«LA PASCUA ES GRITO DE VICTORIA»
Cuando Mons. Romero pronuncia su “última homilía” del 23 de marzo de 1980, el quinto domingo de Cuaresma, ya nos ha llevado a la par de Cristo hasta el umbral de Jerusalén, a las puertas de la ciudad santa, donde Jesús ingresaría próximamente el “Domingo de Ramos”—y con un fuerte paralelismo, Mons. Romero ingresaría a las puertas de los cielos en su funeral. Este domingo antecedente, monseñor reconoce que “es necesario acompañar [a Cristo] en una Cuaresma, en una Semana Santa que es cruz, sacrificio”, y aún, “martirio”, pero que, “ya de por sí la Pascua es grito de victoria: nadie puede apagar aquella vida que Cristo resucitó y ya ni la muerte, ni todos los signos de muerte y de odio contra él, ni contra su Iglesia podrán vencer”. ¡Lo proclama un profeta que el día siguiente será martirizado!
[Esta es la segunda parte de una serie sobre las últimas siete homilías de Monseñor Romero comenzada el año pasado. Para leer el texto original de esta homilía en español, pulse aquí. Para el texto en inglés, pulse acá. Y, para escuchar el audio de Mons. Romero pronunciando la homilía, pulse acá.]
La gloriosa última homilía dominical de Mons. Romero es una recapitulación de los sermones antecedentes en que había expuesto los varios componentes de su denuncia social, incluyendo las críticas canalizadas hacia los sectores populares progresistas que abogan por los pobres. Esta última homilía sería el alegato final, en cual monseñor reitera y replantea su mensaje dirigido hacia los pobres. Comienza, predicando que antes de liberar al pueblo es necesario salvarse uno mismo, individualmente, personalmente, del pecado:
¡Qué fácil es denunciar la injusticia estructural, la violencia institucionalizada, el pecado social! Y es cierto todo eso, pero ¿dónde están las fuentes de ese pecado social?: En el corazón de cada hombre. La sociedad actual es como una especie de sociedad anónima en que nadie se quiere echar la culpa y todos son responsables. Todos son responsables del negocio pero es anónimo. Todos somos pecadores y todos hemos puesto nuestro grano de arena en esta mole de crímenes y de violencia en nuestra Patria.Solamente después de purificarse uno mismo se puede proceder a liberar al pueblo, Mons. Romero advierte, aseverando una segunda importantísima observación: que sobre todas las pretensiones e ideologías de liberación de los hombres (léase: socialismo, marxismo, capitalismo) está la verdadera liberación, que es la de Jesucristo:
Por eso, la salvación comienza desde el hombre, desde la dignidad del hombre, de arrancar del pecado a cada hombre …
Esta es la base de nuestra sociología, la que aprendimos de Cristo en su evangelio: el hombre ante todo es al que hay que salvar, y el pecado individual, es lo primero que tenemos que arreglar. Nuestras cuentas con Dios, nuestras relaciones individuales con él, ponen las bases de todo lo demás. Falsos liberadores son aquellos que llevan el alma esclava del pecado y gritan hacia afuera y por eso a veces son tan crueles porque no saben amar ni respetar la persona humana ...
¡Cómo quisiera decirles, hermanos, a todos los que le dan poca importancia a estas relaciones íntimas con Dios, que le den la importancia que tiene! No basta decir: yo soy ateo; yo no creo en Dios; yo no lo ofendo. Si no es cuestión de que tú creas, es que objetivamente tú tienes rotas tus relaciones con el principio de toda vida. Mientras no lo descubras, y no lo sigas, y no lo ames, tú eres una pieza descoyuntada de su origen y por eso llevas en ti mismo el desorden, la desunión, la ingratitud, la falta de fe, de fraternidad. Sin Dios no puede haber un concepto de liberación. Liberaciones inmediatistas sí las puede haber, pero liberaciones definitivas, sólidas, sólo los hombres de la fe las van a realizar.
Yo creo que hasta repito demasiado esta idea pero no me cansaré de hacerlo, porque corremos mucho el peligro de querer salir de las situaciones inmediatas con resoluciones inmediatas y nos olvidamos que los inmediatismos pueden ser parches pero no soluciones verdaderas. La solución verdadera tiene que encajar en el proyecto definitivo de Dios. Toda la solución que queramos dar a una mejor distribución de la tierra, a una mejor administración del dinero en El Salvador, a una organización política acomodada al bien común de los salvadoreños, tendrá que buscarse siempre en el conjunto de la liberación definitiva [de Jesucristo] ...Solamente cuando un proyecto terrenal busque esta “victoria definitiva” de Cristo, la Iglesia puede apoyarlo—pero aquí una última advertencia—la Iglesia no se identifica incondicionalmente con esos proyectos y mantiene su autonomía. La iglesia y sus cristianos deben ser primero cristianos, y someter la política al Evangelio—y no viceversa:
Hay muchos que quieren una justicia, una justicia mía, una justicia de hombres. No trascienden. No es ésa la que me salva, dice San Pablo, es la justicia que viene por la fe de Cristo, mi Señor ... ¿Ven cómo la vida recobra todo su sentido, y el sufrimiento ya es una comunión con el Cristo que sufre, y la muerte es comunión con la muerte que redimió al mundo? ¿Quién puede sentirse inútil ante este tesoro del que ha encontrado a Cristo que le da sentido a la enfermedad, al dolor, a la opresión, a la tortura, a la marginación? ¡No está vencido nadie aunque lo pongan bajo la bota de la opresión y de la represión, el que cree en Cristo, sabe que es un vencedor y que la victoria definitiva será de la verdad y de la justicia! ...
[E]n la medida en que los proyectos históricos traten de reflejar el proyecto eterno de Dios, en esa medida, se van haciendo reflejo del Reino de Dios y este es el trabajo de la Iglesia; por eso Ella, Pueblo de Dios en la historia, no se instala en ningún sistema social, en ninguna organización política, en ningún partido. La Iglesia no se deja cazar por ninguna de esas fuerzas porque ella es la peregrina eterna de la historia y va señalando a todos los momentos históricos lo que sí refleja el Reino de Dios y lo que no refleja el Reino de Dios. Ella es servidora del Reino de Dios...Mons. Romero termina su homilía con su famoso llamado a un cese de represión y violencia, que lo hace “En nombre de Dios y de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos”. Este pedido flagrante, culminante, es el séptimo de una serie de pedidos que monseñor hace in nomine (o sea, en nombre de algo o alguien a quien Mons. Romero defiende), y después de hacerlo, finaliza:
El gran trabajo de los cristianos tiene que ser ése, empaparse del Reino de Dios y desde -esa alma empapada en el Reino de Dios, trabajar también los proyectos de la historia. Está bien que se organicen en organizaciones populares, está bien que hagan partidos políticos, está bien que tomen parte en el gobierno, está bien con tal que seas un cristiano que llevas el reflejo del Reino de Dios y tratas de implantarlo allí donde estás trabajando, que no seas juguete de las ambiciones de la tierra. Y este es el gran deber de los hombres de hoy. Mis queridos cristianos, siempre les he dicho y lo repetiré, de aquí, del grupo cristiano, del Pueblo de Dios tienen que salir los hombres que van a ser los verdaderos liberadores de nuestro pueblo.
Cualquier proyecto histórico que no se fundamente en eso que dijimos en el primer punto: la dignidad de la persona humana, el querer de Dios, el Reino de Cristo entre los hombres, será un proyecto efímero y será cada vez más estable y será cada vez solución del bien común de los pueblos, según la índole de cada pueblo, el que refleje mejor ese eterno designio de Dios. Por eso hay que agradecerle a la Iglesia, queridos hermanos políticos, no manipular a la Iglesia para llevarla a lo que nosotros queremos que diga, sino decir nosotros lo que la Iglesia está enseñando, no tiene intereses. Yo no tengo ninguna ambición de poder y por eso con toda libertad le digo al poder lo que está bueno y lo que está malo y a cualquier grupo político le digo lo que está bueno y lo que está malo, es mi deber.
[M]uchas veces como que somos acomplejados ante las organizaciones políticas populares y queremos complacerlas más a ellas que al Reino de Dios en sus designios eternos. No tenemos nada que mendigarle a nadie porque tenemos mucho que darle a todos. Y esto no es soberbia sino la humildad agradecida del que ha recibido de Dios una revelación para comunicarla a los demás ...
La Iglesia predica su liberación tal como la hemos estudiado hoy en la Sagrada Biblia, una liberación que tiene, por encima de todo, el respeto a la dignidad de la persona, la salvación del bien común del pueblo y la trascendencia que mira ante todo a Dios y sólo de Dios deriva su esperanza y su fuerza. Vamos a proclamar ahora nuestro Credo en esa verdad.Estas serían las últimas palabras que su feligresía escucharía de sus labios.
Arte: “Obispo Romero y los Mártires de El Salvador”, por Frank Díaz Escalet.
Sigue: «Como Cristo...»
Adendum:
En sus comentarios en el vuelo ha León, Guanajuato el 23 de marzo del 2012, el Papa Benedicto XVI confirmó el mensaje de Mons. Romero sobre la autonomía de la Iglesia: “La Iglesia no es un poder político, no es un partido, pero es una realidad moral, un poder moral”, dijo el pontífice. Sin embargo, “hay en muchos católicos, una cierta esquizofrenia entre la moral individual y la moral pública”, señaló: “individualmente, son creyentes católicos, pero en la vida pública siguen otros caminos que no responden a los grandes valores del Evangelio que son necesarios para el establecimiento de una sociedad justa”. Ante esta situación, “Por supuesto, la Iglesia siempre debe preguntarse si hace lo suficiente por la justicia social en este gran continente”, aseveró. En concreto, “es una gran responsabilidad de la Iglesia la de educar las conciencias y de educar a la responsabilidad moral y desenmascarar el mal”, expuso. “Desenmascarar esta idolatría del dinero que esclaviza a los hombres; desenmascarar estas falsas promesas, la mentira, el engaño”, siguió diciendo. “Debemos ver que el hombre tiene necesidad del infinito. Es importante la presencia de Dios que nos guíe, que nos señale la verdad] y en este sentido la Iglesia desenmascara el mal”. (Comparar Mons. Romero: “uno de los servicios que la Iglesia está prestando hoy, es desenmascara idolatrías: idolatría del dinero, idolatría del poder, pretensiones de tener a los hombres de rodillas ante esos falsos dioses”—Hom. 24 de feb. de 1980.)
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