BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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Súper Martyrio publica por primera vez en español, inglés e italiano
la primera homilía nacional del Beato Óscar Romero. Fue pronunciada el 6 de agosto de 1976, seis
meses antes de su nombramiento como arzobispo, en el marco de la fiesta de la
Transfiguración, cuando los salvadoreños celebran a su patrono el Divino
Salvador del Mundo.
Treinta y nueve
años después, El Salvador añora su gran transfiguración de la violencia y la
criminalidad a la paz y armonía social.
Muchos vimos un modelo (aunque fugaz) de la anhelada convivencia durante
la beatificación de Romero, cuando prevalecieron la unidad, el espíritu del
voluntariado, y un gran positivismo por aquel histórico evento, entre un fin de
semana sin asesinatos de las maras. Esta homilía de
Romero nos impone el mismo contraste entre lo que es y lo que podría ser.
Nos habla un
Romero moderado y tradicionalista que todavía se frena de las denuncias más
audaces que haría en los próximos años, pero bien presentimos que está al borde
de dar un paso gigante y decisivo en su ministerio. Ya nos habla de Cristo Liberador. Lo más importante: Romero nos pinta ese
cuadro que su beatificación encarnó siquiera por un vago instante: de un pueblo
santo, que brilla por su propia nobleza y se hace valer por su herencia
espiritual del mismo Cristo Salvador.
(Por tanto, es tan apropiado que la beatificación de Romero haya tenido
lugar a la par del Monumento al Divino Salvador—las autoridades de la Iglesia anunciaron este fin de semana que las reliquias de Romero acompañarán las celebraciones patronales de esta semana.)
Si bien la beatificación
de Romero nos dio un anticipo de la paz social que podría existir, el Beato
Romero de 1976 nos predica como hacerla una permanente realidad. Es “en
la entraña de nuestra propia fe y de nuestra auténtica espiritualidad nacional”—Romero predica a sus paisanos—“donde podemos encontrar las luces
y la fuerza, que el Divino Salvador ofrece para eficaces liberaciones y
promociones y transformaciones de nuestro país”.
Romero interpela
al nacionalismo y al sentido cívico para exhortar con fervor a favor de un
regreso a los valores de la cristiandad latina o civilización católica, como un
modelo que tendría que ser adecuado a las exigencias de la realidad
salvadoreña, pero uno que presenta una verdadera alternativa a los proyectos de
la modernidad: “No tenemos que mendigar a
otras fuentes ateas o de inspiración intrascendente el concepto de nuestra
liberación. Desde nuestros orígenes nacionales, Dios nos favoreció con su
verdadero pensamiento”.
En seguida leamos
sobre el proyecto de Dios para transfigurar El Salvador y el mundo, como lo
presentaba el Beato Óscar Romero en esta homilía hasta ahora no reproducida. Bien podría revelar un mensaje vigente para
El Salvador y el mundo de hoy.
El Divino Salvador:
Quién es, cómo es su Liberación, cómo llega hasta
nosotros su Obra.
Beato Óscar A. Romero
6 de agosto de 1976
I. Quién
es El Divino Salvador
Una Canción de Cuna
El Evangelio de
la transfiguración del Señor, que acaba de proclamar, se me ocurre que tiene
para nosotros los salvadoreños, la nostálgica dulzura de una canción de cuna. Y
a la luz de ese Evangelio, nuestras fiestas agostinas recobran para nosotros la
emoción de un retorno al hogar que nos vio nacer.
Sí. Así nacimos,
a la civilización cristiana, bajo el signo de la Transfiguración del Señor. Su
rostro divino, convertido en sol y el níveo resplandor de sus vestido, fueron
los primeros rayos cristianos, que iluminaron la opulenta geografía de Nuestra
Patria, al emerger de su nebulosa prehistoria, cuando el Capitán Don Pedro de
Alvarado, en 1528, después de poner su conquista bajo la protección de la
Santísima Trinidad, fundaba la Capital de nuestra República y la Bautizaba con
el incomparable nombre de San Salvador.
El Siervo de
Dios, Pío XII, al comentar, en el esplendor de nuestros primer congreso
Eucarístico Nacional, este privilegiado origen de nuestra historia cristiana,
observaba con perspicacia teológica: “No
fue solamente -queremos pensarlo así-la acendrada piedad de Pedro de Alvarado,
la que, en los albores de la Conquista, tan altamente os bautizó, sino más que
nada la providencia misma de Dios”. (Radiomensaje de S.S. Pio XII en la ocasión de la clausura del 1er Congreso
Eucarístico Nacional de la República de El Salvador, 26 de noviembre de 1942.)
Un Regalo de Bautismo
Efectivamente,
era la Providencia misma de Dios, la que bautizaba e imprimía a esta ignota
tierra un carácter inconfundible e indeleble con el esplendor de la más
luminosa teofanía del Evangelio.
Era un evangelio
que llegaba hasta nosotros, enriquecido con las exquisitas esencias de la
teología y de la liturgia oriental y con el eco de las oraciones, las luchas y
las victorias de la Iglesia creadora y guardiana de la civilización occidental;
porque esta fiesta del 6 de Agosto que España nos regaló, comenzó a celebrarse
con gran esplendor, el Siglo V, como la más destacada fiesta de verano, allá en
el oriente, en honor de Cristo Rey y el Papa Calixto III, la adoptó en 1457, en
la liturgia de occidente, como fiesta motiva, por la victoria cristiana de
Belgrado, con las invasiones del Islamismo.
Así, la
providencia de dios, preparó los largos caminos de la Iglesia para llegar hasta
nosotros a comenzar aquí, su tarea de evangelización, bajo el signo de la
Transfiguración; un signo de plenitud, la plenitud del Kerigma (proclamación) y de la catequesis cristiana, nos llegaba
con esa visión espléndida del tabor. Porque en ella Dios nos ofrece, en
maravillosa síntesis, como en semilla o fermento, toda la revelación de su
divino proyecto de salvar al mundo en el hijo de sus complacencias. Por eso yo creo
que el mejor servicio que un humilde predicador del Evangelio puede prestar a
la patria, en esta solemne ocasión en que retorna con cariño la familia, para
revisar y confrontar, si nuestra realidad religiosa y nacional se está
edificando sobre esas tres macizas coordenadas del cristianismo que se iluminan
con este misterio nacional de nuestras fiestas patronales: Cristo, su
Salvación, Su Iglesia.
Porque sólo una
persona divina podía dar categoría y mérito de Dios, al dolor y a la Sangre
humana que debía ser el precio de la redención.
El Divino
Salvador, es el hombre más acertado que se pudo dar a este cuadro luminoso de
la Transfiguración; porque en él, Dios revela con el lenguaje divino de los
signos, su designio misericordioso de salvar al mundo por medio de su hijo
amado. Moisés y Elías son la presencia de las promesas y profecías con que dios
venía anunciando y preparando, con mensajes y hechos portentosos, la gran
liberación de la humanidad en Cristo. Pedro, Santiago y Juan, contemporáneos
del cumplimiento de aquellas promesas de Dios, están allí, templando ya su fe y
su esperanza para asistir y ser testigos ante el mundo del escándalo doloroso
de la cruz; por eso, cuando la visión termina, el Señor les ordena el secreto
de la teofonía, “hasta que el Hijo del
hombre resucite de entre los muertos”. (Marcos 9,9.) Por una paradoja
insospechada, la luminosa visión del tabor ha sido un trágico anuncio de
sangrienta transfiguración del Calvario.
Solo Salva su Liberación
Y así fue como
nuestra Patria, junto con la presentación del nombre Dios, recibió, a través de
Profetas y Apóstoles, la revelación auténtica de la verdadera salvación de
Dios. No tenemos que mendigar a otras fuentes ateas o de inspiración
intrascendente el concepto de nuestra liberación. Desde nuestros orígenes
nacionales, Dios nos favoreció con su verdadero pensamiento. Y es allí, en la
entraña de nuestra propia fe y de nuestra auténtica espiritualidad nacional,
donde podemos encontrar las luces y la fuerza, que el Divino Salvador ofrece
para eficaces liberaciones y promociones y transformaciones de nuestro país.
II. Cómo
es su Liberación
¿Cuál es pues la liberación que patrocina y protagoniza el Divino
Salvador de los hombres?
Los depositarios
autorizados de su pensamiento, el Papa y los Obispos, se reunieron hace dos
años, en el Sínodo mundial de 1974, para confrontar ese pensamiento divino con
la trágica realidad de nuestro mundo actual...”En su acento pastoral” -comenta Pablo VI, en la exhortación sobre
la evangelización del mundo actual, “vibraban
las voces, de millones de hijos de la Iglesia que forman tales pueblos (del
tercer mundo). Pueblos empeñados con
todas sus energías en el esfuerzo y en la lucha por superar todo aquello que
los condena a quedar al margen de la vida: hambres, enfermedades crónicas,
analfabetismo, situaciones de neocolonialismo económico y cultural, a veces tan
cruel como el político, etc.” (EVANGELII NUNTIANDI, 30)
Y los Obispos
reconocieron el deber de la Iglesia, de denunciar y ayudar a que nazca la
liberación total, para estos millones de seres humanos. Pero los mismos
Obispos, ofrecieron en aquella histórica reunión, “los principios iluminadores, para comprender mejor la importancia y el
sentido profundo de la liberación, tal como lo ha anunciado y realizado Jesús
de Nazaret y la predica la Iglesia”. (Exhort. cit.)
La liberación de
Cristo y de su Iglesia, no se reduce a la dimensión de un proyecto puramente
temporal. No reduce sus objetivos a una perspectiva antropocéntrica: a un
bienestar material o a iniciativas de orden político o social, económico o
cultural.
Mucho menos
puede ser una liberación amparada o que ampara la violencia.
“Si esto fuera así, la Iglesia perdería su
significación más profunda, su mensaje de liberación no tendría ninguna
originalidad y se prestaría a ser acaparado o manipulado por los sistemas
ideológicos y los partidos políticos...No tendría autoridad para anunciarla de parte
de Dios”. (Exhort Cit.)
Es en cambio la
de Cristo y su Iglesia, una liberación que abarca al hombre entero, en todas
sus dimensiones, incluida su apertura al absoluto que es Dios. Y al “asociarse a los que trabajan por la
liberación, la Iglesia no circunscribe su acción al sólo terreno religioso,
desinteresándose de los problemas temporales del hombre, pero reafirman la
primacía de su vocación espiritual...y no substituye la proclamación del Reino
de dios por el anuncio de liberaciones humanas”. (Exhort Cit.) Su mejor
contribución es anunciar la salvación el Jesucristo; una salvación, por tanto,
que exige una conversión de corazón. Está de acuerdo a la Iglesia en que es
necesario cambiar estructuras por otras más humanas y más justas; pero está
convencida de que estas nuevas estructuras “se
convierten pronto en inhumanas, si las inclinaciones inhumanas del hombre no
son saneadas, si no hay una conversión de corazón y de mente, por parte de
quienes viven o rigen estas estructuras”. (Exhort Cit.)
Arbitro de Nuestro Conflictos
Que bello sería
este 6 de agosto, si al salir de este hogar solariego, después de compartir un
retorno sincero a nuestros orígenes, llevaremos en nuestras almas el propósito
de entendernos mejor desde el puesto donde ha colocado a cada uno la mano de la
Providencia; si los hombres de gobierno y los pastores de la Iglesia, si el
capital y el trabajo, los hombres de la ciudad y de los campos, las iniciativas
del gobierno y las de la empresa privada...todos dejáramos que de verdad el
Divino Salvador del Mundo, Patrono de la Nación, fuera nuestras
transformaciones nacionales que urgentemente necesitamos, fuera el inspirador y
el árbitro de todos nuestros conflictos, el artífice de todas nuestras
transformaciones nacionales que urgentemente necesitamos, para una liberación
integral que sólo Él puede construir.
III. Cómo
llega hasta nosotros su obra
Cristo Vive en Su Iglesia
Porque Cristo
vive. Y está realizando la gran obra de la liberación del mundo. La Iglesia,
por él fundada, prolonga entre los hombres, el misterio de su encarnación y de
su salvación. En la Iglesia resplandece la luz de Cristo.
El episodio de
la transfiguración nos revela también este misterio de la iglesia y su misión
en nuestra historia nacional. San Pedro, el primer Papa elegido para esta
Iglesia que nace, nos describe en el poético símbolo de una lámpara, la misión
de la Iglesia, que recoge la luz de los profetas y al ponerla en contacto con
el Cristo de la transfiguración, se torna más luminoso porque constata en él,
la realización de los profetas, y así la lleva luego por los caminos de los
hombres “hasta que despunte el día y el lucero se levante en vuestros corazones”
(2a. lectura—2 Pedro 1,19).
Esta es su
misión, “iluminar a los hombres con la
luz de Cristo que resplandece sobre su faz” (LUMEN GENTIUM, 1). Ella nos
trae al Cristo verdadero. No podemos olvidar que, si el 6 de agosto fue posible
para nosotros, como un encuentro de nuestra Patria con Dios, fue gracias a la
Iglesia. “Al principio de nuestra fe, está el credo de la Iglesia. De la
Iglesia pues y no de la crítica filosófica o fisiológica, hemos recibido la fe
en Jesús”. Cualquier otro Cristo y cualquiera otra liberación que no sea el
Cristo, ni la liberación predicados por la Iglesia, serán siempre Cristo y
liberación imaginados, por más “históricos” que se les quiera llamar. En nombre
de la Iglesia, pudo decir San Pablo a los Gálatas: “Si alguien os predica un Evangelio distinto del que habéis recibido,
sea anatema” (Gal. 1,6).
Signo visible de Nuestro Encuentro con El
Y, al mismo
tiempo que la Iglesia es portadora de la verdadera luz de Cristo, es también
meta de la evangelización de los pueblos. Porque la Evangelización, predica “la búsqueda de Dios, a través de la oración
y también a través de la comunión, con ese signo visible del encuentro con
Dios, que es la Iglesia de Jesucristo; comunión que a su vez se expresa
mediante la participación en esos otros signos de Cristo viviente y operante en
la Iglesia, que son los Sacramentos”. (EVANGELII NUNTIANDI, 28) Así destruye Pablo VI, en su magistral
exhortación “Evangelizando”, esa dicotomía de inspiración protestante que
quisieron eregir ciertas pastorales, al oponer “evangelización” y “sacramentalización”.
Nuestro retorno
a las fuentes nos ha llevado también a este feliz encuentro con nuestra
Iglesia. La que nos trajo, como regalo de la providencia, esta teofanía tan
cargada de mensaje, la que nos ofrece un lugar seguro, de nuestro encuentro con
Cristo vivo y salvador. Esto es un reclamo a los que somos representantes de
esa Iglesia, Obispos, sacerdotes y religiosas, a hacernos cada día más aptos
para una vocación que tiene la trascendental misión de hacer brillar el rostro
de la Iglesia sobre nuestra patria; y la mayor desgracia seria ocultar ese
resplandor, camuflando o presentando víctimas de una crisis, nuestra gloriosa
identidad sacerdotal y religioso. También inspira este momento la franqueza, la
confianza de acercarnos al Gobierno y al pueblo, para repetir un reclamo de la
Iglesia, formulado así, por el Concilio Vaticano II: “La Iglesia no os pide más que la libertad; la libertad de creer y
predicar su fe; la libertad de amar a su Dios servirle; la libertad de vivir y
de llevar a los hombres su mensaje de vida. No la temáis, es la imagen de su
Maestro, cuya acción misteriosa no usurpa vuestras prerrogativas, sino que
salva a todo lo humano de su fatal caducidad, lo transfigura, lo llena de
esperanza, de verdad, de belleza” (mensaje a los Gobernantes).
Como un solo corazón
En verdad, más
que la piedad de Pedro de Alvarado fue la Providencia de Dios, la que tan
altamente nos bautizó con el nombre de El Salvador. Y más que un nombre, nos
entregó un mensaje, que es el resumen de su divino proyecto de salvar al mundo,
en su hijo amado. Por eso, hoy que las fiestas agostinas nos parecen un plácido
retorno a la casa solariega, como quien se inclina, para estampar un beso de
fe, de gratitud y de compromiso, sobre la cuna de su infancia y sobre la pila
de su bautismo...los pastores de la Iglesia, las Supremas Autoridades del
Estado, que mucho se enaltecen, presidiendo a su pueblo en este homenaje, al
Celestial Patrono y el Pueblo entero de El Salvador, como formando un solo
corazón y una sola voz que ora y adora, es decir el corazón de la Patria, cae
de rodillas ante el altar de esta eucaristía nacional, preparado ya para que
ofrezca un nuevo sacrificio por su pueblo y ratifique su misericordiosa alianza
con nosotros EL DIVINO SALVADOR DEL MUNDO.
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