Mons.
Romero murió vistiendo un escapulario de la Virgen del Carmen, en una capilla
de un hospital operado por monjas carmelitas, del cual había sido capellán y
benefactor por varios años, y tras su martirio ha sido asumido a las entrañas
de la “familia carmelita”, que conserva su retrato en la sala de conferencias
de su Curia General, y el Superior General de la Orden alaba su memoria. (Sitio web de la Orden.) La orden también ha interiorizado el mensaje
que el obispo mártir les dirigió en una visita pastoral a la Iglesia del Carmen
de Santa Tecla en 1977 (Foto). (Este es
una ponencia en la serie sobre los grandes sermones de Mons. Romero. Leer el
texto de la homilía en español aquí, en inglés aquí, y oír la grabación de la
homilía aquí.)
El contexto
de aquel sermón del sábado 16 de julio de 1977, como el de tantas homilías de
Mons. Romero, fue dramático. Era
todavía el arzobispo nuevo, pero su trayectoria había sido tumultuosa. En marzo había sido asesinado el P. Grande;
en abril había estrenado su primera carta pastoral «La Iglesia de la Pascua»,
en mayo había rezado misas fúnebres para un canciller asesinado y otro sacerdote
(el P. Navarro). Ahora, Mons. Romero
procuraba regresar a lo espiritual. El
domingo anterior, por ejemplo, había predicado una homilía titulada «LaInterioridad», y el siguiente día su homilía dominical llevaría el titulo «LaOración». Es decir, Mons. Romero
intentaba pivotar hacia una línea tradicional. En este empeño, nos dice su biógrafo, Mons.
Romero era “como el dueño de casa de la parábola evangélica, que saca cosas
nuevas y viejas de su tesoro”. Mons.
Romero pretendió sintetizar la tradición con la renovación del Concilio
Vaticano II: “Romero combina lo nuevo y lo viejo, tomando la piedad sencilla de
la gente devota como un punto de partida y los lleva a una comprensión más
profunda y más culta de la Escritura y las enseñanzas de la iglesia”. (BROCKMAN, Romero: A Life [Romero, una vida]. Nueva York: Orbis Books,
1999, pág. 75.) Este era el objetivo de la homilía carmelita.
Mons.
Romero abre su homilía con un punto de urgencia—las homilías de Mons. Romero,
no por ser espirituales se volvían teóricas o abstractas. Recuenta la historia de San Simón, a quien la
Virgen le presenta el Escapulario del Carmen según la leyenda, y nos recuerda
que ante una persecución de los carmelitas, San Simón le pidió a la virgen un
signo de protección y Ella le dio el Escapulario. “Por eso les digo, hermanos”, dice monseñor,
“en esta hora de 1977, que todos conocemos como una hora de persecución a la
Iglesia; con sus sacerdotes asesinados, expulsados, torturados”, la Iglesia
salvadoreña también “levanta los ojos a la Virgen y le pide una señal de
protección”. Mons. Romero alza una
plegaria en especial por los jesuitas, cuyos miembros habían estado en el blanco
del “parte de guerra no. 6” de la célula terrorista de ultra derecha Unión Guerrera Blanca. (Cabe mentar que después de esta “oración de
súplica” por Mons. Romero por una “una señal de protección” a su Iglesia, no hubo otro asesinato de
sacerdote por el resto del año ni por la mayor parte del año siguiente.)
En el resto
de su homilía, Mons. Romero nos habla del Escapulario como un signo de
protección en esta vida y en la próxima, pero también como un signo de compromiso
espiritual. “Si el santo Escapulario es
un mensaje de la eternidad, un mensaje de lo escatológico, del más allá”, declaró
el profeta salvadoreño, “el Escapulario
también es un mensaje del más acá”. Esas
palabras como que resumen todo el argumento con una elocuencia devastadora: “el
escapulario es también un reclamo de esta tierra, del cumplimiento de los
deberes en este mundo”, dice monseñor. “Y
cuando la Iglesia reclama una sociedad más justa, unas riquezas mejor
distribuidas, una política más respetuosa de los derechos humanos, la Iglesia
no se está metiendo en política, ni se está haciendo marxista-comunista”,
insiste. “La Iglesia está diciéndoles a
los hombres lo mismo que el Escapulario: sólo se salvará aquel que sepa manejar
las cosas de la tierra con el corazón de Dios”.
Otra forma
de entender el poder del Escapulario es desde del punto de vista de lo que
significa la salvación, explica monseñor.
Desde esta óptica, no debemos malentender la promesa de protección del
Escapulario. No está ofreciendo
meramente la salvación del alma, desprendida de la salvación integral que
quiere Dios. “No vas a salvar tu alma
sola; es que el Concilio dice: no basta salvar el alma. Es [necesario] salvar
al hombre; alma y cuerpo, corazón, inteligencia, voluntad”. La salvación integral también busca no solo
salvar al hombre en el sentido individual pero también salvar a toda su
humanidad: “Es todo un mundo, decía Pío XII, el que hay que salvar de lo
salvaje para hacerlo humano, y de humano, divino”. Tampoco es el Escapulario un talismán que se
puede poner un feligrés para evadir sus obligaciones como cristiano. “Un carmelita que llevara el Escapulario” presumiendo
que tiene una garantía de salvación que lo libera de la obligación de hacer el
bien, advierte Romero, “no se salvará”.
El que quiera apartarse de la obligación y del compromiso que el Escapulario
implica se lo está arrancando: “Cuántos pecadores que se confiaron así
temerariamente a la hora de morir se arrancaron el Escapulario y murieron sin
el Santo Escapulario”.
En su
Mensaje a los Carmelitas, el Beato Papa Juan Pablo II confirmó el mensaje de
Mons. Romero en su humilde homilía. “Quien
se reviste del escapulario”, dijo el papa, experimenta el “compromiso diario de
revestirse interiormente de Jesucristo y de manifestarlo vivo en sí para el
bien de la Iglesia y de toda la humanidad”, como la Virgen. “Así pues, son dos las verdades evocadas en
el signo del escapulario”, explicó el santo padre. “Por una parte, la protección continua de la
Virgen santísima”, y por otra parte “la
certeza de que la devoción a ella no puede limitarse a oraciones y homenajes en
su honor en algunas circunstancias, sino que debe constituir un ‘hábito’, es
decir, una orientación permanente de la conducta cristiana, impregnada de oración
y de vida interior, mediante la práctica frecuente de los sacramentos y la
práctica concreta de las obras de misericordia espirituales y corporales”.
Las
palabras del pontífice hacen eco del mensaje de Mons. Romero: “El Escapulario de la Virgen, pues,
no puede apartarse del Evangelio de Cristo, y la Virgen no puede decir una cosa
distinta de la que dice la doctrina de la Iglesia, porque la Virgen es un
miembro de la Iglesia, Madre de la Iglesia, y no tolerará nada que se predique
o se haga contra la Iglesia”.
Este es el contenido
que los carmelitas han recogido de la prédica de Mons. Romero. Es un mensaje que les asegura que su
Escapulario no es un amuleto de la superstición, sino una pieza de devoción que
le recuerda a la orden carmelita y a todos los fieles la vigencia y actualidad
de la misión de servicio que la Iglesia lleva al mundo actual. Los carmelitas, como otras órdenes, se han
esmerado por hacer actual su misión espiritual.
El sacerdote carmelita John Welch, en sus apuntes espirituales,
profundiza sobre la línea pastoral, la espiritualidad y el martirio de Mons.
Romero como un reflejo de la espiritualidad carmelita en el sentido del
servicio que requiere el mundo actual. «Seasons of the Heart» (“Estaciones del Corazón”), WELCH, O.Carm.
“Si la
Virgen hablara a un Simón Stock de 1977 al darle el Escapulario”, subrayó Mons.
Romero, “le diría: Todo aquel que lleva el escapulario tiene que ser un hombre
que ya vive su salvación en esta tierra … desarrolla[ndo] sus capacidades
humanas para el bien de los demás”.
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