BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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Esto es una
nueva entrega en una serie de notas que quiero titular “La Iglesia de Mons. Romero en Medio de la Crisis” (para leer las
dos ponencias anteriores, favor de pulsar aquí e acá). Pero si vamos a hablar de la iglesia en medio
de “la crisis”, vale preguntar: ¿cuál crisis?
Esta es una pregunta de definición previa para la Iglesia, como una
piedra de toque cuya respuesta en sí puede determinar si va a estar a la altura
de la misión que le espera. Por eso
vuelvo a hacer la pregunta: ¿cuál es la crisis que afronta la Iglesia Salvadoreña—la
situación de violencia en el país, o la problemática de acusaciones de abuso
sexual de menores que se ha dado?
Como ya había
argumentado en mi nota anterior, las dos cosas van relacionadas. La clave es de estar dispuesto a denunciar y
a ser denunciado: “hoy es necesario
recoger”, decía Mons. Romero en su cuarta
carta pastoral, “las denuncias
y críticas que señalan nuestros propios pecados como componentes humanos de la
Iglesia. Porque, en una hora de crisis, quienes sentimos el deber de denunciar
los pecados que están a la base de esa crisis del país, debemos estar
dispuestos también a ser denunciados para convertirnos, a fin de construir una
Iglesia que sea para nuestro pueblo lo que el Concilio define ‘un Sacramento
Universal de Salvación’ (L. G. 48)”.
Más claro no se puede expresar ese principio.
Pero existe
también un peligro que Romero señala en la misma carta. “Una
organización corre el peligro de absolutizarse y convertirse en idolatría”,
advierte el Beato Romero, si “los
mezquinos intereses de grupo la hacen perder las amplias perspectivas
trascendentes y el ideal del bien común del país”. El Papa Francisco advierte sobre el mismo
peligro y da la indicación inconfundible sobre cuál es el reto más importante
que afronta la Iglesia. “La comunidad
evangelizadora”, dice el Papa en su Exhortación Apostólica EVANGELII GAUDIUM, “se mete con obras y gestos en la
vida cotidiana de los demás … se abaja hasta la humillación si es
necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en
el pueblo”. [E.G., 24.] La Iglesia
no debe ser auto-referente, dice el Pontífice:
- “Que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación”. [E.G., 27.]
- “Un corazón misionero … se hace «débil con los débiles y todo para todos» (1 Co 9,22). Nunca se encierra, nunca se repliega en sus seguridades, nunca opta por la rigidez autodefensiva”. [E.G., 45.]
- “Quien ha caído en la mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los hermanos, descalifica a quien lo cuestione ... Hay que evitarlo poniendo a la Iglesia en movimiento de salida de sí … de entrega a los pobres”. [E.G., 97.]
Que las
puertas santas abiertas para inaugurar el Año de la Misericordia en el país
sean puertas de salida, e iconos de apertura a la denuncia que reconstituya a
la Iglesia. Que esta no se encierre en
la defensiva, sino que salga de sí misma en apertura misionera hacia los pobres.
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