AÑO
JUBILAR por el CENTENARIO del BEATO ROMERO, 2016 — 2017
|
||
|
Ricardo Urioste
sonó el timbre en la entrada del Seminario Mayor San José de la Montaña
esperando que algún vigilante u oficinista le abriera la puerta. Para su
sorpresa, la puerta se abrió rápido, ya que otro clérigo iba saliendo cuando el
P. Urioste iba llegando.
Se trataba de
nadie menos que Mons. Óscar A. Romero, quien había sido recientemente nombrado
Arzobispo de San Salvador. “¡Hola!”—exclamó el P. Urioste, un poco
desprevenido por el sorpresivo encuentro.
Mons. Romero le contestó con una sola palabra: “Ayúdeme”.
Era la misma
palabra que el nuevo arzobispo había dirigido a otros sacerdotes como el P.
Fabián Amaya y el P. Jesús Delgado, a quien Romero había pedido explícitamente
ayuda en ganar la confianza del clero.
Ante el nombramiento de Mons. Romero, entonces Obispo de Santiago de
María, y no a Mons. Arturo Rivera Damas, obispo auxiliar en la arquidiócesis
por casi dos décadas, el clero había quedado frio y la reputación de
conservador de Romero le restaba aún más la confianza del clero progresista de
la Arquidiócesis.
Al conmemorar
este 22 de febrero el 40 º aniversario de la toma de posesión de Mons. Romero como IV
Arzobispo de San Salvador, quizá el punto sobresaliente a recordar es
la mansedumbre de Mons. Romero que supo conquistar la frialdad del clero. “Me
impresionó su humildad, una característica que siempre le distinguió”,
recuerda Mons. Ricardo Urioste, el sacerdote que lo encontró en la puerta del
seminario, y pasó de ser un opositor de su nombramiento, a uno de sus
colaboradores más cercanos.
José Simán, un
laico comprometido en la Arquidiócesis recuerda haber escuchado palabras
similares del nuevo arzobispo: “Ayúdenme,
yo necesito ayuda, yo no voy a poder manejar esto, necesitó contar con ustedes”. El efecto era lo mismo entre los laicos que
entre el clero—según Simán: “agradó la
actitud”.
Era la misma actitud
que había buscado como Obispo de Santiago de María, donde Mons. Romero, al
investigar una casa pastoral que el gobierno acusaba de ser subversiva dijo en
una reunión con el clero—entre ellos los acusados—“¡Ayúdenme a ver claro!”
Aun antes de
asumir como arzobispo, Mons. Romero ya daba pautas de su postura como amigo y defensor
del clero, cuando dijo en una entrevista a La
Prensa Gráfica publicada doce días antes de asumir su cargo: “El gobierno no debe tomar al sacerdote que
se pronuncia por la justicia social como un político o elemento subversivo,
cuando éste está cumpliendo su misión en la política del bien común”.
En un mes
llegaría la prueba de fuego. En la “Misa
Única” por el asesinato de su amigo el P. Rutilio Grande, Romero se sintió
acuerpado y protegido por su clero. “El
más humilde de toda la familia escogido por Dios para ser el signo de la
unidad—este obispo—les agradece
cordialmente de estar dando con él, al mundo que espera la palabra de la
Iglesia”, dijo al tomar la palabra ante una multitud de 100.000 personas. “Mi propia debilidad, mis propias
incapacidades, encuentran su complemento, su fuerza, su valentía, en un
presbiterio unido”.
De hecho, había sido la virtud de Romero que había llevado a esa unidad.
De hecho, había sido la virtud de Romero que había llevado a esa unidad.
No comments:
Post a Comment