“Los
pobres son la encarnación de Cristo”, escribió Mons. Óscar A. Romero cuando era un seminarista en 1941. Este mes, la Arquidiócesis de San Salvador nos pide
reflexionar sobre esta epifanía juvenil de Romero, en preparación para el
centenario de su nacimiento en el 2017. “A través de los andrajos, de los ojos
oscuros, de la hediondez de las llagas, de las risas de los trastornados, el
alma caritativa descubre y adora a Cristo”, escribió el joven Romero. El Papa
Francisco dijo lo mismo en su Mensaje de Cuaresma de este año: “En los pobres y en los
últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y
servimos a Cristo”.
Juntos, Francisco y Romero nos elaboran una
tipología espiritual de la pobreza, que nos ayuda a entender por qué los cristianos debemos preocuparnos
por los pobres. Francisco considera la pobreza como una subcategoría de lo que
él llama la miseria. “La miseria no
coincide con la pobreza”, escribe el
Pontífice. La miseria tiene tres formas importantes: (1) la miseria espiritual,
(2) la miseria moral, y (3) la miseria material. “La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza”,
escribe Francisco, y es más o menos el resultado de las otras especies de
miseria, ya que la miseria espiritual lleva a la miseria moral que conduce a la
miseria material.
Por esta razón, Romero llama a la pobreza “una denuncia divina”, porque, al igual
que el proverbial canario muerto en la mina de carbón, nos sirve para señalarnos
una condición subyacente de corrupción; lo que Francisco llama “la miseria
espiritual.” Dice Romero: “La existencia,
pues, de la pobreza como carencia de lo necesario, es una denuncia ... [una] denuncia [del] por qué hay pobres, por qué hay gente que tiene hambre, por qué hay
gente que sufre ... ¿por qué existen?”
La miseria espiritual, escribe Francisco,
es lo “que nos golpea cuando nos alejamos
de Dios y rechazamos su amor” y “el
Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual”. Porque la
miseria espiritual es la causa última de la miseria material (de la pobreza),
el Evangelio es también el verdadero antídoto contra la miseria material o la
pobreza. En esto radica la conexión entre la pobreza material en el mundo, y la
preocupación de la Iglesia, que es de otro mundo.
Romero: “Jesucristo no se presenta con armas ni con movimientos revolucionarios
políticos, aunque da una doctrina para que todas las revoluciones de la tierra
se encajen en la gran liberación del pecado y de la vida eterna”. Y Francisco:
“en cada ambiente el cristiano está
llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido,
que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y
que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna”. Para mejorar la
situación de los pobres, tenemos que acabar con el pecado.
Dado que la pobreza es miseria material, la
frenamos asumiendo la pobreza espiritual
que no constituye una miseria, sino la virtud cristiana por excelencia. Esta
pobreza es “un compromiso” y una
verdadera “espiritualidad”, nos dice Romero
—un compromiso de apoyo a los pobres, y una espiritualidad porque elegimos las
cosas de Dios sobre lo que es mundano y la riqueza material.
“El
cristiano que no quiere vivir este compromiso de solidaridad con el pobre”,
sentencia Romero, “no es digno de
llamarse cristiano”.
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