AÑO
JUBILAR por el CENTENARIO del BEATO ROMERO, 2016 — 2017
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Madre Teresa visita la casita de Mons. Romero en julio de 1988. |
Cuando la Madre
Teresa de Calcuta ganó el premio Nobel de la Paz en 1979, Mons. Óscar A. Romero de El
Salvador, quien había sido nominado ese mismo año para el galardón, le envió un
telegrama dándole la felicitación, en que deja saber que el arzobispo
comprendió que ambos trabajaban por el mismo fin:
Madre
Teresa de Calcuta, India. Alégrome Premio Nóbel condecore en usted [la] opción
preferencial [por los] pobres como eficaz camino para la paz. Quienes
generosamente deseáronme semejante honor siéntanse igualmente satisfechos [por]
haber estimulado [la] misma causa. Bendígola. El Arzobispo. (Homilía del 21 de octubre de 1979.)
La pronto-Santa
Teresa y el Beato Romero son ejemplares de la famosa dicotomía de Dom Hélder
Câmara: «Cuando doy comida a los pobres
me llaman santo. Cuando pregunto por qué son pobres me llaman comunista».
La Madre Teresa dio comida a los pobres y será llamada santa; Romero denunció
por qué hay pobres, y fue “difamado,
calumniado, ensuciado ... incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el
episcopado” (Papa Francisco, Discurso
del 30 de octubre del 2015).
En realidad,
Romero y Teresa son dos caras de una misma moneda. Ambos comprenden, “la hermosa y dura verdad”—como dice
Mons. Romero—“de que la fe cristiana no
nos separa del mundo, sino que nos sumerge en él”. (Discurso al recibir el «honoris causa» de la Universidad de Lovaina, 2 de febrero de 1980.) Es
necesario, nos dice, salir del templo, del santuario, a la ciudad, a la “polis”. Esta es la misma opción por los
pobres de Teresa en 1948 cuando abandona el claustro de su convento y sale a
las calles de Calcuta a ayudar a los ancianos, a los moribundos, y a los
leprosos. Participando de su miseria, cuenta como sentía la tentación de
regresar al albergue y la comodidad de su convento, pero tuvo la intuición de
que, “Nuestro Señor quiere que yo sea una
monja libre, cubierta con la pobreza de la Cruz”.
Tanto Mons.
Romero como la Madre Teresa tuvieron que rodearse y empaparse en sus ámbitos no
religiosos de un mundo sin Dios. A Romero le tocó sortear cadáveres de masacres
campesinas, mientras que, la Madre Teresa tuvo que instalarse en un templo de
la diosa Kali para dar muertes dignas, con ritos según las devociones de cada
persona beneficiada, ya sean hindúes o musulmanes, de India, Pakistán, Etiopía,
Tanzanía y otros lugares por Asia, África, Europa y Estados Unidos, donde sus
misiones la llevaban. En esta inmersión total en esta dura realidad, de
privación, lejos del sagrario y el altar, la Madre Teresa sufrió sentimientos
de un vacío espiritual, hasta el punto de dudar la misma existencia de Dios.
Sin embargo, su
propósito y motivación al emprender esta estancia en la austeridad es
precisamente buscar a Dios, y a pesar de las acusaciones contra Mons. Romero de
que había traicionado su misión religiosa y los sentimientos de la Madre Teresa
de alienación espiritual, ambos encuentran a Jesús. “En ese mundo sin rostro humano”—nos dice Mons. Romero—se halla cara
a cara con el “sacramento actual del
Siervo Sufriente de Yahvé”. (Lovaina.) Y le hace eco la Madre Teresa cuando
nos dice, “hoy hay tanto sufrimiento—y
siento que la pasión de Cristo está siendo vivida de nuevo”. (Discurso Premio Nobel, 11 de diciembre de 1979.) “Él se vuelve el hambriento, el desnudo, el
sin hogar, el enfermo, el prisionero, el solitario, el no querido … Hambriento
de nuestro amor, y este es el hambre de nuestra gente pobre”. (Id.)
Ambos valoran al
pobre de una manera que difiere de las formas anticuadas y paternalistas de
entenderlos. Tanto Mons. Romero como la Madre Teresa se fijan en el pobre no
solo como un beneficiario de nuestra generosidad (léase: lástima) o un sujeto
que nos permite experimentar la caridad (léase: remordimiento), sino personas
que tienen algo que ofrecernos, y cuyo valor intrínseco sirve para beneficiarnos.
Los pobres nos ayudan a entender nuestro cristianismo: “poniéndose del lado del pobre e intentando darle vida sabremos en qué
consiste, la eterna verdad del evangelio”, dice Mons. Romero. (Lovaina,
supra.) Madre Teresa está de acuerdo: “Ellos
nos pueden enseñar tantas cosas hermosas”, dice, recordando como los pobres
en uno de sus centros de atenciones le confirmaron un aspecto de su misión: “El otro día uno de ellos vino a agradecer y
dijo: Ustedes que han hecho voto de castidad son las mejores para enseñar
planeación familiar. Porque no es más que auto-control y amor del uno al otro”.
Este tema que era de debate entre expertos, sociólogos y teólogos, también era
competencia de una persona pobre: “Y
estas son las personas que no tienen nada que comer, tal vez no tienen un hogar
donde vivir, pero son grandes personas. Los pobres son gente maravillosa”.
(Teresa, Discurso Nobel, supra.)
Algunos han
criticado el camino llevado por la Madre Teresa por ayudar en casos concretos
pero no cambiar el sistema que genera desigualdades e injusticia. Según esta
crítica, “los ricos y los poderosos la
amaban”, porque ella no les exigía nada y a eso se debe su premio Nobel y
su canonización, mientras que los teólogos que denuncian a los ricos son “depurados o suprimidos”. (Sara Flounders, Workers World, 25 de septiembre de 1997, traducido por Iniciativa Socialista.) Pero Mons.
Romero defiende su postura, argumentando que tener corazones convertidos vale más
que tener estructuras reformadas: “a la
Iglesia no le importa que haya sólo una distribución más equitativa de las
riquezas: le interesa que se dé esa distribución porque existe realmente en
todos los hombres una actitud de querer compartir no sólo los bienes, sino la
misma vida”. (Hom. 24 feb. 1980.)
Por su parte, la
Madre Teresa reconoce la necesidad de hacer justicia cuando denuncia, “Cuando un pobre se muere de hambre, no es
porque Dios no lo ha cuidado. Es porque ni tu ni yo quiso darle lo que
necesitaba”.
La Santa y el
Beato seguramente hoy se congratulan en el cielo por haber dado testimonio del
espectro completo del amor a los pobres.
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