Es curioso hablar de milagros. Algunos no creen: “Quizás le piden favores, milagros, pero ... no lo hacen porque ven en Monseñor a un santo ‘milagrero’, con poder, sino porque ven a un hombre bueno, alguien que les quiere de verdad.” (Amanece un nuevo día resurrección de Oscar Romero, Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, 24 de marzo de 2005.) Otros piensan que los milagros pueden pasar desapercibidos entre lo cotidiano de la vida: “Monseñor Romero hace milagros con su Clínica, impartiendo clases de salud a más que 11,000 personas anuales, medicinas gratis, cuidado natal, inyecciones, exámenes de cáncer…” (F.A.M., 2006, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Herencia de Monseñor.) Son pocos los capaces de creer como creía Monseñor Romero. “¿Qué cosa es creer?”, preguntaba él: “Creer es cuando Dios dice hasta lo imposible, y el hombre acepta esa palabra”. En otras palabras, “creer es no dudar”. (Homilía de 11/6/1978.)
Las hermanas Carmelitas Misioneras de Santa Teresa que administran el Hospital Divina Providencia, creen – y no dudan – que el descubrimiento de los órganos internos de Mons. Romero, intactos después de estar enterrados en el jardín de la Casita donde él vivió en las instalaciones del “Hospitalito”, es un milagro. (Mario Enrique Paz, La sangre de Romero intacta después de 3 años, LA PRENSA GRÁFICA, 24 de marzo 2010.) Mons. Arturo Rivera y Damas, sucesor de Mons. Romero como Arzobispo, creyó que el encontrar la sangre del mártir todavía liquefactada e incorrupta, fue un signo suficientemente importante como para mandar una muestra al Santo Padre. (Yohamy Alfaro y Vicente Chinchilla, Monseñor Romero, entre los milagros y la fe, DIARIO CO LATINO, 27 de Marzo de 2008.) Y para miles de feligreses salvadoreños, los buenos resultados obtenidos después de orar a “San Romero” para atender a sus súplicas, ya sea por la recuperación de algún enfermo o el buen desenlace de alguna crisis, son comprobantes de que la mano de Dios operó a través de la intercesión de Monseñor. Las placas de “gratitud” acumuladas en su antigua tumba atestiguan a ello.
La Iglesia afirma que los milagros obtenidos por la intercesión de los santos existen y que son aprobación divina de su santidad – tanto así que es necesario comprobar la ocurrencia de milagros para canonizar a una persona (declararle “santo”). (Divinus Perfectionis Magister, 1983.) Según el actual Arzobispo de San Salvador, Mons. José Luis Escobar Alas, “Lo más importante para que el proceso [de canonización de Mons. Romero] vaya adelante es la oración, debemos ... pedirle a él que interceda por nosotros, las gracias obtenidas ayudarán a que el proceso avance”. (Alma Vilches, Informan sobre beatificación de Monseñor Romero, DIARIO CO LATINO, 22 de Marzo de 2010.)
Sin embargo, no es el milagro en si el que vale o hace valer a un mártir, de la misma forma que “no solamente los milagros sino también los sufrimientos y la misma muerte” de Cristo constituyen su divinidad. (Catequismo de la Iglesia Católica, 468.) Es por eso que para un santo “ordinario” (por decirlo así), la Iglesia requiere dos milagros para poder canonizar; pero para un mártir, es suficiente un solo milagro, ya que “los sufrimientos y la misma muerte” sirven como los signos que nos señalan su santidad.
Cuando Mons. Rivera le envió el frasco de la sangre de Mons. Romero a Juan Pablo II, se dice que el pontífice le respondió que “no se necesita un milagro para comprobar que Mons. Romero fue un mártir” (según fuentes publicadas, Juan Pablo dijo en varias ocasiones que Mons. Romero “verdaderamente fue un mártir”). (Kenneth Woodward, Making Saints (La Fabricación de los Santos), Simon & Schuster, New York, 1990, págs. 39-44.) La reacción del papa refleja un sabio balance de las consideraciones importantes en un proceso de canonización:
- cuando se trata de un martirio, comprobar el hecho martirial es más importante para la beatificación que comprobar milagros;
- los milagros que se toman en cuenta en un proceso de canonización son generalmente las curaciones médicas, y el milagro de la sangre de Mons. Romero, aunque pueda ser visto como una “seña”, no necesariamente se calificaría como el “milagro” requisito para aprobar su canonización; y
- finalmente, el momento en que se presentó la sangre no era el oportuno para tramitar asuntos de milagros en el proceso de canonización ya que eso sería después del decreto de beatificación.
Los tres puntos tienen vigencia hasta hoy.
Con estos señalamientos en mente, como que la Providencia ha querido que el milagro importante para la canonización de Mons. Romero surja desde sus pobres, desde esa colección de ladrillos inscritos con las gratitudes de sus necesitados. Uno de ellos será posiblemente el milagro que lo ayude a atravesar el umbral de los santos. La sangre incorrupta de Mons. Romero sea para los demás un “signo”, un recordatorio de que, como mártir, es su voluntad a derramar su sangre por la justicia del Evangelio del Señor lo que lo hace merecedor de los altares. Y finalmente, tampoco debemos olvidar el milagro de su pastoral profética. Un misionero de la India una vez le dijo a Mons. Romero, “siento que lo que aquí se está viviendo, es algo milagroso”. (Hom. 30/9/1979.) En realidad, lo trascendente de todo milagro, es hacer presente a Cristo en la historia.
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