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En estas últimas ponencias, hemos tratado de ubicar a Mons. Romero en el mundo católico. Es que solo midiéndolo en relación a otros católicos sobresalientes—podríamos decir, inconformistas—es que podemos situarlo en su lugar apropiado dentro de la Iglesia. Desde este análisis, Mons. Romero se configura como un personaje eminentemente católico. No es posible entenderlo en otro marco de referencia, cada uno de los puntos de análisis nos dan luces claras sobre el pensamiento y el accionar de Romero, el hombre estratégico, el espiritual, el católico.
Podemos posicionar a los doce (¡hasta el número es católico!) nombres que hemos considerado en un espectro desde el más conservador, política y teológicamente hablando, hasta el más progresista o “profético”, y esta evaluación en sí nos ayuda a ver a Romero en el centro de esta agrupación eclesiástica—y no al margen. Seguramente, Marcel Lefebvre es más tradicionalista—pero no más ortodoxo, ya que Lefebvre no duda en desligarse del papa y de la Iglesia, algo que Mons. Romero dice que jamás siquiera se le ocurriría hacer. Verdaderamente, Marcial Maciel es más oficialista—pero no más santo, ya que su escandalosa vida personal es algo que lo hace contrastarse más con Mons. Romero que su actitud conservadora. San Josemaría Escrivá tiene la fama de marcar el destacamento derechista más extremo del mundo católico. Sin embargo, vemos a Mons. Romero dialogar con el Opus Dei durante toda su carrera, incluyendo sus años de arzobispo, sin ningún problema.
Y cuando consideramos a Mons. Romero con ejemplares convencionales, aceptados sin renuencia alguna en el seno de la Iglesia, vemos mucha incidencia y coincidencia. Igual que Los Cristeros que se enfrentan con un régimen izquierdista por un extremo, o el obispo alemán el Beato Clemens von Galen, que se enfrenta con los fascistas al otro extremo, vemos a un Mons. Romero que está dispuesto a peligrar desde el punto de vista político hasta personal por no traicionar su misión de predicar el evangelio. Y entre estos dos extremos, cuando consideramos la opción por la justicia y por los pobres de San Maximiliano Kolbe, de San Martín de Porres o de la Beata Madre Teresa, encontramos en Mons. Romero un amor por los despreciados y marginalizados que excede la caridad de la mayoría de cristianos para quien la caridad raramente implica tener que tomar posiciones incomodas.
Si bien es cierto que Mons. Romero se mantiene en comunión con el ala activista del catolicismo por decirlo así—refiriéndonos a los Democristianos en El Salvador y la Sierva de Dios Dorothy Day en Estados Unidos—también vemos distanciamientos importantes cuando pasamos de un activismo conforme al magisterio de la Iglesia a puntos de vista más disparados de la tradición, como son las teologías de Jon Sobrino y Leonardo Boff. Mons. Romero mantiene relaciones amistosas con ellos y sin duda comparte su preocupación por los pobres y la búsqueda de justicia para ellos. Pero no duda en reiterar que su teología es la autorizada por la Iglesia, y en algunas ocasiones aprovecha para hacer un contraste o gentil corrección de lo que considera acercamientos equivocados.
Aparte de las diferencias que puedan existir entre una tendencia u otra, lo que sobresale en estas comparaciones es el dialogo constante que Mons. Romero sostiene—a veces directamente, a veces indirectamente, y otras en total silencio—con el mundo católico. La Iglesia es su escuela, su red social, su fraternidad—su madre y maestra. Los criterios que tiene, los ha recibido en el seminario, en retiros espirituales, en su lectura de los papas. Y los que adquiere, los busca primero en el mundo católico y aunque dialoga con todos los sectores políticos de su tiempo, su zona de confort siempre es la Iglesia.
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