AÑO
JUBILAR por el CENTENARIO del BEATO ROMERO, 2016 — 2017:
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Obra de Edgardo Trejo Alemán |
¿Es procedente
la yuxtaposición entre los “nuevos mártires” y “los viejos mártires” en la
Iglesia? Esta sugiere que mientras los mártires solían antes ser asesinados por
odio a la fe, ahora mueren por “odium
amoris” y otras formulaciones de los requisitos para el martirio del
derecho canónico. Puede ser simplemente que los “Nuevos Mártires” nos parezcan “nuevos”
debido a la novedad de que sus martirios han sucedido en el contexto cultural
de nuestros tiempos modernos ...
El
obispo colombiano Héctor Julio López Hurtado dijo a CRUX en 2015 que Colombia
no tiene mártires como Santo Tomás Moro, el abogado del renacimiento inglés
matado por defender la doctrina católica, pero que sí tiene mártires al estilo
Romero, que fueron asesinados por negarse a abandonar sus puestos a pesar de
los peligros de quedarse.
Pero,
¿existe tal abismo entre Moro y Romero? Los dos pueden no estar tan separados
como podríamos pensar si nos fijamos en los fundamentos de sus martirios.
Moro fue
declarado culpable de traición y decapitado durante el reino del rey Enrique
VIII después de que se negó a reconocer la anulación del matrimonio de Enrique,
o reconocer posteriormente a Enrique como jefe de la Iglesia de Inglaterra.
El
santo afirmó que el Acto de Supremacía de Enrique era contrario “a las leyes de Dios y de su santa Iglesia”.
Sostuvo que “ningún príncipe temporal”
podría eliminar los preceptos legales establecidos en la Iglesia. Así, Moro murió
como mártir por la supremacía de la ley de Dios sobre los caprichos de los
hombres.
Romero
murió el 24 de marzo de 1980 porque había pronunciado un punzante sermón el 23
de marzo, defendiendo a los pobres y pretendiendo “ordenar” al ejército “en
nombre de Dios” de desafiar órdenes militares de matar a civiles.
“Ante una orden de matar que de un hombre”,
rumió Romero, “debe de prevalecer la ley
de Dios que dice: ¡No matar! Ningún soldado está obligado a obedecer una orden
contra la ley de Dios”.
La
sentencia de muerte de Romero fue sellada cuando pronunció esas palabras,
porque el ejército salvadoreño—como los secuaces del rey Enrique—vio la defensa
de Romero de la primacía de la ley divina como una afrenta inexpugnable al
orden político del momento. Sin embargo—como en el caso de Moro—estos matices
políticos de sus motivos no superan el hecho de que sus motivaciones incluyeron
un animus contra la resistencia de Romero que venía inspirada por su fe.
El Profesor
Roberto Morozzo della Rocca, consultor histórico para la causa del
Beato Romero responde con los siguientes puntos:
La
dificultad ha sido que la práctica en la Iglesia Católica en los últimos siglos
había alterado y restringido el concepto de matar en odio a la fe. Para Santo
Tomás de Aquino, el odio a la fe se refería principalmente al odio a la fe vivida, es decir, al odio a la
forma en que los cristianos vivían y practicaban su fe en la realidad. El caso
de Romero no habría planteado una duda para San Tomás de Aquino: Romero fue
asesinado por la fe que vivió, en el amor y en defensa de los pobres, en su
llamado a la justicia, etcétera. Pero en los últimos siglos la Iglesia
Católica, al reconocer los martirios, ha insistido más en el odio a la fe profesada que en el odio a la fe vivida. Es decir, ha visto a los
mártires más como portadores de una bandera que como testigos de un modo de
vida. Santo Tomás de Aquino cita el ejemplo de Juan el Bautista como un mártir
de la fe vivida y no la fe profesada: su asesino no lo odiaba
por la fe en sí misma sino porque Juan el Bautista le criticaba en nombre de la
justicia. En mi opinión, ha sido correcto insistir en el odio a la fe vivida en el asesinato de Romero.
Recuerdo que Karl Rahner escribió que Romero no había sido asesinado por odio a
la fe sino por odio a la justicia, pero eso ha sido un error porque Romero
insistió en la justicia por su fe y es esta creencia que sus asesinos atacaron
cuando lo mataron en el altar mientras estaba a punto de consagrar el cuerpo y
la sangre del Señor. Creo que la beatificación de Romero también puede ser
importante para regresarnos a la tradición más antigua y auténtica que el odio
a la fe se refiere al modo de vida de los mártires y no sólo a su tarjeta de
identidad (es decir, sólo la fe profesada).
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