HOMILÍA POR
LA BEATIFICACIÓN DEL MÁRTIR MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO Y GALDÁMEZ
CARDENAL
ANGELO AMATO, PREFECTO DE LA CONGREGACIÓN PARA LAS CAUSAS DE LOS SANTOS
LECTURAS
Libro de la Sabiduría 3, 1-9
Salmo 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 (R.: 5)
Romanos 8, 31b-39
San Juan 17, 11b-19
Queridos Hermanos y hermanas,
Libro de la Sabiduría 3, 1-9
Salmo 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 (R.: 5)
Romanos 8, 31b-39
San Juan 17, 11b-19
Queridos Hermanos y hermanas,
La
beatificación de Monseñor Romero, obispo y mártir, es una fiesta de gozo y de
fraternidad. Es un don del Espíritu
Santo para la Iglesia y para la noble nación salvadoreña. Hablando de su oficio de obispo, San Agustín decía "El Evangelio me
asusta. Nadie más que yo quería una
existencia segura y tranquila. Nada es
más dulce que disfrutar el tesoro divino.
En cambio predicar, amonestar, corregir, edificar, entregarse a todos es
un gran peso, una grave responsabilidad.
Una dura tarea". En efecto,
para Agustín, hecho obispo, la razón de su vida se vuelve la pasión por sus
fieles y sus sacerdotes. Y él pide al
señor que le de la fuerza de amarle hasta el heroísmo o con el martirio o con
el afecto. Estas palabras y estos
sentimientos habría podido expresar con la misma intensidad y sinceridad el
arzobispo Romero, el cual amó a sus fieles y a sus sacerdotes con el afecto y
con el martirio, dando la vida como ofrendo de reconciliación y de paz. Es cuanto afirma en la carta apostólica de
beatificación el Papa Francisco cuando dice "Óscar Arnulfo Romero y Galdámez,
obispo y mártir, pastor según el corazón de Cristo, evangelizador y padre de
los pobres, testigo heroico del reino de Dios, reino de justicia, de
fraternidad, de paz". [Aplauso.]
Las
lecturas bíblicas de hoy dan el significado del martirio de Romero. La palabra de Dios nos recuerda de hecho que
después de la trágica muerte las almas de los justos están en las manos de Dios
y ningún tormento les tocará. Ahora,
ellos están en la paz y en el día del juicio resplandecerán como luces en la
estepa, gobernarán naciones y tendrán poderes sobre los pueblos. El mártir Romero es por tanto luz de las
naciones y sal de la tierra. Si sus
perseguidores han desaparecido en la sombra del olvido y de la muerte, la
memoria de Romero en cambio continúa estando viva y dando consuelo a todos los
pobres y los marginados de la tierra. [Aplauso.]
El señor ha
hecho grandes cosas con los justos que con razón puede repetir con el apóstol
Pablo "¿Quién nos separará del amor de Cristo? Quizá la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la
desnudez, el peligro, la espada—nada".
(Rom, 8.) Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni
presente, ni futuro, ni ninguna otra creatura separó a Romero de Cristo y de su
evangelio de amor, de justicia, de fraternidad, de misericordia, de
perdón. Son conmoventes las palabras que
Jesús pronunció antes de su pasión cuando encomendó al Padre a sus discípulos. "Padre santo, guárdales en tu
nombre. Cuando estaba con ellos, yo les
guardaba en tu nombre y los he conservado y ninguno de ellos se ha perdido. Yo les he dado tu palabra, y el mundo les ha
odiado porque no son del mundo como yo no soy del mundo. No pido que les saques del mundo sino que les
resguardes del maligno". (Jn, 17.)
Es esta la oración cotidiana que Romero hacía durante los últimos años
atormentados de su vida, hasta el fatídico 24 de marzo de 1980 cuando una bala
traidora lo hirió de muerte durante la celebración eucarística. Su sangre se mescló con la sangre redentora
de Cristo. [Aplauso.]
¿Quién era
Romero? ¿Cómo se preparó al
martirio? Digamos ante todo que Romero
era un sacerdote bueno, un obispo sabio, pero sobre todo era un hombre
virtuoso. Amaba a Jesús, lo adoraba en
la Eucaristía, veneraba la Santísima Virgen María, amaba a la Iglesia, amaba al
Papa, amaba a su pueblo. El martirio no
fue una improvisación sino que tuvo una larga preparación. Romero, de hecho, era como Abraham, un hombre
de fe profunda y de esperanza inquebrantable.
Joven seminarista en Roma, poco antes de la ordenación sacerdotal
escribía en sus apuntes "Este año haré mi gran entrega a Dios. ¡Dios mío, ayúdame! Prepárame.
Tú eres todo; yo soy nada. Y sin
embargo, tu amor quiere que yo sea mucho.
¡Ánimo! Con tu todo y con mi nada
haremos mucho". Un cambio ... [Aplauso.]
Un cambio
en su vida de pastor manso y casi tímido fue el asesinato del Padre Rutilio
Grande, sacerdote ... [Aplauso]. Sacerdote jesuita salvadoreño. Había dejado la enseñanza universitaria para
ser párroco de los campesinos oprimidos y marginados. Fue este el evento que tocó el corazón del
Arzobispo Romero, quien lloró a su sacerdote como podía hacerlo una madre por
su propio hijo. Se dirigió rápidamente a
Aguilares para la misa de sufragio, pasando la noche llorando, velando, y
rezando por las tres víctimas inocentes.
Por el padre Rutilio, los dos campesinos que lo acompañaban. Los campesinos estaban ahora huérfanos de su
padre bueno y Romero quiso tomar su puesto.
[Aplauso.] En su homilía, el arzobispo dijo "La
liberación que el Padre Grande predicaba se inspira en la fe. Una fe que nos habla de la vida eterna. La liberación que termina en la felicidad de
Dios. La liberación que surge del
arrepentimiento del pecado. La
liberación que se funda en Cristo, la única fuerza salvadora". Hasta aquí Romero. Desde aquel día su lenguaje se volvió más
explícito en el defender al pueblo oprimido y a los sacerdotes perseguidos, sin
preocuparse [por] las amenazas que cotidianamente recibía. Mons. Romero habló de un dono del Espíritu
Santo que le concedió una especial fortaleza pastoral, casi en contraste con su
temperamento prudente y comedido. Él
dice "Consideré un deber colocarme decididamente en defensa de mi Iglesia
y al lado de mi pueblo, tan oprimido y despreciado". [Aplauso.]
Sor Luz
Isabel, religiosa carmelita, presente en la misa durante la cual Romero fue
asesinado, testifica que aquel le indicaba estar atento a las palabras el
arzobispo respondía "Dios me guía y Él me inspira lo que digo". Y sus palabras no eran una provocación al
odio y a la venganza sino una valiente exhortación de un padre a sus hijos
divididos, que eran invitados al amor, al perdón, a la concordia. Contemplando la belleza de la naturaleza y
del esplendor del pasaje salvadoreño, Romero solía decir que el cielo debe
iniciar aquí en la tierra. Miraba a su
querida patria tan atormentada con la esperanza en el corazón. Soñaba que un día sobre las ruinas del mal
habría brillado la gloria de Dios y su amor.
Su opción por los pobres no era ideológica sino evangélica. [Aplauso.]
Su caridad
… Su caridad se extendía también a los perseguidores, a los que predicaba la
conversión al bien y a los que aseguraba el perdón, no obstante todo. Estaba acostumbrado a ser
misericordioso. La generosidad en dar a
quien pedía era, según los testigos, magnánima, total, abundante. A quien pedía, daba. Alguna vez decía que si le devolviera el
dinero que habría distribuido, se hubiera vuelto millonario. La caridad pastoral le infundía una fortaleza
extraordinaria. Un día a un sacerdote le
contó que estaba continuamente amenazado de muerte y que en los diarios
nacionales había criticas cotidianas contra él.
Pero, con una sonrisa continuó, "Esto no me desanima. Al contrario, me siento más valiente porque
son estos los riesgos del pastor. Tengo
que ir adelante. No guardo rencor a
nadie". [Aplauso.]
Queridos
hermanos y hermanas, Romero—el Beato Romero—es otra estrella luminosísima que
se enciende en el firmamento espiritual americano. Él pertenece a la santidad de la Iglesia
americana. [Aplauso.] Gracias a Dios,
son muchos los santos de este maravilloso continente. El Papa Francisco recientemente recordaba
algunos. Además de Fray Junípero Serra,
que será canonizado el 23 de septiembre próximo en Washington D.C., el Padre
Santo elencaba tantos otros santos y santas que se han distinguido con
distintos carismas. Contemplativas como
Rosa de Lima. Pastores que emanaba el perfume
de Cristo y el olor a oveja como Toribio de Mogrovejo, François de Laval,
Rafael Guizar Valencia. Humildes
trabajadores de la viña del señor como Juan Diego y Kateri Tekakwitha. Servidores de los necesitados como Pedro
Clavel, Martín de Porres, Damián de Molokai, Alberto Hurtado. Fundadores de comunidades consagradas al
servicio de Dios y los más pobres como Francisca Cabrini, Elizabeth Ann Seton,
Katerina Drexel. Misioneros incansables
como Fray Francisco Solano, Jose de Ancheta, Alonso de Barzana, Maria Antonia
de Paz Figueroa, Jose Gabriel de Rosario Brochero. Y al fin mártires como Roque González, Miguel
Pro y Óscar Arnulfo Romero. [Aplauso.] Y el Padre Santo, Papa Francisco, decía
"Ha habido santidad en América, tanta santidad sembrada".
El Beato Óscar
Romero pertenece a este impetuoso viento de santidad que sopla sobre el
continente americano, tierra de amor y fidelidad a la buena noticia del
evangelio. Que la beatificación hoy de
Mons. Romero sea entonces una fiesta de gozo, de paz, de fraternidad, de
acogida, de perdón. Todos tenemos
necesidad de estos dones del Espíritu Santo que hacen de nuestra existencia
terrena una verdadera anticipación del gozo del Paraíso. "Coraggio",
decía en italiano Mons. Romero: "¡Ánimo!" Su martirio sea una bendición para El
Salvador, a las familias, para los jóvenes, a los pequeños, para los
pobres. Pero también para los
ricos. En fin, para todos. Para todos los que buscan serenidad, gozo y
felicidad. Romero no es símbolo de
división sino de paz, de concordia, de fraternidad. [Aplauso.] Llevemos su mensaje en nuestros corazones, en
nuestras casas, y demos gracias al señor por este siervo suyo fiel que da a la
Iglesia su santidad y a la humanidad entera su bondad, su mansedumbre.
En 1983,
San Juan Pablo II ante la tumba de Romero gritó "Romero es
nuestro". Es verdad. Romero pertenece a la Iglesia, pero ... [Aplauso.] Pero enriquece también a la humanidad. Por el soñada con un corazón bueno, con
pensamiento de respeto y de concordia, con acciones de acogida y de ayuda
recíproca. Romero es nuestro, pero es
también de todos porque para todos él es el profeta del amor de Dios y del amor
del prójimo y el custodio de la recta conciencia de cada persona humana.
Beato Óscar
Romero, ¡ruega por nosotros! [Aplauso.]
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