCKMAN, Romero: A Life [Romero, una vida]. Nueva York: Orbis Books, 1999, pág. 40.) Durante los años 70, se enfrentó con sacerdotes que sospechaba de ser marxistas. (Op. Cit., págs. 48-52.) Y Mons. Lefebvre por su parte hubiera estado muy de acuerdo, ya que él declaró en 1976: “¡no se puede dialogar con los masones o con los comunistas, no se dialoga con el diablo!

Ambos tuvieron enfrentamientos con los cleros progresistas de aquella época. En 1968, Lefebvre abandonó su cargo como superior general de los Padres del Espíritu Santo debido a los reproches que le hacían los miembros más progresistas y la fuerte campaña que montaron en su contra. De la misma manera, Mons. Romero se encontró enemistado con el clero progresista en San Salvador en 1970, cuando era obispo auxiliar, y tuvo que ser cambiado a otra diócesis, en Santiago de María en 1974.  (BROCKMAN.) Pero después de encontrarse en esa misma situación de un cambio incómodo en su Iglesia, Mons. Lefebvre optó por la rebeldía y Mons. Romero optó por la obediencia—“obediencia hasta la muerte”, a la línea del Concilio, y a la predicación social de los papas. “Hermanos”, dijo Mons. Romero al principio del mes de su martirio, “la gloria más grande de un pastor es vivir en comunión con el Papa. Para mí, es el secreto de la verdad y de la eficacia de mi predicación estar en comunión con el Papa”. (Hom. 2 de marzo de 1980.) Cuando Lefebvre dialogó con Pablo VI y Juan Pablo II, endureció su postura, mientras que Mons. Romero fue a Roma a sostener “una confrontación de criterios como cuando Pablo iba a Jerusalén a hablar con Pedro de lo que predicaba y con la disposición natural de corregir lo que no está bien”. (Hom. 10 de febrero de 1980.)

Para Lefebvre, los cambios en la Iglesia después del Concilio Vaticano II como que sobrepasaban su fe en la Iglesia, en sus instituciones y sus pastores, para poder aceptarlos. Un gran contraste con la aptitud de Mons. Romero, quien llegó a decir, “Los cambios en la Iglesia, queridos hermanos” —y aquí como que se le ocurrió la obstinación de Lefebvre—“sobre todo los que hemos sido formados en otras épocas, en otros sistemas, tenemos que tener y pedirle al Señor esa gracia de tenernos que adoptar sin traicionar nuestra fe, ser comprensivos con la hora de hoy”. (Hom. 23 de marzo de 1980.) Para Lefebvre, la Tradición era un principio predominante en su insistencia, por ejemplo, en mantener la misa en latín, pero el Beato Juan Pablo II le reprochó ese concepto, diciendo que era “una imperfecta y contradictoria noción de Tradición”. (Carta Apostólica «ECCLESIA DEI», 4). Según el Concilio, observa el beato pontífice, la Tradición crece con las experiencias y las vivencias de la historia según va siendo interpretada por los pastores auténticos de la Iglesia, “cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad”. (Ibid.) Mons. Romero compara la resistencia al Concilio a las acusaciones a Cristo basadas en las leyes de los alimentos impuros que ignoraban lo verdaderamente sagrado y santo: “Quien sabe, hermanos, si muchas de las críticas a los cambios de la Iglesia proceden de este espíritu”, se pregunta. (Hom. 2 de sep. de 1979.) “Han hecho consistir una religión de tradiciones humanas. Tradiciones humanas son ciertos cultos, ciertas maneras de vestir, ciertas formas de rezar. Rezar de espaldas o de frente, en latín o español, son tradiciones”. Pero en lugar de seguir ciegamente estas tradiciones, “Busquemos lo que más agrada a Dios”, insiste Mons. Romero: “a todos nos toca un esfuerzo por hacer una religión que no esté vacía de los pensamientos de Dios por estar atendiendo las tradiciones de los hombres”. (Ibid.)

Aparte de las reformas litúrgicas, Lefebvre se oponía a la liberación de normas con respecto al ecumenismo, la libertad religiosa y la colegialidad dentro de la Iglesia—todo basado en el antiguo concepto de una fe dogmatica. En este sentido, la aptitud de Mons. Romero también hace mucho contraste a la falta de flexibilidad y adaptación de Lefebvre. En el libro Piezas Para un Retrato consta un relato que ilustra bien el proceso de evolución que Mons. Romero vivió en el campo del ecumenismo. Cuentan que llegaron a visitarlo ya siendo arzobispo de San Salvador, los miembros de una Iglesia protestante. “Le sorprendió que llegaran a verlo unos evangélicos. Tal vez era primera ocasión. Fuimos un buen grupo, el pastor y el cuerpo de diáconos con sus esposas, en representación de una pequeña Iglesia bautista, la Iglesia Emmanuel”. Después de una pequeña falta de confianza, hubo un acercamiento con ellos, tanto así que Mons. Romero habló sobre el encuentro en su próxima homilía. Sin embargo, al referirse a ellos, los llamó unos “hermanos separados”. Explica uno de los miembros de la asamblea: “Era el lenguaje habitual de la Iglesia católica en aquellos tiempos”. En la siguiente reunión, uno de los pastores le reclamó el lenguaje a Mons. Romero:
Monseñor se quedó pensativo unos instantes.

-Hagamos un trato -nos propuso-. Ustedes no me llamen más Monseñor sino hermano y yo no les vuelvo a decir ‘hermanos separados’.

-¡Trato hecho!

Y desde aquel día él nos llamó a nosotros ‘los hermanos de la Emmanuel’ y nosotros a él, ‘el hermano Romero’.
Aceptar los cambios y nuevas prácticas de la Iglesia fue un reto para estos dos hombres de la Iglesia del siglo XX. Se puede argumentar que por su obediencia, Mons. Romero murió el 24 de marzo de 1980, martirizado, y que por su rebeldía, Mons. Lefebvre murió el 25 de marzo de 1991, excomunicado.

Tuesday, April 10, 2012

ROMERO CRUCIS


Google Translate
English | español

Nulla parla piu di fede popolare in America Latina che le stazioni della croce in Settimana Santa. Nella parrocchia di Assunzione Paleca a Città Delgado, questa devozione ha acquisito un gusto particolare di Mons. Romero. Le foto che seguono, dell Via Crucis di questo anno dimostrare la devozione Romerana tra i fedeli in El Salvador. Grazie alla parrocchia di Assunzione Paleca per il uso di questi immagini.


Gesù è caricato della Croce.


La processione percorre le strade di Paleca.


Annunciando la stazione.


Camminare con Cristo.


Gesù incontra le donne di Città Delgado (San Salvador)


IX Stazione: Gesù cade per la terza volta. (Vedere le immagini di mons. Romero in questo e in altri altari delle stazioni.)


Scende la notte.


X Stazione: Gesù è inchiodato sulla Croce.


Parrochiani seguono la processione.


Il Parroco (P. Gregorio de Jesus Landaverde).


XII Stazione: Gesù muore sulla Croce.


XIII Stazione: Gesù è deposto dalla Croce.


Gesù è Risorto!