“Les guste o no les guste”—como solía decir el ex mandatario salvadoreño—el
quinquenio de Mauricio Funes Cartagena como Presidente de El Salvador estará
por siempre ligado de alguna manera con la figura de Mons. Romero. De hecho, ha sido Funes, cuyo mandato
finalizó este domingo 1ero de junio, quien elevó a Mons. Romero a nivel de
símbolo patrio, declarándolo “guía espiritual de la nación” y referente de su
gobierno. Funes renombró el aeropuerto internacional
de El Salvador en honor al arzobispo martirizado 34 años atrás, nombró el
proyecto de construcción más importante de su mandato (una nueva vía arterial) en
su honor, y hasta nombró la sala de honor de la Casa Presidencial por Romero,
colgando un imponente retrato del prelado en ese lugar.
Estas iniciativas provocaron la burla de la derecha y el escepticismo de la
izquierda. Después del renombramiento del
aeropuerto, corrió un chiste por las redes sociales que decía más o menos
así. “Vivo en El Salvador. Para visitarme, debes llegar al Aeropuerto
Mons. Romero, tomar la Autopista Mons. Romero, hasta la Avenida Mons. Romero de
la Colonia Mons. Romero y seguir sobre la Calle Mons. Romero…” Desde la derecha, se le acusó al mandatario
sufrir de una obsesión o de una contundente falta de originalidad. Desde la izquierda, Funes siempre será
perseguido por la tira cómica del caricaturista político salvadoreño Otto,
quien reclamó a Funes por supuestamente
traicionar su devoción a Romero, vendiéndose a pactos políticos para preservar
o extender el poder (a cuales Mons. Romero presuntamente nunca se hubiera dado). En un
cuadro caustico, el caricaturista presenta a Funes reprendido por el espíritu
de Romero: “No vuelvas a decir que seguirás mi ejemplo … Yo nunca di malos
ejemplos a nadie”, le dice desde lo alto.
Quizá el punto más craso de la relación entre Funes y Romero llegó el año pasado,
cuando Funes hizo colgar carteles
de publicidad en San Salvador que buscaban reforzar la imagen de su
gobierno, posters en que la imagen de Mons. Romero acompañaban al logotipo del
gobierno Funes, con el eslogan “Por el rumbo señalado por Monseñor Romero”. Esta explotación propagandística de la figura
de Mons. Romero hacía pensar que las alusiones al popular arzobispo habrían
sido meramente una estrategia, una manipulación calculada, y no una autentica
solidaridad o simpatía con su causa y con su espiritualidad.
Todas las dudas deben ser medidas en contra de las acciones concretas
tomadas por el Pdte. Funes para honrar la memoria de Mons. Romero. Sin duda el gesto más importante fue pedir
perdón en el 2010, a los 30 años del asesinato, por el papel del estado en el
doloso complot. El solo hecho de
reconocer oficialmente que el estado tuvo que ver con el crimen ha sido un hito
histórico en el camino hacia la reconciliación y la curación de las heridas
causadas por el evento. En segundo
lugar, el pedir perdón ha sido la primera vez que el estado ha expresado
remordimiento o lamentación por la pérdida de vidas inocentes y los crímenes de
la guerra. Finalmente, el reconocimiento
de que el crimen de Mons. Romero merece la atención del estado por ser un
símbolo de todas la demás atrocidades, y de las más nefastas de estas, ha sido una
característica imprescindible de esta acción presidencial. (Funes también
reclama haber puesto la visión humanitaria de Mons. Romero en acción a través de
los programas sociales de su gobierno. Lo
siento más allá de mi competencia juzgar si esto ha sido así.)
Pues, ¿cómo armonizar estas notas contradictorias? ¿Es Mauricio Funes un buen discípulo de Mons.
Romero, o más bien un falso y oportunista evangelizador? Aquí yo propongo usar una figura histórica para
profundizar sobre el alcance y naturaleza del efecto Funes sobre el legado
Romero. La figura que me viene en mente
es el emperador Constantino, el que oficializó el cristianismo como la nueva religión
estatal del imperio Romano, después de siglos de persecución de esta “secta ilegal”. Los historiadores se debaten los motivos del
emperador, y la sinceridad de su actuar.
Incluso, se discute si Constantino dio un espaldarazo que verdaderamente
ayudó al cristianismo a llegar a ser la religión mayoritaria siendo una minoría,
o si el emperador sencillamente reconoció a tiempo lo que estaba por llegar y
se puso de parte de los victoriosos con antelación. Pero el hecho es que, aparte de estos
debates, no cabe duda que Constantino fue el cauce a través del cual se dio un salto
cuántico en el desarrollo de la institucionalidad cristiana. Su persona marca un antes y después en la
historia de la cristiandad. Y de la
misma manera, el Presidente Funes ha sido el político que llevó a Mons. Romero
desde un símbolo popular hasta una figura épica nacional, como la del patriarca
del país.
Mauricio Funes no ha sido un apóstol perfecto de Mons. Romero. También sufre la desventaja de tener que ser
juzgado por su accionar en el mundo imperfecto de la política, donde se negocia
y se pacta la componenda, mientras que Mons. Romero está siendo levantado como
un mito, un ideal, y un hombre que se está pasando por un tipo de apoteosis: pasando
de ser un hombre a ser un súper-hombre, según las leyendas populares y su
proceso de canonización. Sin embargo,
Mauricio Funes ha sido el presidente salvadoreño que identificó a Mons. Romero
como un símbolo patrio, y lo colocó al centro de su discurso nacional.
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