“Queridos hermanos, sean bienvenidos a la casa solariega de la diócesis.”
Con esta simpática frase, Monseñor Romero inauguró su famosa “misa única”, de homenaje al martirizado Padre Rutilio Grande. (Homilía del 20 de Marzo de 1977, audio acá y texto acá, los cuales serían aconsejables estudiar a la par de este análisis.) “Bienvenidos”: con estas palabras, Monseñor nos está invitando y nos está instando a detenernos y a prestar atención. No dice ‘catedral’—dice “La casa solariega”: esta es la frase más alusiva, que supone un hogar ancestral—un castillo familiar de campo que acoge a sus hijos, inclusive talvez, a hijos alejados. En seguida, Monseñor se refiere a si mismo con un término de desprecio: “El más humilde de toda la familia”. Es una táctica brillante. En efecto, Monseñor se está haciendo a un lado: como diciendo, ‘no soy yo el que importa, yo soy insignificativo—Uds. pasen’. En realidad, decir “humilde” también es reconocer la desconfianza de un clero que lo pensaba inadecuado y conservador; decir “humilde” es reconocer que la feligresía todavía no le conoce. Decir ‘soy humilde’ es otra forma de decir “bienvenidos”, entren, yo no estoy para ser estorbo.
Desde sus primeras declaraciones, se desprende la agilidad de Romero el comunicador, quien puede con un par de frases bien escogidas, establecer todo el ánimo y suspenso de aquel momento. Reconociendo la atención absoluta que ha obtenido ese domingo al cancelar todas las misas y predicar la única misa desde Catedral a través de la radio, logra ofrecer un atractivo, un llamativo que le permite ganar la confianza de los oyentes. Monseñor se refiere inmediatamente a lo que lo ocupa: la Misa, y recuerda a sus oyentes que la Misa es algo que ya conocen: la Misa es aquello que “una familia doliente pide para su deudo”, es lo que se ofrece “para darle gracias a Dios por el cumplimiento de 15 años de una jovencita” o lo que se ofrece “para bendecir el matrimonio de dos que se aman hasta la muerte”. La selección de palabras nos dice bastante sobre este obispo. No dice que el matrimonio es algo para ‘una pareja’ que contrae el matrimonio y mantiene tiene la opción de poder divorciarse en cualquier momento—el matrimonio es para “dos que se aman hasta la muerte”. Romero es puro de corazón, dice lo que cree, y su concepto de compromiso es algo que perdura “hasta la muerte”. ¡Que innovación en el mundo de corrupción y pudrimiento de El Salvador del 1977!
Luego, Mons. Romero hace una increíble declaración, dándole también la bienvenida a los incrédulos y lapsos de la fe: “Sabemos de muchas personas que están aquí sin creer en la misa pero que buscan algo que la Iglesia está ofreciendo”. Momentos después, relaciona esto con los Hebreos desterrados en el desierto y al hijo pródigo de las Lecturas de ese domingo. Y en este instante, Mons. Romero está tejiendo como será su costumbre perenne en estas homilías, la vida cotidiana con la vida litúrgica, y está acoplando el lenguaje de “La casa solariega” de que había iniciado la misa con el mensaje de bienvenida que sigue pronunciando. Es un mensaje que seguirá reverberando en su ministerio, cuando le toque lidiar con movimientos políticos, con sindicatos, y con movimientos de izquierda con desconfianza y hasta hostilidad a la Iglesia y a lo espiritual. Cuanto de esto Romero ya había calculado ese 20 de marzo de 1977 y cuanto era un accidente de la historia es difícil saber, pero lo cierto es que ese marzo del 1977 Mons. Romero predicó un principio perfecto de su arzobispado.
Romero promete que su misa será, “un doble banquete: El banquete de la Palabra que evangeliza y el banquete de la Eucaristía, Pan de Vida que alimenta al hombre”. Con estas sabias palabras, Mons. Romero establece los parámetros de su arzobispado, un ministerio que llevaría a Mons. Romero a vivir ofreciendo este banquete, y a morir ofreciendo este mismo doble banquete, de la palabra y de la Eucaristía. ¿Cuándo se ha iniciado un apostolado con una nota tan perfecta? Mons. Romero exhibió su maestría de orador desde que extendió por primera vez el banquete de la palabra en su arquidiócesis. Y termina esa introducción a su primera homilía nacional declarando, “Lo que buscan aquellos que no creen en la misa, óiganlo de una vez, lo que han encontrado hoy es a Cristo.”
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