DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PEREGRINOS DE EL SALVADOR
CON OCASIÓN DE LA CANONIZACIÓN DE
MONSEÑOR ROMERO
Lunes, 15 de octubre de 2018
Aula Pablo VI
Queridos hermanos y
hermanas:
Buenos días y muchas gracias
por estar aquí. La canonización de Mons. Óscar Romero, un pastor insigne del
continente americano, me permite tener un encuentro con todos ustedes, que han
venido a Roma para venerarlo y, al mismo tiempo, para manifestar su adhesión y
cercanía al Sucesor de Pedro. Muchas gracias.
Saludo en primer lugar
a mis hermanos en el Episcopado, los obispos de El Salvador, venidos a Roma
acompañados de sus sacerdotes y fieles, y tanta monja, ¿no? San Óscar Romero
supo encarnar con perfección la imagen del buen Pastor que da la vida por sus
ovejas. Por ello, y ahora mucho más desde su canonización, pueden encontrar en
él un «ejemplo y un estímulo» en el ministerio que les ha sido confiado.
Ejemplo de predilección por los más necesitados de la misericordia de Dios.
Estímulo para testimoniar el amor de Cristo y la solicitud por la Iglesia,
sabiendo coordinar la acción de cada uno de sus miembros y colaborando con las
demás Iglesias particulares con afecto colegial. Que el santo Obispo Romero los
ayude a ser para todos signos de esa unidad en la pluralidad que caracteriza al
santo Pueblo fiel de Dios.
Saludo también con
especial afecto a los numerosos sacerdotes, religiosos, religiosas que están
aquí y los que quedaron en la Patria. Ustedes, que se sienten llamados a vivir
un compromiso cristiano inspirado en el estilo del nuevo santo, háganse dignos
de sus enseñanzas, siendo ante todo «servidores del pueblo sacerdotal», en la
vocación a la que Jesús, único y eterno sacerdote, los ha llamado. San Óscar
Romero veía al sacerdote colocado en medio de dos grandes abismos: el de la
misericordia infinita de Dios y el de la miseria infinita de los hombres (cf.
Homilía durante la ordenación sacerdotal, 10 diciembre 1977). Queridos
hermanos, trabajen sin descanso para dar cauce a ese anhelo infinito de Dios de
perdonar a los hombres que se arrepienten de su miseria, y para abrir el
corazón de sus hermanos a la ternura del amor de Dios, también a través de la
denuncia profética de los males del mundo.
Quiero también dirigir
igualmente un cordial saludo a los numerosos peregrinos venidos a Roma para
participar en esta canonización, y también a los miembros de la comunidad
salvadoreña de Roma. El mensaje de san Óscar Romero va dirigido a todos sin
excepción, grandes y chicos, para todos. Me impresionó al entrar una abuela de
noventa años que gritaba y aplaudía como si tuviera quince. La fuerza de la fe
es la fuerza del Pueblo de Dios. Él, Óscar Romero, repetía con fuerza que cada
católico ha de ser un mártir, porque mártir quiere decir testigo, es decir,
testigo del mensaje de Dios a los hombres (cf. Homilía en el I Domingo de
Adviento, 27 noviembre 1977). Dios quiere hacerse presente en nuestras vidas, y
nos llama a anunciar su mensaje de libertad a toda la humanidad. Solo en Él
podemos ser libres: libres del pecado, del mal, libres del odio en nuestros
corazones –él fue víctima del odio–, libres totalmente para amar y acoger al
Señor y a los hermanos. Una verdadera libertad ya en la tierra, que pasa por la
preocupación por el hombre concreto para despertar en cada corazón la esperanza
de la salvación.
Sabemos bien que esto
no es fácil, por eso necesitamos el apoyo de la oración. Necesitamos estar
unidos a Dios y en comunión con la Iglesia. San Óscar nos dice que sin Dios, y
sin el ministerio de la Iglesia, esto no es posible. En una ocasión, se refería
a la confirmación como al «sacramento de mártires» (Homilía, 5 diciembre 1977).
Y es que sin «esa fuerza del Espíritu Santo, que los primeros cristianos recibieron
de sus obispos, del Papa…, no hubieran aguantado la prueba de la persecución;
no hubieran muerto por Cristo» (ibíd.).
Llevemos a nuestra
oración estas palabras proféticas, pidiendo a Dios su fuerza en la lucha diaria
para que, si es necesario, «estemos dispuestos también a dar nuestra vida por
Cristo» (ibíd.).
También desde aquí
envío mi saludo a todo el Pueblo santo de Dios que peregrina en El Salvador y
hoy vibra por el gozo de ver a uno de sus hijos en el honor de los altares. Sus
gentes tienen fe viva que expresan en diferentes formas de religiosidad popular
y que conforma su vida social y familiar: la fe del Santo Pueblo fiel de Dios.
A los sacerdotes, a los obispos les pido: «Cuiden al Santo Pueblo fiel de Dios,
no lo escandalicen, cuídenlo». Y no han faltado las dificultades, el flagelo de
la división, el flagelo de la guerra; la violencia se ha sentido con fuerza en
su historia reciente, pero ese pueblo resiste y va adelante. No son pocos los
salvadoreños que han tenido que abandonar su tierra buscando un futuro mejor.
El recuerdo de san Óscar Romero es una oportunidad excepcional para lanzar un
mensaje de paz y de reconciliación a todos los pueblos de Latinoamérica. El
pueblo lo quería a mons. Romero, el Pueblo de Dios lo quería. Y ¿saben por qué?
Porque el Pueblo de Dios sabe olfatear bien dónde hay santidad. Y acá entre
ustedes, yo tendría para agradecer a tanta gente, a todo el pueblo que lo ha
acompañado, que lo ha seguido, que estuvo cerca de él. Pero, ¿cómo hago para
agradecer? Así que elegí a una persona, una persona que estuvo muy cerca de él,
y lo acompañó y lo siguió; una persona muy humilde del pueblo: Angelita
Morales. En ella pongo la representación del Pueblo de Dios. Yo le pediría a
Angelita si puede venir [aplausos y cantos mientras se acerca la Sra. Morales].
Junto a la alegría de
todos ustedes, pido a María, Reina de la Paz, que cuide con ternura a todos los
habitantes de El Salvador y que nuestro Señor bendiga a sus gentes con la
caricia de su misericordia. Y, por favor… –¿Ustedes pagaron entrada para entrar
acá, o no? [Responden: «¡No!»]–. Bueno, ahora van a tener que pagar, y el
precio es que recen por mí. Rezamos a la Virgen antes de recibir la bendición.
Ave María… San Óscar Romero [R: Ruega por nosotros], y los bendiga Dios
Todopoderoso...
[Sitio
oficial – Video ]
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