“ENTRA EN EL GOZO DE TU SEÑOR” (Mt 25, 21)
MENSAJE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE EL SALVADOR
EN LA BEATIFICACIÓN MONSEÑOR ROMERO
A nuestros Sacerdotes,
religiosas, religiosos, a todos los fieles laicos y a todos los hombres y
mujeres de buena voluntad.
1. El mundo entero
tiene sus ojos puestos en El Salvador y vibra de emoción por la inminente beatificación de Monseñor
Oscar Arnulfo Romero, a quien los
Obispos de El Salvador hemos descrito como hombre de Dios, hombre de Iglesia y
defensor de los pobres. En los últimos años nuestro país ha sido noticia sobre
todo por la violencia homicida que
enluta a innumerables hogares al arrebatar tantas vidas, sobre todo de jóvenes.
Sin embargo, hoy peregrinamos llenos de júbilo y esperanza, hacia el lugar de
la beatificación de Monseñor Romero. Caminamos juntos no solo hijos e hijas de
esta tierra sino también hombres y mujeres de los países vecinos e incluso de
naciones lejanas.
A cada uno y a cada
una le saludamos deseándole “Ia gracia de
nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo”.
Vivamos con gratitud este acontecimiento de gracia y preparémonos
espiritualmente para ser testigos de la glorificación del pastor que dio la vida
por Cristo y por el pueblo. En él se cumple lo que dijo en su última homilía, al comentar el evangelio del grano
de trigo que cae en tierra: “Si da fruto
es porque muere, se deja deshacer en la tierra,
y solo deshaciéndose produce la cosecha”. Por una delicadeza de la Providencia, conservamos sus últimas palabras,
así como las dramáticas fotografías que recogen el momento en que Monseñor
Romero derramo su sangre mientras se preparaba para ofrecer el sacrificio del
altar. Gracias a Dios, todavía viven algunos testigos de su oblación martirial.
2. La muerte
de Monseñor Romero conmovió al mundo
provocando sentidas
muestras de solidaridad. La más
significativa fue de San Juan Pablo II, quien se expresó así dos días después
del magnicidio de tan amado pastor:
“Al conocer con ánimo traspasado de dolor y aflicción, la infausta noticia del sacrílego
asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez, cuyo servicio sacerdotal
a la Iglesia ha quedado sellado con lo inmolación de su vida mientras ofrecía la víctima eucarística, no puedo
menos de expresar mi más profunda reprobación de pastor universal ante este
crimen execrable que, además de flagelar de manera cruel la dignidad
de la persona, hiere en los más hondo la conciencia de comunión eclesial
y de quienes abrigan sentimientos de fraternidad humana”.
Tres años más tarde,
el 6 de marzo de 1983, el Santo Padre, después de postrarse en profunda oración
ante la tumba del IV Arzobispo de San Salvador, exclamaba:
“Reposan dentro de sus muros los
restos mortales de Monseñor Oscar
Arnulfo Romero, celoso Pastor a quien
el amor de Dios y el servicio a los hermanos condujeron hasta la entrega misma
de la vida de manera violenta”.
3. Han pasado, desde entonces, treinta y cinco
años y no ha sido fácil el camino que dentro de pocos días culminara a los pies
del monumento dedicado a Jesucristo, el
Salvador del mundo. La mayor dificultad fue la manipulación que se hizo de la figura
y de la palabra del futuro beato. Por eso, en una ocasión, el Papa Juan Pablo II
exclamo: “Romero es nuestro, es de la Iglesia, no permitamos
que nos lo arrebaten”. Correspondió a su benemérito sucesor, Monseñor Arturo Rivera Damas, la titánica
tarea de recuperar la verdadera fisonomía del pastor, profeta y mártir que fue Monseñor Romero. Porque él fue
ante todo sacerdote. Un libro
que ha hecho mucho bien, lo resume así: “Así
tenía que morir: sacerdote! Porque así vivió
Monseñor Oscar Arnulfo Romero”. Allí encontramos
fragmentos de sus
apuntes personal es escritos
mientras se preparaba en Roma
para la ordenación sacerdotal. Particularmente reveladoras son las
palabras que escribió el 4 de abril de 1942: “Mi sábado
de gloria. El día que hizo el Señor.
Mi ideal se corona entre los aleluyas
pascuales. Yo soy sacerdote”.
En la larga relación
que evoca ese día inolvidable hay también un compromiso:
“Oh Jesús, cuando todo esto escribo, tu bondad me ha nublado los ojos. Jesús
buena, amigo fiel, que jamás sea yo
el villano que
conculque tus delicadezas
de amor. Haz que
sea este mi distintivo: una gran locura por ti. Tú eres mi gloria y la recompensa
de toda mi vida sacerdotal; tu amor, Jesús,
tu amor... y eso me basta. iY la muerte antes que ese amor se entibie!”
4. Damos gracias desde lo más profundo de nuestro
corazón, al Papa Francisco, en nombre de este noble pueblo, por haber
firmado, el 3 de febrero del presente año, el decreto de martirio “en
odio a la fe” de
Monseñor Romero. Y damos la bienvenida
a su enviado especial, el Señor
Cardenal Ángelo Amato, a quien corresponderá declarar beato a nuestro venerable hermano, así
como al generoso y perseverante promotor
de la causa de canonización, Monseñor Vincenzo Paglia. De la misma manera
acogemos con inmensa alegría a los Señores cardenales y obispos, lo mismo que a los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos
que nos acompañarán el próximo 23 de mayo.
Monseñor Romero, hombre de Dios
5. Una de las más bellas reflexiones de Monseñor
Romero es la que habla de la vida
interior:
“Vivimos muy afuera de nosotros mismos. Son pocos los hombres que de
veras entran dentro de sí y por eso hay tantos
problemas... En el corazón de coda hombre hay como una pequeña celda
intima donde Dios baja a platicar a solas
con el hombre; y es allí donde el hombre
define, decide su propio destino,
su propio papel
en el mundo. Si cada
hombre de los
que estamos tan emproblemados en este momento entráramos
a esta pequeña celda y, desde allí,
escucháramos la voz del Señor que nos habla en nuestro propia conciencia, cuánto
podríamos hacer coda uno de nosotros para mejorar el ambiente, la sociedad, la familia en que
vivimos” (Homilía del 10 de julio de
1977).
De su profunda
experiencia de Dios brota también esta
descripción de la oración:
“La oración es la cumbre del desarrollo del hombre. El hombre no vale por
lo que tiene sino por lo que es. Y el hombre es cuando se encara con Dios y
comprende que maravilla ha hecho Dios consigo. Dios ha creado un ser inteligente, capaz de amar, libre”
(Homilía del 24 de julio de
1977).
6. Monseñor Romero, hombre de profunda comunión,
tenía una profunda estima del Papa Pablo
VI, a quien visitó en 1978. En su Diario, deja constancia de los
sentimientos que embargaban su corazón
al evocar esa
experiencia inolvidable: “Le expresé
mi adhesión inquebrantable al magisterio de la Iglesia. Y que en mis
denuncias de la situación violenta del país,
siempre llamaba a la conversión” (Su Diario, 21de junio de 1978).
El día de su
entrevista con el Papa Montini, Monseñor Romero
cumplía exactamente ocho años de su ordenación episcopal. Es bueno
recordar que en el retiro de
preparación para recibir la gracia del episcopado, el futuro beato tomó como guía
la encíclica inaugural del nuevo pontífice Ecclesiam
Suam, que es un documento programático. En sus apuntes de ese retiro
leemos:
“Por Maria, mi Madre, al Corazón de Jesús, sumo y eterno sacerdote,
Pastor y Obispo de nuestras almas. Es mi consagración, sintetizada en esta palabra:
'Sentir con la Iglesia'. Hare míos los tres
caminos de la encíclica Ecclesiam
Suam y después de examinar mi realidad personal según los criterios de la gloria de
Dios y salud eterna de mi alma”.
7. El hombre de Dios que fue Monseñor Romero, durante
el último retiro realizado un mes antes de su martirio, en un
clima cargado de tensión
porque la muerte
rondaba como una
fiera hambrienta, de nuevo deja constancia escrita de los sentimientos
que anidan en su corazón:
“Así concreto mi consagración al Corazón de Jesús, que fue siempre fuente
de inspiración y alegría cristiana en mi vida. Así pongo también bajo su
providencia amorosa toda mi vida y acepto con fe en él mi muerte, por más difícil
que sea. Así también pongo bajo su providencia amorosa toda mi vida y acepto con fe en el mi muerte por más difícil
que sea. Ni quiero darle una intención como lo quisiera por la paz de mi país y para el florecimiento de nuestro Iglesia...
porque el Corazón de Cristo sabrá darle
el destino que quiera”.
Las palabras finales
tienen un tono de total abandono en el Señor:
“Me basta para estar feliz y
confiado saber con seguridad que en él está mi vida y mi muerte, que a pesar de
mis pecados en el he puesto mi confianza y no quedare confundido y otros proseguirán
con mas sabiduría y santidad los trabajos de la Iglesia y de la Patria”.
Monseñor Romero, hombre de Iglesia
8. Detrás del altar en el que Monseñor Romero será
beatificado veremos, en grandes caracteres, su lema episcopal: “Sentir con la Iglesia”.
Esta idea aparece desde sus apuntes personales de seminarista romano, donde confiesa
claramente su amor inquebrantable a la Iglesia y su devota adhesión al Vicario
de Cristo.
El futuro beato dedicó
al tema de la Iglesia las cuatro cartas pastorales que escribió durante su
ministerio arzobispal. La primera de ellas,
publicada en la pascua de
1977, es de tipo programático y lleva el sugestivo título
“La Iglesia de la Pascua”. Siguen luego, “La Iglesia, cuerpo de Cristo en la historia”,
en la que Monseñor Romero se defiende de las acusaciones calumniosas formuladas
contra él y
contra su magisterio; “La Iglesia
y las organizaciones político-populares”, que
también lleva la firma de Monseñor Arturo Rivera Damas y examina en profundidad
la relación entre fe y política; finalmente, Ia carta pastoral “Misión
de la Iglesia en medio de la crisis del país” es la presentación del
Documento de Puebla a la Iglesia particular
de San Salvador.
9. Merece especial atención el mensaje de “La
Iglesia de la Pascua”, que
comienza rindiendo homenaje a su
predecesor Monseñor Luis Chávez y González, quien gobernó la arquidiócesis de
San Salvador por cerca
de cuarenta años. En la parte
central, Monseñor Romero explica ampliamente que la Iglesia existe
para anunciar y hacer presente el misterio de la Pascua. Y así llega a su
propuesta de Iglesia, es decir, a la formulación de la Iglesia que el desea
construir en San Salvador, en total sintonía con la doctrina del Concilio Vaticano
II tal como fue interpretado por los
documentos de Medellín. La cita es del documento del episcopado latinoamericano dedicado al
tema Juventud:
“Una Iglesia auténticamente
pobre, misionera y pascual, desligada
de todo poder temporal
y
audazmente
comprometida en la liberación de
todo el hombre
y de todos los
hombres”
(Juventud, n. 15).
Llama la atención el exquisito cuidado
de nuestro amado hermano en dejar
claro que su concepto de
liberación tiene profundas
raíces bíblicas y esta tornado
de la exhortación postsinodal “Evangelii Nuntiandi”, del Papa
Pablo VI, documento cuyo
estudio recomienda vivamente a la
comunidad arquidiocesana. Cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe
examinó la doctrina de Monseñor Romero,
comprobó que era totalmente ortodoxa y
que no fue contaminada por ninguna ideología.
Tomemos, por ejemplo, una de sus célebres homilías, en la que
explica en que consiste la liberación
que nos trajo Jesucristo:
“La Iglesia no puede ser sorda ni mudo ante el clamor de millones de hombres que gritan liberación,
oprimidos par mil esclavitudes. Pero les
dice cuál es la verdadera libertad que debe buscarse: la que Cristo inauguró en
esta tierra al resucitar y romper las cadenas del pecado, de la muerte y del
infierno. Ser como Cristo, libres del pecado, es ser verdaderamente libres con
la verdadera liberación” (Homilía del 27 de marzo de 1978).
Monseñor Romero, servidor de los pobres
10. Llegamos al
aspecto más conocido y más valorado del ministerio de Monseñor Romero: su amor
a los pobres y su total entrega a la promoción y a la defensa de su dignidad
como personas y como hijos e hijas de Dios. Por este servicio generoso y
arriesgado se le llamó “Voz de los que no tienen voz”, tarea que él asumió con
plena conciencia de los riesgos que implicaba:
“Queremos ser la voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto atropello contra los derechos
humanos; que se haga justicia; que no se queden tantos crímenes manchando a la patria”
(Homilía del28 de agosto de 1977).
Es obvio que para Monseñor
Romero la palabra “pobre” no tenía una
connotación ideológica sino profundamente evangélica. Por eso insistía en que también
el pobre necesitaba convertirse: “La
Iglesia se acerca al pecador pobre para decirle: conviértete, promuévete, no te
adormezcas. Tienes que comprender tu propia dignidad” (Homilía del 11de
septiembre de 1977).
11. La llamada a la conversión también está
dirigida a la Iglesia misma, que debe convertirse en la
Iglesia de los pobres:
“Esta es la verdadera pobreza de la Iglesia... Pobreza que hace
consistir su fuerza en su propia debilidad, en su propio pecado. Pero apoyada
en la misericordia de Cristo, en el poder del Señor. Esta Iglesia que no quiere
hacer consistir su fortaleza en el apoyo
de los poderosos o de la política, sino que se desprende con nobleza para
caminar únicamente cogida de los brazos del crucificado, que es su verdadera fortaleza”
(Homilía del 9 de julio de 1878).
Monseñor Romero
hizo suya la opción preferencial
por los pobres
que los obispos latinoamericanos proclamaron en
Puebla, en 1979:
“Dios quiere salvar a las ricos también. Pero precisamente porque los quiere salvar, les dice que no se pueden
salvar mientras no se conviertan al Cristo que vive precisamente entre los
pobres. Y entonces el mensaje de Puebla dice que en esto consiste ser pobre:
'Aceptar y asumir la causa de los pobres como si estuvieran aceptando su propia
causa, la causa misma de Cristo'” (Homilía del 1 de julio de 1979).
12. El
pensamiento de Monseñor
Romero alcanza las más altas cumbres
cuando comenta el documento de Medellín
sobre la pobreza
como pecado, como
espiritualidad y como compromiso. Sin saberlo está en plena sintonía
con lo que nos ensena el Papa Francisco, quien sueña con “una Iglesia
pobre y para los pobres”. Meditemos las
palabras proféticas de nuestro hermano en el episcopado:
“Los pobres han marcado... el verdadero
caminar de la Iglesia. Una
Iglesia que no se une a los pobres
para denunciar, desde los
pobres, las injusticias que con
ellos se cometen, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo” (Homilía
del 17 de febrero de 1980).
Esta denuncia conlleva
la persecución. Así lo afirma Monseñor
Romero pocas semanas antes de su muerte martirial:
“La Iglesia sufre el destino de los pobres: la persecución. Se gloria
nuestro Iglesia de
haber mezclado su sangre de
sacerdotes, de catequistas y de
comunidades, con las masacres
del pueblo, y haber llevado la marco de la persecución. Precisamente
porque estorba se la calumnia y no se quiere escuchar en ella la voz que
reclama contra la injusticia” (Homilía del 17 de febrero de 1980).
13. Finalmente, la
pobreza es una espiritualidad y un compromiso:
“La pobreza es, pues, una espiritualidad, es una actitud del
cristiano, es una disponibilidad del
alma abierta a Dios. Par eso decía Puebla que los pobres son una esperanza para
América Latina, porque son los más disponibles para recibir los dones de Dios (...) Este es el
compromiso de ser cristiano: seguir a
Cristo en su encarnación. Y si Cristo es
Dios majestuoso que se hace hombre humilde hasta la muerte de los esclavos en
una cruz y vive con los pobres, así debe ser nuestra fe cristiana. El cristiano
que no quiere vivir ese compromiso de solidaridad con el pobre, no es digno de llamarse cristiano” (Homilía del
17 de febrero de 1980).
Monseñor Romero, testigo de la fe hasta el derramamiento
de su sangre
14. Cuando los obispos
de El Salvador decidimos dedicar un trienio de preparación al centenario del
nacimiento de Monseñor Romero, aun no sabíamos que el Papa Francisco firmaría
el decreto del martirio “en odio a la fe”.
El Dios providente, en su infinita misericordia, había decidido que su
testigo fiel alcanzara
la gloria
de los altares
durante el pontificado del
primer Papa latinoamericano. Al
ver al nuevo Vi cario de Cristo y al escucharle cuando habla del
pastor “con olor a ovejas”, del
pastor que va “delante, en medio y detrás del rebaño”, de la Iglesia que se
arriesga para ir a las periferias geográficas
y existenciales, del cristiano que ve y que toca en los pobres y los que sufren “la carne de Cristo”, nos parece que está
describiendo a nuestro amado pastor y mártir.
El camino ha sido
largo y poblado de obstáculos. Un camino que comenzó cuando Monseñor Arturo Rivera Damas anunció su
intención de introducir la causa de canonización de su venerado predecesor en
1990, aunque esta se inició formalmente en 1994, culminando la fase diocesana
del proceso en la solemnidad de todos
los santos de 1996. Vino luego la fase
romana, que tuvo momentos que vale la pena recordar: en 1997 recibimos de Roma
el decreto por medio del cual se aceptaba
como válido el proceso diocesano. En 2004 se devuelve la documentación
a la Sagrada Congregación
para las Causas de
los Santos y queda
a la espera
de un dictamen definitivo. El 21de abril de 2013 el
postulador de la causa anuncia en Roma que la causa ha sido desbloqueada. Y el
3 de febrero del presente año el mundo estalla de alegría cuando conoce la noticia
de que el Papa Francisco firmó el decreto en que
se establece que Monseñor Oscar
Arnulfo Romero Galdámez fue asesinado “por odio a la fe”.
15. ¿Qué
significa morir “por
odio a la fe” cuando
los asesinos no son paganos
sino hombres bautizados en la Iglesia Católica? El debate ha sido
intenso y por momentos, apasionado. Poco a poco se ha recuperado la serenidad y
se han visto las cosas en su verdadera realidad. En efecto, quienes asesinaron
a Monseñor Romero rechazaron las enseñanzas del Evangelio y del Concilio Vaticano
II, que ponen en el centro la dignidad
de la persona humana y la opción por los pobres, la lucha por la justicia y la defensa de los derechos humanos. Esta es condición
indispensable para hacer anunciar y
hacer presente entre nosotros el Reino
de Dios. Monseñor Romero fue asesinado por amar a los pobres a ejemplo de su
Maestro, Jesús de Nazaret. A ellos prestó su voz de profeta y por ellos entrego
su vida, renunciando a la cómoda solución de abandonar el rebaño y huir como
hacen los mercenarios.
Monseñor Romero
encarna el perfil del pastor que
encontramos en la exhortación postsinodal del Sínodo de los Obispos dedicado al
Obispo como servidor del Evangelio para la esperanza del Mundo:
“La labor del Obispo debe
caracterizarse, pues, por la valentía, que es fruto de la acción del
Espíritu...
El obispo es defensor de los derechos del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Predica la doctrina
moral de la Iglesia, defiende el derecho a la vida desde la concepción hasta su
término natural; predica la doctrina social de la Iglesia, fundada en el Evangelio, y asume la defensa de los débiles,
haciéndose la voz de quien no tiene voz para hacer valer sus derechos” (n.67).
Este es el hombre de
Dios que a partir del 23 de mayo vamos a venerar como beato. Que su testimonio nos
estimule para vivir
coherentemente nuestro compromiso bautismal. Que su palabra ilumine nuestro caminar cristiano.
Y que su intercesión abra caminos a la reconciliación entre nosotros y nos ayude a vencer todas las formas de violencia para que se establezca entre
nosotros el Reino de la vida, de la justicia, de la verdad, del amor y de la paz.
Implorando la bendición
de Dios para todos, por intercesión de nuestro Beato Monseñor Oscar Romero, les
reiteramos nuestro saludo en El Señor.
Dado en San Salvador, en
la Sede de la Conferencia Episcopal de El Salvador, el 21 de mayo de 2015.
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