¿QUIÉN MATÓ A MONS. ROMERO?
Tanto la información generada por informes históricos como aquella revelada por investigaciones periodísticas más recientes revela el esquema del complot para asesinar a Mons. Romero. El mayor Roberto D’Aubuisson, fundador del partido ARENA, y Mario Molina, hijo de una familia del partido PCN (ambos de derecha), impulsaron el operativo, con personal del equipo de seguridad de D’Aubuisson, incluyendo al organizador, el capitán Álvaro Saravia (equipo D’Aubuisson) y al tirador, el subsargento Marino Samayoa Acosta (equipo Molina). Pero todos estos detalles nos remontan a la sencilla pregunta: ¿Quién mató a Mons. Romero?
Según información aportada a los medios, estos personajes ya conocidos solo representan el frontispicio de la confabulación secreta para exterminar a la máxima voz de denuncia en la era de las dictaduras militares en que personajes como el mayor D’Aubuisson, el subsargento Samayoa, el capitán Saravia, y el coronel Arturo Armando Molina eran los centinelas de un grupo de poder dispuesto a defender su privilegio a toda costa. El periódico L.A. Times publicó declaraciones que han sido poco publicitadas, pero que merecen mayor escrutinio ante las más recientes revelaciones, por un ex miembro del equipo de seguridad de D’Aubuisson. Según este auxiliar anónimo de D’Aubuisson, el ex líder de los escuadrones de la muerte habría recibido las ordenes de ultimar a Mons. Romero desde “los sectores económicos más poderosos del país”. (A. Renderos, El Salvador reconoce asesinato de Mons. Romero por primera vez, L.A. TIMES, 24 de marzo del 2010.)
De acuerdo a ese informe, D’Aubuisson “recibía, casi a diario, desde las elites financieras, una lista de personas que querían que fueran eliminadas”, y “el mayor siempre estudiaba la lista detenidamente antes de dar la orden de ejecutar”. Esto no quiere restarle responsabilidad o importancia al papel protagónico que jugó D’Aubuisson en el complot, ya que según la fuente D’Aubuisson hizo el análisis final: “El mayor estaba claro que asesinar a Romero tendría un alto costo político”, y no obstante, optó por dar la orden de asesinar. Pero la fuente anónima insistió en que la conspiración alcanzó a los más altos niveles del poder económico del país: “Estos son los grandes capitalistas que hoy viven de sus riquezas como si no tuvieran las manos manchadas de sangre”.
La participación de un grupo de personas extenso en la miserable conspiración puede explicar la falta de voluntad en las cúpulas del poder por hacer una investigación en un caso de interés universal, y todas las trampas y obstáculos que se han puesto ante cada esfuerzo de llevar a la justicia. Como también le presta profundidad a la frase que TIME Magazine atribuye a Mons. Romero en el instante de su muerte: “Que Dios tenga misericordia de los asesinos”. (Asesinato en el altar, TIME, 7 de abril de 1980.)