Friday, May 29, 2015

Carta Pastoral CEDES



CARTA PASTORAL DE LA
CONFERENCIA EPISCOPAL
DE EL SALVADOR 

BEATO MONSEÑOR
ÓSCAR ROMERO,
PASTOR Y MÁRTIR 
 
 

Introducción 

A nuestros amados sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos. “que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos ustedes”

 

1  Queremos  ser  pastores  solidarios  con  nuestro pueblo.  Un pueblo que, a pesar de las muchas y prolongadas tribulaciones, no pierde la esperanza.

 

Un  nuevo amanecer se  levanta  desde el  oriente para todo El Salvador. Un hermano nuestro en el Episcopado, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, siguiendo las huellas de Jesús, ha  revalidado con la  Palabra  de  Dios  vivida,  predicada  y  testimoniada hasta el martirio, la solidaridad de Cristo Crucificado con la humanidad.

 

Hemos  recibido,  hermanos,  una  buena  noticia: el papa Francisco ha declarado Beato a Monseñor Oscar Arnulfo Romero Galdámez.

 

2. En la Carta Apostólica que nos trajo esta buena  noticia,  el  Papa  saluda  a  Monseñor  Romero como modelo de Obispo y mártir, Pastor según el Corazón de Cristo, Evangelizador, Padre de los pobres y Testigo heroico del Reino de Dios.

 

Como señala el decreto firmado por el Papa Francisco el tres de febrero del presente año, Monseñor Romero fue asesinado por odio a la fe. Nadie odia la fe cuando la fe es un mero conjunto de verdades enunciadas por escrito o rezadas rutinariamente. Pero, cuando la fe se vuelve amor de compromiso y entrega a Cristo por la causa del Evangelio para salvar al mundo del pecado, entonces suscita resquemores y odios. Romero no fue un simple maestro de la fe, sino un pastor con olor a ovejas; un pastor que dio su vida por sus ovejas conscientemente, como lo escribe en sus apuntes espirituales del último retiro:

 

“Así comento mi consagración al Corazón de Jesús, que fue siempre fuente de inspiración y alegría cristiana en mi vida. Así también pongo bajo su providencia amorosa toda mi vida y acepto con fe en él mi muerte, por más difícil que sea. Ni quiero darle una intención como lo quisiera, por la paz de mi país y por el florecimiento de nuestra Iglesia  porque el Corazón de Cristo sabrá darle el destino que quiera.  Me basta para estar feliz y confiado saber con seguridad que en él está mi vida y mi muerte, que, a pesar de mis pecados, en él he puesto mi confianza y no quedaré confundido; y otros proseguirán con más sabiduría y santidad los trabajos de la Iglesia y de la Patria” (Ejercicios Espirituales, febrero de 1980).

 

En  este  texto  sobrecogedor,  escrito  por  quien en el mismo cuaderno habla de que el Nuncio de Costa Rica le avisó de peligro de muerte “para esta semana”, podemos asomarnos al alma de Monseñor Romero, quien fue ante todo sacerdote, como lo muestra claramente la obra escrita por Monseñor Delgado “Así tenía que morir: ¡Sacerdote! Porque así vivió Mons. Oscar A. Romero” (Ediciones de la arquidiócesis de San Salvador, 2010). Este libro, que recomendamos vivamente, se inspira sobre todo en los apuntes espirituales del nuevo beato y en su diario de estudiante en Roma entre los años 1937 y 1943.

 

3. En la espiritualidad de Monseñor Romero destaca su profunda devoción al Sagrado Corazón de Jesús y su amor filial a María, especialmente  bajo la advocación de Reina de la Paz.

 

Pastor según el Corazón de Cristo, desde su juventud, el Beato Romero aprendió a amar al Corazón de Jesús con un amor oblativo y de reparación.  En sus apuntes espirituales de juventud repite varias veces que prefiere mil veces antes morir que ser tibio. Él quiso en efecto, que toda su vida fuera una entrega total a Jesucristo enfocada en su lema episcopal “sentir con la Iglesia”, lema que hemos recordado en el proceso de preparación a su beatificación y que hemos destacado en la decoración del magnífico templete en el que tendrá lugar la inolvidable ceremonia del sábado 23 de mayo.

 

4. El Beato Oscar Romero fue formado en la escuela espiritual de los Padres Jesuitas, según la antigua tradición eclesiástica emanada del Concilio de Trento. De aquí aprendió la verticalidad de la fe, que busca ante todo la comunión con Dios en la oración y en la contemplación. Llegado el Concilio Vaticano II, sin dejar de ser hombre de Dios, aprendió a adentrarse en las realidades y valores de este mundo,  para  caminar  con  el  hombre  y  despertar en él la esperanza de un mundo mejor y construir “la civilización del amor” proclamada por el Papa Pablo VI, a quien Monseñor Romero guardó siempre una estima y amor ejemplares. Prueba de ello es que para el retiro de preparación a su ordenación episcopal, en 1970, tomó como guía la encíclica inaugural del Papa Montini “Ecclesiam Suam”, que es un texto programático en el que se invita a toda la Iglesia a examinarse a sí misma viéndose en el espejo de Jesucristo, a renovarse y a entrar en diálogo con el mundo para comunicarle la salvación que nos trajo nuestro Divino Salvador.

 

5.  Padre  de  los  pobres,  nuestro  amado hermano sació con la Palabra de Dios el hambre de Dios de sus hermanos y hermanas confiados a su cuidado pastoral, pero sobre todo a quienes, como señala el Papa Francisco, se encuentran en las periferias geográficas y existenciales de nuestro mundo. De esta forma de ser pastor surgió espontáneamente una pastoral inspirada en la opción preferencial por los pobres, tal como la enseña Jesucristo en el evangelio y tal como la proclamó el Papa Juan XXIII al decir que la “Iglesia quiere ser la Iglesia de todos, pero sobre todo la Iglesia de los pobres”. Esta visión, propuesta en los documentos del Concilio Vaticano Segundo, inspira las directrices que emanan de los documentos pastorales de la Iglesia en América Latina, especialmente los de Medellín y de Puebla, documentos en los que los Obispos del Continente de la esperanza aplican a la realidad de América Latina y el Caribe las enseñanzas conciliares.

 

6.   Monseñor   Romero   fue   maestro   consumado que supo transformar el odio del hombre en el amor de Cristo. Sus homilías tenían como principal inspiración la Palabra de Dios. En junio de l977, durante su primer año de servicio pastoral al frente de la arquidiócesis de San Salvador, dijo: “Seremos firmes en defender nuestros derechos, pero con un  gran amor en el corazón, porque al defender así, con amor, estamos buscando  la conversión  de los pecadores. ¡Esa  es la venganza  del cristiano  (Homilía  del 19 de junio  de l977).

 

7.  Al  mismo  tiempo,  sus  homilías  nos  dejaron ver la fuente de donde la Palabra predicada por él sacaba su fuerza de conversión, es decir, su fidelidad a Cristo, su amor al hombre y su infatigable adhesión a la Iglesia. La fuerza de la Palabra de Dios salida de los labios del Beato Romero, era, según  leemos en Isaías: “Como la lluvia y la nieve caen del cielo, y sólo vuelven allí después  de haber  empapado  la tierra, de haberla  hecho germinar  así será la palabra  que sale de  mi boca: no volverá a mí vacía” (Is 5, 10-11).  Al infatigable sembrador de la palabra, se aplican también a él las palabras de Jesús: “Lo sembrado en tierra buena se parece a aquellos que oyen el mensaje, lo acogen y dan fruto:  unos treinta,  otros sesenta y otros ciento” (Mc 4, 20). Esta palabra predicada fue acompañada del signo más grande que puede dar un pastor, cuando entregó la vida derramando su sangre como Jesús.

 

Romero Pastor y Mártir

 

8. No fueron muchos los años que Monseñor Romero  pastoreó  la  Arquidiócesis  de  San Salvador, pero fueron suficientes para que Jesús, nuestro  Divino  Salvador,  nos  haya  mostrado  en su testimonio el camino del compromiso con el Evangelio al servicio de todos los hombres y mujeres de este mundo, sin pactar con el mundo. “Como ustedes no son del mundo, sino que los elegí sacándolos del mundo,  por eso el mundo  los odia. Si a mí me han perseguido,  también a ustedes les perseguirán” (Juan 15, 19-20)

 

Días   antes   de   su   muerte,   el   Beato   Oscar Romero ya había ofrecido su sangre por aquellos que  le  quitarían  la  vida. Ellos querían  apartarlo del pastoreo de la Arquidiócesis, pero sólo lograron que se quedara vivo con nosotros para siempre; porque nosotros, los que permanecemos en este mundo seguiremos sus pasos y sembraremos en  los surcos pastorales que  él  abrió. Viviremos su martirio en el cumplimiento exacto y diario de nuestro ser cristiano y de nuestra responsabilidad pastoral. Deseamos vivamente que en él se cumplan las conocidas palabras: “La sangre de mártires es semilla de cristianos”.

 

9. Ahora que la Iglesia proclama Beato a Monseñor Romero, queremos comprometernos solemnemente a llevar adelante el pastoreo que él inició con audacia (“parresia”) y  que selló con su sangre. El Beato Oscar Romero nos motiva a todos los católicos salvadoreños a emprender un nuevo modo de vivir y de dar testimonio de nuestra fe en Cristo. Los pastores en especial encontramos en él un llamado a asumir nuestra responsabilidad evangelizadora con sentido de pastor y entrega de mártir.  En esta línea deseamos compartir con ustedes las siguientes reflexiones y orientaciones de esta carta pastoral.

 

Parte Primera

 

El itinerario de la santidad de Monseñor Romero

 

10. Para conocer el alma de Monseñor Romero tenemos, además de sus cuadernos espirituales, dos instrumentos excepcionales: sus apuntes personales tomados mientras era estudiante de teología en Roma; y su Diario, que recoge los dos últimos años de su ministerio como cuarto arzobispo de San Salvador. Una característica notable de su espiritualidad es su acendrada devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que tiene como una característica central el espíritu de oblación.

 

11. El 1 de enero de 1940, el joven Romero escribía “Este año haré la gran entrega a Dios. Dios mío, ayúdame, prepárame.  Tú eres todo, yo soy nada y, sin embargo, tu amor quiere que yo sea mucho.  ¡Ánimo!  Con tu Todo y con mi nada haremos ese mucho” (Delgado, J., Así tenía de morir. pág. 171)

 

Al calor del amor del Sagrado Corazón nacen también en el Beato los deseos de santidad y martirio.

 

El 2 de febrero de ese mismo año escribía: “Cómo arden los corazones cuando sopla el fuego del amor del Sagrado  Corazón.  Pide para  que sea santo, puro,  fuerte, viril;  ten una  gran  confianza  con  tu Obispo  y ámalo” (Ibíd. pág. 173)

 

La mañana del jueves 29 de febrero visitaba las catacumbas de San Calixto. En esta ocasión escribe: “Era una  mañana  primaveral: el aire puro,  el cielo azul. Y aquellos  cipreses  se elevaban  al  cielo como suspiros de  esperanza  hacia  lo  infinito.  Hermosa imagen de la Iglesia. Sus raíces profundas  están allí, en tierra de catacumbas, y se ha elevado altiva, vestida de esperanza y de inmortalidad Estuvimos idos en la capilla de Santa Cecilia: larga   oración   pidiendo   fortaleza  para   todos. Aquellas lamparitas que alumbran la tumba de la mártir nos hablan de la fortaleza de las que pidieron la gracia del martirio” (Ibíd. pág. 176).

 

12. Jesucristo es la fuente de donde el Beato Romero bebió el amor que guio su vida personal, y la luz que iluminó el camino del servicio pastoral que prestó a la Iglesia. La “parresia”, la audacia de la fe que le llevó hasta el martirio, el supremo gesto de amor que un hombre o una mujer pueden hacer por Dios y por el pueblo santo.

 

De su devoción a Jesucristo Eucaristía encontramos en Su Diario su profunda afección a la Hora Santa, cada primer día de mes, en la capilla del Hospital La Divina Providencia. Por ejemplo, cuando expresa un comentario muy íntimo: “Volví a predicar después de dos días de reposo de la garganta y me complace haber dedicado a la Hora Santa Eucarística, en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, el servicio de mi voz” (Su Diario, 1 de junio de 1978). Esa capilla, en cuyo altar derramó su sangre, fue testigo  mudo  del  profundo  espíritu  de  adoración de Monseñor Romero y de cómo, en momentos particularmente difíciles, él acudía a pedir luces y fortaleza para cumplir su misión de pastor. Lo mismo se pudo ver mientras ejercía su ministerio sacerdotal en la diócesis de San Miguel.

 

13.  Otra  característica  de  su  espiritualidad  era su tierno amor a la Santísima Virgen María. De eso puede dar fe sobre todo el pueblo migueleño, testigo excepcional de cómo el Padre Romero difundió por todo oriente la devoción a Nuestra Señora de la Paz. Un signo destacado de ese amor mariano fue todo el esfuerzo que realizó hasta que consiguió que el Papa Pablo VI declarara  a la Virgen de la Paz, patrona de El Salvador.

 

14. Una cuarta característica de su espiritualidad era su inconmovible amor a la Iglesia y al Papa. A este propósito leemos en su Diario, comentando su visita a la basílica de San Pedro: “Junto a la tumba del primer papa he orado intensamente por la unidad de  la  Iglesia,  por  el  Papa,  por  los  obispos  y  por toda la Iglesia universal, especialmente por nuestra arquidiócesis, encomendándole a San Pedro los intereses de nuestra Iglesia y el éxito de este diálogo con la Santa Sede” (Su Diario, 17 de junio de 1978).

 

Al día siguiente visita la basílica de San Pablo. Estos son los sentimientos que llenan su corazón: “De rodillas junto  a la tumba  del apóstol de los gentiles,  del gran  San Pablo, en aquel ambiente de oración, casi de cielo, he sentido revivir en mi memoria, en mi corazón, en mi amor, todas aquellas  emociones de mis tiempos de estudiante, y ya de sacerdote, mis visitas a Roma, siempre han sido mis oraciones ante  estas tumbas  de los apóstoles, inspiración y fortaleza, sobre todo, esta tarde en que siento que mi visita no es una simple visita de piedad privada, sino que en el cumplimiento de mi visita Ad Limina traigo conmigo todos los intereses, preocupaciones, problemas, esperanzas, proyectos, angustias, de todos mis sacerdotes, comunidades religiosas, parroquias, comunidades  de base, es decir, de toda la arquidiócesis  que viene conmigo a postrarse,  como ayer ante la tumba de San Pedro, hoy, ante la tumba de San Pablo” (Su Diario, 18 de junio de 1978).

 

15. Es fácil concluir, de todo lo dicho, qué hay en el fondo de su lema episcopal “Sentir con la Iglesia”, que en su espiritualidad también implicaba, como se ha dicho con  frecuencia, “sentir con el pueblo”. El Papa Francisco nos ha enseñado que el pastor debe estar atento a la palabra de Dios, pero que al mismo tiempo debe “tener un oído puesto en el pueblo”.

 

Una hermosa síntesis de cómo se conjuga en Monseñor Romero esta doble fidelidad la encontramos cuando explica qué significa para él ser pastor de un pueblo: “Para que vean cuál es mi oficio y cómo lo estoy cumpliendo: estudio la palabra de Dios que se va a leer el domingo; miro a mi alrededor, a mi pueblo; lo ilumino con esta palabra y saco una síntesis para podérsela transmitir; y hacerlo, a este pueblo, luz del mundo, para que se deje guiar por los criterios, no de las idolatrías de la tierra. Y por eso, naturalmente, que los ídolos de la tierra y los idólatras de la tierra, sienten un estorbo en esta palabra y les interesaría mucho que la destituyeran, que la callaran, que la mataran. Suceda lo que Dios quiera, pero su palabra “decía San Pablo- no está amarrada. Habrá profetas, sacerdotes o laicos “ya los hay abundantemente- que van comprendiendo lo que Dios quiere por su palabra y para nuestro pueblo” (Homilía del 20 de agosto de 1978).

 

Parte Segunda

 

La teología del Pastor

 

16. Muchos han hablado de la memoria prodigiosa de Monseñor Romero, quien repetía párrafos completos de los discursos del Papa o de otros documentos eclesiales después de leerlos atentamente. También es propio de él buscar documentos seguros en los cuales cimentar su doctrina. Aquí se inspira para redactar sus dos cartas pastorales programáticas: “El Espíritu Santo en la Iglesia”, escrita de su puño y letra cuando era obispo de Santiago de María; y, sobre todo, esa pequeña obra maestra que es la carta pastoral “La Iglesia de la Pascua”.

 

Es fácil discernir su idea de Iglesia y su concepto de liberación cristiana a la luz de estos textos fundamentales que siempre tuvo como punto de referencia. En el primero la fuente es la doctrina del Espíritu Santo que nos propone el Concilio Vaticano Segundo; y en “La Iglesia de la Pascua” es, sin duda ninguna, la exhortación postsinodal “Evangelii Nuntiandi”.

 

17. Sorprende, en este sentido, la homilía pronunciada por nuestro hermano en el episcopado en la misa exequial del Padre Rutilio Grande. Allí comenta de manera magistral  los tres criterios que  propone el beato Pablo VI para distinguir los verdaderos liberadores:

 

La   Iglesia  ofrece  esta  lucha  liberadora   del  mundo, hombres liberadores, pero a los cuales les da una inspiración de fe, una doctrina  social que está a la base de su prudencia y de su existencia para traducirse en compromisos concretos y, sobre todo, una  motivación  de amor, de amor fraterno” (Homilía en los funerales del P. Grande).

 

En otro momento de esta pieza magistral de oratoria sagrada, Monseñor Romero expresa con claridad que el punto de partida para todo buen pastor es la fe, como “iluminación que hace distinguir cualquier liberación de tipo político, económico, terrenal  que no pasa más allá de ideologías, de intereses y de cosas que se quedan en la tierra”. El Sacerdote está llamado a predicar y promover una “liberación que arranca  del arrepentimiento del pecado, que se apoya en Cristo la única fuerza liberadora, y que termina en la felicidad” (ibíd.).

 

18. Otro tema de la carta magna de la evangelización que el beato Oscar Romero asume con singular profundidad es el proyecto del  amado pontífice sobre “la civilización del amor”. Con estos dos conceptos pudo sortear con  éxito  todas las  dificultades nacidas de las distintas formas de ideologización.

 

Lo anterior se confirmó en la rica experiencia que él vivió durante la Tercera Conferencia General de los  obispos  latinoamericanos  reunidos  en  Puebla en  1979, donde conoció al joven  pontífice San  Juan Pablo II.

 

19. Con esta base tan sólida y se abrió con prudencia y audacia a los nuevos caminos que la Iglesia debía recorrer para que la fe tuviera incidencia en la historia, de modo que el Evangelio fuera realmente, en la dramática realidad salvadoreña, luz, sal y fermento. Por eso pudo ser tan concreto y tan categórico al analizar cada semana la coyuntura del país en los campos político, económico y social. Ahora que  la oficina de canonización nos ofrece en dos discos compactos todas las homilías dominicales del cuarto arzobispo de San Salvador, nadie tiene excusa para decir que nuestro profeta y mártir fue un agitador o un activista político. Les invitamos a sumergirse con humildad y honestidad en la fuente fresca de sus enseñanzas, tan penetradas de palabra de Dios, hecha vida en la oración y la contemplación, y de la luz de la enseñanza social de la Iglesia.

 

20.  Volvemos  a  la  misa  exequial  de  su  gran amigo, el Padre Rutilio, y nos dejamos estimular por su llamado de pastor que habla a sus principales colaboradores:

 

Queridos   hermanos  sacerdotes…  no  nos  desunamos con ideologías avanzadamente peligrosas, con ideologías inspiradas no en la fe, ni en el evangelio  Nosotros sabemos que hay una iluminación de fe que nos va conduciendo por caminos muy distintos  de otras ideologías que no son de la Iglesia,  para  sembrar  lo tercero  que la Iglesia  ofrece: una motivación de amor”(ibíd.).

 

No es fácil permanecer sereno cuando se tienen delante de los ojos los cuerpos acribillados de un sacerdote, un anciano y un joven, porque la tentación de responder a la violencia con violencia se insinúa con insistencia. Monseñor Romero lo intuyó y quiso cortar por lo sano: “Aquí no debe palpitar ningún sentimiento de venganza;  aquí no grita un  revanchismo los intereses de Dios nos mandan  amarlo a Él sobre todas las cosas y amar  a los otros como a nosotros mismos”. Este amor va de la mano con las exigencias de la justicia. Porque como decía en esa misma ocasión: “en la motivación del amor no puede estar ausente la justicia. Pues, no puede haber paz y verdadero amor sobre bases de injusticia, de violencias, de intrigas” (ibíd.). La conclusión de su argumentación es impresionante:

 

Somos una Iglesia peregrina, expuesta a la incomprensión, a la persecución; pero, una Iglesia que camina serena porque lleva esa fuerza del amor” (ibíd.).

 

21. La misma línea de pensamiento, nítidamente definido por el criterio de Pablo VI, de que “la violencia no es cristiana ni evangélica”, recorre su emotiva homilía durante la misa exequial del Padre Alfonso Navarro, quien fue asesinado en mayo de 1977 por la Unión Guerrera Blanca minutos después de haberse reunido con su arzobispo en el Seminario San José de la Montaña. Con la belleza cautivadora que tenían sus comparaciones decía que el sacerdote es como un beduino que conoce el desierto como la palma de sus manos y nos dice, señalando con el dedo de su mano, por dónde debemos caminar: “No por los espejismos del odio, no por esa filosofía del diente por diente y ojo por ojo, que eso es criminal: sino, por esta otra: ‘Amaos los unos a los otros’” (Hom. En los funerales del P. Navarro) “El mundo nuevo no se va a construir por los caminos del pecado, de la violencia; se va a construir por los caminos del amor… Por el amor los ideales nunca se marchitan. Y cuando el ideal supremo es el amor, entonces este ideal hace surgir  la vida de la misma muerte” (ibíd.)-

 

22. Podemos sintetizar el mensaje de ambas homilías pronunciadas en momentos de profundo dolor, ante el cuerpo sin vida de dos de sus sacerdotes, con estas reflexiones que  él formuló en  la Eucaristía  exequial por el Padre Grande y sus compañeros:

 

Creo en Dios Padre  revelado por Cristo  su Hijo, que nos ama y que nos invita a amar”. Y añadía: “creo en una iglesia que es signo de  esa presencia  del amor de Dios en el mundo”. Desde esa iluminación desde la fe, continuaba diciendo el pastor,   somos capaces de distinguir cualquier liberación de tipo político, económico, terrenal  que no pasa más allá de ideologías”. Para concluirá más adelante afirmando en pocas frases más  adelante que  el  fruto más inmediato de esta liberación de la fe inspirada del amor, es “el arrepentimiento del pecado”.

 

Pero la fe no es auténtica si no lleva a la conversión. Así lo explica el 19 de junio de ese mismo año 1977, al entrar al templo de Aguilares, donde la Eucaristía ha sido profanada por los soldados que han convertido el  lugar  sagrado  en  un  cuartel:  Seamos  firmes,  sí, en defender nuestros  derechos, pero con un  gran  amor en el corazón porque al defenderlos así, con amor, estamos buscando  también  la  conversión   de  los  pecadores”.    Y ponía como modelo al Corazón de Jesucristo: “Como el Corazón de Cristo,  ama, aun cuando defiende sus derechos con amor, que es la fuerza de nuestra Iglesia”.

 

23. Damos un paso más en nuestro conocimiento del pensamiento profundo del beato Romero, quien une amor con justicia: “Una  motivación  de amor,  hermanos, debe movernos en estos instantes. Aquí no debe palpitar ningún sentimiento de venganza, aquí no grita revanchismo, son los intereses de Dios que nos manda amarlo sobre todas las cosas y nos manda amar a los otros como a nosotros mismos. Y es cierto que hemos pedido a las autoridades  de la justicia  en el país  porque en la motivación  del amor no puede estar ausente la justicia”. De hecho, al final  de esa emotiva Eucaristía, ante más de cien sacerdotes, se leyó un comunicado en el que Monseñor Romero exigía que se investigara este nefando crimen y advertía que “la Iglesia no participará en ningún acto  oficial” mientras no se busque la verdad de este hecho inaceptable.

 

24. Cuando Monseñor Romero ocupaba la cátedra sagrada, con frecuencia desconcertaba a sus oyentes. Así fue en esta ocasión, cuando hizo este vehemente llamado: “Hermanos salvadoreños,  cuando  en estas encrucijadas de la patria  parece que no hay solución  y se quiere buscar  medios de violencias,  yo les digo, hermanos, bendito sea Dios que en la muerte del padre Grande la Iglesia está diciendo: sí, hay solución. La solución es el amor”.

 

De   los múltiples textos que tratan sobre el tema del amor y la violencia, les invitamos a meditar el que encontramos en la homilía del 4 de noviembre de 1979: “Muchos creen que este llamamiento  del amor es ineficaz, es insuficiente,   es débil; y  esto  es tan  real  que  algunos periodistas que me entrevistan me preguntan mucho esto: ‘y usted que predica el amor ¿cree que el amor puede resolver esto? ¿No cree que no hay más camino que la violencia, si en la historia sólo la violencia es la que ha logrado los cambios?’ Yo les respondo: Si, de hecho ha sido así, es un  hecho que prueba que el hombre no ha usado todavía la fuerza que lo caracteriza.  El hombre no se caracteriza  por la fuerza bruta, no es animal. El hombre se caracteriza  por la razón y por el amor”.

 

3. Adhirió plenamente a la doctrina de Puebla

 

 

25. La  reflexión más  sistemática y estimulante de la exhortación postsinodal “Evangelii Nuntiandi” es, sin  duda, la que  recoge las reflexiones de  los obispos latinoamericanos reunidos en Puebla a principios de 1979.  Allí estaba Monseñor Romero, quien al  final pudo decir lleno  de júbilo: “Puebla ha confirmado mi doctrina”. Muchos recuerdan con qué entusiasmo fue recibido, al bajar del avión que le traía de México, y cuando llegó a la catedral. Así lo describe en su Diario: “La catedral estaba ya repleta y cuando se dieron cuenta de mi arribo, estalló un sonoro aplauso y vivas que fue creciendo”.  Luego resume su primer mensaje a su diócesis después de una larga ausencia: “En mi homilía me referí al tema de Puebla en estos tres puntos: primero, cómo yo fui en Puebla el representante de una diócesis en oración, y les inculqué mucho, así como les agradecía la oración que yo sentía tan fuerte, que siguieran orando para que esto fuera la mayor fuerza de nuestra diócesis: la oración. El segundo pensamiento es que yo en Puebla llevaba el testimonio de una diócesis en una línea de pastoral muy de acuerdo con lo que se escuchó en Puebla y me referí a los numerosos testimonios de la vida de la arquidiócesis que yo tuve tan presentes en la reunión de Puebla  Y me alegré de lo que pude contar en Puebla del testimonio vivido en mi arquidiócesis. Y el tercer pensamiento, lo que yo traigo de Puebla para la arquidiócesis: la experiencia, la riqueza, la amistad de numerosos pastores y diócesis del continente y del mundo” (Su Diario, 16 de febrero de 1979).

 

26.  Concluimos  esta  visión  de  Puebla  tal  como la ha interiorizado el beato Oscar Romero,   citando su homilía del 6 de agosto de 1979. En ella expuso claramente lo que la Iglesia puede ofrecer al proceso de liberación de nuestro pueblo:

 

Lo primero que ofrece la Iglesia es, naturalmente, evangelizar.”

 

Segunda colaboración  de  la  Iglesia  es  mantener su identidad  de Iglesia. Queridas  comunidades  aquí presentes y todas  las que están  reflexionando  a través  de la radio: esta debe ser nuestra mayor preocupación  al reflexionar  el Evangelio,  ser la Iglesia que Cristo  quiere, no hacer otras cosas que las que la Iglesia tiene que hacer, y la tranquilidad de no meternos en campos ajenos sino para iluminarlos con la luz y la identidad  propia de nuestra Iglesia

 

La  tercera  contribución que la Iglesia  ofrece, y ya se está dando aquí entre nosotros,  es la denuncia  profética de todo lo que es pecado. Denuncia, no por fanfarronería, no por quedar bien demagógicamente; denuncia  como la Iglesia quiere, llamado a la conversión. La Iglesia denuncia el pecado para arrancarlo del mundo, convirtiendo  a los pecadores

 

Otra gran  contribución de la Iglesia es señalar  que el único  camino  de salida  es, precisamente,   esa conversión de los hombres.  Y aunque  esto parezca  idealismo,  utopía ¿cuándo se van a convertir todos los pecadores?, la Iglesia lo proclamará siempre”.

 

27. Para valorar en su justa dimensión el mensaje de esta homilía hay que tener en cuenta que en ella Monseñor Romero está presentando a su comunidad arquidiocesana la cuarta carta pastoral “Misión de la Iglesia en medio de la  crisis del país”, que  es una aplicación de la doctrina de Puebla a nuestra realidad:

 

Cuando titulo  mi carta  pastoral  así: la línea pastoral de Puebla realizándose en nuestra arquidiócesis,  la trato de definir así porque no es más que la línea del Vaticano  II y de Medellín, que ya nuestro  querido antecesor monseñor Chávez con la ayuda  de Monseñor  Rivera  y de este clero que quiere estar al día en las líneas de la iglesia, trataron de meter ya en la vida de nuestra pastoral.  Yo no he hecho más que recibir una  herencia y amarla  y tratarla de acrecentar entre nosotros

 

Primero, actitud   de  búsqueda.  Hay  cambios,  hay necesidad de nuevos lenguajes,  de nuevas  actitudes.  Y esto es lo que quiere la nueva línea de la arquidiócesis, actitud  de búsqueda

 

Segundo. Opción  preferencial  por los pobres. Conocer los mecanismos  que engendran la pobreza, luchar  por un mundo más justo, apoyar a los obreros y campesinos en sus reivindicaciones  y en su derecho de organización,  estar muy cerca de la gente

 

Tercero, unidos en una pastoral de conjunto.  Aquí distinguimos el espíritu apostólico de lo que es pastoral, como se podría comparar un río con la canalización de ese río. En todos los movimientos  de nuestra arquidiócesis  hay mucho espíritu apostólico, pero no en todos hay sentido pastoral. Dejémonos conducir  por una  organización  pastoral  que se llama la pastoral  de conjunto.  Que ninguna comunidad  se sienta aislada o superior a otras, sino que todos sintamos que somos una sola obra de Dios en medio del pueblo

 

Y finalmente,  tengo la satisfacción de ofrecerles la idea de crear en la arquidiócesis,  de intensificar  una pastoral  de adaptación, principalmente en estas tres líneas: una pastoral masiva, en el sentido urbano,  donde hay problemas muy distintos  de las zonas rurales.  Segundo, las comunidades eclesiales de base. Los pequeños grupos  donde, el Papa  lo dice, el Evangelio se hace más amistad,  más amigo, más sencillo, más íntimo. Y finalmente, tercero, una pastoral  de acompañamiento. Ya urge, porque son muchos los cristianos que dicen que tienen  que optar  por una  situación  política, por una  organización,  y muchas  veces por eso pierden  la fe. La Iglesia no puede abandonar al cristiano  que, llevado de la sinceridad  de su Evangelio,  quiere ir a optar  en un partido político, en una organización  política, y tenemos que seguirlo,  pero desde la línea de la iglesia, con una  pastoral de seguimiento,  para que ese hombre cristiano se sienta que, donde quiera que va, lleva el germen del verbo, la semilla de la salvación, la luz del Evangelio”.

 

28. Amor, justicia; falta una tercera palabra: paz. De ella habla en la homilía del 3 de julio de 1977: “No basta la justicia, es necesario el amor” “Me da gusto constatar” –decía entonces el Beato– “que todas las personas que han seguido el pensamiento de esta hora de la Iglesia jamás han oído una  palabra  de violencia de mis labios” Luego enfatizaba, incluso con un tono de voz más elevado, lo siguiente: “La fuerza del cristiano es el amor”.  Y sacaba una  consecuencia: “Mientras no lleguemos a esta fortaleza del amor, no podemos ser los verdaderos pacificadores”.

 

Pero la paz es negada cuando las estructuras sociales son injustas, cuando, como enseña Medellín, son “estructuras de pecado”.  Leemos en su homilía del 13 de enero de ese año: “Pero hay otra cosa muy importante que como cristianos  tenemos  que comentar,  y es que sí tenemos que condenar  esta estructura de pecado en que vivimos  Los culpables son precisamente  los que mantienen esas estructuras de injusticia social, que hacen perder la esperanza de que se puedan arreglar  de otro modo más que con la violencia

 

Parte Tercera

 

El pastor  que  ilumina  el  compromiso  social  del cristiano

 

29. Uno de los temas de debate más candentes sobre Monseñor Romero es el de su conversión. Al respecto existen dos tesis: la de Monseñor Rivera, Monseñor Ricardo Urioste  y muchos más,  quienes afirma que Monseñor Romero vivió en permanente conversión; y la de quienes hablan de una conversión al estilo de la San Pablo, provocada por el asesinato del Padre Rutilio Grande. El mismo arzobispo mártir dejó en claro quién tiene razón. Lo hizo, por ejemplo, cuando un periodista suizo le preguntó: “Monseñor, dicen que usted se ha convertido”. Y él respondió textualmente: “Yo no diría que es una conversión sino una evolución”. Y luego explicó cuál fue su proceso interior:   mientras era pastor en San Miguel o en Santiago de María, veía la realidad desde la periferia. Pero cuando llegó a la sede de San Salvador, centro del poder político, económico y militar, descubrió en forma brutal lo que  significa la injusticia estructural de la que hablan los documentos de Medellín.

 

Desde entonces, basándose en la palabra de Dios y en la enseñanza social de la Iglesia clamó con fuerte voz pidiendo la conversión no sólo personal sino también social. Abundan los textos que  confirman esta  manera de entender las cosas. En una palabra, Monseñor Romero siempre estuvo abierto a la voluntad de Dios, fue siempre dócil a las inspiraciones del Espíritu Santo y por eso ha merecido la gloria de los altares.

 

30. Cuando  San  Juan  Pablo  II  nos  visitó  por segunda vez quiso orar de nuevo junto a la tumba de nuestro pastor,   pero antes de ese momento de oración profunda se dirigió a la juventud que le aclamaba en la Plaza Cívica. El Santo Padre habló de Monseñor Luis Chávez y   González, de Monseñor Arturo Rivera Damas y de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, calificándolos como “las tres  columnas que sostienen la Iglesia arquidiocesana”. Y al referirse al futuro beato, dejó a un lado su discurso para exclamar en forma espontánea: “Y me alegro de que su memoria permanezca viva entre ustedes”.

 

31. Es altamente simbólico que  la beatificación se realice junto al monumento al Divino Salvador del Mundo, que fue construido en 1942 para conmemorar el primer centenario de la erección de la primera diócesis de El Salvador. La silueta del titular de nuestra república se ha convertido en el símbolo del país. Allí deseamos reafirmar nuestro compromiso de  llevar adelante la misión evangelizadora de la Iglesia que quiere salir  a las periferias geográficas y existenciales como lo proclama sin descanso el Papa Francisco. Pero no podemos ponernos de nuevo en camino sin saber quiénes somos y de dónde venimos; y, sobre todo, sin tener claro quién es Monseñor Romero. Hagamos, pues, un ejercicio de memoria.

 

32. Cuando   manos   sacrílegas   segaron   la   vida de Monseñor Romero, los Obispos de El Salvador elevaron indignados su voz para protestar por tan grave magnicidio que hería profundamente el corazón de la Iglesia.

 

Al día siguiente,    denunciaban  tan  vil asesinato con estas palabras: “Desde que Monseñor  Romero llegó a la Sede Metropolitana como cuarto Arzobispo de San Salvador, fiel a su lema de decir la verdad para construir la paz fundamentada en la justicia,  anunció  incansablemente el mensaje  de Salvación  y denunció  con vigor  implacable la situación  de injusticia institucionalizada y los abusos en contra de los derechos humanos  y de la dignidad  inalienable del hombre, hecho a imagen  y semejanza  de Dios. Esto le mereció el aprecio de propios y extraños, pero también suscitó la aversión de los que se sentían  incómodos por la fuerza de su palabra evangélica y de su testimonio

 

A renglón seguido los obispos afirmaban:

 

La Conferencia Episcopal condena enérgicamente el asesinato del Pastor de la Arquidiócesis de San Salvador, condena también la violencia como medio para impedir o para apoyar las reformas necesarias para el país. Espera que la muerte del Excelentísimo Señor Arzobispo Metropolitano al inicio de la Semana de Pasión,  contribuya eficazmente a la conversión y reconciliación de las familia salvadoreña; conversión que debe favorecer las justas aspiraciones por una convivencia  más justa  y más fraterna” (Pronunciamiento del 25-03-80)

 

33. Siete años más tarde, en su Tercera Exhortación Pastoral, de fecha 19 de abril de 1987, Monseñor Arturo Rivera Damas, se expresaba así: “El paso de Monseñor Romero por la sede metropolitana (22 febrero 1977 - 24 marzo 1980), aunque   fecundo y en circunstancias difíciles, fue  breve  ( ).  El  Magisterio   de  Monseñor   Romero  está contenido en Cuatro Cartas Pastorales, en sus homilías, especialmente  las dominicales  y en numerosas entrevistas. A la profundidad de la doctrina y don de descifrar los signos de los tiempos,  unió  su  denuncia  clara  y  muchas  veces detallada  de los abusos de la autoridad, la cual reprimió en forma brutal, tanto las manifestaciones reivindicativas de las organizaciones  populares,  como las provocativas  lideradas por la cúpula marxista”.

 

El testimonio y servicio más grande de Monseñor Romero fue su muerte  martirial, precedida y seguida por la muerte violenta de varios sacerdotes, religiosas y catequistas.  En alguna ocasión el Papa Juan Pablo II expresó que Monseñor Romero no necesita mayores procesos y milagros para ser declarado beato, sino que se evite la manipulación política de su memoria” Comentaba allí mismo Monseñor Rivera Damas: “Creo que esto no será fácil por el momento; pero esa debe ser la meta a que tiendan  nuestros  esfuerzos, ya que se exalta mucho la memoria de Monseñor  Romero como figura política, pero poco como Pastor  coherente con su misión”. Permítannos expresar públicamente nuestro reconocimiento a Monseñor Rivera, quien no sólo conservó celosamente la herencia de Monseñor Romero sino que luchó tenazmente para que no se manipulara políticamente su  figura. Fue  una lucha difícil,  pero poco a poco se vieron los frutos.

 

34. Cuando se inició el proceso de canonización de Monseñor Romero las autoridades romanas encargadas de su caso preguntaron a los postuladores por qué mataron a Monseñor Romero y en qué contexto ejerció su ministerio pastoral. Ahora ya tenemos la respuesta, emanada de la más alta autoridad de la Iglesia: lo mataron “por odio a la fe”. Lo mataron porque tomó en serio la enseñanza de Jesús, su pasión por el reino y su compasión por el pueblo. Lo mataron porque hizo suyas las enseñanzas del Concilio Vaticano II que nos manda hacer nuestras “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las alegrías” de cada ser humano y de cada comunidad. Lo mataron por vivir hasta las últimas consecuencias la convicción que repetía sin cesar: “Nada me importa como la vida humana”. Lo mataron por “ser voz de los que no tienen voz”.

 

Y en cuanto al contexto, sabemos que estaba marcado por el conflicto este-oeste, ya que en territorio centroamericano se libraba la batalla entre dos bloques ideológicos opuestos. Lo dijo muy bien San Juan Pablo II cuando, el 1 de octubre de 1984, apoyó desde la Plaza de San Pedro, a la hora del ángelus, el proceso de diálogo que se iniciaba en la ciudad de La Palma entre los grupos alzados en armas y el gobierno salvadoreño. Citando palabras de Monseñor Rivera, el Santo Padre afirmó: “Las armas vienen del exterior, pero los muertos son todos salvadoreños”.

 

La Iglesia, Cuerpo der Cristo en la historia

 

35. Al  leer  el  Diario  de  Monseñor  Romero, encontramos muchas alusiones al proceso de preparación de su segunda carta pastoral, que fue publicada el 6 de agosto de l977 con el título “La Iglesia, cuerpo de Cristo en la historia”.  La intención de la misma es tratar explicar por qué la Iglesia, desde que Monseñor Romero empuñó el timón de la Iglesia particular de San Salvador, ha tomado posición en la compleja realidad de la vida nacional: “Porque los acontecimientos que se han sucedido en el país antes y después de aquella Pascua inolvidable y la intensa vida eclesial que, en nuestra arquidiócesis, ha acompañado a estos acontecimientos, exigen una razón de nuestras actuaciones. Y nada me parece más propicio para ello, que esta nueva presencia luminosa y litúrgica del Divino Salvador para confrontar con sus designios divinos de salvación, el camino por donde juntos hemos marchado como pueblo de Dios”. En otras palabras, el pastor escribe esta carta para defenderse de múltiples ataques, muchos de ellos realmente venenosos.

 

36. Por tratarse de un documento prácticamente desconocido, vamos a recoger algunas de sus afirmaciones centrales, las cuales explican con claridad meridiana el pensamiento pastoral de Monseñor con relación a la compleja realidad salvadoreña.

 

¿Por qué Monseñor Romero escribe esta carta pastoral?: “He creído un deber de mi magisterio  episcopal dirigirme  a todos los queridos hijos de nuestra Iglesia y también a otros cristianos  hermanos  nuestros  y a todos los salvadoreños  que buscan  y esperan  una  palabra  razonable que ilumine,  desde nuestra fe y desde nuestra esperanza cristiana, lo que realmente  está pasando.  Sí. Es la palabra de nuestra fe. Por tanto, no pretendo suplantar al necesario esfuerzo de la razón humana  en buscar soluciones concretas y viables a nuestros graves problemas. Pero con la luz de la fe estoy seguro de ofrecer la contribución que la Iglesia tiene que aportar  para purificar y fortalecer esos esfuerzos razonables porque los libera de torcidos intereses y les garantiza la complacencia de Dios” (2ª Carta pastoral, Introducción).

 

Se trata, de una palabra de esperanza:

 

Es también la palabra de nuestra esperanza.  No puede ser otra la palabra  de la Iglesia, porque es la palabra  de la Buena  Nueva,   del  Evangelio,  de  la  liberación  que,  por medio de la Iglesia, sigue anunciando Jesús a los hombres. Y no es una  esperanza  ingenua  la que proclama  la Iglesia, porque va acompañada por la sangre de sus sacerdotes y sus campesinos: sangre  y dolor que denuncian la existencia  de dificultades objetivas y de malas voluntades  que se oponen a su realización,  pero sangre  que también  es expresión  de voluntad  de martirio  y que, por tanto,  es la mejor razón y testimonio  de una  esperanza  que, desde Cristo,  la Iglesia ofrece con toda seguridad al mundo” (2ª CP Int.)

 

Pero es también una palabra profética que denuncia el pecado:

 

El pensamiento actual de la iglesia siempre es severo con la gravedad del pecado individual; pero la iglesia de hoy acentúa más que antes la gravedad del pecado por sus consecuencia sociales. La malicia del pecado interior cristaliza en la malicia de las situaciones externas e históricas el pecado social, es decir, la cristalización de los egoísmos individuales en  estructuras  permanentes que mantienen ese pecado y dejan sentir su poder sobre las grandes mayorías” (2ª CP. I) Es, ante todo, una palabra que nace de la opción por los pobres:

 

San Lucas nos presenta en el discurso programático de Jesús, la profecía de Isaías que se cumplía en Cristo: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido.  Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación de los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad  a los oprimidos  y proclamar  un  año de gracia del señor” (Lc 4, 18-19) Esta preferencia de Jesús hacia los pobres recorre todo el Evangelio.  La opción por los pobres y las denuncias  de pecados públicos le ocasionaron  a Jesús frecuentes  polémicas, incluso  la persecución,  y por ello fue condenado y ajusticiado” (2ª CP.II)

 

Es una palabra que no excluye a nadie:

 

37. “En cuanto a la opción preferencial por los pobres, no significa esto un rechazo de las demás clases sociales, a las cuales también la Iglesia quiere servir e iluminar y a las cuales también exige su cooperación a la construcción del Reino. Preferencia a los pobres, significa la preferencia de Jesús hacia aquellos que han sido más objeto de los intereses de los hombres que sujetos de su propio destino” (2ª CP II)

 

Es una palabra de una Iglesia encarnada en la historia:

 

Sólo realizando así su misión, la Iglesia realiza su propio misterio de ser el Cuerpo de Cristo en la historia. Sólo viviendo así su misión, con el mismo espíritu con que lo viviría Cristo en este tiempo y en este país, puede mantener su fe y darle el sentido trascendente a su mensaje, sin reducirlo  a meras ideologías ni dejar que manipulen el egoísmo humano  o el falso tradicionalismo” (2ª CP II)

 

A manera de conclusión

 

Concluimos nuestra reflexión agradeciendo la acogida tan entusiasta que ha tenido el acontecimiento que nos reunirá en torno al altar el 23 de mayo.

 

Y compartimos la opinión generalizada de que esta gracia extraordinaria de poder contar con el primer beato salvadoreño debe marcar un antes y un después.

 

Que seamos dignos de la gracia recibida y que nos pongamos de nuevo en marcha hacia un país diferente, del país que Dios quiere y el país por cuya transformación Monseñor Romero entregó su vida.

 

Les  bendecimos  en  el  nombre  de  Jesucristo,  el Salvador del Mundo.

 

Y que María,  nuestra Señora de la Paz, sostenga nuestra esperanza.

 

(Siguen las firmas).

 

ANEXO

ORIENTACIONES SOBRE EL CULTO AL BEATO ÓSCAR ROMERO

 

01. De acuerdo a la Carta Apostólica que el Santo Padre el Papa Francisco nos ha hecho llegar, debemos dar culto al beato Óscar Arnulfo Romero el 24 de marzo, día en que nació para el cielo, en los lugares y de acuerdo a los modos establecidos por el derecho”

 

02. De acuerdo a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en el capítulo VI, que trata sobre la veneración a los santos y beatos, en el número 211, establece que “La doctrina de la Iglesia y su Liturgia proponen a los Santos y Beatos, que contemplan ya “claramente a Dios Uno y Trino” como:

 

-testigos históricos de la vocación universal a la santidad; ellos, fruto eminente de la redención de Cristo, son prueba y testimonio de que Dios, en todos los tiempos y de todos los pueblos, en las más variadas condiciones socio-culturales y en los diversos estados de vida, llama a sus hijos a alcanzar la plenitud de la madurez en Cristo (cfr. Ef 4,13; Col 1,28);

 

- discípulos insignes del Señor y, por tanto, modelos de vida evangélica; en los procesos de canonización la  Iglesia reconoce la  heroicidad de  sus  virtudes y consiguientemente los propone como modelos a imitar;

 

-ciudadanos de la Jerusalén del cielo, que cantan sin cesar la gloria y la misericordia de Dios; en ellos ya se ha cumplido el paso pascual de este mundo al Padre;

 

-intercesores y amigos de los fieles  todavía peregrinos en la tierra, porque los Santos, aunque participan de la bienaventuranza de Dios, conocen los afanes de sus hermanos y hermanas y acompañan su camino con la oración y protección;

 

03.  El mismo documento establece en el número 226, que el influjo recíproco entre Liturgia y piedad popular resulta particularmente intenso en las manifestaciones de culto tributadas a los Santos y a los Beatos. Por lo tanto, parece oportuno recordar, de manera sintética, las principales formas de veneración que la Iglesia rinde a los Santos en la Liturgia: estas deben iluminar y guiar la piedad popular.

 

04.   En  el   numeral  227,   el   citado  Documento establece que  la celebración de una fiesta  en honor de un Santo  a los Beatos se les aplica, servatis servandis, lo que se dice de los Santos - es sin duda una expresión eminente del culto que les tributa la comunidad eclesial: conlleva, en muchos casos, la celebración de la Eucaristía. La fijación del “día de la fiesta” es un hecho cultual relevante, a veces complejo, porque concurren factores históricos, litúrgicos y culturales, no siempre fáciles de armonizar.

 

05. Interesantes recomendaciones nos da el citado documento para la celebración litúrgica de los santos y beatos en los numerales 229 y siguientes.   En este citado numeral nos dice que es necesario instruir a los fieles  sobre la relación entre las fiestas de los Santos y la celebración del misterio de Cristo. Las fiestas de los Santos, reconducidas a su razón de ser más profunda, iluminan realizaciones concretas del designio salvífico de Dios y “proclaman las maravillas de Cristo en sus servidores”; las fiestas de los miembros, los Santos, son en definitiva fiestas de la Cabeza, Cristo;

 

Nos  dice  además que   es conveniente que  los fieles se  acostumbren a  discernir el  valor y  el  significado de  las  fiestas de  los  Santos y Santas que  han  tenido una misión especial en la historia de la salvación y una relación peculiar con el Señor Jesús. Es además oportuno exhortar a los fieles a que prefieran las fiestas de los santos que han tenido una misión de gracia respecto a la Iglesia particular, como los Patronos o los que han anunciado por primera vez la Buena Nueva a la antigua comunidad;

 

06. El mismo documento de la Congregación para el culto de los santos y beatos, nos habla del día de la fiesta,  en el numeral 230., en estos términos. El día de la fiesta  del Santo tiene una gran importancia, tanto desde el punto de vista de la Liturgia como de la piedad popular. En un breve e idéntico espacio de tiempo, concurren numerosas expresiones cultuales, tanto litúrgicas como populares, no  sin  riesgo de  conflicto, para configurar el “día del Santo”.

 

 

Los  eventuales  conflictos se  deben resolver a  la luz de las normas del Misal Romano y del Calendario Romano General, en lo referente al grado de la celebración del Santo o del Beato, establecido según su relación con la comunidad cristiana (Patrono principal del lugar, Título de la iglesia, Fundador de una familia religiosa o su Patrono principal); también sobre las condiciones que se han de respetar, en el caso de un eventual traslado de  la fiesta  al domingo, y sobre la celebración de las fiestas de los Santos en tiempos determinados del Año litúrgico.

 

Estas normas se deben observar no sólo como una forma de respeto a la autoridad litúrgica de la Sede Apostólica, sino sobre todo como expresión de respeto al misterio de Cristo y de coherencia con el espíritu de la Liturgia. En particular es necesario evitar que las razones que han determinado el traslado de las fechas de  algunas fiestas de  Santos y Beatos  por  ejemplo, de la Cuaresma al Tiempo ordinario -, se relativicen en la praxis pastoral: celebrar en el ámbito litúrgico la fiesta  de  un Santo según la nueva fecha  y continuar celebrándola según la fecha anterior en el ámbito de la piedad popular, no sólo atenta contra la armonía entre Liturgia y piedad popular, sino que da lugar a una duplicidad que produce confusión y desorientación.

 

07. Por  fin,  en  el  numeral 231,  el  Documento de la  Congregación romana nos dice que  es  necesario que  la fiesta  del  Santo se prepare y se celebre con atención y cuidado, desde el punto de vista litúrgico y pastoral. Esto conlleva, ante todo, una presentación correcta  de   la   finalidad  pastoral  del   culto  a   los Santos, es  decir, la  glorificación de  Dios,  “admirable en sus Santos”, y el compromiso de llevar una vida conforme a la enseñanza y ejemplo de Cristo, de cuyo cuerpo místico los Santos son miembros eminentes.

 

Es preciso, también, que se presente correctamente la  figura del  Santo. Según la  tendencia de  nuestra época, esta presentación no se detendrá tanto en los elementos legendarios, que quizá envuelven la vida del Santo, ni en su poder taumatúrgico, cuanto en el valor de su personalidad cristiana, en la grandeza de su santidad, en la eficacia de su testimonio evangélico, en el carisma personal con el que enriqueció la vida de la Iglesia.

 

08. En el numeral 232, el citado Documento dice que el “día del Santo” tiene un gran valor antropológico: es día  de  fiesta.  Y la fiesta,  como es sabido, responde a una necesidad vital del hombre, hunde sus raíces en la aspiración a la trascendencia. A través de las manifestaciones de alegría y de júbilo,  la fiesta  es una afirmación del  valor de  la  vida y de  la  creación. En cuanto interrumpe la monotonía de lo cotidiano, de las formas convencionales, del sometimiento a la necesidad de ganancia, la fiesta  es expresión de libertad integral, de tensión hacia la felicidad plena, de exaltación de la pura gratuidad. En cuanto testimonio cultural, destaca el genio peculiar de un pueblo, sus valores característicos, las expresiones más auténticas de su folclore. En cuanto momento de socialización, la fiesta es una ocasión de acrecentar las relaciones familiares y de abrirse a nuevas relaciones comunitarias.

 

09. Habida cuenta de las normas y recomendaciones que nos hace la Congregación para el culto de los santos y beatos, decidimos que para el culto del Beato Oscar Arnulfo Romero se observen las siguientes recomendaciones:

 

(1).  Celebrar  solemnemente  la  Fiesta  del  Beato Oscar Romero celebrada en todo nuestro país, el día 24 de marzo.

 

(2). Promover el conocimiento de su persona y su doctrina.

 

(3). Promover la imitación de sus virtudes.

 

(4). Invocar constantemente su intercesión.

 

(5). Pedir a Dios la gracia de su pronta canonización.

 

Oración para pedir un favor por intercesión del Beato Oscar Romero

 

Dios Padre Misericordioso que,  por mediación de Jesucristo, la intercesión de la Virgen María, Reina de la Paz y la acción del Espíritu Santo, concediste al Beato Óscar Romero la gracia de ser Pastor ejemplar al servicio de la Iglesia y, en ella, de manera especial, de los pobres y  los necesitados.

 

Haz, Señor, que yo sepa también vivir conforme al Evangelio de tu Hijo y concédeme, por intercesión del beato Óscar Romero, el favor que te pido. Así sea.  [y dígnate glorificar tu Beato Oscar Romero y concédeme por su intercesión, el favor que te pido.  Amén.]

 

Padre Nuestro, Ave María, y Gloria

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