BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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La Carta Pastoral del Arzobispo de San Salvador, Mons. José Luis Escobar Alas, en contra
de la violencia que encara su país, continúa recibiendo elogios. El más reciente encomio viene en la revista Factum, en cual Héctor Silva Ávalos escribe
que la Carta es “un documento lúcido,
valiente”, con “elementos esenciales
de la doctrina romeriana, como la insistencia en abordar la pobreza y la
exclusión a la hora de enfrentar las violencias que afectan a El Salvador”. Silva califica la Carta como “uno de los documentos más revolucionarios”
recientemente escritos “sobre la
violencia que desborda al país”.
Si bien la
Carta ha sido alabada por cuantos la han leído, queda el desafío de que muchos
la desconocen, y que su extensión y densidad podrían impedirlos que se
aproximen. Para contrarrestar ese
peligro, se ha publicado una Guía Para Reflexionar la Carta Pastoral: Veo
en la Ciudad Violencia y Discordia [descargar]. Consiste de dibujos, y siete breves resúmenes
de los varios capítulos de la Carta, junto a preguntas y temas para platicar. A primera vista, el cuaderno presenta
augurios de poder convertirse en un instrumento valioso para la interpretación
de la Carta, y para la propagación de sus mensajes entre el pueblo.
Este paso es
imprescindible para la próxima etapa en esta evangelización, que sería
efectivamente inculcar el mensaje de paz social entre la gente, y así ganarse
el favor y la voluntad del pueblo.
Cuando la Iglesia y el Pueblo cierran filas y unen criterios, crean una
potencia formidable. Esto fue la gran
lección del Beato Romero: “la Iglesia
está con el pueblo y el pueblo está con la Iglesia, ¡gracias a Dios!”
(Homilía del 21 de enero de 1979).
Ese fue el
caso en Charroux, en la Francia medieval, cuando las autoridades debilitadas no
podían proteger a los campesinos de los abusos y extorsiones de los caudillos
feudales—una coyuntura histórica que se asimila a la realidad actual
salvadoreña. Ante esa situación
desgarradora, y el clamor del pueblo por acción protectora, en el año 989 A.D.,
el Arzobispo Gombald y varios obispos de la región declararon la «Pax Dei» (“Paz de Dios”). Los obispos decretaron espacios de protección
en las iglesias, alrededor de actividades religiosas, procesiones, festivales,
días de fiesta, el domingo, etc., para niños, mujeres, campesinos,
comerciantes. Al fin, se convirtió en todo un movimiento popular que duró casi
un siglo y se propagó por toda Europa, poniendo los cimientos de la sociedad
civil en ese continente.
La Carta
Pastoral de Mons. Escobar Alas contiene en sí el germen de la «Pax Dei» cuando propone que “Donde hay Violencia no puede estar Dios”. La «Pax
Dei» invierte ese paradigma para decir: “donde está Dios, no puede haber violencia”. Desde esa ponencia, podemos idear un
escenario en cual la conferencia episcopal declare las fiestas patronales del
Divino Salvador del Mundo y de la Virgen de la Paz, Navidad, Semana Santa y la
Pascua, temporadas de paz y actividades en que se debe respetar la sacralidad
de sus actos, y el ejercicio de libertad religiosa del pueblo—y lo mismo con
toda fiesta patronal de cada departamento, de cada municipio, con cada Misa
Dominical, y los espacios o “sagreras” de cada templo por todo el territorio
nacional. Además, invitar al pueblo a
integrarse a esa manifestación de paz. Pero,
¿con que mecanismo de aplicación? Solo
con la fuerza de su autoridad moral y espiritual.
De hecho, eso
fue lo que ocurrió en tiempos de Mons. Romero, en casos emblemáticos, tal como
cuando los manifestantes del fraude electoral de febrero 1977 reunidos en el
Parque Libertad se refugiaron en la Iglesia el Rosario, o como cuando Mons.
Romero negoció la liberación de rehenes de la misma iglesia en noviembre de
1979, y especialmente, cuando Romero retomó la iglesia del P. Rutilio Grande
después de una prolongada ocupación por el ejército, declarando “se
apagará la ronca voz de los fusiles y quedará vibrante siempre la voz profética
de Dios” (Hom. 19 jun. 1977).
Aunque Mons.
Romero, jamás citó el concepto de la «Pax
Dei» para justificar su accionar, citaba al Papa León XIII para explicar el
papel de la iglesia al negociar conflictos laborales. Y creo que la alusión a esta antigua ley le
gustaría. El biógrafo de Monseñor, el P.
James Brockman, comentaba que a nuestro Mártir le gustaba mesclar elementos
antiguos con elementos innovadores, como el amo de casa del evangelio que
extrae de su tesoro cosas viejas y cosas nuevas (Mateo 13, 52).
En tiempos
posteriores, tenemos el ejemplo de Mons. Arturo Rivera Damas liderando las
negociaciones de paz, y la intervención del P. Ignacio Ellacuría, entre otros,
para el mismo fin. En el ámbito
internacional, la comunidad de San Egidio se ha involucrado en la negociación
de la paz en varios países del África, y de Europa oriental.
Un ejemplo
quizá más pertinente, y más reciente, es el caso del Obispo estadounidense Joseph E.
Strickland, de Tyler, Texas, quien este pasado diciembre, prohibió
portar armas en sus iglesias, a pesar de la legalidad de hacerlo y la
cultura a favor de las armas en su estado.
Declaró Mons. Strickland:
Creo
que la portación abierta de un arma no es apropiada durante la sagrada Liturgia
y puede causar un malestar comprensible a algunos de aquellos reunidos a adorar
a lado nuestro. En consecuencia, como obispo, pido a los fieles de la Diócesis
de Tyler y los huéspedes de nuestras iglesias acatar mi instrucción de que las
armas no pueden ser portadas abiertamente durante la santa misa o en otros
momentos de culto público.
De cierta
manera, lo que Mons. Strickland está diciendo es que “donde está Dios, no puede haber violencia” ni signos de violencia,
y por eso está ejerciendo su autoridad moral por encima de la legalidad o
autoridad civil para establecer la Paz de Dios.
La última
ponencia del Guía Para Reflexionar la
Carta Pastoral recientemente publicado, es una exhortación a todos de
adquirir un compromiso personal, comunitario y parroquial que ayude a luchar
contra la violencia en cualquiera de sus formas. De ser escuchado y acatado, ese llamado
podría llevar a una verdadera transfiguración del país, por no decir
revolución, en la que la Paz de Dios impera sobre la violencia y discordia de
los hombres.
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