Sunday, May 28, 2006
Tuesday, May 23, 2006
UN HOMBRE DE LA IGLESIA Y DEL EVANGELIO
«Los especialistas del Vaticano han determinado recientemente que la actuación de Romero estuvo apegada a la doctrina sólida y tradicional de la iglesia católica. Los escritos y las homilías fueron analizados durante diez años por la Congregación para la Doctrina de la Fe.» Así lo reportó EL DIARIO DE HOY el 22 de marzo 2005, uno de los periódicos salvadoreños más conservadores, y uno que había criticado mucho al arzobispo en vida.
Según varias fuentes de la Iglesia, la comisión de teologos del Vaticano dictaminó despues de haber estudiado minuciosamente más de 3.000 páginas de escritos, sermones, discursos, archivos, documentos, cartas, editoriales, y demás papeles de Romero, que fue «un hombre de la Iglesia, del evangelio y de los pobres.» Como lo reportó el DIARIO DE HOY en aquel marzo del 25 aniversario del martirio de Mons. Romero, «las homilías del fallecido arzobispo, a quien algunos consideran un personaje emblemático de la historia contemporánea del país, fueron considerados incendiarios en su tiempo, sobre todo por los componentes de denuncia, que fueron rechazados por un sector y manipulados por otro.»
Sin embargo, la comisión de expertos consideró su prédica ortodoxa y apegada a la linea de la doctrina de la Iglesia. Todos los llamamientos que hizo Romero desde el púlpito están respaldados con enseñanzas análogas en la doctrina social de la Iglesia, empezando con el famoso sermón del 23 de marzo de 1980, que muchos consideran como el hecho que motivó el asesinato de Romero el día siguiente. En su homilía, Romero hizo un «llamamiento de manera especial a los hombres del Ejército -- que ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios.» Romero explicó su instrucción argumentando que, «Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla.» El siguiente día trás el asesinato, algunos oficiales militares comentaron que Romero había cometido «un crímen» por estar instando a los soldados a desobedecer las ordenes de sus superiores, o sea cometer la insubordinación. Sin embargo, quince años antes, el papa Juan XXIII había dictaminado en su encíclica PACEM IN TERRIS, de que «si los gobernantes promulgan una ley o dictan una disposición cualquiera contraria a ese orden espiritual y, por consiguiente, opuesta a la voluntad de Dios, en tal caso ni la ley promulgada ni la disposición dictada pueden obligar en conciencia al ciudadano, ya que es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.» En este caso, la LEY DE DIOS que Romero citaba era el Quinto Mandamiento: «ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la Ley de Dios que dice: no matarás.»
Toda la prédica de Mons. Romero referente a la situación socio-económica que imperaba en El Salvador en su tiempo estaba apegada a las enseñanzas de la Iglesia. Estas han sido solemnizadas en el Catecismo de la Iglesia Católica, recopilado bajo la dirección del entonces Cardenal Joseph Ratzinger, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es ahora el papa Benedicto XVI. En varias instancias, las palabras de Romero eran fieles hasta en los más pequeños detalles. Por ejemplo, en el mismo sermón del 23 de marzo, Romero suplicó «en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos.» El Catecismo de la Iglesia dice que la injusticia social es uno de los «pecados que claman al cielo». Inciso 1867.
Este tema de la injusticia social como un pecado que prevalece en la realidad nacional había sido tocado tambien en la conferencia episcopal de los obispos latinoamericanos en Medellín, que culminó con un escrito en que los obispos del continente declaran que existe una «miseria que margina a grandes grupos humanos» y que «esa miseria, como hecho colectivo, es una injusticia que clama al cielo.» Documento Final de la Conferencia Episcopal de Medellín. Tanto la carta de los obispos, desde una conferencia cuyos estudios estaban autorizados por el Concilio Vaticano Segundo, y aprobados por el Papa Pablo VI, como la prédica de Romero, encajan con la doctrina social aprobada por la Congregación para la Doctrina de la Fe en el Catecismo de la Iglesia. Por ejemplo, Mons. Romero denunciaba la brecha entre los pobres y los ricos; un hecho criticado también por el Catecismo, incisos 2443-2445. De hecho, el Catecismo nos habla de «desigualdades escandalósas.» Inciso 1938. Mons. Romero decía que es pecaminoso estar dedicados al poder y las riquezas y querer excluir a otros de manera egoista. Lo mismo dice el Catecismo en su inciso 2445. Igual a Mons. Romero, la iglesia tambien apoya un sueldo digno y justo. Inci. 2428-2429, 2434. Tambien como Romero, la iglesia apoya los derechos de sindicalismo y organización popular, como tambien el derecho de estar en huelga. Inci. 2435.
Estos eran los dos extremos de la prédica de Mons. Romero: condenar atrocidades cometidas por el ejército, y denunciar la injusticia social que imperaba en el país. Ambos ramos de su proyecto pastoral estaban abastecidos en la doctrina cristiana de la Iglesia, y la Congregación para la Doctrina de la Fe pudo haber comprobado todo esto facilmente al comparar la prédica de Romero con la linea doctrinal del Catecismo y otros documentos eclesiales. Pero, la biblioteca privada de Mons. Romero tambien fue útil para evaluar desde donde se alimentaba espiritualmente. Resulta que un 60% del material de estudio de Romero consistía de literatura sobre la vida mística y sobre la santidad. Hay bastantes obras sobre la Devoción al Sagrado Corazón de Jesús entre los libros que conservaba en su casa durante el periodo en que era arzobispo (devoción que el Papa Benedicto exhortó a los Jesuitas renovar esta semana). Un 25% de los libros son obras de espiritualidad, de la doctrina, y de las enseñanzas de los papas. Algunas obras sobre la teología de la liberación obsequiadas al arzobispo por sus autores aún conservaban sus sellos plásticos y presentaban señas de poco uso, mientras que otros autores modernos pero ortodóxos le llamaban más la atención, por ejemplo el Cardenal Eduardo Pironio. Los expertos del Vaticano comprendieron que desde esta base doctrinal, la prédica de Mons. Romero chocaba con una realidad nacional pésima y opresiva, lo cual lo llevaba a denunciar la realidad desde la perspectiva profética y evangélica de la doctrina de la Iglesia.
«Los especialistas del Vaticano han determinado recientemente que la actuación de Romero estuvo apegada a la doctrina sólida y tradicional de la iglesia católica. Los escritos y las homilías fueron analizados durante diez años por la Congregación para la Doctrina de la Fe.» Así lo reportó EL DIARIO DE HOY el 22 de marzo 2005, uno de los periódicos salvadoreños más conservadores, y uno que había criticado mucho al arzobispo en vida.
Según varias fuentes de la Iglesia, la comisión de teologos del Vaticano dictaminó despues de haber estudiado minuciosamente más de 3.000 páginas de escritos, sermones, discursos, archivos, documentos, cartas, editoriales, y demás papeles de Romero, que fue «un hombre de la Iglesia, del evangelio y de los pobres.» Como lo reportó el DIARIO DE HOY en aquel marzo del 25 aniversario del martirio de Mons. Romero, «las homilías del fallecido arzobispo, a quien algunos consideran un personaje emblemático de la historia contemporánea del país, fueron considerados incendiarios en su tiempo, sobre todo por los componentes de denuncia, que fueron rechazados por un sector y manipulados por otro.»
Sin embargo, la comisión de expertos consideró su prédica ortodoxa y apegada a la linea de la doctrina de la Iglesia. Todos los llamamientos que hizo Romero desde el púlpito están respaldados con enseñanzas análogas en la doctrina social de la Iglesia, empezando con el famoso sermón del 23 de marzo de 1980, que muchos consideran como el hecho que motivó el asesinato de Romero el día siguiente. En su homilía, Romero hizo un «llamamiento de manera especial a los hombres del Ejército -- que ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios.» Romero explicó su instrucción argumentando que, «Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla.» El siguiente día trás el asesinato, algunos oficiales militares comentaron que Romero había cometido «un crímen» por estar instando a los soldados a desobedecer las ordenes de sus superiores, o sea cometer la insubordinación. Sin embargo, quince años antes, el papa Juan XXIII había dictaminado en su encíclica PACEM IN TERRIS, de que «si los gobernantes promulgan una ley o dictan una disposición cualquiera contraria a ese orden espiritual y, por consiguiente, opuesta a la voluntad de Dios, en tal caso ni la ley promulgada ni la disposición dictada pueden obligar en conciencia al ciudadano, ya que es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.» En este caso, la LEY DE DIOS que Romero citaba era el Quinto Mandamiento: «ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la Ley de Dios que dice: no matarás.»
Toda la prédica de Mons. Romero referente a la situación socio-económica que imperaba en El Salvador en su tiempo estaba apegada a las enseñanzas de la Iglesia. Estas han sido solemnizadas en el Catecismo de la Iglesia Católica, recopilado bajo la dirección del entonces Cardenal Joseph Ratzinger, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es ahora el papa Benedicto XVI. En varias instancias, las palabras de Romero eran fieles hasta en los más pequeños detalles. Por ejemplo, en el mismo sermón del 23 de marzo, Romero suplicó «en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos.» El Catecismo de la Iglesia dice que la injusticia social es uno de los «pecados que claman al cielo». Inciso 1867.
Este tema de la injusticia social como un pecado que prevalece en la realidad nacional había sido tocado tambien en la conferencia episcopal de los obispos latinoamericanos en Medellín, que culminó con un escrito en que los obispos del continente declaran que existe una «miseria que margina a grandes grupos humanos» y que «esa miseria, como hecho colectivo, es una injusticia que clama al cielo.» Documento Final de la Conferencia Episcopal de Medellín. Tanto la carta de los obispos, desde una conferencia cuyos estudios estaban autorizados por el Concilio Vaticano Segundo, y aprobados por el Papa Pablo VI, como la prédica de Romero, encajan con la doctrina social aprobada por la Congregación para la Doctrina de la Fe en el Catecismo de la Iglesia. Por ejemplo, Mons. Romero denunciaba la brecha entre los pobres y los ricos; un hecho criticado también por el Catecismo, incisos 2443-2445. De hecho, el Catecismo nos habla de «desigualdades escandalósas.» Inciso 1938. Mons. Romero decía que es pecaminoso estar dedicados al poder y las riquezas y querer excluir a otros de manera egoista. Lo mismo dice el Catecismo en su inciso 2445. Igual a Mons. Romero, la iglesia tambien apoya un sueldo digno y justo. Inci. 2428-2429, 2434. Tambien como Romero, la iglesia apoya los derechos de sindicalismo y organización popular, como tambien el derecho de estar en huelga. Inci. 2435.
Estos eran los dos extremos de la prédica de Mons. Romero: condenar atrocidades cometidas por el ejército, y denunciar la injusticia social que imperaba en el país. Ambos ramos de su proyecto pastoral estaban abastecidos en la doctrina cristiana de la Iglesia, y la Congregación para la Doctrina de la Fe pudo haber comprobado todo esto facilmente al comparar la prédica de Romero con la linea doctrinal del Catecismo y otros documentos eclesiales. Pero, la biblioteca privada de Mons. Romero tambien fue útil para evaluar desde donde se alimentaba espiritualmente. Resulta que un 60% del material de estudio de Romero consistía de literatura sobre la vida mística y sobre la santidad. Hay bastantes obras sobre la Devoción al Sagrado Corazón de Jesús entre los libros que conservaba en su casa durante el periodo en que era arzobispo (devoción que el Papa Benedicto exhortó a los Jesuitas renovar esta semana). Un 25% de los libros son obras de espiritualidad, de la doctrina, y de las enseñanzas de los papas. Algunas obras sobre la teología de la liberación obsequiadas al arzobispo por sus autores aún conservaban sus sellos plásticos y presentaban señas de poco uso, mientras que otros autores modernos pero ortodóxos le llamaban más la atención, por ejemplo el Cardenal Eduardo Pironio. Los expertos del Vaticano comprendieron que desde esta base doctrinal, la prédica de Mons. Romero chocaba con una realidad nacional pésima y opresiva, lo cual lo llevaba a denunciar la realidad desde la perspectiva profética y evangélica de la doctrina de la Iglesia.
Tuesday, May 16, 2006
GENERAL STATUS REPORT
In March 2005, Msgr. Rafael Urrutia, the Salvadoran Vice-Postulator of Archbishop Romero’s canonization cause characterized the degree of completion of the canonization drive by saying, “we have advanced 95 percent” of the trajectory required to have Archbishop Romero declared a saint of the Church. According to Church canon law, what is required is the completion of work in two phases of investigation. The first phase is completed in the home diocese of the would-be saint, and the second and final phase is conducted in the Vatican.
The Romero canonization cause was opened in 1994 after obtaining a “nihil obstat” certification – a green light from the Vatican. The work in San Salvador went on for a couple of years: witnesses were interviewed, files were compiled and sealed for submission to Rome. In 1996, the papers were turned in and, in 1997, the Vatican certified the file for content and form. In 1998, the Archdiocese of San Salvador submitted two important briefs: the Summarium, a general overview, and the Positio Super Martyrio, the document that laid out the cause for Romero’s martyrdom – the basis for his sainthood “application.”
Most analysts remarked that Romero’s cause got off to a swift start. Immediately, Pope John Paul II named Msgr. Vincenzo Paglia to replace Urrutia as postulator for the Roman phase of the cause. Paglia is an Italian media darling, who handled high profile diplomatic negotiations personally for John Paul, and adviced filmmaker Roberto Benigni on Catholic angles for his films. Within a few years of study, vocal opposition from four yet unnamed Latin American cardinals lead the Congregation for the Causes of Saints to route the Romero cause to the Congregation for the Doctrine of the Faith for an extraordinary theological audit. The doctrinal congregation was headed by then Cardinal Joseph Ratzinger, whose claim to fame included a supposed clampdown on Liberation Theology in Latin America.
The shrewd Msgr. Paglia pulled off a publicity coup, convening an “International Congress on the Figure of Archbishop Romero” in the Italian countryside that included such finnessed presentations as a demonstration that Oscar Romero’s private library revealed that Romero had never even opened liberation theology books he received as gifts, while volumes on traditional spirituality showed heavy wear. The Congress also covered many substantive areas, by gathering serious historians and political commentators to put Romero in the proper context, away from the fever and fury of Latin American politics. The re-examination of Romero within the highest circles of Church power seemed to pay off: in October 2004, the a commission of experts from the doctrinal department concluded that “Romero was not a revolutionary bishop, but a man of the Church, of the Gospel, and of the Poor.”
Apparently, those pesky Latin American cardinals were not convinced and the advancement of the cause in the Congregation for the Causes of Saints was still not proceeding normally by October 2005 as expected. By all accounts, as of the summer of 2005, the Church still had to confront the prickly question of whether Romero was a martyr killed in “odium fidei,” or in hatred of the faith (see previous post on this topic). Moreover, the new Pope, Benedict XVI – the former Cardinal Ratzinger – also voiced concerns that Romero’s memory would be manipulated for political ends, ostensibly by the international left, who claim Romero as their own and accuse the Church of having abandoned him. But, still, in football terms, the ball must have moved significantly towards the goal line, because in September 2005 (before the Latin cardinals’ additional concerns were registered), Msgr. Paglia boldly told a reporter that he was within a month of closing the deal.
To recap: there are only two things pending in the Vatican process (aside from some clarifications requested by the Latin American stalwarts): (1) the recognition of martyrdom and (2) the concern over politization. The first is a fairly straightforward doctrinal matter, that need not occupy the Church more than a month or two. Close calls on martyrdom are not new to the process: Edith Stein was declared a martyr, even though her Jewish past also figured into the motives of her Nazi killers; and Maximillian Kolbe was declared a martyr, even though he was never singled out for killing – he stepped forward voluntarily to take the place of another. The Edith Stein beatification also shows that the Church is not afraid to be decisive even when its findings might stir controversy. The real stumbling block in Oscar Romero’s path is the prudential consideration of when it might be a good time to beatify him, to minimize the danger of political manipulation. Canon law does not have any specific direction on how to gauge the right time, and such prudential matters are typically left to the local bishop.
In this case, San Salvador Archbishop Msgr. Fernando Saenz, long dogged by the local left who favor his deputy, Bishop Gregorio Rosa Chavez, and compare Saenz unfavorably to Romero, is likely to want to hold out for a long time to prevent the local left from dancing in the streets of San Salvador. This can have the surprising result that more than "95%" of the obligatory requirements having been satisfied, the cause could be stalled for months or years over a discretionary consideration.
In March 2005, Msgr. Rafael Urrutia, the Salvadoran Vice-Postulator of Archbishop Romero’s canonization cause characterized the degree of completion of the canonization drive by saying, “we have advanced 95 percent” of the trajectory required to have Archbishop Romero declared a saint of the Church. According to Church canon law, what is required is the completion of work in two phases of investigation. The first phase is completed in the home diocese of the would-be saint, and the second and final phase is conducted in the Vatican.
The Romero canonization cause was opened in 1994 after obtaining a “nihil obstat” certification – a green light from the Vatican. The work in San Salvador went on for a couple of years: witnesses were interviewed, files were compiled and sealed for submission to Rome. In 1996, the papers were turned in and, in 1997, the Vatican certified the file for content and form. In 1998, the Archdiocese of San Salvador submitted two important briefs: the Summarium, a general overview, and the Positio Super Martyrio, the document that laid out the cause for Romero’s martyrdom – the basis for his sainthood “application.”
Most analysts remarked that Romero’s cause got off to a swift start. Immediately, Pope John Paul II named Msgr. Vincenzo Paglia to replace Urrutia as postulator for the Roman phase of the cause. Paglia is an Italian media darling, who handled high profile diplomatic negotiations personally for John Paul, and adviced filmmaker Roberto Benigni on Catholic angles for his films. Within a few years of study, vocal opposition from four yet unnamed Latin American cardinals lead the Congregation for the Causes of Saints to route the Romero cause to the Congregation for the Doctrine of the Faith for an extraordinary theological audit. The doctrinal congregation was headed by then Cardinal Joseph Ratzinger, whose claim to fame included a supposed clampdown on Liberation Theology in Latin America.
The shrewd Msgr. Paglia pulled off a publicity coup, convening an “International Congress on the Figure of Archbishop Romero” in the Italian countryside that included such finnessed presentations as a demonstration that Oscar Romero’s private library revealed that Romero had never even opened liberation theology books he received as gifts, while volumes on traditional spirituality showed heavy wear. The Congress also covered many substantive areas, by gathering serious historians and political commentators to put Romero in the proper context, away from the fever and fury of Latin American politics. The re-examination of Romero within the highest circles of Church power seemed to pay off: in October 2004, the a commission of experts from the doctrinal department concluded that “Romero was not a revolutionary bishop, but a man of the Church, of the Gospel, and of the Poor.”
Apparently, those pesky Latin American cardinals were not convinced and the advancement of the cause in the Congregation for the Causes of Saints was still not proceeding normally by October 2005 as expected. By all accounts, as of the summer of 2005, the Church still had to confront the prickly question of whether Romero was a martyr killed in “odium fidei,” or in hatred of the faith (see previous post on this topic). Moreover, the new Pope, Benedict XVI – the former Cardinal Ratzinger – also voiced concerns that Romero’s memory would be manipulated for political ends, ostensibly by the international left, who claim Romero as their own and accuse the Church of having abandoned him. But, still, in football terms, the ball must have moved significantly towards the goal line, because in September 2005 (before the Latin cardinals’ additional concerns were registered), Msgr. Paglia boldly told a reporter that he was within a month of closing the deal.
To recap: there are only two things pending in the Vatican process (aside from some clarifications requested by the Latin American stalwarts): (1) the recognition of martyrdom and (2) the concern over politization. The first is a fairly straightforward doctrinal matter, that need not occupy the Church more than a month or two. Close calls on martyrdom are not new to the process: Edith Stein was declared a martyr, even though her Jewish past also figured into the motives of her Nazi killers; and Maximillian Kolbe was declared a martyr, even though he was never singled out for killing – he stepped forward voluntarily to take the place of another. The Edith Stein beatification also shows that the Church is not afraid to be decisive even when its findings might stir controversy. The real stumbling block in Oscar Romero’s path is the prudential consideration of when it might be a good time to beatify him, to minimize the danger of political manipulation. Canon law does not have any specific direction on how to gauge the right time, and such prudential matters are typically left to the local bishop.
In this case, San Salvador Archbishop Msgr. Fernando Saenz, long dogged by the local left who favor his deputy, Bishop Gregorio Rosa Chavez, and compare Saenz unfavorably to Romero, is likely to want to hold out for a long time to prevent the local left from dancing in the streets of San Salvador. This can have the surprising result that more than "95%" of the obligatory requirements having been satisfied, the cause could be stalled for months or years over a discretionary consideration.
Monday, May 15, 2006
«LA IGLESIA NO PUEDE SER COMUNISTA»
Por el Siervo de Dios, Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdamez *
Por el Siervo de Dios, Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdamez *
"Cuando doy pan a los pobres, me llaman santo. Cuando pregunto por qué los pobres no tienen pan, me llaman comunista."
-- Dom Hélder Cãmara
Es divertido, yo he recibido acusaciones de los dos extremos: de la extrema derecha, porque soy comunista; y de la extrema izquierda, porque ya me estoy haciendo de derecha, yo no estoy ni con la derecha ni con la izquierda, estoy tratando de ser fiel a la palabra que el Señor me manda predicar, al mensaje que no se puede alterar, al que a unos y a otros les dice lo bueno que hacen y las injusticias que cometen.
Nos hemos polarizado, nos hemos radicalizado en dos extremos y los que están en el extremo derecho, miran que todo lo de la izquierda es vituperable, es comunismo, es terrorismo, y hay que acabar con ello, hay que reprimirlo. Y no es cierto hermanos, hay muchas voces de justicia, de reivindicaciones necesarias, urgentes, y hay que oírlas. No todo reclamo de justicia social es comunismo ni es terrorismo. Tengamos oídos con esta ética de discernimiento del amor para saber oír en la voz del campesino que se muere de hambre, no un terrorista sino un hermano que está necesitando la voz, la ayuda del que le puede dar.
Los enemigos, los que tratan de que la Iglesia no hable, la desacreditan y dicen: predica violencia, predica política, comunismo, son las distorsiones del pecado. Pero quienes superando las fuerzas del mal oyen a la Iglesia auténtica, oirán siempre el eco de Isaías, el eco de Cristo, el eco de los profetas. Jamás hemos predicado violencia, solamente la violencia del amor, la que dejó a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros.
Esto no es comunismo, esto es justicia cristiana, y señalar las raíces de la violencia no es sembrar violencia sino señalar las fuentes de la violencia y exigir a quienes pueden cambiar, que cambien, que se vea un paso positivo hacia una construcción de verdadera patria, de verdadero bien común. Sólo reprimir con sólo operativos militares no logramos nada más que sembrar más violencia.
Esto no es comunismo, es palabra de Puebla, es palabra de los Papas, es palabra que Juan Pablo dijo en Santo Domingo, y en Oaxaca, y en Monterrey, y en Guadalajara: Que un deber de la Iglesia actual es servir al hombre en sus derechos. Y entendemos por derechos, dijo en Santo Domingo: campesino que deben tener tierra; obreros a los que se les debe respetar su derecho de organización y se les debe de pagar salarios justos.
Tomemos en cuenta, hermanos, que a Cristo por encarnar una palabra de Dios en un pueblo politizado lo llamaron político, subversivo, anda subvirtiendo el orden desde Galilea hasta Jerusalén. ¡Qué parecidos los tiempos de Cristo a los tiempos de San Salvador de 1979! Había muchas corrientes políticas, había grupos políticos populares; había también fuerzas armadas de la liberación; ahí están los zelotas, ahí está algún apóstol que también vino de la organización a formar parte del equipo de Cristo. Los tiempos son parecidos. En ese tiempo tan politizado, de un pueblo oprimido por el Imperio Romano, donde hay visiones de hombre nada más, Cristo tiene que predicar un reino de Dios.
El Mesías que esperaban muchos con un aire de triunfalismo y que se desilusionaban cuando como los discípulos de Emaús iban para sus casas "porque ya hace tres días que lo mataron y -ya ven- acabaron con Él". Nosotros esperábamos una liberación política. Por eso Cristo los comienza a reprender: "¡Oh! insensatos y tardos de corazón ¿ es qué no era necesario que Cristo padeciera todo eso y así entrara en su reino?" Esta es la condición de Cristo. Por eso, hermanos, les digo: la Iglesia no se puede confundir con otros movimientos liberadores ni con el Bloque Popular Revolucionario ni con Partido Comunista ni con nada de esta tierra. Todo lo que en este sentido se diga, es vil calumnia. La Iglesia es este Cristo que dice: Era necesario padecer, no hay liberación sin cruz, no hay liberadores auténticos sin esperanza de otra vida. Hay que trabajar por una tierra más justa sí, pero no esperando aquí un paraíso. El Mesías nos habla de una liberación comprada con sangre y dolor.
La libertad que debemos ansiar los cristianos no puede prescindir de Cristo. Sólo Cristo es el liberador, porque la libertad arranca del pecado: arrancar de, quitar el pecado, independizar del pecado. Por eso la Iglesia, espiritualista por esencia, esencialmente religiosa, tiene que predicar ante todo esta penitencia, esta conversión. Si un hombre no se convierte de su pecado, no puede ser libre él ni hacer libres a los demás. Por eso la Iglesia reafirma su liberación. No es comunista. Que quede bien claro, porque ya me han acusado que soy un comunista. La Iglesia nunca predica el comunismo, porque la Iglesia si quiere liberar a los hombres es arrancado de Cristo; y es lo que siempre hemos predicado: Que la libertad que la Iglesia propicia es ante todo la libertad en la justificación, en el arrepentimiento del pecado, en desprenderse de los egoísmos, en dejar todo aquello de donde derivan, sí, las otras consecuencias del pecado.
La Iglesia se asoma a la fuente purísima que es María Inmaculada, y desde esa alma bendita, sin pecado, llena de gracia, recuerda que su misión es arrancar el pecado del mundo y llenar a los hombres de la gracia, se llena de consuelo y de fortaleza. Yo les digo a los queridos sacerdotes, a las queridas religiosas, a los celebradores de la palabra, a los catequistas: mucho ánimo, adelante en nuestra gran tarea de limpiar del pecado al mundo y de llenarlo de la gracia de Dios. No hay tarea semejante a la nuestra. Y les digo también a los que mal entienden esta misión de la Iglesia, a los que nos espían pensando que andamos haciendo subversión y comunismo, a los que nos persiguen y calumnian, fíjense bien en lo que persiguen, fíjense bien que es Cristo que continúa predicando la redención de los hombres, no le estorben, déjenla, que es para el mismo bien de ustedes, gobernantes; que es para el mismo bien de ustedes, poderosos, que haya cristianos promovidos, d esde la gente de la gracia para arrancar todo el pecado. Habrá mas honradez, no habrá terror, no habrá crímenes, no habrá vicios, cuando se oiga el verdadero mensaje de la Iglesia que trabaja por el verdadero bien y la verdadera grandeza de la patria.
Así lo dijeron los obispos autorizados por el Papa reunidos en Medellín: en América Latina hay una situación de pecado, hay una injusticia que se hace casi ambiente y es necesario que los cristianos trabajen por transformar esta situación de pecado. El cristiano no debe tolerar que el enemigo de Dios, el pecado, reine en el mundo. El cristiano tiene que trabajar para que el pecado sea marginado y el Reino de Dios se implante. Luchar por esto no es comunismo. Luchar por esto no es meterse en política. Es simplemente el evangelio que le reclama al hombre, al cristiano de hoy más compromiso con la historia.
Una liberación que pone en el corazón del hombre la esperanza: La esperanza de un paraíso que no se da en esta tierra. De allí que la Iglesia no puede ser comunista. La Iglesia no puede buscar solamente liberaciones de carácter temporal. La Iglesia no quiere hacer libre al pobre haciéndolo que tenga, sino haciéndolo que sea. Que sea más, que se promueva. A la Iglesia poco le interesa el tener más o el tener menos. Lo que interesa es que el que tiene o no tiene, se promueva y sea verdaderamente un hombre, un hijo de Dios. Que valga, no por lo que tiene, sino por lo que es. Esta es la dignidad humana que la Iglesia predica.
El pueblo de El Salvador no quiere marxismo ni comunismo; y cualquier persona que dice que el pueblo salvadoreño, el clero salvadoreño, está invitando al comunismo aquí, esas personas están insultando la inteligencia de todo salvadoreño. El pueblo salvadoreño quisiera tener sus derechos humanos como son proclamados por el Evangelio y en las leyes internacionales en todos los países.
Téngalo muy en cuenta para que no digan, pues, que aquí predicamos el comunismo, la lucha de clases; si no que estamos predicando la renovación del hombre, la trascendencia de Dios, el amor que nos viene de allá arriba, aunque nos cueste.
La Iglesia no puede ser cómplice de ninguna ideología que trate de crear, ya en esta tierra, el reino donde los hombres sean completamente felices. De allí que la Iglesia no puede ser comunista. La Iglesia tampoco puede ser capitalista, porque el capitalismo también está con la mirada miope sólo viendo la felicidad, su pasión, su cielo, en sus tierras, en sus palacios, en su dinero, en sus cosas de la tierra. Están instalados. Y esta instalación no pega con la Iglesia. La Iglesia es escatológica. Y es aquí donde la Iglesia se vuelve a los pobres para decirles: ustedes son los más capacitados para comprender esta esperanza y esta escatología.
Un cristiano no puede aceptar el materialismo ateo, la dialéctica de la violencia ni concebir una libertad individual dentro de una colectividad como el marxismo la concibe ni negar la trascendencia del hombre y de la historia personal y colectiva.
El comunismo es una forma de oposición directa a Cristo, un rechazo abierto al evangelio, una negación de la verdad de Dios sobre el hombre y sobre el mundo que el Evangelio proclama. Esta negación asume a veces carácter de brutalidad. Pero se pregunta a veces uno: ¿dónde será más brutal la oposición? He sabido que existen todavía países en los que están cerradas las Iglesias de cualquier confesión, en los que el sacerdote es condenado a muerte por administrar el bautismo.
Nos hemos polarizado, nos hemos radicalizado en dos extremos y los que están en el extremo derecho, miran que todo lo de la izquierda es vituperable, es comunismo, es terrorismo, y hay que acabar con ello, hay que reprimirlo. Y no es cierto hermanos, hay muchas voces de justicia, de reivindicaciones necesarias, urgentes, y hay que oírlas. No todo reclamo de justicia social es comunismo ni es terrorismo. Tengamos oídos con esta ética de discernimiento del amor para saber oír en la voz del campesino que se muere de hambre, no un terrorista sino un hermano que está necesitando la voz, la ayuda del que le puede dar.
Los enemigos, los que tratan de que la Iglesia no hable, la desacreditan y dicen: predica violencia, predica política, comunismo, son las distorsiones del pecado. Pero quienes superando las fuerzas del mal oyen a la Iglesia auténtica, oirán siempre el eco de Isaías, el eco de Cristo, el eco de los profetas. Jamás hemos predicado violencia, solamente la violencia del amor, la que dejó a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros.
Esto no es comunismo, esto es justicia cristiana, y señalar las raíces de la violencia no es sembrar violencia sino señalar las fuentes de la violencia y exigir a quienes pueden cambiar, que cambien, que se vea un paso positivo hacia una construcción de verdadera patria, de verdadero bien común. Sólo reprimir con sólo operativos militares no logramos nada más que sembrar más violencia.
Esto no es comunismo, es palabra de Puebla, es palabra de los Papas, es palabra que Juan Pablo dijo en Santo Domingo, y en Oaxaca, y en Monterrey, y en Guadalajara: Que un deber de la Iglesia actual es servir al hombre en sus derechos. Y entendemos por derechos, dijo en Santo Domingo: campesino que deben tener tierra; obreros a los que se les debe respetar su derecho de organización y se les debe de pagar salarios justos.
Tomemos en cuenta, hermanos, que a Cristo por encarnar una palabra de Dios en un pueblo politizado lo llamaron político, subversivo, anda subvirtiendo el orden desde Galilea hasta Jerusalén. ¡Qué parecidos los tiempos de Cristo a los tiempos de San Salvador de 1979! Había muchas corrientes políticas, había grupos políticos populares; había también fuerzas armadas de la liberación; ahí están los zelotas, ahí está algún apóstol que también vino de la organización a formar parte del equipo de Cristo. Los tiempos son parecidos. En ese tiempo tan politizado, de un pueblo oprimido por el Imperio Romano, donde hay visiones de hombre nada más, Cristo tiene que predicar un reino de Dios.
El Mesías que esperaban muchos con un aire de triunfalismo y que se desilusionaban cuando como los discípulos de Emaús iban para sus casas "porque ya hace tres días que lo mataron y -ya ven- acabaron con Él". Nosotros esperábamos una liberación política. Por eso Cristo los comienza a reprender: "¡Oh! insensatos y tardos de corazón ¿ es qué no era necesario que Cristo padeciera todo eso y así entrara en su reino?" Esta es la condición de Cristo. Por eso, hermanos, les digo: la Iglesia no se puede confundir con otros movimientos liberadores ni con el Bloque Popular Revolucionario ni con Partido Comunista ni con nada de esta tierra. Todo lo que en este sentido se diga, es vil calumnia. La Iglesia es este Cristo que dice: Era necesario padecer, no hay liberación sin cruz, no hay liberadores auténticos sin esperanza de otra vida. Hay que trabajar por una tierra más justa sí, pero no esperando aquí un paraíso. El Mesías nos habla de una liberación comprada con sangre y dolor.
La libertad que debemos ansiar los cristianos no puede prescindir de Cristo. Sólo Cristo es el liberador, porque la libertad arranca del pecado: arrancar de, quitar el pecado, independizar del pecado. Por eso la Iglesia, espiritualista por esencia, esencialmente religiosa, tiene que predicar ante todo esta penitencia, esta conversión. Si un hombre no se convierte de su pecado, no puede ser libre él ni hacer libres a los demás. Por eso la Iglesia reafirma su liberación. No es comunista. Que quede bien claro, porque ya me han acusado que soy un comunista. La Iglesia nunca predica el comunismo, porque la Iglesia si quiere liberar a los hombres es arrancado de Cristo; y es lo que siempre hemos predicado: Que la libertad que la Iglesia propicia es ante todo la libertad en la justificación, en el arrepentimiento del pecado, en desprenderse de los egoísmos, en dejar todo aquello de donde derivan, sí, las otras consecuencias del pecado.
La Iglesia se asoma a la fuente purísima que es María Inmaculada, y desde esa alma bendita, sin pecado, llena de gracia, recuerda que su misión es arrancar el pecado del mundo y llenar a los hombres de la gracia, se llena de consuelo y de fortaleza. Yo les digo a los queridos sacerdotes, a las queridas religiosas, a los celebradores de la palabra, a los catequistas: mucho ánimo, adelante en nuestra gran tarea de limpiar del pecado al mundo y de llenarlo de la gracia de Dios. No hay tarea semejante a la nuestra. Y les digo también a los que mal entienden esta misión de la Iglesia, a los que nos espían pensando que andamos haciendo subversión y comunismo, a los que nos persiguen y calumnian, fíjense bien en lo que persiguen, fíjense bien que es Cristo que continúa predicando la redención de los hombres, no le estorben, déjenla, que es para el mismo bien de ustedes, gobernantes; que es para el mismo bien de ustedes, poderosos, que haya cristianos promovidos, d esde la gente de la gracia para arrancar todo el pecado. Habrá mas honradez, no habrá terror, no habrá crímenes, no habrá vicios, cuando se oiga el verdadero mensaje de la Iglesia que trabaja por el verdadero bien y la verdadera grandeza de la patria.
Así lo dijeron los obispos autorizados por el Papa reunidos en Medellín: en América Latina hay una situación de pecado, hay una injusticia que se hace casi ambiente y es necesario que los cristianos trabajen por transformar esta situación de pecado. El cristiano no debe tolerar que el enemigo de Dios, el pecado, reine en el mundo. El cristiano tiene que trabajar para que el pecado sea marginado y el Reino de Dios se implante. Luchar por esto no es comunismo. Luchar por esto no es meterse en política. Es simplemente el evangelio que le reclama al hombre, al cristiano de hoy más compromiso con la historia.
Una liberación que pone en el corazón del hombre la esperanza: La esperanza de un paraíso que no se da en esta tierra. De allí que la Iglesia no puede ser comunista. La Iglesia no puede buscar solamente liberaciones de carácter temporal. La Iglesia no quiere hacer libre al pobre haciéndolo que tenga, sino haciéndolo que sea. Que sea más, que se promueva. A la Iglesia poco le interesa el tener más o el tener menos. Lo que interesa es que el que tiene o no tiene, se promueva y sea verdaderamente un hombre, un hijo de Dios. Que valga, no por lo que tiene, sino por lo que es. Esta es la dignidad humana que la Iglesia predica.
El pueblo de El Salvador no quiere marxismo ni comunismo; y cualquier persona que dice que el pueblo salvadoreño, el clero salvadoreño, está invitando al comunismo aquí, esas personas están insultando la inteligencia de todo salvadoreño. El pueblo salvadoreño quisiera tener sus derechos humanos como son proclamados por el Evangelio y en las leyes internacionales en todos los países.
Téngalo muy en cuenta para que no digan, pues, que aquí predicamos el comunismo, la lucha de clases; si no que estamos predicando la renovación del hombre, la trascendencia de Dios, el amor que nos viene de allá arriba, aunque nos cueste.
La Iglesia no puede ser cómplice de ninguna ideología que trate de crear, ya en esta tierra, el reino donde los hombres sean completamente felices. De allí que la Iglesia no puede ser comunista. La Iglesia tampoco puede ser capitalista, porque el capitalismo también está con la mirada miope sólo viendo la felicidad, su pasión, su cielo, en sus tierras, en sus palacios, en su dinero, en sus cosas de la tierra. Están instalados. Y esta instalación no pega con la Iglesia. La Iglesia es escatológica. Y es aquí donde la Iglesia se vuelve a los pobres para decirles: ustedes son los más capacitados para comprender esta esperanza y esta escatología.
Un cristiano no puede aceptar el materialismo ateo, la dialéctica de la violencia ni concebir una libertad individual dentro de una colectividad como el marxismo la concibe ni negar la trascendencia del hombre y de la historia personal y colectiva.
El comunismo es una forma de oposición directa a Cristo, un rechazo abierto al evangelio, una negación de la verdad de Dios sobre el hombre y sobre el mundo que el Evangelio proclama. Esta negación asume a veces carácter de brutalidad. Pero se pregunta a veces uno: ¿dónde será más brutal la oposición? He sabido que existen todavía países en los que están cerradas las Iglesias de cualquier confesión, en los que el sacerdote es condenado a muerte por administrar el bautismo.
El Cardenal Wojtyla recuerda los tiempos de las catacumbas y de los circos de los mártires; y recuerda también -él que lo ha vivido en carne propia- las cárceles del marxismo y a nosotros también nos toca vivir aquí las cárceles y las torturas de un sistema capitalista. Lo que importa es que en uno o en cualquier sistema, la fe en Cristo sea la antorcha que le dé serenidad, valor, esperanza, a esta vida. Cómo se ha perseguido a la Iglesia confundiendo su mensaje con el mensaje de la subversión, de algo que estorba en el país. La Iglesia predica esta liberación en Cristo Jesús. La Iglesia promueve la dignidad del campesino, la dignidad del obrero. Promueve la dignidad del hombre humillado en esta situación en que se vive en el país, como si alguien no fuera hombre. Si es que hay vidas entre nuestros hermanos verdaderamente infrahumanas. Y la Iglesia predica la liberación de esa gente, precisamente a partir de desterrar el pecado, de denunciar la injusticia, el abuso, el atropello y decirles a todos los hombres que somos hijos de Dios, que hemos sido bautizados por Cristo.
También aquí el comunismo nos acusó falsamente cuando nos dijo que nosotros predicábamos el opio del pueblo y que predicando a los hombres un reino del más allá, le quitamos la garra para luchar en esta tierra. ¿Quién sabe quién pone más garra a los hombres, si el comunismo o la Iglesia? La Iglesia, porque al predicar una esperanza del cielo, la está diciendo al hombre que ese cielo hay que ganárselo, y que es en la medida en que trabaje aquí y cumpla bien sus deberes como será premiado -su vida- por la eternidad. Y que a un hombre que ha cumplido mejor sus deberes de la tierra, le tocará una escatología, un cielo más amplio, más rico. Nadie tan ambicioso como los santo y los cristianos, porque ambicionan no un reino de esa tierra, donde los hombres se mueren, sino un reino de la eternidad, donde los hombres vivirán para siempre la alegría de haber colaborado en anticipar, ya en este mundo, el Reino de Dios.
Una esperanza en el corazón del hombre que le dice: Cuando termine tu vida, tendrás participación en el reino de los cielos. Aquí no esperes un paraíso perfecto, pero existirá en la medida en que tú trabajes en esta tierra por un mundo más justo, en que trates de ser más hermano de tus hermanos; así será también tu premio en la eternidad, pero en esta tierra no existe ese paraíso. Aquí la diferencia es entre el comunismo, que no cree en ese cielo ni en ese Dios, y la Iglesia, que promueve con una esperanza de ese cielo y de ese Dios.
Cuando la Iglesia predica hoy contra la injusticia, contra el abuso del poder, contra los atropellos, les está diciendo: conviértanse, hagan a tiempo penitencia, conviértanse en trigo, que Dios los está esperando. Hagan comunidades de amor, hagan comunidades de Iglesia. La Iglesia no es comunista ni es subversiva. La Iglesia es el reino de Dios que medita la Palabra de Dios, que acoge en el corazón esa palabra que nos trae la vida divina, la gracia, los sacramentos y nos hace sentir la belleza de ser jardines en vez de ser desiertos.
Cuando se habla del peligro comunista, que francamente no lo podemos descuidar ante la situación de Nicaragua, yo quisiera recordarles también, queridos hermanos que ciertamente no somos marxistas, somos antimarxistas por principio de evangelio; pero queremos recordar también, que la verdadera lucha contra el marxismo consiste en eliminar las causas que engendran el marxismo. En cambiar el medio de cultivo en que éste se desarrolla, en ofrecer una alternativa que lo sustituya. Es fácil clamar contra el marxismo y señalar marxismo en todas partes; y ciertamente el peligro de Nicaragua es grande, pero yo digo también hermanos, estos Iodos son de aquellos polvos y a tiempo estamos tal vez de poner la medicina en la raíz: Una sociedad más justa que no sea ambiente propicio para el marxismo es el mejor anti-marxismo.
También aquí el comunismo nos acusó falsamente cuando nos dijo que nosotros predicábamos el opio del pueblo y que predicando a los hombres un reino del más allá, le quitamos la garra para luchar en esta tierra. ¿Quién sabe quién pone más garra a los hombres, si el comunismo o la Iglesia? La Iglesia, porque al predicar una esperanza del cielo, la está diciendo al hombre que ese cielo hay que ganárselo, y que es en la medida en que trabaje aquí y cumpla bien sus deberes como será premiado -su vida- por la eternidad. Y que a un hombre que ha cumplido mejor sus deberes de la tierra, le tocará una escatología, un cielo más amplio, más rico. Nadie tan ambicioso como los santo y los cristianos, porque ambicionan no un reino de esa tierra, donde los hombres se mueren, sino un reino de la eternidad, donde los hombres vivirán para siempre la alegría de haber colaborado en anticipar, ya en este mundo, el Reino de Dios.
Una esperanza en el corazón del hombre que le dice: Cuando termine tu vida, tendrás participación en el reino de los cielos. Aquí no esperes un paraíso perfecto, pero existirá en la medida en que tú trabajes en esta tierra por un mundo más justo, en que trates de ser más hermano de tus hermanos; así será también tu premio en la eternidad, pero en esta tierra no existe ese paraíso. Aquí la diferencia es entre el comunismo, que no cree en ese cielo ni en ese Dios, y la Iglesia, que promueve con una esperanza de ese cielo y de ese Dios.
Cuando la Iglesia predica hoy contra la injusticia, contra el abuso del poder, contra los atropellos, les está diciendo: conviértanse, hagan a tiempo penitencia, conviértanse en trigo, que Dios los está esperando. Hagan comunidades de amor, hagan comunidades de Iglesia. La Iglesia no es comunista ni es subversiva. La Iglesia es el reino de Dios que medita la Palabra de Dios, que acoge en el corazón esa palabra que nos trae la vida divina, la gracia, los sacramentos y nos hace sentir la belleza de ser jardines en vez de ser desiertos.
Cuando se habla del peligro comunista, que francamente no lo podemos descuidar ante la situación de Nicaragua, yo quisiera recordarles también, queridos hermanos que ciertamente no somos marxistas, somos antimarxistas por principio de evangelio; pero queremos recordar también, que la verdadera lucha contra el marxismo consiste en eliminar las causas que engendran el marxismo. En cambiar el medio de cultivo en que éste se desarrolla, en ofrecer una alternativa que lo sustituya. Es fácil clamar contra el marxismo y señalar marxismo en todas partes; y ciertamente el peligro de Nicaragua es grande, pero yo digo también hermanos, estos Iodos son de aquellos polvos y a tiempo estamos tal vez de poner la medicina en la raíz: Una sociedad más justa que no sea ambiente propicio para el marxismo es el mejor anti-marxismo.
* Fragmentos redactados de sus homilías: 18 de febrero, 19 y 26 de junio, 16 de julio, 21 de agosto de 1977, 27 de noviembre, y 5 y 8 de diciembre de 1977; 8 de enero; 5 de marzo; 2 y 16 de abril; 10 y 24 de septiembre; y 1 y 29 de octubre de 1978; y 12 de abril, 3 de junio, y 16 de septiembre de 1979.
Thursday, May 11, 2006
ODIUM FIDEI
For twenty six years, a burning question in the wake of Oscar Romero’s assassination on March 24, 1980 has been whether he is a Christian martyr, killed in “hatred of the faith” (odium fidei in Latin, a key question in canonization law). In some conservative sectors, Romero’s death is a product of politics more than of anti-religious motivation. Undeniably, politics had something to do with it. But, as Pope Benedict XVI recently observed, “the strategies on the part of [persecutors] now seldom explicitly show their aversion to the Christian faith or to a form of conduct connected with the Christian virtues, but simulate different reasons, for example, of a political or social nature.” However, as far as the Church is concerned said the Pope, “the motive that impels them to martyrdom remains unchanged, since Christ is their source and their model.” (Letter to the Plenary Session of the Congregation for the Causes of Saints, April 24, 2006.)
The Pope’s recognition of what he called the changing “cultural contexts of martyrdom” does not, however, undo the fundamental requirement that hatred of the faith be established “in a morally certain way,” as the Pontiff put it, as a prerequisite to beatification and canonization of a supposed martyr. But, how can we establish that Archbishop Romero, who was murdered in the prelude to a Civil War between a right-wing military dictatorship and a leftist insurgency, in a 90 percent plus Catholic country, was killed for “hatred of the faith”? To add to the complication, how can Romero be killed for “hatred of the faith,” if the group he was perceived to be aligned with (the rebels) are presumably atheist Marxists, and the group believed to have ordered the murder (the government) are a traditional Latin American oligarchy – descendants of the elites who brought Catholicism to the continent? What if, in a perverse sort of way, Romero’s killers were acting in defense of the faith! -- against what they perceived to be a heretical usurpation of the faith by an infidel bishop?
The Vatican, which has experts, theologians and historians who examine candidates for the sainthood, has clearly thought of all these questions. That is probably why in the year 2000, two years after the final reports from the postulator of the Romero sainthood cause were received, the Vatican detoured the Romero files to the Congregation for the Doctrine of the Faith, where an extraordinary theological audit was made of all Romero’s writings, sermons, and speeches, to insure his doctrinal orthodoxy. This at least reassured the Church that they weren’t dealing with a rebel bishop. This told the church that Romero was, as the commission concluded, “a man of the Church, of the Gospel, and of the Poor.” But it didn’t tell the Vatican much about Romero’s killers or the reasons that motivated them. In fact, the exact identities of Romero’s killers remain unknown, as the case was never prosecuted or even investigated by a Salvadoran establishment that was glad to see its most effective critic silenced once and for all.
As Pope Benedict told the Plenary Session, odium fidei can be ascertained “directly or indirectly,” so the motives of Romero’s killers – and their hatred of the faith – can be discerned from circumstantial evidence surrounding the crime. Relying on (1) the triggering event of the assassination; (2) the prevalent themes of Romero’s preaching; (3) the grandness of the crime (4) the other circumstances of the crime; (5) the background of Church hatred at the time, generally; (6) the background of high profile Church murders, specifically; and (7) the background of death threats against Romero himself, the Church can easily conclude that Archbishop Romero was killed because his persecutors hated the Christian faith and wished to snuff out the voice that was broadcasting a profoundly Christian, and therefore inconvenient, message.
It is generally believed that Romero was killed on Monday March 24 because the previous day, Sunday, March 23, he had given a sermon in which he said that Salvadoran soldiers should disobey their superiors if the higher-ups ordered the soldiers to kill peasant civilians. The rightwing spin is that Romero had called for insubordination, an act tantamount to treason, and that therefore the reason to kill him was “tactical” or political. Romero said, “No soldier is obligated to obey an order against the law of God: No one has to fulfill an immoral law.” Fifteen years earlier, John XXIII had said: “laws and decrees passed in contravention of the moral order, and hence of the divine will, can have no binding force in conscience, since it is right to obey God rather than men.” (Pacem in Terris, 1965.) Therefore, the very narrow trigger that set off Romero’s killers was a Christian message enveloped in the Papal imprimatur, and therefore hatred of this message was a form of hatred of the faith. But, as the Vatican’s theological audit concluded, the rest of Romero’s preaching was also faithful to the Church’s doctrine, so whatever it was that Romero’s killers hated in his message was Christian in nature: hatred of it was tantamount to hatred of the faith.
Moreover, the murder of the archbishop was staged to be an extravagant crime – and it was. Romero was killed at the altar while saying mass. This would be the first time in 800 years, and only the second time in Western history that an archbishop’s enemies would fell him at the altar. It was spectacularly clear that Romero was being killed as a result of his message, which had been delivered at the altar the day before, and so he was killed at the altar on the following day. The link between the cause and effect could not be more clear. Moreover, the other circumstances of the crime showed great disdain for the holiness of the setting. The man who shot Romero did not simply shoot at a government critic: he shot a man of peace, he shot at the metropolitan archbishop, he shot at a priest saying mass, he fired into a church, he fired at the altar, and he fired at the Eucharistic offering – all, with one shot. The harsh vulgarity of these circumstances rises beyond mere sacrilege to disdain and hatred of the faith and its symbols: odium fidei.
The profanation of Oscar Romero’s altar was not the first time that Church symbols had been disrespected by the military dictators of El Salvador. Communion wafers were riddled with bullets at Aguilares after the murder of Fr. Rutilio Grande in 1977. Convents had been sacked. The Church radio station was rigged with dynamite. Catholic educational institutions and Christian religious institutions were constantly harassed. Flyers were distributed that declared, “Be a patriot, kill a priest.” Of course, that, too, happened. The Jesuit University of Central America names two bishops, sixteen priests, one seminarian, three nuns, and at least twenty-seven lay workers who were assassinated during the Salvadoran conflict. By the time Romero was murdered, six other priests had already been killed and their murders were perceived by the Church as a symbol of persecution, which Romero lauded as proof of his Church’s commitment to the Gospel, and Romero’s murderers knew this. Their actions in light of this knowledge were certainly tinged with odium.
Finally, the Church’s persecutors had already sent various death threats to Archbishop Romero before his actual assassination. His unwillingness to shut up and willingness to die, of course, speaks highly of his courage and conviction. But the fact of the recurring threats presents another quid pro quo instance of correspondence between Romero’s Christian action and his killer’s anti-Christian hate. The nexus between the two facts is only exceeded by the linkage associated with the first martyrs, who were taken to the arena and asked to renounce their Christian faith. When they refused to do so, they were brutally killed. Here, death threats were used to intimidate Romero into silence. He kept preaching. Possessed by disdain for his spiritual fortitude, they did the only thing an oppressor knows how to do.
In so doing, they were motivated by hatred of the faith.
For twenty six years, a burning question in the wake of Oscar Romero’s assassination on March 24, 1980 has been whether he is a Christian martyr, killed in “hatred of the faith” (odium fidei in Latin, a key question in canonization law). In some conservative sectors, Romero’s death is a product of politics more than of anti-religious motivation. Undeniably, politics had something to do with it. But, as Pope Benedict XVI recently observed, “the strategies on the part of [persecutors] now seldom explicitly show their aversion to the Christian faith or to a form of conduct connected with the Christian virtues, but simulate different reasons, for example, of a political or social nature.” However, as far as the Church is concerned said the Pope, “the motive that impels them to martyrdom remains unchanged, since Christ is their source and their model.” (Letter to the Plenary Session of the Congregation for the Causes of Saints, April 24, 2006.)
The Pope’s recognition of what he called the changing “cultural contexts of martyrdom” does not, however, undo the fundamental requirement that hatred of the faith be established “in a morally certain way,” as the Pontiff put it, as a prerequisite to beatification and canonization of a supposed martyr. But, how can we establish that Archbishop Romero, who was murdered in the prelude to a Civil War between a right-wing military dictatorship and a leftist insurgency, in a 90 percent plus Catholic country, was killed for “hatred of the faith”? To add to the complication, how can Romero be killed for “hatred of the faith,” if the group he was perceived to be aligned with (the rebels) are presumably atheist Marxists, and the group believed to have ordered the murder (the government) are a traditional Latin American oligarchy – descendants of the elites who brought Catholicism to the continent? What if, in a perverse sort of way, Romero’s killers were acting in defense of the faith! -- against what they perceived to be a heretical usurpation of the faith by an infidel bishop?
The Vatican, which has experts, theologians and historians who examine candidates for the sainthood, has clearly thought of all these questions. That is probably why in the year 2000, two years after the final reports from the postulator of the Romero sainthood cause were received, the Vatican detoured the Romero files to the Congregation for the Doctrine of the Faith, where an extraordinary theological audit was made of all Romero’s writings, sermons, and speeches, to insure his doctrinal orthodoxy. This at least reassured the Church that they weren’t dealing with a rebel bishop. This told the church that Romero was, as the commission concluded, “a man of the Church, of the Gospel, and of the Poor.” But it didn’t tell the Vatican much about Romero’s killers or the reasons that motivated them. In fact, the exact identities of Romero’s killers remain unknown, as the case was never prosecuted or even investigated by a Salvadoran establishment that was glad to see its most effective critic silenced once and for all.
As Pope Benedict told the Plenary Session, odium fidei can be ascertained “directly or indirectly,” so the motives of Romero’s killers – and their hatred of the faith – can be discerned from circumstantial evidence surrounding the crime. Relying on (1) the triggering event of the assassination; (2) the prevalent themes of Romero’s preaching; (3) the grandness of the crime (4) the other circumstances of the crime; (5) the background of Church hatred at the time, generally; (6) the background of high profile Church murders, specifically; and (7) the background of death threats against Romero himself, the Church can easily conclude that Archbishop Romero was killed because his persecutors hated the Christian faith and wished to snuff out the voice that was broadcasting a profoundly Christian, and therefore inconvenient, message.
It is generally believed that Romero was killed on Monday March 24 because the previous day, Sunday, March 23, he had given a sermon in which he said that Salvadoran soldiers should disobey their superiors if the higher-ups ordered the soldiers to kill peasant civilians. The rightwing spin is that Romero had called for insubordination, an act tantamount to treason, and that therefore the reason to kill him was “tactical” or political. Romero said, “No soldier is obligated to obey an order against the law of God: No one has to fulfill an immoral law.” Fifteen years earlier, John XXIII had said: “laws and decrees passed in contravention of the moral order, and hence of the divine will, can have no binding force in conscience, since it is right to obey God rather than men.” (Pacem in Terris, 1965.) Therefore, the very narrow trigger that set off Romero’s killers was a Christian message enveloped in the Papal imprimatur, and therefore hatred of this message was a form of hatred of the faith. But, as the Vatican’s theological audit concluded, the rest of Romero’s preaching was also faithful to the Church’s doctrine, so whatever it was that Romero’s killers hated in his message was Christian in nature: hatred of it was tantamount to hatred of the faith.
Moreover, the murder of the archbishop was staged to be an extravagant crime – and it was. Romero was killed at the altar while saying mass. This would be the first time in 800 years, and only the second time in Western history that an archbishop’s enemies would fell him at the altar. It was spectacularly clear that Romero was being killed as a result of his message, which had been delivered at the altar the day before, and so he was killed at the altar on the following day. The link between the cause and effect could not be more clear. Moreover, the other circumstances of the crime showed great disdain for the holiness of the setting. The man who shot Romero did not simply shoot at a government critic: he shot a man of peace, he shot at the metropolitan archbishop, he shot at a priest saying mass, he fired into a church, he fired at the altar, and he fired at the Eucharistic offering – all, with one shot. The harsh vulgarity of these circumstances rises beyond mere sacrilege to disdain and hatred of the faith and its symbols: odium fidei.
The profanation of Oscar Romero’s altar was not the first time that Church symbols had been disrespected by the military dictators of El Salvador. Communion wafers were riddled with bullets at Aguilares after the murder of Fr. Rutilio Grande in 1977. Convents had been sacked. The Church radio station was rigged with dynamite. Catholic educational institutions and Christian religious institutions were constantly harassed. Flyers were distributed that declared, “Be a patriot, kill a priest.” Of course, that, too, happened. The Jesuit University of Central America names two bishops, sixteen priests, one seminarian, three nuns, and at least twenty-seven lay workers who were assassinated during the Salvadoran conflict. By the time Romero was murdered, six other priests had already been killed and their murders were perceived by the Church as a symbol of persecution, which Romero lauded as proof of his Church’s commitment to the Gospel, and Romero’s murderers knew this. Their actions in light of this knowledge were certainly tinged with odium.
Finally, the Church’s persecutors had already sent various death threats to Archbishop Romero before his actual assassination. His unwillingness to shut up and willingness to die, of course, speaks highly of his courage and conviction. But the fact of the recurring threats presents another quid pro quo instance of correspondence between Romero’s Christian action and his killer’s anti-Christian hate. The nexus between the two facts is only exceeded by the linkage associated with the first martyrs, who were taken to the arena and asked to renounce their Christian faith. When they refused to do so, they were brutally killed. Here, death threats were used to intimidate Romero into silence. He kept preaching. Possessed by disdain for his spiritual fortitude, they did the only thing an oppressor knows how to do.
In so doing, they were motivated by hatred of the faith.
Wednesday, May 10, 2006
NOTICIAS
Dos desenlaces en las últimas semanas pudieran impactar el progreso de la causa de canonización de Monseñor Romero. El primero es el nombramiento del Cardenal William Joseph Levada, prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe a la Congregación de las Causas de los Santos, donde la causa de Mons. Romero espera ser autorizada. La segunda novedad ha sido la declaración del Papa Benedicto XVI ante la sesión plenaria de la Congregación de Santos pidiendo la adherencia estricta a los requisitos para canonizar los santos.
Entre un cardenal y un papa, el papa siempre gana, y por eso empezamos nuestro análisis con la carta de Benedicto a Mons. José Saraiva Martins, el prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, quien fue el que efectivamente frenó el acelero de la causa de Romero el año pasado cuando Saraiva le dijo a 30 GIORNIO "no me resultan esas predicciones optimistas de Mons. Vincenzo Paglia, el postulador de la causa." El papa Benedicto en su carta a la sesión plenaria instó a los cardenales a ser estrictos en exijir que se cumplan con los requisitos tradicionales de la santidad. Dijo el papa que debe haber una verdadera y comprobada "fama de santo" aún antes que se inicie una causa. Esto no lo afecta a Mons. Romero por que su proceso diocesano ya ha sido aprobado por el Vaticano años atrás. El papa dijo que los milagros deben ser físicos y no solamente morales, que posiblemente afecte a la causa de Romero, aunque hay consideraciones más urgentes aún.
Lo más interesante que dijo el papa en su carta fue con respecto al martirio, que es la base en que se promueve a Mons. Romero para la santidad. El papa dijo cosas muy positivas, y algunas que puedan ocasionar alguna pauta en la Congregación. Del lado plus, el papa hizo un comentario muy interesante, destacando que “han cambiado los contextos culturales del martirio y las estrategias ‘ex parte persecutoris’,” o sea los métodos de persecución por parte de los asesinos de nuestros tiempos. Dijo el papa que el persecutor de hoy “trata de manifestar de modo menos explícito su aversión a la fe cristiana o a un comportamiento relacionado con las virtudes cristianas," y "simula diferentes razones, por ejemplo, de naturaleza política o social.” Es un punto clave para los seguidores de Mons. Romero, que siempre hemos dicho que detrás del pretexto de que Monseñor fue asesinado por motivos políticos está escondida la víl y sobre-pésima verdad: que no les gustó su prédica cristiana y su contundente denuncia evangélica, y por eso lo mandaron a matar. En este sentido, el papa dejó muy claro que “el motivo que impulsa al martirio sigue siendo el mismo y tiene en Cristo su fuente y modelo.”
Pero, Su Santidad no se quedó allí, sino que paso a decir que, no obstante, “también es necesario que aflore directa o indirectamente, aunque siempre de modo moralmente cierto, el ‘odium fidei’ del perseguidor.” ODIUM FIDEI significa “odio de la fe,” y el papa nos dice que se tiene que comprobar como punto positivio que el autor del asesinato fue motivado por razones anti-religiosas. O sea que hay un minimum de prueba que tiene que surgir, y esto es lo que más ha costado con el caso Romero, ya que ni siquiera se sabe con certeza quien fue el que haló el gatillo. Es difícil comprobar la motivacion “de modo moralmente cierto” si ni se sabe quién fue el que lo mató. Algunos días antes, el Cardenal Saraiva, el recipiente de la carta, hizo un comentario que el asunto de que si Romero “fue matado por motivos religiosos o políticos es un proceso delicado” para la Iglesia. Lo que sí dijo el papa en esta conjución que suena positivo es que se puede probar “directa o indirectamente,” o sea de manera circunstancial.
El otro acontecimiento de importancia es el nombramiento del cardenal norteamericano William Joseph Levada al dicasterio de la Congregación de Santos. Estará ahora entre los cuatro cardenales que valoran los casos pendientes en la Congregación. Otros funcionarios destacados de la Congregación incluyen el arzobispo Edward Nowak (poláco), y Mons. Michele Di Ruberto. La Congregación cuenta con un equipo de 23 personas y tiene 34 miembros -Cardenales, Arzobispos y Obispos-, 1 Promotor de la fe (Prelado Teólogo), 5 Relatores y 83 Consultores. Con respecto a la Causa de Mons. Romero, el postulador es el obispo italiano Mons. Vincenzo Paglia, un prelado de alto perfíl. El vice postulador es Mons. Mariano Imperatto, el párraco de Nápoles. El relator de la causa es el sacerdote francés Daniel Olf.
Hasta el momento, no se sabe que efecto tendrá la entrada del nuevamente nombrado cardenal Levada a la situación. Un punto muy alentador sería el hecho de que Levada haiga sido elevado al colegio cardinalicio precisamente el 24 de marzo de este año, en el aniversario del martirio de Mons. Romero. El mismo papa Benedicto destacó (sin mencionar a Mons. Romero) el significado martirial de la fecha ya que ese día se conmemoran los Misioneros Mártires (fecha escogida por ser el aniversario de Mons. Romero). Despues de eso, se sabe que Levada fue el ayudante de Benedicto cuando fuese Cardenal Joseph Ratzinger en la Congregación de la Doctrina de la Fe que ahora encabeza. Esa misma Congregación dio luz verde a la causa de Romero el año pasado, mediante un reporte que Levada seguramente conoce. Finalmente, Levada procede de la diócesis de San Francisco, California, una comunidad con muchos salvadoreños que seguramente aprecia la importancia de Mons. Romero entre el catolicismo latinoamericano. Fue en el norte de California donde un tribunal estadounidense sentenció el único juicio en el caso Romero llamandole un golpe contra la humanidad. Desde todas esas perspectivas, el nombramiento de Levada a la Congregación es un paso positivo, sin embargo hay que reconocer que no existe ninguna declaración de Levada con respecto a Romero y por eso todas estas pista solo nos llevan a conjecturar.
Dos desenlaces en las últimas semanas pudieran impactar el progreso de la causa de canonización de Monseñor Romero. El primero es el nombramiento del Cardenal William Joseph Levada, prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe a la Congregación de las Causas de los Santos, donde la causa de Mons. Romero espera ser autorizada. La segunda novedad ha sido la declaración del Papa Benedicto XVI ante la sesión plenaria de la Congregación de Santos pidiendo la adherencia estricta a los requisitos para canonizar los santos.
Entre un cardenal y un papa, el papa siempre gana, y por eso empezamos nuestro análisis con la carta de Benedicto a Mons. José Saraiva Martins, el prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, quien fue el que efectivamente frenó el acelero de la causa de Romero el año pasado cuando Saraiva le dijo a 30 GIORNIO "no me resultan esas predicciones optimistas de Mons. Vincenzo Paglia, el postulador de la causa." El papa Benedicto en su carta a la sesión plenaria instó a los cardenales a ser estrictos en exijir que se cumplan con los requisitos tradicionales de la santidad. Dijo el papa que debe haber una verdadera y comprobada "fama de santo" aún antes que se inicie una causa. Esto no lo afecta a Mons. Romero por que su proceso diocesano ya ha sido aprobado por el Vaticano años atrás. El papa dijo que los milagros deben ser físicos y no solamente morales, que posiblemente afecte a la causa de Romero, aunque hay consideraciones más urgentes aún.
Lo más interesante que dijo el papa en su carta fue con respecto al martirio, que es la base en que se promueve a Mons. Romero para la santidad. El papa dijo cosas muy positivas, y algunas que puedan ocasionar alguna pauta en la Congregación. Del lado plus, el papa hizo un comentario muy interesante, destacando que “han cambiado los contextos culturales del martirio y las estrategias ‘ex parte persecutoris’,” o sea los métodos de persecución por parte de los asesinos de nuestros tiempos. Dijo el papa que el persecutor de hoy “trata de manifestar de modo menos explícito su aversión a la fe cristiana o a un comportamiento relacionado con las virtudes cristianas," y "simula diferentes razones, por ejemplo, de naturaleza política o social.” Es un punto clave para los seguidores de Mons. Romero, que siempre hemos dicho que detrás del pretexto de que Monseñor fue asesinado por motivos políticos está escondida la víl y sobre-pésima verdad: que no les gustó su prédica cristiana y su contundente denuncia evangélica, y por eso lo mandaron a matar. En este sentido, el papa dejó muy claro que “el motivo que impulsa al martirio sigue siendo el mismo y tiene en Cristo su fuente y modelo.”
Pero, Su Santidad no se quedó allí, sino que paso a decir que, no obstante, “también es necesario que aflore directa o indirectamente, aunque siempre de modo moralmente cierto, el ‘odium fidei’ del perseguidor.” ODIUM FIDEI significa “odio de la fe,” y el papa nos dice que se tiene que comprobar como punto positivio que el autor del asesinato fue motivado por razones anti-religiosas. O sea que hay un minimum de prueba que tiene que surgir, y esto es lo que más ha costado con el caso Romero, ya que ni siquiera se sabe con certeza quien fue el que haló el gatillo. Es difícil comprobar la motivacion “de modo moralmente cierto” si ni se sabe quién fue el que lo mató. Algunos días antes, el Cardenal Saraiva, el recipiente de la carta, hizo un comentario que el asunto de que si Romero “fue matado por motivos religiosos o políticos es un proceso delicado” para la Iglesia. Lo que sí dijo el papa en esta conjución que suena positivo es que se puede probar “directa o indirectamente,” o sea de manera circunstancial.
El otro acontecimiento de importancia es el nombramiento del cardenal norteamericano William Joseph Levada al dicasterio de la Congregación de Santos. Estará ahora entre los cuatro cardenales que valoran los casos pendientes en la Congregación. Otros funcionarios destacados de la Congregación incluyen el arzobispo Edward Nowak (poláco), y Mons. Michele Di Ruberto. La Congregación cuenta con un equipo de 23 personas y tiene 34 miembros -Cardenales, Arzobispos y Obispos-, 1 Promotor de la fe (Prelado Teólogo), 5 Relatores y 83 Consultores. Con respecto a la Causa de Mons. Romero, el postulador es el obispo italiano Mons. Vincenzo Paglia, un prelado de alto perfíl. El vice postulador es Mons. Mariano Imperatto, el párraco de Nápoles. El relator de la causa es el sacerdote francés Daniel Olf.
Hasta el momento, no se sabe que efecto tendrá la entrada del nuevamente nombrado cardenal Levada a la situación. Un punto muy alentador sería el hecho de que Levada haiga sido elevado al colegio cardinalicio precisamente el 24 de marzo de este año, en el aniversario del martirio de Mons. Romero. El mismo papa Benedicto destacó (sin mencionar a Mons. Romero) el significado martirial de la fecha ya que ese día se conmemoran los Misioneros Mártires (fecha escogida por ser el aniversario de Mons. Romero). Despues de eso, se sabe que Levada fue el ayudante de Benedicto cuando fuese Cardenal Joseph Ratzinger en la Congregación de la Doctrina de la Fe que ahora encabeza. Esa misma Congregación dio luz verde a la causa de Romero el año pasado, mediante un reporte que Levada seguramente conoce. Finalmente, Levada procede de la diócesis de San Francisco, California, una comunidad con muchos salvadoreños que seguramente aprecia la importancia de Mons. Romero entre el catolicismo latinoamericano. Fue en el norte de California donde un tribunal estadounidense sentenció el único juicio en el caso Romero llamandole un golpe contra la humanidad. Desde todas esas perspectivas, el nombramiento de Levada a la Congregación es un paso positivo, sin embargo hay que reconocer que no existe ninguna declaración de Levada con respecto a Romero y por eso todas estas pista solo nos llevan a conjecturar.
Tuesday, May 09, 2006
CRONOLOGÍA DE LA CAUSA DE BEATIFICACIÓN
24 de Marzo de 1993 -- Solicitud de Introducción de La Causa de Canonización de Mons. Oscar A. Romero Galdámez al Excelentísimo Señor Arzobispo Metropolitano Mons. Arturo Rivera y Damas (de Grata Recordación)
22 de septiembre de 1993 -- otorgado el "Nihil Obstat" para proceder con la causa.
12 de mayo de 1994 -- Mons. Rivera y Damas instaló el Tribunal Eclesiástico que instruiría el Proceso Informativo sobre la vida, martirio y fama de martirio del Siervo de Dios, Mons. Oscar A. Romero
1º de noviembre de 1996 -- clausura del Proceso Diocesano en el cual se presentó y selló todo el material que se envió a la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos; nombramiento como Postulador a Mons. Vincenzo Paglia
4 de julio de 1997 -- se acepta la Causa como válida por el Vaticano
1998 -- se finalizan el Summarium y la Positio Super Martyrio
2000 -- la Causa es desviada a la Sagrada Congregación parala Doctrina de la Fe
2001 -- Una comisión de expertos de la Sagrada Congregación parala Doctrina de la Fe concluye que «Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del Evangelio y de los pobres»
Marzo 2005 -- varios sectores de la Iglesia, inclusive los Jesuitas, piden la canonización de Mons. Romero; el Postulador anuncia que hay posibilidades de que ocurra dentro de 6 meses; el cuerpo del Siervo de Dios es posicionado en una cripta adecuada para un santo
2 de abril de 2005 -- la Iglesia celebra el recuerdo de Mons. Romero y llora la muerte de Juan Pablo II
18 de junio de 2005 -- el Papa Benedicto XVI se encuentra con el presidente de El Salvador y platica la canonización de Mons. Romero; luego el presidente se reune con el nuncio del papa en septiembre y tocan el tema
29 de julio de 2005 -- un noticiero católico recalca desarrollos positivos en la causa y destaca aceptación oficial del Vaticano por el arzobispo mártir
17 de septiembre de 2005 -- el Postulador de la Causa de Mons. Romero promete "buenas noticias" dentro de un mes a la prensa
27 de octubre de 2005 -- Mons. Jose Saraiva Martins, prefecto de la Sagrada Congregación parala Doctrina de la Fe dice que la expectativa optimista del Postulador de la Causa Romero «no me resulta»
4 de noviembre del 2005 -- una revista oficial del Vaticano dice que faltan "años" para finalizar la canonización de Mons. Romero
25 de marzo del 2006 -- Mons. Fernando Sáenz Lacalle admite que la causa ahora camina a "paso lento"
9 de abril del 2006 -- el Cardenal Saraiva dice que hace falta esclarecer si Mons. Romero fue matado por motivos religiosos o políticos, y que el tema es delicado
24 de Marzo de 1993 -- Solicitud de Introducción de La Causa de Canonización de Mons. Oscar A. Romero Galdámez al Excelentísimo Señor Arzobispo Metropolitano Mons. Arturo Rivera y Damas (de Grata Recordación)
22 de septiembre de 1993 -- otorgado el "Nihil Obstat" para proceder con la causa.
12 de mayo de 1994 -- Mons. Rivera y Damas instaló el Tribunal Eclesiástico que instruiría el Proceso Informativo sobre la vida, martirio y fama de martirio del Siervo de Dios, Mons. Oscar A. Romero
1º de noviembre de 1996 -- clausura del Proceso Diocesano en el cual se presentó y selló todo el material que se envió a la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos; nombramiento como Postulador a Mons. Vincenzo Paglia
4 de julio de 1997 -- se acepta la Causa como válida por el Vaticano
1998 -- se finalizan el Summarium y la Positio Super Martyrio
2000 -- la Causa es desviada a la Sagrada Congregación parala Doctrina de la Fe
2001 -- Una comisión de expertos de la Sagrada Congregación parala Doctrina de la Fe concluye que «Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del Evangelio y de los pobres»
Marzo 2005 -- varios sectores de la Iglesia, inclusive los Jesuitas, piden la canonización de Mons. Romero; el Postulador anuncia que hay posibilidades de que ocurra dentro de 6 meses; el cuerpo del Siervo de Dios es posicionado en una cripta adecuada para un santo
2 de abril de 2005 -- la Iglesia celebra el recuerdo de Mons. Romero y llora la muerte de Juan Pablo II
18 de junio de 2005 -- el Papa Benedicto XVI se encuentra con el presidente de El Salvador y platica la canonización de Mons. Romero; luego el presidente se reune con el nuncio del papa en septiembre y tocan el tema
29 de julio de 2005 -- un noticiero católico recalca desarrollos positivos en la causa y destaca aceptación oficial del Vaticano por el arzobispo mártir
17 de septiembre de 2005 -- el Postulador de la Causa de Mons. Romero promete "buenas noticias" dentro de un mes a la prensa
27 de octubre de 2005 -- Mons. Jose Saraiva Martins, prefecto de la Sagrada Congregación parala Doctrina de la Fe dice que la expectativa optimista del Postulador de la Causa Romero «no me resulta»
4 de noviembre del 2005 -- una revista oficial del Vaticano dice que faltan "años" para finalizar la canonización de Mons. Romero
25 de marzo del 2006 -- Mons. Fernando Sáenz Lacalle admite que la causa ahora camina a "paso lento"
9 de abril del 2006 -- el Cardenal Saraiva dice que hace falta esclarecer si Mons. Romero fue matado por motivos religiosos o políticos, y que el tema es delicado
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