Monday, August 31, 2015

SOS El Salvador


 
BEATIFICACIÓN DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
 

 
“Una Iglesia encarnada en los problemas de su Pueblo”.
Horripilantes son las noticias desde El Salvador: alarmantes y desalentadoras.  Este pasado mes de agosto, la criminalidad que azota al país dejó más de 900 homicidios, estableciendo un nuevo record en niveles no vistos desde los días de la guerra civil salvadoreña.  Los crímenes golpean con mayor intensidad a los miembros de los grupos delincuenciales juveniles—las “maras”—que continúan eliminándose en pavorosos episodios como la masacre de 14 “mareros” en una cárcel en Quezaltepeque a finales del mes.  La Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia recién calificó a las maras—y también a sus “colaboradores” y “apologistas”—de ser terroristas. Para fundamentar este juicio, los magistrados señalaron actividades de las pandillas como ataques contra delegaciones policiales y militares, una vasta red de extorsiones que sofoca el comercio nacional, y el desalojo forzado de familias de sus viviendas y estudiantes de sus escuelas.
Es una hora desesperada que vive El Salvador, y hace pensar que esta crisis espantosa requiere una respuesta fuera de serie y milagrosa.  Monseñor Romero ha sido el líder más dinámico en la historia salvadoreña y fue también un pacificador extraordinario.  Él detuvo el inicio de la guerra civil por medio de su único y frenético esfuerzo, de tal camera que su muerte desató la guerra desenfrenada.  Monseñor Romero fue, según el decreto de beatificación emitido por el Papa Francisco, un “Testigo heroico del Reino de Dios, reino de justicia, fraternidad  y paz”.  Ha sido nominado al Premio Nobel de la Paz.  Pero la paz de Monseñor Romero no fue una paz romántica y azucarada de pasear agarrados de las manos por las calles.  Bien lo describe el obispo poeta brasileño Dom Pedro Casaldáliga cuando lo llama “Romero de la paz casi imposible” de una tierra estremecida del conflicto.  Y el mismo Romero habla de “la paz que podría haber, que se ha perdido, no puede venir si no hay justicia”.
Es decir, Monseñor Romero se especializó en edificar artesanalmente la paz cuando no había materia prima para hacerlo.  Si alguien puede enseñarnos a encontrar la paz cuando todas las vías parecen estar tapadas, él es el que puede darnos la inspiración para encontrar soluciones y liberarnos de este callejón sin salidas en que nos encontramos.  Es más, Monseñor Romero profetizó que vendría este momento y este tramo del camino.  Lo que viene va a ser terrible”, le dijo a su hermano, “la guerra no la detienen ya”.  Con una visión de futuro escalofriante, pasó a decir: “pero lo más terrible es lo que vendrá después de la guerra”.  En una homilía explicaba las razones: “Las violencias seguirán cambiando de nombre, pero habrá siempre violencia, mientras no se cambie la raíz de donde están brotando, como de una fuente fecunda, todas estas cosas tan horrorosas de nuestro ambiente”.
Para erigir una respuesta “Romerista” ante estos desafíos, podríamos pensar en los amplios llamados a los varios sectores que hacía Monseñor Romero, como los que hizo al final de la homilía del 16 de marzo de 1980 para conservar desesperadamente la paz y evitar la guerra.
1.  Un llamamiento a la Iglesia.
A proclamar el “reino de justicia, fraternidad  y paz”.  Imagínense cómo sería esta realidad si Mons. Romero estuviera insistentemente denunciando cada domingo no solo los homicidios, sino también las extorsiones, los desalojos forzados, etc.  Si las comunidades eclesiales de base pudieron desafiar escuadrones de la muerte, y sacerdotes valientes como Rutilio Grande pudieron acompañar a sus feligreses ante la represión de dictaduras militares, la Iglesia puede caminar codo a codo con el pueblo para enfrentar y superar esta dificultad, y tiene la obligación de unirse con otras iglesias para lograr el alcance más amplio y eficaz. Reto a la Iglesia a declarar durante el año jubilar de la misericordia proclamado por el Papa Francisco un año de la solidaridad en El Salvador, que empiece el 21 de noviembre, fiesta de la Reina de la Paz, patrona de El Salvador para formar el marco de estas siete interpelaciones.
2.  Un llamamiento a las maras.
A obedecer a Dios y a respetar la vida y los derechos de sus prójimos.  Ningún pandillero “está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado”. (Homilía del 23 de marzo de 1980.)  Con especial contundencia podemos reclamar que “ante una orden de matar que dé un hombre”, siempre “debe de prevalecer la Ley de Dios que dice: NO MATAR”.  Y en nombre de Dios y del pueblo podemos exigir, ‘¡Cese la extorsión!’
3.  Un llamamiento a los jóvenes.
A imitar al joven Beato Romero, que fue un muchacho estudioso y trabajador.  Monseñor Romero decía que “Los pobres y los jóvenes constituyen la riqueza y la esperanza de la Iglesia en América Latina”. (Homilía del 17 de febrero de 1980.)  En la crisis que el país enfrentó en los años 80, fueron los pobres los que estuvieron al centro del drama.  Hoy es la hora de los jóvenes, y la patria necesita mucho de sus jóvenes.  Oren la oración del joven Romero: “Dios mío, ayúdame, ¡prepárame! Tu eres todo, yo soy nada. Pero con Tu Todo y con mi nada haremos mucho …  Romero dedicó su juventud a formarse y llegó a ser un día el hombre más importante para redimir El Salvador, y lo mismo debe buscar hoy todo joven salvadoreño.
4.  Un llamamiento a los gobernantes.
A unir criterios y superar intereses partidistas e ideológicos para buscar el bien común.  El que busque desatender la gran necesidad del momento para favorecer su partido o hacer quedar mal a su opositor estará “en una hora tan histórica de la patria … haciendo un papel tristísimo de traición” a todo el pueblo (Hom. 16 marzo 1980).  Les reto a vivir un año del bien común dejando a un lado todo proyecto electorero para buscar soluciones conjuntas a esta situación tan singularmente apremiante.
5.  Un llamamiento a los funcionarios del orden público.
A no olvidarse que los integrantes de las bandas delincuenciales han estado creados a la imagen de Dios, y que cualquier potestad que se les ha confiado debe ser utilizada siempre en servicio y no para acumular el poder o caer en el revanchismo o la purga social.
6.  Un llamamiento al pueblo salvadoreño.
A reclamar su país, su cultura y sociedad. Regresen a la Iglesia.  Empápense de la doctrina sana y correcta y conviértanse en protagonistas de cambio en su familia, en su vecindario, en sus trabajos.  Retomen las escuelas, los mercados, los espacios culturales.  Porque un pueblo desorganizado es una masa con la que se puede jugar, pero un pueblo que se organiza y defiende sus valores, su justicia, es un pueblo que se hace respetar”. (Homilía del 2 de marzo de 1980.)  También reciban a los pandilleros reformados con brazos abiertos y el amor de padres misericordiosos.
7.  Un llamamiento a los amigos del pueblo salvadoreño en el exterior.
A solidarizarse con El Salvador, como lo hicieron tantos cristianos en tiempos de Mons. Romero.  Alienten a los sectores salvadoreños a buscar el bien común del pueblo.  Exijan a sus gobiernos apoyar estos caminos con políticas que busquen solventar los problemas de corto y largo plazo.  Aunque viajar a El Salvador es peligroso y todo plan de visitar El Salvador debe ser consultado en general y en sus pormenores con expertos de seguridad nacionales e internacionales, El Salvador los necesita más que nunca.
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'Coraggio', decía en italiano Mons. Romero: '¡Ánimo! '.”  Así nos recordaba el Cardenal Amato durante la ceremonia de beatificación.  En aquella ceremonia tuvimos un modelo (aunque fugaz) de la anhelada convivencia social, cuando prevalecieron la unidad, el espíritu del voluntariado, y un gran positivismo por aquel histórico evento, entre un fin de semana sin asesinatos de las maras.  Romero nos indica cómo hacerla una realidad duradera.
Mons. Paglia nos invitaba a convertir el lema episcopal de Romero, “Sentir con la Iglesia” a “Sentir con Romero”, lo que implica “caminar juntos con él, alejándonos de toda violencia y ensayando el amor y la paz”.  Y si hacemos esto podemos estar seguros que “El Salvador y el mundo cambiarán”.  Tengo fe que estos siete puntos llevan las claves para encaminarnos a la trasformación.

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