AÑO
JUBILAR por el CENTENARIO del BEATO ROMERO, 2016 — 2017:
|
||
|
El Papa con una pintura de mons. Romero que le regaló la presidente de Argentina. |
El anuncio de
que el Papa Francisco aprobó el reconocimiento de un milagro que allana el
camino para la canonización del mártir, monseñor Oscar A. Romero ... hace
pensar de cuando San Juan Pablo II canonizó a su colega polaca, la hermana
Faustina Kowalska, quien lanzó la devoción de la Divina Misericordia. Tan cerca
era el vínculo entre los dos que el mismo Juan Pablo fue beatificado y
canonizado en el Domingo de la Divina Misericordia.
En el caso de
Francisco y Romero, hay lazos que unen al Papa y al nuevo santo de manera profunda.
No es sorprendente que Francisco y Romero compartan valores muy sentidos, sobre
todo, una pasión imperecedera por los pobres.
Cuando llevaba solo
unos pocos días en su papado, Francisco confesó, “¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!”. Hace
cuarenta años, en 1978, Romero declaró, “no
nos avergonzamos nunca de decir la Iglesia de los pobres”. Las alturas que
alcanzó de la obra de Romero en defensa de los pobres y el precio que pagó por
ella será siempre prueba de lo que el lenguaje de la doctrina social de la
Iglesia llama la “opción preferencial por
los pobres”.
En su valiente
defensa de los pobres, Romero pareció probar en beta lo que más tarde se
convertiría en los elementos programáticos del pontificado de Francisco.
Francisco insiste en que la Iglesia debe “salir” a las periferias del mundo; en
1980 Romero declaró “la hermosa y dura
verdad de que la fe cristiana no nos separa del mundo, sino que nos sumerge en
él, de que la Iglesia no es un reducto separado de la ciudad”, sino que es “seguidora de aquel Jesús que vivió, trabajó,
luchó y murió en medio de la ciudad”.
En sus tres años
como arzobispo, Romero abandonó el habitual circuito social de sus predecesores
y viajó a los mugrientos centros urbanos y las aldeas rurales más remotas de su
arquidiócesis, a veces desafiando hostiles controles militares para llegar a
ellas.
Francisco
predica que la Iglesia debe “acompañar” a las personas y grupos históricamente
rechazados por las instituciones eclesiales como parte de su evangelización;
Nuevamente, aquí Romero: “La Iglesia
auténtica es aquella que no le importa dialogar hasta con las prostitutas y los
publicanos como Cristo con los pecadores; con los marxistas, con los del
Bloque, con los de las diversas agrupaciones, con tal de llevarles el verdadero
mensaje de salvación”.
Francisco cree
que la Iglesia debe buscar la autenticidad optando por la humildad y evitando las
expresiones externas del poder y de la ambición. Rechazó los Apartamentos
Papales a favor de las habitaciones para invitados en el Vaticano y adoptó una
versión moderada del ceremonial papal basado en este principio. Por su parte,
Romero salió de la residencia episcopal y se mudó a una cabaña en los terrenos
de un hospital para cancerosos terminales, donde vivía en condiciones de
austeridad, incluso bajo estándares salvadoreños.
Lo que podría
ser la convergencia más importante entre Francisco y Romero, sin embargo, no es
tanto un emparejamiento perfecto como un contrapeso temático. Quizás más que
cualquier otro valor, Francisco se identifica con lo que ha llamado “un Kairós
de la Misericordia”: piensa que nuestra edad es un momento propicio para que la
Iglesia muestre la voluntad inagotable de Dios de perdonarnos nuestros errores.
Romero, sin
embargo, no enfatizó la misericordia, sino que la justicia, un valor
generalmente considerado el contrapunto teológico de la misericordia.
Predicando penitencia y conversión, muchas veces en lenguaje fuerte, Romero
insistió, “Hermanos, si alguna vez vale
esta observación del Señor, aquí en nuestra patria, cuando la vida está en
peligro por todas partes, es este momento: ¡convertíos!; que no nos vaya a
sorprender la muerte por los caminos del pecado, de la injusticia, mucho menos
del crimen, del desorden”.
Para ser claros,
ninguno de los dos defiende una virtud en exclusión de la otra; de hecho, ambos
reconocerían el vínculo entre los dos. Sin embargo, es innegable que Francisco
es percibido como un ángel de la misericordia, y Romero como un profeta de la conversión
y de la penitencia.
Sin embargo,
incluso cuando sus enfoques difieren, Francisco y Romero apuntan al mismo
objetivo: una Iglesia que sea relevante tanto para el mundo moderno como fiel al
Evangelio. La canonización de Romero por parte de Francisco, por lo tanto,
puede consolidar el legado duradero de ambos hombres.
No comments:
Post a Comment