Thursday, September 15, 2011

MONS. ROMERO y JOSÉ MATÍAS DELGADO

El Presbítero y Doctor José Matías Delgado es conocido como el más venerado de de los próceres de El Salvador, declarado “Benemérito de la Patria” por la Asamblea, y la Orden Nacional José Matías Delgado es la condecoración más destacada que sea otorgada por la República de El Salvador. El sacerdote Delgado, quien vivió entre 1767 y 1832, se destacó como un líder nacional en los días de la independencia, en un sentido impresionantemente similar al cual Mons. Romero fue un clérigo destacado en los tiempos del conflicto armado de la historia reciente de El Salvador, y que es ahora reconocido como “el salvadoreño más universal”. Todo esto lleva a un comentador a preguntar (sobre Delgado, y nosotros extendemos la pregunta al caso Mons. Romero)—“¿Por qué un cura, no un general, está en la cumbre de tantas menciones nacionales?” (Roberto Turcios, Delgado, EL FARO, 29 de mayo de 2011.)

Las similitudes entre los dos personajes encajan desde el hecho de que los dos son hombres de la Iglesia quienes se prestan en su momento a las necesidades de la historia del pueblo y al hacerlo rompen esquemas, asumiendo un rol similar al de los grandes liberadores nacionales. Pero después de las similitudes vienen las diferencias, y la más importante de estas es que, José Matías Delgado abiertamente aceptó posiciones políticas en el gobierno de su república rebelde, y agitó como un líder en un movimiento netamente político (firmó el Acta de la Independencia y fungió como intendente de San Salvador y presidente del Congreso Nacional, entre otras), mientras que Mons. Romero, no obstante las acusaciones de sus detractores, se limitó a una actuación pastoral. “La Iglesia no puede identificarse con ningún partido político ni con ninguna organización de carácter político, social, cooperativo”, insistía. “La Iglesia no tiene sistemas, la Iglesia no tiene métodos, la Iglesia sólo tiene inspiración cristiana … yo no soy director de ninguna organización política. Yo no soy, ni mis sacerdotes deben de ser, líderes de estos grupos”. (Homilía del 16 de abril de 1978.) Mons. Romero no llegó al nivel de participación activa de José Matías Delgado y, así, evitó la reprimenda que dio el Papa a Ernesto Cardenal por su participación en el gobierno sandinista en contravención de las prohibiciones vaticanas.

Quizá más importante aún, José Matías Delgado trató de impulsar su ambición de ser obispo de San Salvador a través de sus conexiones políticas, e intentó superar la oposición del arzobispo de Guatemala por medio del derecho de patronato, o sea por el apoyo de las familias de poder locales. Fue solamente cuando el Papa le mandó una carta amenazando con declararlo cismático que el sacerdote Delgado abandonó su afán por llegar a ser el obispo encargado de San Salvador (que el siglo siguiente correspondería a Mons. Romero). Mons. Romero, por otra parte, predicaba que, “El verdadero obispo, el verdadero párroco, el Papa auténtico y único, es aquel que haya entrado por la puerta que es Cristo”. (Hom. 16 de abril de 1978, Ibid.) Para Mons. Romero, la piedra de toque para medir la autoridad de un clérigo era muy sencilla: “Si estoy en comunión con el obispo y ese obispo está en comunión con el Papa, no hay duda”. (Hom. 25 de noviembre de 1977.)

La última distinción entre Mons. Romero y José Matías Delgado es el alcance de la liberación que buscó cada uno de estos gigantes. “La historia de El Salvador, con sus próceres, con su política, con sus propias lacras, con sus propias cosas buenas”, predicaba Mons. Romero, “es donde Dios quiere encontrarse con los salvadoreños y salvarlos”. (Hom. 7 de agosto de 1977.) Pero, para Mons. Romero, la Independencia de los próceres, “el primer grito de independencia” era como “el primer grito de un dolor de parto, porque no acaba de parir la verdadera libertad”. (Hom. 5 de noviembre de 1978.) Los logros de la revolución “no llamaríamos independencia, pero sí que marca en la historia un punto de partida hacia una verdadera independencia”, consideraba Monseñor. (Hom. 17 de septiembre de 1978.) Quizá José Matías Delgado, enfrentado con España y México, pero también imponiendo el poder de los adinerados sobre los indígenas en sus encomiendas, no era el instrumento más apto, y dejaría esa Independencia necesitada de un segundo “Benemérito de la Patria”, que estuviera menos ligado con el poder material y más apegado a su función profética para perfeccionar la Independencia y Liberación.

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