AÑO
JUBILAR por el CENTENARIO del BEATO ROMERO, 2016 — 2017:
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La carta; Mons. Romero dando su discurso; con el Dr. De Somer. |
#BeatoRomero #Beatificación
El día de su
asesinato, Mons. Óscar A. Romero escribió una carta dirigida al Dr. Pieter De
Somer, rector de la Universidad de Lovaina, por haberle otorgado un doctorado
honorario el 2 de febrero pasado. La
carta de Romero, escrita en lenguaje respetuoso pero rutinario, del que se suele
usar con alguien que el escritor admira pero no conoce, destaca por su calidad ordinaria:
no fue escrita para ser una “última carta”.
Muy estimado doctor de Somer:
Deseo expresar en Ud. a esa prestigiada
Universidad mi profunda gratitud, por la alta distinción del Doctorado Honoris
Causa y la para mí, valiosa oportunidad de expresar mi pensamiento en esa ilustre
cátedra.
Asimismo agradezco la cálida acogida
que sentí ese día 2 de febrero y, el generoso ofrecimiento de ayudar a
estudiantes que deseen cultivarse intelectualmente allí.
Acepte con mi afectuoso saludo y
especial admiración, la reciprocidad de mis oraciones.
Una carta
escrita para agradecer un acontecimiento ocurrido cincuenta y un días antes tiene
que ser calificada como tardía. De hecho, es impresionante que Romero demoraba
pero no descuidaba aquellos detalles, y pone en evidencia su lado riguroso, ya
bastante conocido. La tardanza, sin duda, es explicable: en el lapso entre el 2
de febrero y el 24 de marzo, Romero había ido a Roma, visitado a Juan Pablo II,
hecho sus ejercicios espirituales, comenzado la temporada de Cuaresma, sobrevivido
un atentado contra su vida con dinamita, y seguido un espiral de violencia en
la vida nacional que lo había llevado a exclamar “¡Cese la represión!”
En Lovaina,
Romero había pronunciado un discurso que se ha convertido en un verdadero
testamento, titulado “La dimensión
política de la fe desde la opción por los pobres”. Su conclusión maestral sigue resonando hasta
hoy: “desde la trascendencia del
evangelio podemos juzgar en qué consiste en verdad la vida de los pobres; y
creemos también que poniéndose del lado del pobre e intentando darle vida
sabremos en qué consiste, la eterna verdad del evangelio”.
La carta de
Romero refleja cierta serenidad, tomando en cuenta la tempestad que rodeaba al
mártir en esos días: agradece la “valiosa
oportunidad de expresar mi pensamiento en esa ilustre cátedra”. También pone en evidencia un hombre con sus ojos
fijados firmemente en el futuro: cuando está siendo canonizado en un sínodo
dedicado a la juventud, resalta su emoción ante la posibilidad de “ayudar a estudiantes que deseen cultivarse
intelectualmente” en la Universidad.
Desde su
brevedad, esta última carta refleja la bondad y sencillez de Mons. Romero.
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