BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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El arzobispo de San Salvador ha publicado una nueva y fuerte carta pastoral sobre la violencia de las “maras” en El Salvador, y es un ofrecimiento serio, asombroso, y a menudo aleccionador que recuerda la obra del Beato Oscar Romero. Firmada el 24 de marzo—ahora la “fiesta” del mártir salvadoreño, después de su beatificación el año pasado—la carta pastoral de Mons. José Luis Escobar Alas (titulada “Veo en la Ciudad Violencia y Discordia”) destaca como Romeriana en su inspiración, inclinación y en orientación. [Ver el texto original en español; y la traducción al inglés de Súper Martyrio.]
Obviamente, es Romeriana
en su inspiración. Monseñor Escobar la firmó el 24 de marzo y abre la carta con
un homenaje a Romero: “Nuestro amadísimo
Beato Monseñor Oscar Romero es la maravillosa luz que alumbra nuestro camino”,
escribe Escobar, y también cierra la carta con una oración invocando la
intercesión del primer Beato salvadoreño para detener el derramamiento de sangre
causado por la violencia delincuencial—que recientemente ha colocado a El
Salvador en los niveles más altos de homicidios por todo el mundo.
La carta también
es Romeriana en su inclinación, ya que constituye un importante esfuerzo por
Escobar de enfrentarse los problemas del pueblo. Varios observadores se han
quejado de que la iglesia institucional—justamente o no—parecía alejada del
problema de las maras, problema que es ciertamente complejo y difícil de resolver.
Después de apoyar inicialmente la controvertida “tregua” entre pandillas, la
Iglesia Católica ha aparecido más recientemente inútil ante la crisis. La carta
de Mons. Escobar es una respuesta ambiciosa, de más de 100 páginas (más larga
que algunas encíclicas papales), que analiza la historia de la violencia en El
Salvador, a partir de la conquista española hasta la actualidad; analiza la
violencia en la Biblia y en las enseñanzas de la Iglesia y señala a múltiples
inferencias para El Salvador; y, por último, prescribe un camino espiritual
hacia la reconciliación a la base de estos análisis profundos e intensos.
Mons. Escobar saluda a los fieles en una visita pastoral. |
Romero creía que
la violencia en El Salvador era el resultado de la subyacente injusticia
económica que sembraba el descontento entre ciertos grupos de la población.
Esas condiciones constituían un caldo de cultivo para la violencia: “Las violencias seguirán cambiando de nombre,
pero habrá siempre violencia, mientras no se cambie la raíz de donde están
brotando, como de una fuente fecunda, todas estas cosas tan horrorosas de
nuestro ambiente”. (Homilía del 25 de septiembre de 1977.)
Del mismo modo, Mons.
Escobar postula que toda la historia de El Salvador, se ha producido una “violencia en transformación”, una
persistente violencia que se transforma de generación en generación, pero se
alimenta continuamente por las condiciones subyacentes de injusticia (véase, nos.
35-47, 63 y 139-141 de la carta de Escobar).
El Beato Romero
sostuvo que se necesitaba diferenciar las manifestaciones contemporáneas de la
violencia entre la violencia subyacente que provocaba otras respuestas
violentas, y la violencia que tenía por objeto eliminar la opresión. “Hay una violencia institucionalizada que
está provocando la cólera del pueblo”, dijo Romero en una entrevista. Esta era
la violencia de las dictaduras militares de su época y los intereses
oligárquicos que estas defienden: “que es
mantener sus privilegios, mantener la opresión”, dijo. En reacción a ello,
otros sectores tomaban las armas en insurrección, pero su violencia era
perpetuada por la persistencia de las injusticias subyacentes, y por lo tanto
la violencia institucionalizada era “la
más culpable”.
Del mismo modo, Mons.
Escobar clasifica diferentes fenómenos violentos como constituyendo una “violencia primera” o “violencia segunda” según las líneas
definidas por Romero (véase, nos. 27, 32, 40, y 143 de la carta de Escobar)—solo
que Escobar va más allá y aplica esos criterios a todas las violencias a lo
largo de los 500 años de la historia salvadoreña, concluyendo que la codicia y la
opresión de los grupos en el poder han impulsado en gran medida todos los otros
tipos de violencia en la turbulenta historia de El Salvador.
Por último, la
carta de Mons. Escobar es Romeriana en su orientación en la forma en que ofrece
soluciones radicales basadas totalmente en conceptos ortodoxos. Por ejemplo,
Escobar recomienda que hallan juicios históricos para poner fin a la impunidad
(en nos. 61 y 140); grandes inversiones en programas sociales, incluso si
significa menos ganancias para los capitalistas (en nos. 133 y 178)—y aun si la
actual generación no viva a ver sus frutos (en el no. 53); e ir “contra pelo” de la economía “neo-liberal” para crear una economía
basada en la solidaridad (en los nos. 133 y 178). Sólo que no espere encontrar
citas a teólogos radicales de liberación. Las notas de pie aquí se refieren
todas a San Agustín, Santo Tomás de Aquino, los documentos del Vaticano II y el
magisterio de los últimos papas (y el actual).
Es probablemente
justo decir que pocas personas—si es que haya alguna—esperaba una carta tan contundente
del reservado y a veces enigmático Mons. Escobar. Sin embargo, incluso en ese
giro sorpresivo, esta carta pastoral es oh, tan Romeriana: por ser producto del
“Dios de las sorpresas.”
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