AÑO JUBILAR por
el CENTENARIO del BEATO ROMERO,
2016 — 2017
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El Beato Romero en la fachada del Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI) de San Salvador, 2015. |
En anticipación
del Centenario del Beato Romero, Mons. Ricardo Urioste (Q.D.D.G.) desarrolló
una mini letanía para presentar al Beato, a quien llamó: Hombre de Dios, Hombre de la Iglesia, y Hombre de los Pobres. Yo
agregaría un cuarto título para nuestro mártir: Hombre de la Cultura. De
hecho, esto corresponde a las deficiencias primordiales de la sociedad
salvadoreña a cuáles Romero se sintió interpelado a responder: “Hambre de Dios, hambre de cultura y hambre de pan—para llenar el vacío que dejan
estas tres hambres, necesitamos la ayuda de todo el pueblo”.[1]
Sin lugar a
dudas, Óscar Arnulfo Romero fue un hombre culto y culturado. Desde pequeño era “el niño de la
flauta”. Hablaba latín e italiano.
Practicó la fotografía. Fundó y/o lideró varios periódicos eclesiales. Publicó columnas de opinión en los periódicos
de mayor circulación. Aprovechó la radio
y los medios de comunicación social de su tiempo para divulgar su mensaje. Fue admirador de la música clásica y aprendió
a discernir en la música popular, encargando una misa folclórica y un himno al
Divino Salvador del Mundo, entre otros.
Promovió el humanismo y el ecumenismo.
Dio lectura a la historia salvadoreña, y a su índole y sus
tradiciones. Impulsó el desarrollo de la
sociedad civil, dándole ímpetus al Socorro Jurídico del Arzobispado y apoyando
grupos de la defensa de los derechos humanos.
Forjó alianzas internacionales.
Más que todo, luchó con todas sus fuerzas contra una cultura de la
muerte, de la vanidad, del materialismo, de la violencia y de la opresión.
El ministerio de
Mons. Romero tuvo una cuerda cultural como componente importante. “La
Iglesia quiere aprender el lenguaje, la cultura de los pueblos del mundo para
poder traducir en ese lenguaje, en ese modo de ser, su mensaje divino”,
explicó el arzobispo mártir.[2] “Sin competencias en política ni en sociología, porque no es su
competencia, la Iglesia desde su ciencia humana, desde su revelación de Dios,
quiere hacer presente la luz de Dios en el mundo; y ella está también, pues, en
un diálogo íntimo con el mundo. Nada humano es extraño a ella”. En un discurso en la Universidad de Lovaina,
Bélgica, profundizó: “la Iglesia no es un
reducto separado de la ciudad, sino seguidora de aquel Jesús que vivió,
trabajó, luchó y murió en medio de la ciudad, en la ‘polis’.”[3] Y con razón, Romero, “desde antes de ser asesinado, ya había trascendido las fronteras
nacionales, convirtiéndose en un personaje mundialmente conocido”, según
Paulita Pike, fundadora de Cultura Romeriana, una asociación inspirada por Romero en El
Salvador. Romero ha sido interpretado en
al menos cinco películas, es objeto de innumerables pinturas, estatuas, poemas,
canciones y otras obras artísticas y culturales (incluyendo escuelas, clínicas,
calles y hasta un aeropuerto).
Desde estas
ligeras valoraciones podemos desprender diez características propias de una
auténtica “cultura romeriana”: (1) “Sentir con la Iglesia”, (2) la solidaridad,
(3) la no violencia, (4) el espíritu del martirio, (5) una teología “con los pies en la tierra”, (6) la
opción preferencial por los pobres, (7) vivir como “micrófonos de Dios”, (8) capacitar la juventud, (9) conservar la
memoria histórica, y, sobre todo esto, (10) hacer una “civilización del amor”.
1. Sentir
Con La Iglesia. Para Romero, la
Iglesia es su referencia primordial, pero no es auto-referencia. La iglesia que sale al encuentro del mundo
estuvo en evidencia desde los primeros momentos del arzobispado de Mons.
Romero, cuando para la “Misa Única” tras el asesinato del padre Grande, Mons.
Romero literalmente “salió” a la “polis”, erigiendo un altar provisional en las
gradas de su catedral para encontrar al pueblo.
Y se dirigió a ellos: “Sabemos de
muchas personas que están aquí sin creer en la misa pero que buscan algo que la
Iglesia está ofreciendo”.[4] Romero buscó la unidad de los cristianos, el
ecumenismo, y más allá de la religión, el humanismo.
2. “Hermanos, yo les traigo la palabra que
Cristo me manda decirles: una palabra de
solidaridad”, dice Romero en Aguilares.[5] Pero la solidaridad no puede ser una
expresión vacía y distante; es una cercanía concreta, que puede decir “hemos estado con ustedes”. Romero explica que “nuestra palabra de solidaridad se fija en tantos queridos muertos
asesinados ... Sufrimos con los que
están perdidos, con los que no se sabe dónde están o por los que están huyendo
y no saben qué pasa con su familia. Somos
testigos de este dolor, de esta separación. Lo vivimos muy de cerca ... Estamos
con los que sufren las torturas ...”.
La solidaridad se pone a la par de los que sufren, y de lado de ellos.
3. La no
violencia. “Jamás hemos predicado violencia, solamente la violencia del amor, la
que dejó a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus
egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros”.[6] Como indicó el Papa Francisco, “Monseñor Romero nos invita a la cordura y a
la reflexión, al respeto a la vida y a la concordia … La fe en Jesucristo,
cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias, genera
comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es a lo que está llamada
hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero: a ser rica en
misericordia, a convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad”.[7]
4. Todos debemos
tener un espíritu del martirio, aunque no todos tengamos que morir por
nuestros valores. Porque “dar la vida no es sólo que lo maten a uno;
dar la vida, tener espíritu de martirio, es dar en el deber, en el silencio, en
la oración, en el cumplimiento honesto del deber; en ese silencio de la vida
cotidiana, ir dando la vida, como la da la madre que sin aspavientos, con la
sencillez del martirio maternal da a luz, da de mamar, hace crecer, cuida con
cariño a su hijo. Es dar la vida”.[8]
5. “Me da gusto pensar que la Iglesia que yo
predico no es una Iglesia abstracta, por las nubes, sino una Iglesia que peregrina con los pies en la tierra”, declara
Mons. Romero.[9] Es “la
doctrina social de la Iglesia que les dice a los hombres que la religión
cristiana no es un sentido solamente horizontal, espiritualista, olvidándose de
la miseria que lo rodea. Es un mirar a Dios, y desde Dios mirar al prójimo como
hermano y sentir que 'todo lo que hiciéreis a uno de éstos a mí lo hicísteis'.”[10]
6. El 24 de
febrero de 1980, el Beato Romero recibió un telegrama de numerosos obispos
americanos, incluyendo Dom Hélder Câmara, Mons. Pedro Casadáliga, y Mons.
Samuel Ruiz, felicitándolo “que Ud. y su
Iglesia estén realizando fielmente la opción
preferencial por los pobres”.
Romero explicó que “sólo puede ser
verdadera Iglesia la Iglesia que se convierte y se compromete con el pueblo
sufrido y pobre”, ya que “una Iglesia
que no se une a los pobres para denunciar desde los pobres las injusticias que
con ellos se comenten, no es verdadera Iglesia de Jesucristo”.[11]
7. Mons. Romero
predicó de que “de nada sirve la palabra
que vibra y suena si no se encarna en la vida del cristiano”.[12] “Que nuestras comunidades y nuestra vida individual sea el testimonio
del evangelio que la Iglesia predica; aún cuando no tiene radios, ni aparatos
técnicos, sus cristianos van predicando por todas parte el gran mensaje
liberador del cristianismo ... ¡convertirnos
en micrófonos de Dios! Que esta fe que llevo la pueda transmitir con mi
buen ejemplo, con mi honradez, con mi palabra amable, con el consuelo que doy:
y debo de ser un modelo de palabra de Dios que se ha hecho vida en la intimidad
de mi ser. ¡Esa es la fe!”.
8. “Los pobres y los jóvenes constituyen la
riqueza y la esperanza de la Iglesia en América Latina; y su evangelización es,
por tanto, prioritaria”, declaró Mons. Romero.[13] Por eso la Iglesia debe capacitar a los jóvenes
para asumir el reto de protagonizar su propio destino y ofrecer un futuro mejor
a la sociedad entera. “No desesperemos,
porque si ésta es la esperanza de América Latina, en El Salvador hay mucha
esperanza porque hay muchos pobres y muchos jóvenes”.
9. Memoria
histórica. El Creador quiere “dar su salvación ... precisamente en la
historia de los pueblos ... de tal manera que podemos decir: Cristo salva a la
República de El Salvador en su propia historia, y todas aquellas maravillas del
Antiguo Testamento se hacen presentes en esta Pascua salvadoreña, nuestra”.[14] Por eso es necesario estudiar la
historia—tanto en su pasado como en su actualidad—para discernir los pasos de
Dios por la historia y también para no olvidar nuestros mártires y nuestros procesos,
nuestra historia de salvación.
10. En fin, para
resumirlo todo, debemos construir una “civilización del amor”.[15] Hacer esto “no
es un sentimentalismo, es la justicia y la verdad ... Una civilización del
amor, que no exigiera la justicia a los hombres, no sería verdadera
civilización, no marcaría las verdaderas relaciones de los hombres. Por eso, es
una caricatura de amor cuando se quiere apañar con limosnas lo que ya se debe
por justicia. Apañar con apariencias de beneficencia cuando se está fallando en
la justicia social. El verdadero amor comienza por exigir entre las relaciones
de los que se aman, lo justo”.
Para sacar
adelante estos valores, precisa tener una organización dedicada al ‘dialogo
íntimo entre la Iglesia y el mundo’, como decía Romero. Cultura Romeriana, la agrupación que ha
surgido alrededor de Mons. Romero en El Salvador, reúne los requisitos
necesarios para llevar a cabo esa misión.
Su interés en asuntos culturales se remonta a su fundación en el 2005
como una humilde página de Facebook. La
página, que se llamaba simplemente, “Monseñor Romero”, logró reunir a más de
mil seguidores, a quienes difundía artículos, actividades, desarrollos en el
proceso de la beatificación y testimonios gráficos de las celebraciones en las
fechas emblemáticas del 24 de marzo (su asesinato), y el 15 de agosto (su
natalicio).
El grupo
encontró un nuevo ímpetu en torno a la defensa de pequeños artistas con
cercanía histórica a la causa de Romero que estaban siendo marginados en la
planificación de la ceremonia de beatificación cuando esta fue anunciada en el
2015. “Cultura” es una voz “Romeriana”
instalada en el mundo de la cultura, en sintonía con los artistas y fuerzas
creativas del momento, y bien podrían convertirse en la innovación más
importante en la salvaguardia del legado de Romero. Una de las intervenciones más dinámicas del
grupo ha sido en torno a la Cripta del Profeta y Mártir, donde Cultura Romeriana
se ha instalado y ha desarrollado actividades para la difusión del pensamiento
de Romero que se traduce en testimonios variados y muchas veces espontáneos
en este sagrado recinto, que se vuelve, como las antiguas Catacumbas
cristianas, un verdadero centro espiritual, artístico, comunitario.
Un pequeño relato
sirve para ilustrar el uso “evangelizador” que Cultura Romeriana ha hecho en la
Cripta, cuando los integrantes del grupo metálico Iron Maiden descendieron a la
Cripta, y fueron entretenidos y captivados por la presentación informativa de
Paulita Pike sobre el Beato Romero, atrayendo también la atención de los
medios de comunicación social y la noticia dio vuelta al mundo. En otra ocasión,
para el aniversario de la beatificación de Romero, Cultura armó un homenaje
cultural en la Cripta, con la actuación de artistas como Guillermo Cuellar (compositor
de la Misa Popular Salvadoreña) y Paulino Espinoza (del grupo Exceso de
Equipaje), en la presencia del Señor Arzobispo de San Salvador, Mons. José Luis
Escobar Alas.
La verdadera
“cultura romeriana” debe saber trasladar los antes mencionados valores al mundo
del arte y de la cultura, tal y como Cultura Romeriana ha tratado de hacer al
defender artistas auténticos y autóctonos, afines a la cultura popular, a la
índole y el genio del pueblo; al recoger testimonios de la memoria histórica de
ese pueblo; y al servir de puente entre la Iglesia y la Cultura. Esto es tener los pies en la tierra, ser
micrófonos de Dios, al encarnar los valores de la filosofía “romeriana” en el
arte y la cultura. Y es también un
verdadero servicio a la Iglesia en apoyo a “la Nueva Evangelización”—un
proyecto comparable al ‘Patio de los Gentiles’, para el diálogo con los no
creyentes lanzado por el Vaticano durante el papado de Benedicto XVI, a cargo
del influente cardenal italiano Gianfranco Ravasi. Solo que Cultura Romeriana goza de la ventaja
adicional de estar conformada por laicos, y por ende puede volverse un
verdadero movimiento de laicos.
Pero para
asegurar su éxito como un movimiento laico, habría que pensar en canalizarlo
como un verdadero “movimiento”, similar a otros movimientos laicos tal como
Focolares, Acción Católica, Cursillos de Cristiandad, el movimiento
Carismático, San Egidio, Trabajador Católico, etc. Es decir, se tendría que pensar en formalizar
sus normas y estructuras de gobernanza, y su estado eclesial, incluyendo
relación formal con la jerarquía, para que tenga sistemas de lidiar y mediar
los diálogos internos que deberán surgir en su seno. Por otro lado, también tiene sentido dejar
que el fenómeno siga su trayectoria orgánica, sin interferencias forzadas, para
que las cosas se desarrollen de forma natural, al menos por un plazo inicial
para ver si alcanza la masa crítica bajo su propio impulso.
Una verdadera
“cultura romeriana” puede transfigurar la Iglesia y transformar el mundo.
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