Thursday, July 06, 2017

Renacimiento Progresista en Centroamérica


AÑO JUBILAR por el CENTENARIO del BEATO ROMERO, 2016 — 2017:

Foto EL FARO.

#BeatoRomero #Beatificación
El regreso del recién ascendido cardenal salvadoreño Gregorio Rosa Chávez a su país natal el 4 de julio de 2017 fue atendido con la bienvenida que normalmente se le da a un héroe de guerra o del deporte.  A la espera en el Aeropuerto Mons. Romero estaba la conferencia episcopal del país y el Presidente de la República.  Por toda la carretera que del aeropuerto lleva hacia la capital se encontraban congregaciones de admiradores; la caravana de Rosa Chávez se detuvo a saludarlos, en un caso, desde la parte trasera de un camión ‘pickup’.  El purpurado hasta se volvió “trending topic” en Twitter por su entrada sensacional.
Si bien el nombramiento de Rosa Chávez al colegio cardenalicio conlleva “un elemento personal” (en las palabras del neocardenal)—un reflejo de sus propios méritos—su nominación es también un reflejo del ascenso continental de la tendencia progresista en la iglesia de cual el nuevo purpurado es un ícono.  Ese movimiento es en parte una reivindicación, como analizábamos en una nota anterior, no solo de Rosa Chávez, sino también de personajes como su mentor, el Beato Óscar Romero, el obispo mártir del continente.  Asidua ha estado la insistencia de Rosa Chávez en que el honor le pertenece a Romero.  En su primera parada formal tras su ingreso, Rosa Chávez visitó la Tumba de Romero en la Cripta de Catedral donde dedicó emotivas palabras a su patrono: “Mons. Romero antes de haber nacido estabas aquí... Estamos aquí gozosos, porque tú eres el Cardenal de este país. Pedirte que me ayudes a ser un buen Cardenal, Mons. Romero te necesitamos”.

Sí—Mons. Romero ha sido restaurado en este trámite (que incluye su beatificación en mayo del 2015), y Gregorio Rosa Chávez también.  Pero al revisar el balance cardenalicio de la región, es fácil reconocer un fuerte impulso renovador a mano del actual pontífice que abarca más allá de estos dos hombres.  Cuatro países del istmo ahora tienen cardenal; tres de ellos han sido nombrados por el Papa Francisco (Rosa Chávez en El Salvador, Leopoldo Brenes en Nicaragua, y José Luis Lacunza en Panamá).  El cuarto, Óscar Rodríguez Maradiaga, fue nombrado por San Juan Pablo II, pero es el gran arquitecto del giro a favor del ala progresista en la región bajo el actual pontífice.  De hecho, Rodríguez Maradiaga, el presidente del Consejo de Cardenales que asesora al Papa, es un gran amigo de Rosa Chávez y sin duda ha tenido una incidencia en su nominación.  El freno natural a la potencia progresista en la región es el peso de los purpurados mexicanos, que tienden a ser más conservadores (especialmente, su primado en la capital azteca, Norberto Rivera Carrera).
Este nuevo flujo hacia el sentido liberador sigue el esquema trazado en la Iglesia continental.  Si bien la conferencia de los obispos latinoamericanos en Medellín Colombia en 1968 resaltó el espíritu reformador, la siguiente reunión en Puebla, México (1979), guiada por Juan Pablo, tuvo un impulso de moderación.  El próximo encuentro, en Santo Domingo (1992), contó más con la incidencia de la Curia Romana, que con el análisis de la realidad latinoamericana encontrado en los primeros dos encuentros.  Ese engranaje analítico con los problemas de la sociedad actual, propios de CELAM en sus reuniones originales, tuvo que esperar a la conferencia celebrada en Aparecida, Brazil (2007), donde la redacción del documento final estuvo a cargo del Cardenal Jorge Mario Bergoglio—el ahora Papa Francisco.
El movimiento restaurador también se puede trazar a través de la historia de la Iglesia en San Salvador.  Durante el siglo XX, la arquidiócesis vio cincuenta años de pastoral progresista bajo tres arzobispos sucesivos (Luis Chávez y González, Óscar Romero, y Arturo Rivera Damas), que comulgaban con las corrientes del Concilio Vaticano II y Medellín (que vio nacer la frase “opción preferencial por los pobres”).  Después de una guerra civil de 12 años que comenzó en 1980, la Iglesia volvió a tener una línea más tradicional bajo la mira del arzobispo conservador Fernando Sáenz Lacalle, un ex capellán militar y miembro del Opus Dei.
Las visitas del Papa Juan Pablo II a la región (incluyendo El Salvador) en 1983 y 1996 fueron consideradas como intentos de moderar la inclinación hacia la izquierda en la iglesia local. El Papa polaco es célebremente recordado por amonestar “¡Silencio!” a simpatizantes sandinistas en Managua, y por regañar públicamente al p. Ernesto Cardenal, agitando su dedo frente a su cara al saludarlo en la pista del aeropuerto, por integrarse al gobierno marxista. Sin embargo, el pontífice polaco también creó a Oscar Rodríguez Maradiaga como cardenal en Honduras, y convirtió a Gregorio Rosa Chávez en el obispo más joven del continente en 1982 (tenía entonces 39 años). En efecto, el Papa Wojtyla plantó las semillas de la restauración que ha venido después de un interludio conservador en la region.
La falta de un cardenal en la Iglesia Salvadoreña se había vuelto palpable—tanto así que el ex Presidente Tony Saca pidió abiertamente al Papa Benedicto XVI durante una visita al Vaticano otorgar el título a Mons. Sáenz en el 2005.  En tiempos de Romero, el vacío cardenalicio en el continente latinoamericano era tal que el título de “monseñor” recibido por Romero en 1967 llegó a cobrar mayor trascendencia—se volvió prácticamente el nombre propio de Romero, y sigue siendo así llamado con cariño entre los feligreses.  Finalmente, el purpurado italiano Carlo Maria Martini, el gran león jesuita de Milano, llegó a decir que Romero era su cardenal favorito ya que el rojo de su sangre martirial lo hacía como un cardenal “de facto”.
Rosa Chávez obispo (1982) y cardenal (2017); con el Beato Romero, Santa Teresa y San Juan Pablo.
El Cardenal Gregorio Rosa Chávez es un veterano de todas estas batallas campales adentro y afuera de la Iglesia.  A pesar de querer atribuir su nombramiento a los méritos de Romero, reconoce que “hay un elemento personal” en su nominación.  El purpurado recuerda de que “tengo treinta y cinco años de ser obispo, un camino largo que el Papa conoce”.  Como los demás neocardenales bergoglianos de la región, Rosa Chávez no es un joven (tiene 74 años; el panameño Lacunza, 73; y el mexicano Suárez Inda, 78).  Todo esto es una característica de una estrategia papal que busca la reivindicación, y no necesariamente la permanencia.
También se detecta esta estrategia en las palabras que dijo el Papa a Rosa Chávez en la intimidad del momento que compartió con él al colocarle la birreta cardenalicia: “Coraggio! Avanti!” (“ánimo” y “adelante”).


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