BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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La Conferencia
de Obispos Católicos de los Estados Unidos ha incluido
al Beato Oscar Romero entre los catorce “Testigos de la Libertad” que desea
destacar durante la Quincena por la Libertad de este año. La Quincena por la
Libertad es una campaña para fomentar la libertad religiosa y defender el
derecho de las instituciones y fieles religiosos a ejercer su libertad de
conciencia en la sociedad contemporánea norteamericana.
Los otros “Testigos
de la Libertad” incluyen las Hermanitas de los Pobres, por su lucha en contra del
mandato anticonceptivo de la ley sanitaria EE.UU, y los Santos. John Fisher y
Tomás Moro, cuyas reliquias andan de gira por los Estados Unidos este verano,
junto con otros santos antiguos y modernos tales como los SS. Pedro y Pablo;
San Juan Bautista, SS. Felicidad y Perpetua, San Maximiliano Kolbe, Santa Edith
Stein, Santa Kateri Tekakwitha y el Bto. Miguel Pro.
Mientras que
algunos progresistas descartan la Quincena como un exceso conservador de los
Obispos, existen los elementos para proponer al Beato Romero como un “Testigo de
la Libertad” en el ámbito de la libertad religiosa. Los argumentos centrales
serían que Romero luchó contra los ataques del gobierno de la Iglesia; y si
bien estaba a favor de una distribución más justa de la riqueza, Romero no
promovió el estatismo; y Romero generalmente quería restaurar una “civilización
cristiana” para generar virtud cívica y promover valores humanistas en la
sociedad. En estos parámetros generales, Romero es creíble como el tipo de “Testigo de la Libertad” que los Obispos buscan promover.
En primer
lugar, Romero, obviamente, defendió contra una campaña feroz de persecución de
la Iglesia. Pero la persecución que Romero resistía no se limitó al asesinato
de sacerdotes que defendían a los pobres. Romero acusó al gobierno de
persecución a causa por liberalizar las restricciones al aborto contra la firme
oposición de la Iglesia (homilía del 2 de octubre de 1977) y comparó el aborto
a la represión estatal (homilía del 17 de junio de 1979).
En segundo
lugar, Romero quería una distribución más justa de la riqueza en El Salvador.
Pero trató de lograrla más que todo apartando al gobierno—pidiendo que “Cese la
represión” y deje de ser un ejecutor de la política económica injusta y poniendo
matones a sueldo en servicio de la oligarquía. Si bien Romero favoreció la
reforma agraria y otras medidas específicas, advirtió que las reformas aún las
más urgentes no tendrían valor si venían “teñidas de sangre” (homilía del 23 de
marzo de 1980).
En tercer
lugar, Romero creía que el Pueblo Salvadoreño—el fiel y santo Pueblo Salvadoreño—sería
su propio liberador. “Las reivindicaciones
del Pueblo son justas y hay que defender la justicia social y el amor a los
pobres”, dijo a los reformadores. “Pero
si de verdad amamos al Pueblo y si queremos defender al Pueblo, entonces no
podemos quitarle lo que tiene el mayor valor, es decir, su fe en Dios, su amor
por Jesucristo, y sus sentimientos cristianos” (homilía del 13 de enero de
1980).
En este
sentido, el Beato Romero se encuentra a la altura de Santo Tomás Moro, cuyas
reliquias recorrerán varias ciudades EE.UU como parte de la Quincena de este
año. “El martirio de Santo Tomás nos
recuerda lo que puede suceder cuando el Estado busca dominar las creencias
religiosas y darle una nueva figura a sus propios fines, a su propia selección
de valores”, dijo
el arzobispo de Westminster, el cardenal Vincent Nichols de Westminster, a
principios de este año. “Cuando el cumplimiento
de esos requisitos particulares se convierte en un absoluto”, advirtió, “entonces entramos en un camino de
confrontación”.
El Beato
Romero estaría de acuerdo. “Claro, que
cuando se le respeta la libertad a la Iglesia y la autoridad civil también
sirva a los intereses del bien común, la Iglesia y el Estado no tendrían ningún
conflicto”, dijo el mártir salvadoreño. “Esta es la libertad que la Iglesia pide, y su libertad no la ocupará
nunca para la subversión ni para oponerse a ninguna autoridad legítima sino
para respetarla y para colaborar, pero siempre en servicio del pueblo al que la
Iglesia y el Estado tienen que servir” (homilía del 7 de octubre de 1979).
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