AÑO
JUBILAR por el CENTENARIO del BEATO ROMERO, 2016 — 2017
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En la mitología
popular sobre la Navidad, Santa Claus y sus elfos arman los juguetes que repartirán
en Nochebuena en un taller ubicado en el Polo Norte—lejos del posible
escrutinio de millones de niños que anhelan saber cuáles serán sus
regalos. En la Iglesia Católica, las
causas de los santos se obran en despachos desconocidos tales como la Oficina
de Canonizaciones de la Arquidiócesis de San Salvador, ubicada en el edificio
del Arzobispado. Allí se encuentran los
archivos de la causa de canonización de Mons. Óscar Romero, y la causa de
beatificación del p. Rutilio Grande.
La oficina ha
servido distintas funciones a través de los años. En la década de los 90, funcionarios como la
desaparecida María Julia Hernández copiaban documentos de los archivos del
arzobispado para reunir los diarios, homilías y escritos del arzobispo mártir
para que fueran analizados en el proceso y remitidos al Vaticano al final de la
fase diocesana. Después, sus gestores
como Guillermo Gómez y más recientemente Rodrigo Belismelis recibían a diario
testimonios de gente que decía que Monseñor Romero les había hecho un milagro. Hoy en día, Rebeca Salas, supervisora del
despacho, dirige la creación de reliquias de tercer grado del ahora beato,
coordina la publicidad y administra la página de Facebook y cuenta de Twitter
de la oficina. La presencia constante en
todas las épocas, ha sido Mons. Rafael Urrutia, vice postulador de las causas
de Mons. Romero y el p. Grande.
Para un ávido
seguidor de los altibajos de estas causas, la oficina es más que el centro
operativo establecido según los reglamentos del derecho canónico, y resulta más
bien algo equivalente a la maquinaria secreta del Mago de Oz. Cuando yo visité la Oficina de Canonizaciones
la semana pasada en una breve visita a El Salvador, el P. Edwin Henríquez, el segundo
vice-postulador, me aseguró que “aquí están
nuestros tesoros”—señalándome los expedientes originales de ambas causas,
almacenados en los estantes de la oficina.
Pero lejos de ser un archivo polvoriento de documentos inertes, el lugar
estaba rebosando de actividades.
En uno de los
escritorios de la oficina interior, varios jóvenes trabajaban febrilmente para
cumplir un pedido de 5,000 estampillas con la reliquia del Beato Romero que
necesitaban en Catedral Metropolitana para el siguiente día. Uno de los voluntarios, de apenas diez años
de edad, levantaba los trocitos de tela que constituyen la reliquia con unas
pinzas y las estaba adhiriendo a las estampas.
Otro muchacho les colocaba una tapita redonda de plástico adhesivo,
mientras que otros voluntarios pegaban una pegatina con el escudo del
arzobispado en la parte trasera. Todos
formaban una cadena de montaje que no se interrumpió por mi visita, las
entrevistas con los voluntarios y trabajadores, ni el hecho de que nos
detuvimos a posar para fotos entre todos.
Cuando el Beato
Romero y el Siervo de Dios Rutilio Grande sean avanzados hacia los altares,
será sin duda un milagro de Dios. Pero
también arduo trabajo de la Oficina de Canonizaciones.
P. Henríquez, Mons. Urrutia, Paulita Pike y yo. |
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