Monday, August 03, 2015

Transfiguración


 
BEATIFICACIÓN DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
 

 



Súper Martyrio publica por primera vez en español, inglés e italiano la primera homilía nacional del Beato Óscar Romero.  Fue pronunciada el 6 de agosto de 1976, seis meses antes de su nombramiento como arzobispo, en el marco de la fiesta de la Transfiguración, cuando los salvadoreños celebran a su patrono el Divino Salvador del Mundo.
Treinta y nueve años después, El Salvador añora su gran transfiguración de la violencia y la criminalidad a la paz y armonía social.  Muchos vimos un modelo (aunque fugaz) de la anhelada convivencia durante la beatificación de Romero, cuando prevalecieron la unidad, el espíritu del voluntariado, y un gran positivismo por aquel histórico evento, entre un fin de semana sin asesinatos de las maras.  Esta homilía de Romero nos impone el mismo contraste entre lo que es y lo que podría ser.
Nos habla un Romero moderado y tradicionalista que todavía se frena de las denuncias más audaces que haría en los próximos años, pero bien presentimos que está al borde de dar un paso gigante y decisivo en su ministerio.  Ya nos habla de Cristo Liberador.  Lo más importante: Romero nos pinta ese cuadro que su beatificación encarnó siquiera por un vago instante: de un pueblo santo, que brilla por su propia nobleza y se hace valer por su herencia espiritual del mismo Cristo Salvador.  (Por tanto, es tan apropiado que la beatificación de Romero haya tenido lugar a la par del Monumento al Divino Salvador—las autoridades de la Iglesia anunciaron este fin de semana que las reliquias de Romero acompañarán las celebraciones patronales de esta semana.)
Si bien la beatificación de Romero nos dio un anticipo de la paz social que podría existir, el Beato Romero de 1976 nos predica como hacerla una permanente realidad.  Es “en la entraña de nuestra propia fe y de nuestra auténtica espiritualidad nacional”—Romero predica a sus paisanos—“donde podemos encontrar las luces y la fuerza, que el Divino Salvador ofrece para eficaces liberaciones y promociones y transformaciones de nuestro país”.
Romero interpela al nacionalismo y al sentido cívico para exhortar con fervor a favor de un regreso a los valores de la cristiandad latina o civilización católica, como un modelo que tendría que ser adecuado a las exigencias de la realidad salvadoreña, pero uno que presenta una verdadera alternativa a los proyectos de la modernidad: “No tenemos que mendigar a otras fuentes ateas o de inspiración intrascendente el concepto de nuestra liberación. Desde nuestros orígenes nacionales, Dios nos favoreció con su verdadero pensamiento”.
En seguida leamos sobre el proyecto de Dios para transfigurar El Salvador y el mundo, como lo presentaba el Beato Óscar Romero en esta homilía hasta ahora no reproducida.  Bien podría revelar un mensaje vigente para El Salvador y el mundo de hoy.

 
El Divino Salvador:
Quién es, cómo es su Liberación, cómo llega hasta nosotros su Obra.
Beato Óscar A. Romero
6 de agosto de 1976

 

I.          Quién es El Divino Salvador

Una Canción de Cuna

El Evangelio de la transfiguración del Señor, que acaba de proclamar, se me ocurre que tiene para nosotros los salvadoreños, la nostálgica dulzura de una canción de cuna. Y a la luz de ese Evangelio, nuestras fiestas agostinas recobran para nosotros la emoción de un retorno al hogar que nos vio nacer.

Sí. Así nacimos, a la civilización cristiana, bajo el signo de la Transfiguración del Señor. Su rostro divino, convertido en sol y el níveo resplandor de sus vestido, fueron los primeros rayos cristianos, que iluminaron la opulenta geografía de Nuestra Patria, al emerger de su nebulosa prehistoria, cuando el Capitán Don Pedro de Alvarado, en 1528, después de poner su conquista bajo la protección de la Santísima Trinidad, fundaba la Capital de nuestra República y la Bautizaba con el incomparable nombre de San Salvador.

El Siervo de Dios, Pío XII, al comentar, en el esplendor de nuestros primer congreso Eucarístico Nacional, este privilegiado origen de nuestra historia cristiana, observaba con perspicacia teológica: “No fue solamente -queremos pensarlo así-la acendrada piedad de Pedro de Alvarado, la que, en los albores de la Conquista, tan altamente os bautizó, sino más que nada la providencia misma de Dios”. (Radiomensaje de S.S. Pio XII en la ocasión de la clausura del 1er Congreso Eucarístico Nacional de la República de El Salvador, 26 de noviembre de 1942.)

Un Regalo de Bautismo

Efectivamente, era la Providencia misma de Dios, la que bautizaba e imprimía a esta ignota tierra un carácter inconfundible e indeleble con el esplendor de la más luminosa teofanía del Evangelio.

Era un evangelio que llegaba hasta nosotros, enriquecido con las exquisitas esencias de la teología y de la liturgia oriental y con el eco de las oraciones, las luchas y las victorias de la Iglesia creadora y guardiana de la civilización occidental; porque esta fiesta del 6 de Agosto que España nos regaló, comenzó a celebrarse con gran esplendor, el Siglo V, como la más destacada fiesta de verano, allá en el oriente, en honor de Cristo Rey y el Papa Calixto III, la adoptó en 1457, en la liturgia de occidente, como fiesta motiva, por la victoria cristiana de Belgrado, con las invasiones del Islamismo.

Así, la providencia de dios, preparó los largos caminos de la Iglesia para llegar hasta nosotros a comenzar aquí, su tarea de evangelización, bajo el signo de la Transfiguración; un signo de plenitud, la plenitud del Kerigma (proclamación) y de la catequesis cristiana, nos llegaba con esa visión espléndida del tabor. Porque en ella Dios nos ofrece, en maravillosa síntesis, como en semilla o fermento, toda la revelación de su divino proyecto de salvar al mundo en el hijo de sus complacencias. Por eso yo creo que el mejor servicio que un humilde predicador del Evangelio puede prestar a la patria, en esta solemne ocasión en que retorna con cariño la familia, para revisar y confrontar, si nuestra realidad religiosa y nacional se está edificando sobre esas tres macizas coordenadas del cristianismo que se iluminan con este misterio nacional de nuestras fiestas patronales: Cristo, su Salvación, Su Iglesia.

Porque sólo una persona divina podía dar categoría y mérito de Dios, al dolor y a la Sangre humana que debía ser el precio de la redención.

El Divino Salvador, es el hombre más acertado que se pudo dar a este cuadro luminoso de la Transfiguración; porque en él, Dios revela con el lenguaje divino de los signos, su designio misericordioso de salvar al mundo por medio de su hijo amado. Moisés y Elías son la presencia de las promesas y profecías con que dios venía anunciando y preparando, con mensajes y hechos portentosos, la gran liberación de la humanidad en Cristo. Pedro, Santiago y Juan, contemporáneos del cumplimiento de aquellas promesas de Dios, están allí, templando ya su fe y su esperanza para asistir y ser testigos ante el mundo del escándalo doloroso de la cruz; por eso, cuando la visión termina, el Señor les ordena el secreto de la teofonía, “hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. (Marcos 9,9.) Por una paradoja insospechada, la luminosa visión del tabor ha sido un trágico anuncio de sangrienta transfiguración del Calvario.

Solo Salva su Liberación

Y así fue como nuestra Patria, junto con la presentación del nombre Dios, recibió, a través de Profetas y Apóstoles, la revelación auténtica de la verdadera salvación de Dios. No tenemos que mendigar a otras fuentes ateas o de inspiración intrascendente el concepto de nuestra liberación. Desde nuestros orígenes nacionales, Dios nos favoreció con su verdadero pensamiento. Y es allí, en la entraña de nuestra propia fe y de nuestra auténtica espiritualidad nacional, donde podemos encontrar las luces y la fuerza, que el Divino Salvador ofrece para eficaces liberaciones y promociones y transformaciones de nuestro país.

II.         Cómo es su Liberación

¿Cuál es pues la liberación que patrocina y protagoniza el Divino Salvador de los hombres?

Los depositarios autorizados de su pensamiento, el Papa y los Obispos, se reunieron hace dos años, en el Sínodo mundial de 1974, para confrontar ese pensamiento divino con la trágica realidad de nuestro mundo actual...”En su acento pastoral” -comenta Pablo VI, en la exhortación sobre la evangelización del mundo actual, “vibraban las voces, de millones de hijos de la Iglesia que forman tales pueblos (del tercer mundo). Pueblos empeñados con todas sus energías en el esfuerzo y en la lucha por superar todo aquello que los condena a quedar al margen de la vida: hambres, enfermedades crónicas, analfabetismo, situaciones de neocolonialismo económico y cultural, a veces tan cruel como el político, etc.  (EVANGELII NUNTIANDI, 30)

Y los Obispos reconocieron el deber de la Iglesia, de denunciar y ayudar a que nazca la liberación total, para estos millones de seres humanos. Pero los mismos Obispos, ofrecieron en aquella histórica reunión, “los principios iluminadores, para comprender mejor la importancia y el sentido profundo de la liberación, tal como lo ha anunciado y realizado Jesús de Nazaret y la predica la Iglesia”. (Exhort. cit.)

La liberación de Cristo y de su Iglesia, no se reduce a la dimensión de un proyecto puramente temporal. No reduce sus objetivos a una perspectiva antropocéntrica: a un bienestar material o a iniciativas de orden político o social, económico o cultural.

Mucho menos puede ser una liberación amparada o que ampara la violencia.

Si esto fuera así, la Iglesia perdería su significación más profunda, su mensaje de liberación no tendría ninguna originalidad y se prestaría a ser acaparado o manipulado por los sistemas ideológicos y los partidos políticos...No tendría autoridad para anunciarla de parte de Dios”. (Exhort Cit.)

Es en cambio la de Cristo y su Iglesia, una liberación que abarca al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida su apertura al absoluto que es Dios. Y al “asociarse a los que trabajan por la liberación, la Iglesia no circunscribe su acción al sólo terreno religioso, desinteresándose de los problemas temporales del hombre, pero reafirman la primacía de su vocación espiritual...y no substituye la proclamación del Reino de dios por el anuncio de liberaciones humanas”. (Exhort Cit.) Su mejor contribución es anunciar la salvación el Jesucristo; una salvación, por tanto, que exige una conversión de corazón. Está de acuerdo a la Iglesia en que es necesario cambiar estructuras por otras más humanas y más justas; pero está convencida de que estas nuevas estructuras “se convierten pronto en inhumanas, si las inclinaciones inhumanas del hombre no son saneadas, si no hay una conversión de corazón y de mente, por parte de quienes viven o rigen estas estructuras”. (Exhort Cit.)

Arbitro de Nuestro Conflictos

Que bello sería este 6 de agosto, si al salir de este hogar solariego, después de compartir un retorno sincero a nuestros orígenes, llevaremos en nuestras almas el propósito de entendernos mejor desde el puesto donde ha colocado a cada uno la mano de la Providencia; si los hombres de gobierno y los pastores de la Iglesia, si el capital y el trabajo, los hombres de la ciudad y de los campos, las iniciativas del gobierno y las de la empresa privada...todos dejáramos que de verdad el Divino Salvador del Mundo, Patrono de la Nación, fuera nuestras transformaciones nacionales que urgentemente necesitamos, fuera el inspirador y el árbitro de todos nuestros conflictos, el artífice de todas nuestras transformaciones nacionales que urgentemente necesitamos, para una liberación integral que sólo Él puede construir.

III.        Cómo llega hasta nosotros su obra

Cristo Vive en Su Iglesia

Porque Cristo vive. Y está realizando la gran obra de la liberación del mundo. La Iglesia, por él fundada, prolonga entre los hombres, el misterio de su encarnación y de su salvación. En la Iglesia resplandece la luz de Cristo.

El episodio de la transfiguración nos revela también este misterio de la iglesia y su misión en nuestra historia nacional. San Pedro, el primer Papa elegido para esta Iglesia que nace, nos describe en el poético símbolo de una lámpara, la misión de la Iglesia, que recoge la luz de los profetas y al ponerla en contacto con el Cristo de la transfiguración, se torna más luminoso porque constata en él, la realización de los profetas, y así la lleva luego por los caminos de los hombres “hasta que despunte el día y el lucero se levante en vuestros corazones” (2a. lectura—2 Pedro 1,19).

Esta es su misión, “iluminar a los hombres con la luz de Cristo que resplandece sobre su faz” (LUMEN GENTIUM, 1). Ella nos trae al Cristo verdadero. No podemos olvidar que, si el 6 de agosto fue posible para nosotros, como un encuentro de nuestra Patria con Dios, fue gracias a la Iglesia. “Al principio de nuestra fe, está el credo de la Iglesia. De la Iglesia pues y no de la crítica filosófica o fisiológica, hemos recibido la fe en Jesús”. Cualquier otro Cristo y cualquiera otra liberación que no sea el Cristo, ni la liberación predicados por la Iglesia, serán siempre Cristo y liberación imaginados, por más “históricos” que se les quiera llamar. En nombre de la Iglesia, pudo decir San Pablo a los Gálatas: “Si alguien os predica un Evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema” (Gal. 1,6).

Signo visible de Nuestro Encuentro con El

Y, al mismo tiempo que la Iglesia es portadora de la verdadera luz de Cristo, es también meta de la evangelización de los pueblos. Porque la Evangelización, predica “la búsqueda de Dios, a través de la oración y también a través de la comunión, con ese signo visible del encuentro con Dios, que es la Iglesia de Jesucristo; comunión que a su vez se expresa mediante la participación en esos otros signos de Cristo viviente y operante en la Iglesia, que son los Sacramentos”. (EVANGELII NUNTIANDI, 28)  Así destruye Pablo VI, en su magistral exhortación “Evangelizando”, esa dicotomía de inspiración protestante que quisieron eregir ciertas pastorales, al oponer “evangelización” y “sacramentalización”.

Nuestro retorno a las fuentes nos ha llevado también a este feliz encuentro con nuestra Iglesia. La que nos trajo, como regalo de la providencia, esta teofanía tan cargada de mensaje, la que nos ofrece un lugar seguro, de nuestro encuentro con Cristo vivo y salvador. Esto es un reclamo a los que somos representantes de esa Iglesia, Obispos, sacerdotes y religiosas, a hacernos cada día más aptos para una vocación que tiene la trascendental misión de hacer brillar el rostro de la Iglesia sobre nuestra patria; y la mayor desgracia seria ocultar ese resplandor, camuflando o presentando víctimas de una crisis, nuestra gloriosa identidad sacerdotal y religioso. También inspira este momento la franqueza, la confianza de acercarnos al Gobierno y al pueblo, para repetir un reclamo de la Iglesia, formulado así, por el Concilio Vaticano II: “La Iglesia no os pide más que la libertad; la libertad de creer y predicar su fe; la libertad de amar a su Dios servirle; la libertad de vivir y de llevar a los hombres su mensaje de vida. No la temáis, es la imagen de su Maestro, cuya acción misteriosa no usurpa vuestras prerrogativas, sino que salva a todo lo humano de su fatal caducidad, lo transfigura, lo llena de esperanza, de verdad, de belleza” (mensaje a los Gobernantes).

Como un solo corazón

En verdad, más que la piedad de Pedro de Alvarado fue la Providencia de Dios, la que tan altamente nos bautizó con el nombre de El Salvador. Y más que un nombre, nos entregó un mensaje, que es el resumen de su divino proyecto de salvar al mundo, en su hijo amado. Por eso, hoy que las fiestas agostinas nos parecen un plácido retorno a la casa solariega, como quien se inclina, para estampar un beso de fe, de gratitud y de compromiso, sobre la cuna de su infancia y sobre la pila de su bautismo...los pastores de la Iglesia, las Supremas Autoridades del Estado, que mucho se enaltecen, presidiendo a su pueblo en este homenaje, al Celestial Patrono y el Pueblo entero de El Salvador, como formando un solo corazón y una sola voz que ora y adora, es decir el corazón de la Patria, cae de rodillas ante el altar de esta eucaristía nacional, preparado ya para que ofrezca un nuevo sacrificio por su pueblo y ratifique su misericordiosa alianza con nosotros EL DIVINO SALVADOR DEL MUNDO.

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