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Según cuenta su propia hermana, Roberto D’Aubuisson, “se refería a Monseñor Romero con mucha rabia, con mucho odio”. (EL FARO.) La responsabilidad de D’Aubuisson por el asesinato está establecida hasta la saciedad a base de varios estudios, incluyendo un informe de la ONU, un proceso de la OEA, numerosas investigaciones periodísticas y hasta un tribunal federal EE.UU. Ahora la iglesia necesita establecer que D’Aubuisson actuó en «odium fidei» (“odio de la fe”).
El odio de D’Aubuisson queda plenamente establecido. Un informe de inteligencia de la CIA fechado el 25 de marzo de 1981—un año después del martirio de Mons. Romero—señala el odio que lo animaba. “Su odio de aquellos a quienes él sospecha de mantener simpatías izquierdistas”, dice el informe. Su hermana Marisa constata que D’Aubuisson canalizó ese odio hacia Mons. Romero: “Se notaba que, verdaderamente, tenía una cólera muy profunda, pues Monseñor era un líder con mucho poder de convocatoria”, recuerda. “Quizá eso a él le daba rabia”. (EL FARO, supra.) En público, D’Aubuisson se refería a monseñor con desdeño, tildándolo “el ayatola Romero ... hablaba de él lleno de odio”. (EL FARO II.) Las palabras “odio”, “cólera”, “rabia”, no dejan duda del tipo de sentimiento que palpitaba en el corazón del mayor, operador de inteligencia militar que se convirtió en exterminador de todos los objetos de su odio, y también existen varias pistas que nos llevan desde el odio generalizado específicamente al “odio de la fe”.
En primer lugar, es importante considerar el tipo de personas que estuvieron en el blanco de sus ataques. Entre estos figuraban principalmente: los seguidores de la teología de la liberación, los jesuitas y los democristianos. La identificación por D’Aubuisson de sacerdotes como enemigos surge desde la propuesta del dictador boliviano Hugo Banzer, aliado del criminal de guerra nazi Klaus Barbie, en la convención de la Liga Anticomunista Mundial, según los investigadores Terry Karl y Jon Lee Anderson. La Liga sesiona en Asunción entre el 28 y el 30 de marzo de 1977. El 20 de junio de ese mismo año, la Unión Guerrera Blanca—un notorio escuadrón de la muerte fundado por D’Aubuisson—emite su infame “orden de guerra no. 6”, que requiere a todos los jesuitas abandonar el país incondicionalmente dentro de 30 días o aceptar ser eliminados. Al mismo tiempo, la UGB empezó a colgar avisos que exhortaban “Haz patria, mata un cura”. El círculo intimo de D’Aubuisson, desde el libro de un colaborador que celebra su trabajo, ve a los jesuitas como los “discípulos del Papa Negro ... terroristas llamados ‘cristianos’”. (PANAMÁ SANDOVAL.) Aparte de estos clérigos, D’Aubuisson también guardaba resentimientos feroces en contra de los políticos democristianos. Los integrantes del escuadrón de la muerte de D’Aubuisson, analizó la CIA, “perciben al Partido Demócrata Cristiano como un enemigo de su partido casi igual a los guerrilleros”.
¿Qué tienen en común los democristianos con los otros grupos que estuvieron en el blanco de la persecución desatada por D’Aubuisson? Igual que los sacerdotes incluidos en las categorías de estas víctimas, los democristianos se inspiraban de la doctrina social de la Iglesia, habían fundado su partido haciendo lecturas de los escritos del Papa León XIII, y el mismo Mons. Romero dijo que el PDC buscaba “objetivos ... parecidos” a los de la Iglesia. Querer callar a todas estas voces era querer callar su voz de reivindicación profética—de la misma manera que el Papa Benedicto, en su visita al campo de exterminio de Auschwitz, dijo que los nazis trataron de eliminar a los judíos para hacer callar a los profetas: “esos criminales violentos querían matar al Dios que llamó a Abraham, que hablando en el Sinaí estableció los criterios para orientar a la humanidad, criterios que son válidos para siempre”, dijo el pontífice, “querían en último término arrancar también la raíz en la que se basa la fe cristiana, sustituyéndola definitivamente con la fe hecha por sí misma, la fe en el dominio del hombre, del fuerte”.
Roberto D’Aubuisson deja un poco al descubierto su “fe en el dominio del fuerte” (en las palabras del papa) cuando hace esta equivalencia: “Creo en dios. Y también creo en mi revolver”. D’Aubuisson no tuvo renuencia alguna para asesinar a sus enemigos de manera masiva. El himno de ARENA, el partido que fundó en 1981, amenaza de que “El Salvador será la tumba donde los rojos terminarán”. Juró, según el periódico L.A. TIMES, “exterminar” a la guerrilla, amenazando de que, “tiemblen, tiemblen comunistas … criminales con costumbres de animales”. Ese discurso de reducir a hombres a la categoría de “animales”, también hace paralelo con los ataques retóricos de los nazis contra aquellos que buscaron eliminar. De hecho, D’Aubuisson “expresó su admiración por Hitler por su resolución eficiente del problema judío” (BELLO). La identificación nazi también se vislumbra desde el anónimo que recibió Mons. Romero antes de que los colaboradores de D’Aubuisson lo exterminaran. “La esvástica, símbolo del amargo enemigo del comunismo, es nuestro emblema”, decía una nota. Y D’Aubuisson se unió con nazis en la Liga Anticomunista que, según su propio colaborador, abarcaba a algunos “quienes aún creían en el nacional socialismo hitleriano”. (PANAMÁ, Op. Cit.)
La disposición a exterminar personas al estilo nazi es algo que la Iglesia ya reconoció como odio de la fe. Como lo explica el comentador católico conservador George Weigel, “el odio sistemático de la persona humana (como en el nazismo y otros sistemas totalitarios) es una versión contemporánea del odio de la fe”, ya que “la fe predica la dignidad inalienable de la persona humana y aquellos que odian a la persona odian a la fe de manera implícita”. También demuestran su odio de la fe al sustituirla por otros valores (“Creo ... en mi revolver”). Como lo explica un clérigo de la Congregación para la Causa de los Santos, “El tirano moderno... finge no estar en contra de la religión o incluso no estar interesado en ella ... [p]ero en realidad está sin religión o convierte a alguna ideología en una religión sucedánea”. (WOODARD, Making Saints, Simon & Schuster, 19.) “Cualquier persona que interpreta el nacionalsocialismo sólo como un movimiento político no sabe casi nada sobre él”, dice el mismo Adolfo Hitler, asegurando que, “Es más que una religión...” (LEVENDA, 327.)
Finalmente, el odio de la fe de D’Aubuisson se reconoce de manera que este marcó a Mons. Romero para el exterminio a causa de su trabajo por la paz. “El papel de la Iglesia como mediadora para tratar de acabar con la sangrienta guerra civil les granjeó la enemistad de la extrema derecha”, reconoce un tribunal español investigando crímenes de guerra en El Salvador. Un informe de inteligencia de la CIA también reconoció que, “los derechistas se sienten amenazados por ... el dialogo gubernamental de EE.UU y El Salv. con los líderes de la guerrilla”.
“La muerte del arzobispo Oscar Romero, asesinado por un escuadrón de la muerte militar/civil en 1980 ilustra el establecimiento de un inquietante patrón”, dice el hallazgo de la corte española: “la intensidad” de las amenazas de muerte crecían “en proporción a la perspectiva del éxito” de las negociaciones por la paz que llevaba el arzobispo. Las amenazas contra Mons. Romero se tornaron más fuertes “cuando parecía que el arzobispo iba a conseguir que el presidente estadounidense Jimmy Carter cortase la ayuda militar y apoyase las negociaciones”.
Evidentemente, el odio de la fe que operaba dentro de la “rabia” del Mayor D’Aubuisson se reconoce desde su direccionamiento de ese odio a grupos de personas que tenían en común el seguimiento de la doctrina social de la Iglesia como son los seguidores de la teología de la liberación, los jesuitas y los democristianos; desde su opción por la exterminación de clases enteras de gente que no reconocía como dignos de la vida, y su admiración por la eficiencia estilo nazi de tal exterminación; y desde su rencor en contra de los operadores de la paz.
Cuando D’Aubuisson estaba hospitalizado, muriéndose de cáncer de garganta, lo visitó su hermana. Ella le tomó la mano. “Roberto”, le dijo. “Tienes que morir en paz. Te lo ruego, abócate a Romero, pídele perdón desde la parte más profunda de tu corazón, esto te dará la paz, Roberto”. (CNS.) Él reaccionó abriendo los ojos por un momento, acercándola hasta tenerla cara a cara, y ya incapaz del habla por su enfermedad, se echó a llorar.
Ver también
Pruebas indirectas del «odium fidei» (inglés)