BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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La narrativa aceptada de la beatificación de Mons. Óscar Arnulfo Romero, obispo y mártir, es que esta representa el triunfo del ala progresista de la Iglesia sobre la oposición conservadora—una victoria sufragada por el ingreso del Papa Francisco al escenario. Seguramente hay elementos de veracidad en esta versión, pero existe otra lectura de los hechos, en la que la beatificación Romero representa no tanto un éxito unilateral como un pacto equilibrado. La elevación de Mons. Romero a los altares llega a bendecir la armonía lograda después de una época de conflicto—no solo en El Salvador, sino en la Iglesia.
“La beatificación de Monseñor Romero, obispo
y mártir, es una fiesta de gozo y de fraternidad”, dijo el Cardenal Angelo
Amato en su homilía
de beatificación. De hecho,
hemos visto como la ceremonia de beatificación—tan admirable y majestuosa—apaciguó
las tensiones que
surgieron en los días anteriores al evento: tensiones entre activistas y gente
de iglesia, entre seguidores históricos de Romero y admiradores de época
reciente, entre católicos progresistas y católicos de filo más
tradicionalista. La beatificación celebrada
el fin de semana de Pentecostés forjó una
especie de tregua adentro de la iglesia, con las diversas facciones
aparentemente reunidas en torno a Romero; sus diversidades armonizadas como los
colores del famoso halo solar que coronó la celebración.
Pero, más allá
de una pacificación simbólica, la beatificación ha sido “un punto de inflexión para el catolicismo”, argumenta el
vaticanista John Allen Jr., y “podría
decirse que es la beatificación más importante de principios del siglo 21”
porque consolidó un arreglo de debates históricos dentro de la Iglesia. De la misma manera, el columnista Ross
Douthat del New York Times opina que:
“es justo ver el progreso de la causa del
arzobispo asesinado—que originalmente fue desbloqueada, no por Francisco, sino
por Benedicto—como un caso ejemplar de cómo el catolicismo a menudo se
despolariza a sí mismo después de una época de división”. Tanto Allen como Douthat resaltan el hecho de
que la acción conjunta del Papa “conservador”, Benedicto, y el Papa “liberal”,
Francisco, ha dado impulso a la beatificación.
Como lo explica
Allen, el finiquito que la beatificación de Mons. Romero solemniza es una
doctrina social de la Iglesia que descarta las corrientes más estridentes de la
Teología de la Liberación, pero acepta y abraza una visión moderada: “Si la Teología de la Liberación significa combatir
la pobreza y luchar por la justicia, la respuesta es Sí; pero si quiere decir
rebelión marxista y luchas de clase, entonces no”.
Un libro
publicado tras la beatificación, Las
Iglesias ante la violencia en América Latina, (FLAXO, México, D.F., 2015),
reconoce la beatificación Romero como el sello de aprobación a dicho
entendimiento, y va más allá, a decir que fue el martirio de Romero que impulsó
ese arreglo. Según Virginia
Garrard-Burnett en ese libro, el martirio de Mons. Romero lo convirtió en un
modelo de referencia para los clérigos comprometidos, quienes tuvieron que
tomar en cuenta el repudio total de Romero a la insurrección armada, y su
interpelación constante a la no violencia.
Por otro lado, su execrable magnicidio desenmascaró la innoble faz de la
violencia, y por contraste la virtud y superioridad moral de la víctima de la
violencia que se deja inmolar sin dejarse llevar por la tentación de responder
con la fuerza. Por supuesto, hubo
también presión y corrección desde el Vaticano que canalizó el movimiento
liberacionista hacia la moderación.
Fue el Papa
Benedicto, el gran impulsor de las correcciones a la Teología de Liberación de
los años ochenta el que desbloqueó la causa Romero, y fue Angelo Amato, consignatario
de la corrección doctrinal al liberacionista Jon Sobrino quien precedió la
ceremonia de beatificación. Y si bien es
cierto que la llegada del Papa Francisco aceleró el deshielo entre el Vaticano
y la Teología de la Liberación, Benedicto ya había abierto el camino con el nombramiento
de Gerhard Ludwig Müller, el gran amigo del “padre” de ese movimiento, como
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
En su última homilía de Pentecostés, Benedicto dijo que “sólo puede existir la unidad con el don del Espíritu de Dios”. De hecho, dijo el ahora pontífice emérito, “esto es lo que sucedió en Pentecostés. Donde había división e indiferencia, nacieron
unidad y comprensión”.
Durante la beatificación de Mons. Romero, el
Cardenal Amato aseguró que “Romero no es
símbolo de división sino de paz, de concordia, de fraternidad … Es un don del Espíritu Santo para la Iglesia
y para la noble nación salvadoreña”.
Este es el don
de la beatificación celebrada un fin de semana de Pentecostés.
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