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La acusación de la inteligencia militar contra Mons. Romero era que, “Impaciente con el ritmo del progreso [de un gobierno] Demócrata Cristiano ... y cada vez más convencido de una próxima victoria de la extrema izquierda, el arzobispo ha criticado duramente a la Junta y se ha inclinado hacia el apoyo a la extrema izquierda”. No obstante el cinismo de esta lectura—la cual choca con la verdadera línea pastoral de Mons. Romero, de que “La Iglesia no tiene sistemas, la Iglesia no tiene métodos” y “no puede identificarse con ningún partido político ni con ninguna organización de carácter político” (Homilía 16 de abril de 1978)—Mons. Romero nunca tuvo tanta cercanía con “la extrema izquierda” como la tuvo con la Democracia Cristiana.
Ahora bien, Mons. Romero lo repitió una y mil veces—incluyendo en una reunión con funcionarios del Partido Demócrata Cristiano (PDC) de El Salvador: “la misión de la Iglesia ... no puede confundirse de ninguna manera con el partido político, aunque busquen objetivos a veces parecidos como es la justicia social, la participación en política de todos los ciudadanos, etc.” (Su Diario, martes 11 de abril de 1978.) Sin querer poner en duda ese distanciamiento formal, no debe sorprendernos que haya habido alguna afinidad entre las posturas del PDC y las opiniones personales de Mons. Romero. En primer lugar, la democracia cristiana, surgió históricamente, desde las ideas de la doctrina social del Papa León XIII. Los fundadores del PDC en El Salvador “abrazaron la doctrina social de la Iglesia con su enfoque de ‘opción preferencial por los pobres’ y justicia social”. (El Mundo.) Y—quizá lo más importante—Romero mantuvo amistades y contactos de confianza con democristianos, a quienes consideraba hombres decentes.
Uno de sus estrechos colaboradores fue Héctor Dada Hirezi, un politólogo democristiano que sostenía desayunos laborales semanalmente con Mons. Romero para planificar sus homilías dominicales (James BROCKMAN, Romero: A Life [Romero, una vida]. Nueva York: Orbis Books, 1999, pág. 237.) El Dr. Dada también figuró entre los asesores de monseñor que le ayudaron a elaborar el documento que la arquidiócesis llevaría a la reunión de obispos con el papa en Puebla. (BROCKMAN, 135.) Uno de los momentos más sensibles en que Mons. Romero tuvo que juzgar sobre la política salvadoreña fue la decisión de respaldar o no la junta que resultó del golpe de estado reformista en octubre de 1979. (Op. Cit., 200) El Dr. Dada asesoró a Mons. Romero sobre las implicaciones de ese hito, y después cuando el Dr. Dada se integró a la junta de gobierno que surgió del golpe, mantuvo a Mons. Romero informado hasta el momento en que Dada renunció de la junta al concluir que era inútil para solventar la crisis que enfrentaba El Salvador. (Id.) Mons. Romero leyó la carta de renuncia del Dr. Dada en su homilía del 9 de marzo de 1980. (En una nota que hace eco a aquellos hechos, el Dr. Dada recientemente renunció como Ministro de Economía del gobierno actual de El Salvador.)
Tan estrechos eran los enlaces con el partido que cuando el Cardenal Aloisio Lorscheider, enviado por el papa, llegó a El Salvador en 1979, Mons. Romero hizo arreglos para hospedarlo con el secretario del PDC (al fin, Lorscheider prefirió quedarse con Mons. Romero en el Hospitalito de la Divina Providencia). BROCKMAN, 217. Los contactos con miembros del partido no se limitaron a democristianos de El Salvador. Cuando Mons. Romero se reunió con el embajador italiano, anotó que “Él es un italiano inscrito en la democracia cristiana” y quien le expresó “que una democracia cristiana bien organizada sería de gran ayuda para los ideales políticos, sociales de la doctrina de la Iglesia”. (Su Diario, 13 jun. 1978.) En otra ocasión, monseñor se reunió con el “doctor Calvani y otros miembros de América Latina de la Democracia Cristiana”. (Su Diario, 3 dic.1979.) “Es interesante saber”, comentó monseñor, “que hay tantas capacidades humanas y cristianas en el laicado para el desarrollo de nuestra América Latina.” (Ibid. Aristides Calvani se encuentra en proceso de beatificación.) También tuvo contactos internacionales, por ejemplo en Europa: “fuimos de nuevo a Bruselas para visitar la sede del partido Demócrata Cristiano, cuyo presidente nos recibió con mucha atención y expresó mucha preocupación por nuestra situación y por la ayuda que puede prestar Bélgica a la situación política de nuestro país”. (Su Diario, 1º feb. 1980.)
Desde luego, los contactos con democristianos salvadoreños tuvieron la mayor incidencia. En 1979, Mons. Romero se reunió en Costa Rica con los entonces exiliados políticos, Antonio Morales Erlich y José Napoleón Duarte, quien sería posteriormente Presidente de la República en tiempos de guerra—y el mayor opositor de la guerrilla. “Hablamos ampliamente y les expresé mi sentido de servicio y mi esperanza en los hombres políticos que tengan verdadero amor a la Iglesia. Y, sobre todo, si tienen inspiración cristiana”. (Su Diario, 19 abr. 1979.) Cuando Mons. Romero decidió respaldar la junta de gobierno de octubre de 1979 su respaldo fue en parte por “la composición del nuevo gabinete”, que tildó de ser “hombres allí bien honestos, capaces, progresistas, que yo creo que si se les deja trabajar, no son hombres—en lo general que yo conozco—que se presten a manipuleos indignos”. (Hom. 28 oct. 1979.) El siguiente día, Mons. Romero sostuvo una reunión privada con el Ing. Duarte, que había sido permitido retornar al país. Otro interlocutor comentó en la reunión, cuenta monseñor, “que Duarte y yo éramos dos personas, que en nuestro propio campo, el Señor había suscitado para orientar a este pueblo”. (Su Diario, 29 oct. 1979.) Añadió que, “estoy de acuerdo en que el Ingeniero Duarte tiene dotes de líder y, sin duda que es un hombre carismático para esta hora”. (Id.)
Sin duda, Mons. Romero habló claro y públicamente con los políticos del partido cuando vio que las violaciones de los derechos humanos seguían dándose en su gobierno. “Si la Junta y la Democracia Cristiana no quieren ser cómplices de tanto abuso de poder y tanto crimen, deben señalar y sancionar a los responsables”, sentenció. (Hom. 17 feb. 1980.) “Hagan valer su poder o valientemente confiesen si no pueden mandar y desenmascaren a los que están haciendo gran mal al país”. (Hom. 16 marzo 1980.) Pero al hacer esta exhortación, Mons. Romero jamás desamparó a los miembros del PDC que trataban de buscar las salidas nobles. Fue visitado por Rubén Zamora, un democristiano que llegó, “a buscar un poco de fortaleza, consuelo y orientación, ya que el momento para el partido es sumamente difícil”. (Su Diario, 11 ene. 1980.) Fue una “consulta, más bien de carácter espiritual”. Monseñor le aconsejó que “como hombre de fe y de esperanza, tiene que servir con generosidad al país, y las mismas vicisitudes y riesgos hay que aceptarlos con rectitud de intención”. (Id.) Los “riesgos” eran riesgos compartidos.
En febrero de 1980 fue asesinado Mario Zamora, otro funcionario del partido, en un episodio que evoca el asesinato del democristiano italiano ALDO MORO—y la reacción de PABLO VI ante el hecho. En la misa fúnebre celebrada por Mons. Romero hubo un atentado dinamitero que quiso eliminar la dirigencia del partido que asistió a la misa y al arzobispo. El siguiente día, Mons. Romero leyó el pronunciamiento del PDC sobre el asesinato: “El Partido … responsabiliza al Mayor Roberto D'Abuisson y a la banda de asesinos que comanda la extrema derecha”. (Hom. 24 feb. 1980.) Un mes después la misma “banda” culminó sus exterminios asesinando a Mons. Romero.
Mons. Romero dio acompañamiento al partido que terminó aliado con el ejército, aunque siempre mantuvo líneas de separación bien definidas. Y trató de orientar a los políticos para evitar un mayor derramamiento de sangre, aún si no dudó en derramar la suya para buscarlo.
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