Foto de San Óscar Arnulfo Romero, incendiada y acribillada por soldados salvadoreños durante la Masacre de la UCA en noviembre de 1989.
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#SanÓscarRomero #Beatificación
Generalizando y
simplificando podríamos decir que si los que antes se oponían a la canonización
de Mons. Óscar A. Romero se caracterizaban por su adversidad a la Teología de
la Liberación, los que aun discrepan de su canonización hoy en día destacan por
su hostilidad al Papa Francisco. Al analizar la oposición de “San Romero”,
resulta evidente que el espectro de un grupo dentro de la Iglesia hostil al
obispo mártir resulta un poco exagerado, y también tenía más vigencia antes de
la beatificación de Romero en el 2015, que ahora.
Durante la
espléndida ceremonia de canonización en la Plaza de San Pedro, el 14 de octubre
de 2018, tuve la dicha de estar a la par del altar, justamente detrás de la
sección de los obispos y cardenales. En
medio de esa solemnidad, escuché una frase de discordia desde un grupo de
devotos de Nunzio Sulprizio, el joven canonizado en la misma ceremonia. Alguien
dijo “el santo polémico”, cosa que yo
presumí fue intencionada como una crítica de Romero—aunque, para ser franco,
pudo haber sido una referencia a Pablo VI, o también pudo haber sido parte de
una defensa del nuevo santo que
simplemente repetía el antiguo criticismo para descartarlo. Sin embargo, lo que
desprendí del episodio es que hasta desde el altar de su propia canonización,
Mons. Romero podía seguir siendo susurrado.
Ahora bien,
debemos estar claros que no es cosa de otro mundo que un santo sea criticado
después de su canonización, incluso sobre el hecho de ser canonizado. Cuando San Josemaría Escrivá, el fundador de Opus Dei, fue canonizado, se acusaron
supuestas irregularidades en el proceso.
En la canonización de San Juan Pablo II no faltaron críticas a base de
errores atribuidos al pontífice, incluyendo falta de firmeza contra los abusos
sexuales de Marcial Maciel y su Legión de Cristo. Hasta la Santa Teresa de
Calcuta fue criticada en su canonización por no profundizar en las causas de la
pobreza, entre otras reprendas. ¡Y estos han sido los santos más sobresalientes
de los recientes tiempos! Generalmente,
si un santo es suficientemente conocido, enfrentará criticismos.
Lo que distingue
a Mons. Romero de los otros es que su causa de canonización ha sido
supuestamente afectada por la oposición a su ascenso a los altares. En un ahora
famoso discurso,
el mismo Papa Francisco lamentó que después de muerto, Romero “fue difamado, calumniado, ensuciado ...
incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado”. El
postulador de la causa, Mons. Vincenzo Paglia, asevera
que la oposición fue “política” y que
“muchos en Roma, incluso cardenales, no
querían que Romero fuera beatificado”.
Sin embargo, al penetrar
sobre el tema, resulta que la antigua oposición a Romero equivalía a una
oposición a la Teología de la Liberación.
Los opositores de la beatificación de Romero—relata Mons. Paglia—“decían que él había sido asesinado por
motivos políticos, no religiosos”.
Una radiografía de esta oposición revela que era impulsada por
representantes del gobierno de El Salvador, defendiendo posiciones anticomunistas,
que inundaron el Vaticano, incluyendo las oficinas de la Curia Romana con
cartas en contra de la causa.
Indudablemente encontraron algunos clérigos simpatizantes, el principal
de estos era el Cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, férreo opositor de
la Teología de la Liberación. Para las
partes externas a la Iglesia (los diplomáticos salvadoreños) la motivación era anticomunista,
y para los elementos dentro de la Iglesia la obsesión era en contra la teología
liberacionista.
Sin embargo,
esta era una oposición minoritaria que se fue dejada atrás por la aceptación
popular de Romero que fue incrementando a través de los años y rebalsó los
confines de la Iglesia Católica hacia el mundo anglicano, cuando la estatua de
Romero fue instalada en la Abadía de Westminster, y de la cultura popular
cuando la película “Romero” propagó la historia del obispo defensor de los pobres
por todo el mundo. Finalmente, esta
oposición a Romero también se quedo atrás en el mundo católico, cuando el Papa
Juan Pablo II decidió visitar la Tumba de Romero durante sus visitas a El
Salvador y su sucesor, el Papa Benedicto XVI, declaró no tener dudas que Mons.
Romero personalmente ameritaba ser beatificado.
Hasta aquí la
antigua oposición histórica a la canonización de Romero, pero ¿qué de la
aceptación actual de la canonización del nuevo santo?
Un corte
contencioso de la ultra-conservadora Gloria TV trató de pintar a Mons. Romero y
las otras figuras canonizadas a la par suya como “santos sin devoción popular”
a base de la asistencia a la ceremonia—a pesar de que los devotos de Romero
viajaron 10,000 kilómetros desde un país pobre para estar en Roma, y que
decenas de miles de personas trasnocharon en El Salvador para seguir el
acontecimiento en vivo en frente de la Catedral de San Salvador. El mismo reportaje argumenta—falsamente, como
ha
sido comprobado en este blog—que Mons. Romero perdió fieles en su
Iglesia durante su arzobispado. Al
contrario, mientras que el catolicismo cedió terreno en toda América Latina,
Romero revirtió drásticamente las tendencias a la baja en su arquidiócesis. Romero rutinariamente llenaba las Iglesias
durante su vida, y tanto sus funerales en 1980 como su beatificación en el 2015
rompieron récords de asistencia a eventos religiosos a nivel continental.
Es suficiente
para desvirtuar estos argumentos que, en general, después de una canonización,
los fieles católicos suelen cerrar filas detrás de sus santos, siguiendo la
tradición de Roma locuta, causa finita
(“Roma ha hablado, caso cerrado”). [Más.] A
base de solo este principio, podemos presumir que la oposición a la
canonización, que ya era minoritaria, ahora ha disminuido aún más. También podemos catalogar las señales de
aceptación en varias partes del mundo para llegar a la misma conclusión; que la
oposición se ha reducido notablemente.
En el último
análisis, verificamos que lo que queda de la oposición a Romero se puede
limitar a tres focos obstinados de resistencia: (1) los más fervientes
seguidores del salvadoreño acusado de haber dado la orden de matar al
arzobispo; (2) los opositores más adversos al Papa Francisco y a las reformas
del Concilio Vaticano II; y (3) los más pujantes defensores del capitalismo sin
restricciones. Muy pocos de estos caben
dentro de lo que puede entenderse como el interior de la Iglesia.
En esta triste
trifecta residen ahora los herederos de la oposición a San Romero, y hacia
ellos se han desplazado las inquietudes históricas. Los enemigos de la Teología de la Liberación
que se oponían a canonizar a Mons. Romero temían que la canonización iba a envalentonar
el comunismo y diluir la doctrina y la fe católica en el proceso. Ahora, los enemigos de Francisco temen que el
Papa va a promover valores “socialistas” y diluir la fe. En ambos casos, se puede argumentar que los
peligros planteados (la T./L. y el Papa Francisco) tienen poco que ver con los
méritos de San Romero, sin embargo, los opositores permanecerán y será
imposible disuadirlos de que existe una asociación entre Romero y sus fantasmas
predilectos.
Para los
seguidores de Romero, cierta oposición es de esperarse. Según el Cardenal Gregorio Rosa Chávez,
director de comunicaciones del obispo mártir, Romero está destinado a ser “un santo incómodo”. Y en las palabras del propio Romero: “Hermanos, ¿quieren saber si su cristianismo
es auténtico? Aquí está la piedra de toque. ¿Con quiénes estás bien?, ¿Quiénes
te critican?, ¿Quiénes no te admiten?” (Homilía 13 de noviembre de 1977)
Mientras Romero
siga siendo molesto para los intereses de los ricos y causa de celebración para
los defensores de los pobres, tendremos la garantía que su legado va por el
justo camino.
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