Las reliquias de Mons. Romero conservadas en Hospitalito de la Divina Providencia en San Salvador dan constancia de su martirio y nos recuerdan su predicación de que entrar en el sacerdocio de Jesucristo implica asumir «estola de sangre» y «casulla de dolor». (Homilía del 21 de enero de 1979.) Las reliquias también nos hablan de su santidad, y de la fe de sus seguidores. En un reciente discurso presentado en tres ciudades británicas, Jan Graffius, una experta en la conservación de objetos sagrados que ha trabajado para preservar los vestimentos de Mons. Romero en el Hospitalito, habló sobre su labor.
La catedrática, del colegio Stonyhurst de Lancashire, Inglaterra (fund. 1593), describe en gran detalle la condición actual de los vestimentos litúrgicos que monseñor vestía aquel 24 de marzo de 1980, cuando fue asesinado (ver Foto), y lo que estos nos dicen sobre los detalles dramáticos de su muerte. Graffius cuenta como, al llegar al Hospitalito, encontró la sotana y la casulla de Mons. Romero colgadas en una misma percha para ser exhibidas en la forma que eran vestidas una prenda sobre la otra. Sin embargo, esta forma de colgar los vestimentos, en un mostrador improvisado que dejaba ventilar el aire, no era lo más idóneo para conservar las prendas, ya que el abastecimiento de oxigeno permitía que microbios que consumen las proteínas (como la sangre en estado de descomposición) se crearan en la tela de los artefactos. Este punto de entrada clínico, casi forense, que buscaba solamente conservar las telas, la trajo a Graffius cara a cara con el hecho central de las reliquias: la evidencia del martirio de Mons. Romero—las inmensas manchas de sangre y de sudor sobre los vestimentos, y otras evidencias de la violencia y crueldad de aquel día. (De hecho, el título de su discurso es precisamente, “Sangre y sudor: el testimonio de las reliquias de Romero”.)
La eficacia del asesinato se puede medir en la tela, que da constancias de una intrusión mínima que logra el impacto máximo. Graffius quedó impresionada con las dimensiones diminutas, casi quirúrgicas de las aperturas que la bala hizo en las dos prendas: las marcó con un pequeño agujero, casi indistinguible entre las telas de los dos vestimentos. Para Graffius, la nitidez de la entrada del proyectil es evidencia de la puntería experta del asesino que logra apuntar su arma directamente al corazón de Mons. Romero, hecho que se evidencia por otra apreciación de Graffius—la gran cantidad de sangre que rodea la minúscula perforación de la bala. Las prendas también guardan espeluznantes detalles sobre el drama de aquel momento, dice Graffius, contando que encontró unos depósitos que ella pensó que eran de moho, que resultaron ser cristales de sal, residuos de sudor. Al encontrar mayores concentraciones debajo de las rodillas de los pantalones, los expertos analizaron que Mons. Romero, al haber visto al francotirador, tomó la opción de no correr ni esconderse, y que la emoción—quizá el terror—del momento le causó una torrente de sudor que descendió por su cuerpo, empapándole la ropa.
Así como las reliquias dan constancia de la muerte del arzobispo, los vestimentos y otros objetos conservados en el hospitalito también nos hablan de la sencillez de su vida cotidiana. Todos los artefactos requieren trabajos de conservación, dice Graffius, poniendo como ejemplo los alzacuellos sacerdotales, que dice son muchos, pero todos se encuentran en estado de deterioro y necesitados de su intervención. Los vestimentos cotidianos de Mons. Romero—incluyendo la sotana y la casulla en que murió—eran de confección simple, dice Graffius, porque eran los que monseñor utilizaba para rezar la Misa todos los días, y no eran de tan alta calidad como los que usaba para predicar la Misa en Catedral. La ropa que vestía debajo de su hábito religioso eran prendas hechas a manos dice Graffius—una muestra de la generosidad de la gente que lo rodeaban, porque no era ropa cualquiera comprada en un almacén, ni tampoco era el trabajo de un diseñador de modas sino que ropa casera, hecha a mano con sencillez. Quizá el punto mas gracioso que menciona Graffius es que monseñor solo tenía tres pares de calcetines: “uno puesto, uno en la lavandería, y uno en la gaveta”.
El inventario de pertenencias que hace Graffius encaja con las apreciaciones que otros han hecho sobre el estilo de vida de Mons. Romero. La auditoría realizada por el Socorro Jurídico del Arzobispado tras su asesinato concluyó que monseñor “era un hombre que vivía en la pobreza. No tenía nada. La propiedad más valiosa era el anillo arzobispal”. (F. Meléndez, EL FARO.) Según el resumen post mortem de sus bienes personales, lo único que se encontró fue su coche Toyota “Mil”, una radio de onda corta, una maquina de escribir, y sus libros. (Id.) Los muebles de su habitación, que todavía se conservan en la Casita donde vivió en el campus del Hospitalito, eran simples también. Aparte de una silla mecedora, se puede apreciar una cama. “Las camitas de él eran de las que vendían en el mercado, de hierro, sencilla”. (Id.)
Según el P. Thomas Greenan, “Romero se sitúa en la tradición patrística episcopal de san Basilio Magno de Capadocia”. (Greenan,1998.) San Basilio—nos dice el Papa Benedicto XVI—fue un santo que, “Como obispo y pastor de su vasta diócesis ... denunció con firmeza los males; se comprometió en favor de los más pobres y marginados; intervino también ante los gobernantes para aliviar los sufrimientos de la población”. (Audiencia del 7 de julio del 2007.) El Papa elogió a este santo del siglo IV por su valentía, “enfrentándose a los poderosos para defender el derecho de profesar la verdadera fe”. (Id.) El P. Greenan resalta que, “monseñor Romero vivía una vida de sencillez y de austeridad”. (Greenan, supra.) Apuntando la “base ascética” de la filosofía de monseñor, Greenan nota que “Parecido a Basilio, quien residía en un instituto para hospedar a los pobres, monseñor Romero residía en un simple cuarto dentro de los confines de un hospicio para mujeres moribundas de cáncer”. (Id.) Según Greenan, este modo de vida personal fue la base espiritual desde cual Mons. Romero podía denunciar las injusticias de los ricos y los poderosos con autenticidad.
Al final del discurso de Graffius, Mons. Terence Drainey, obispo de Middlesbrough, dirigió algunas palabras a la asamblea, e hizo un comentario de que las fotos de la ropa ensangrentada de Mons. Romero le hacían pensar en el Sudario de Turín. Precisamente, de eso se trata, ya que las reliquias de un mártir nos remontan al sacrificio salvífico de Jesús. En su discurso, Graffius recordó las cantidades de personas que acudían a ver las reliquias de Mons. Romero durante el tiempo que estuvo trabajando con ellas, y la experiencia mística que estas personas buscaban. También aludió al hecho de que los vestimentos han sido cortados y que muchos pedazos se han obsequiado a diversas iglesias, incluso en Inglaterra, donde los fieles las custodian celosamente y con mucha reverencia. Aunque ahora prevalece la idea proteger las piezas más sagradas, otros objetos han sido distribuidos a varias instituciones por todo el mundo.
Tradicionalmente, las reliquias se dividen en tres tipos. En el caso de Mons. Romero, las del primer grado contienen la sangre del mártir. Las del segundo grado son otras pertenencias propias de Romero, usadas por él en vida. Y las del tercer grado son las que han tocado las reliquias del primer grado o su tumba. Todas son luces espirituales que nos iluminan nuestro camino para seguir los pasos de monseñor, que vislumbran su martirio (las primeras), su santidad personal (las segundas) y nuestra propia fe (todas estas).
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