BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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Mons. José Luis Escobar Alas no quería que la beatificación de Mons. Romero llegara a ser un holocausto semejante a su trágico funeral en 1980, en cual 44 fieles murieron a causa de disturbios y una estampida desatada por ellos. “Es verdad que a los organizadores nos preocupaba mucho la seguridad de las personas que en gran multitud se harían presentes en el evento, pues por desdicha estábamos viviendo una situación de gran violencia social”, el Arzobispo de San Salvador confiesa a Super Martyrio. “Sin embargo debo decir que toda la celebración se llevó a cabo de la mejor manera, con tanto respeto, con espíritu de colaboración, con gran humildad y, sobre todo, con mucha fe”.
Mons. Escobar Alas durante la beatificación. |
El teatro de la acción fue enorme—las zonas y calles afectadas abarcaban un espacio del tamaño
del Parque Central de Nueva York.
Temprano en la mañana del sábado, navegar las zonas aledañas era algo
como manejar por la Franja de Gaza—los conductores tenían que entregar sus
licencias para poder ingresar a la zona.
Los acercamientos a la Plaza Salvador del Mundo se asemejaban a un caos
organizado, con varias filas para pasar por controles de ingreso a la
zona. Buses llenos de estudiantes
uniformados, grupos de monjas, Boy Scouts, y el sonido de idiomas extranjeros,
se unían a la emoción bulliciosa de aquel día.
Emerson Didier
Páez Martínez trasnochó en la Plaza Salvador del Mundo con 90
jóvenes del Complejo Educativo Católico San Francisco y algunos padres de
familia. Habían llegado a las cuatro de
la tarde del viernes, y aguantaron lluvias torrenciales, la helada de la noche,
el hambre y la sed, para amanecer en un puesto privilegiado cerca del templete. Estuvieron a punto de ser evacuados de sus
puestos a primera fila detrás de los invitados especiales para permitir
ingresos VIP a la “Zona Cero”, pero una religiosa anciana intervino por ellos. “Solo
pensé en Mons. Romero que había mandado un ángel a abogar por nosotros, cuando
inicio aquella ceremonia solemnísima”, recuerda Emerson.
Cuando los
sacerdotes comenzaron su procesión desde el Seminario San José de la Montaña
hasta el templete, el mundo se dio cuenta de la magnitud de la escena. El desfile eclesial duró media hora para
lograr ingresar unos 1,300 sacerdotes, 100 obispos y seis cardenales al altar
temporario erigido en la plaza. Fue tan
grande el número de con-celebrantes que en algún momento hubo un atasco de
tráfico en la procesión hacia el altar y los prelados, incluyendo el celebrante
principal, el Cardenal Amato, se quedaron parados en la rampa que los subía al
altar esperando que se aliviara el bloqueo.
El coro tuvo que repetir los cantos para dar tiempo adicional para que
la procesión pasara. [Música.] Todo esto no
disminuyó el ánimo del Cardenal Amato, que sonreía y bendecía evidentemente
eufórico con aquel ambiente (comparando su aspecto en otras beatificaciones
pone su exuberancia en manifiesto).
Tres presidentes: Juan Carlos Varela (Panamá), Rafael Correa (Ecuador), Juan Orlando Hernández (Honduras). |
Paulita Pike estaba enfrente de la Torre de la Telefónica. “Miraba a mi alrededor y éramos un solo pueblo”, recuerda. “Ahí no se veía protocolo, ni gafetes oficiales ni gafetes de la Iglesia, ni elegancias, ni tacones ni corbatas, ni sillas reservadas, ni binchas regaladas”. El ejército, la policía y profesionales de seguridad fueron innecesarios, argumenta Pike. “Mejor se hubieran ido de vacación ese día porque fueron salarios de por gusto. El temor se había ido a otra parte”.
Los aplausos irrumpían con cada mención del nombre de Mons. Romero, incluyendo las más casuales y las menos esperadas, como fue la inclusión del nuevo beato entre los santos mencionados en la plegaria eucarística. El entusiasmo era a veces asombroso; cohetes estallaban durante la Misa, incluyendo durante el evangelio. Igualmente eufóricas eran las “vivas” que resonaron durante la ceremonia, especialmente aquellas a favor del papa.
Los aplausos irrumpían con cada mención del nombre de Mons. Romero, incluyendo las más casuales y las menos esperadas, como fue la inclusión del nuevo beato entre los santos mencionados en la plegaria eucarística. El entusiasmo era a veces asombroso; cohetes estallaban durante la Misa, incluyendo durante el evangelio. Igualmente eufóricas eran las “vivas” que resonaron durante la ceremonia, especialmente aquellas a favor del papa.
Toda la
liturgia—sus cantos, lecturas y alocuciones—se puede resumir en el tono
trágico-triunfal del Salmo Responsorial: “Los
que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares”. [Resumen - Compendio - Trivia.]
El momento
culminante llegó a las 10:26 a.m. hora local, cuando el Cardenal Amato pronunció
el nombre de Mons. Romero en latín, “Ansgarius
Arnolfus Romero Galdamez”, seguido por la formula “episcopus et martyr … beati nomine in posterum appelletur”, desde
cuando el hijo de Santos y Guadalupe, “el niño de la flauta”, se convirtió en
el primer Beato salvadoreño.
Julian
Filochowski, el presidente de la Romero Trust, viajó desde
Londres y estaba sentado con unas monjas irlandeses, detrás de las filas del
clero. “Mi sensación general era de euforia ilimitada”, recuerda
Filochowski, responsable de nominar a Romero para el Premio Nobel de la Paz en
1979. “Y, sin embargo, todo eso se mezcló con una extraña sensación de un
vacío en el estómago”, recuerda—“exactamente
la misma sensación que tuve cuando Nelson Mandela fue liberado de 27 años de
cárcel” en 1990. “El Beato Oscar Romero ahora pertenecía realmente
a toda la Iglesia universal y ya no solo a nuestra pequeña confraternidad de
creyentes verdaderos que habíamos perseguido tenazmente el reconocimiento de su martirio”.
A Emerson Páez,
el coordinador del grupo juvenil de la Parroquia San Francisco, se le rodaron
las lágrimas. “Sentí que era la victoria de los justos, los pobres, los humildes, los
marginados, los que no tienen voz; sentía que Monseñor Romero nos representaba
a todos y que lo que el pueblo ya había dicho, Monseñor Romero Santo, la
iglesia ahora solo estaba confirmándolo”.
El grupo juvenil de la parroquia San Francisco. |
Sandra Judith
Zuleta Cornejo se encontraba detrás del altar, siguiendo la
ceremonia a través de una pantalla gigante.
“Siento que me comporté como una
incrédula, pero en mi mente pensé ¿por qué no nos das una señal?,” recuerda
la maestra del Instituto Católico Padre Richard Mangini, “así como en las apariciones de Fátima para que esos que tuvieron el
privilegio de ser invitados especiales, a pesar de ser los mayores opositores,
se sonrojen de vergüenza y reconozcan, así como aquellos soldados romanos que
al pie de la cruz reconocieron a Jesús como hijo de Dios, que Mons. Romero es
un santo”.
La profesora
Zuleta y millares de personas miraron hacia el cielo. Todos vieron y grabaron un fenómeno
singular. “Mi recuerdo perdurable es el arco iris, el halo solar que es el término
técnico”, dice Julian Filochowski. “Apareció alrededor del sol en el momento en
que se leyó el decreto de beatificación y se prolongó durante unos 45 minutos”.
Jorge Bustamante,
director de Grupo Radio Stereo, estaba cerca de la entrada de los invitados
especiales. “Recuerdo el mar de sombrillas que luego desaparecieron para admirar el
halo solar”, dice Bustamante un año después.
Mons. Escobar no
vio el halo hasta después de concluida la ceremonia. “Debo
decir que nosotros los obispos que acompañábamos al Cardenal Presidente de la
ceremonia, no tuvimos la oportunidad de ver esa señal del cielo, porque el
techo del templete nos lo impidió totalmente”, recuerda Monseñor. “Lo
hemos visto después en las fotografías y en los videos que tomaron”, dice el
prelado.
Para Julian Filochowski,
si bien el fenómeno no fue un milagro en el sentido estricto de la palabra, sí fue
una señal. “Para mí lo que vino a la mente fue la descripción bíblica de cuando
Jesús fue bautizado en el Jordán y aquella voz desde el cielo: ‘Este es mi Hijo
amado en quien tengo complacencia’. No fue un milagro, pero ¡sí fue un signo!”
El arzobispo
coincide en ese punto: “es verdaderamente
grandioso y muy significativo, pienso que de esa forma Dios puso su firma en tan
extraordinario acontecimiento que llena de alegría el cielo y la tierra”,
profundiza. “Jamás en mi vida había visto el halo solar y tengo entendido que en
este país no se da, pero para Dios nada es imposible”, dice el
arzobispo. “Quiso de esta manera hacerle ver al mundo que en el cielo hay un astro
luminoso y que a su vez está iluminando siempre al pueblo de Dios con su
doctrina, con su espíritu y con su intercesión—nuestro Monseñor Óscar Romero”.
Herberth
Huberto Hernández Hernández, otro de los estudiantes del Colegio San
Francisco, concuerda. A
sus 18 años de edad, el joven comprende de que “Romero significa una luz que sigue viva y que cada vez crece más hasta
llegar a muchos corazones que lo necesitan”.
[Más: Una beatificación en Pentecostés]
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