BEATIFICACIÓN
DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
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El Beato Romero y el Rev. Wipfler el 23 de marzo de 1980. |
La unidad de los cristianos “se hace caminando”, dijo el Papa Francisco durante la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos del año pasado. “La unidad se hace en el camino, nunca se queda parada”. El reverendo William Wipfler tuvo la oportunidad de caminar junto con el Beato Monseñor Óscar A. Romero cuando Wipfler, un sacerdote anglicano, era Director de la Oficina de Derechos Humanos del Consejo Nacional de Iglesias entre 1977 y 1988. El 23 de marzo de 1980, el camino de solidaridad y acompañamiento de Romero del Rev. Wipfler lo llevó a un momento de intensa fraternidad—y Comunión—cristiana en la víspera del asesinato de Romero.
Una colaboración histórica
El Rev. Wipfler se
acercó a Romero por correspondencia poco después de que Romero fuera nombrado
Arzobispo de San Salvador en febrero de 1977. Después del anuncio de su
nombramiento, el Rev. Wipfler supo de una de sus fuentes en El Salvador
angustiada de que el conservador Romero podría retrasar el trabajo por los
derechos humanos de la iglesia, que había contado con el apoyo del prelado
saliente. Pero pronto, la fuente del Rev. Wipfler le envió una reevaluación
dramática sobre Romero, escribiendo que la reacción de Romero al asesinato del
P. Rutilio Grande tendía la promesa de que Romero retomaría la defensa de los
pobres del mismo P. Grande.
Fue entonces que
Wipfler le escribió una carta a Romero expresando sus condolencias por la
muerte del P. Grande, que era amigo de Romero, y ofreciéndole el apoyo del
Consejo Nacional de Iglesias para su labor. Dentro de un mes, Wipfler recibió
una nota de agradecimiento escrita de la mano de Romero, en la que expresaba su
gratitud por la carta de Wipfler, y lo invitaba a visitar a Romero la próxima
vez que Wipfler estuviera en El Salvador. Por suerte, Wipfler para entonces ya
había comprado los boletos de avión para su próxima visita, un viaje de trabajo
a El Salvador que era parte de sus funciones normales con el Consejo Nacional
de Iglesias, que no había sido planeado con la intención de visitar a Romero.
Pero ahora el Rev. Wipfler agregó Romero a la agenda de trabajo para ese viaje.
Primeros pasos
Romero recibió a
Wipfler en las oficinas de la arquidiócesis en el seminario San José de la
Montaña en San Salvador. Fue una reunión de trabajo cordial, durante cual
Romero introdujo Wipfler a algunos de sus asesores. Wipfler se quedó
impresionado de que Romero “estaba reuniendo
un grupo de gente bastante interesante”. Por su parte, Romero dijo que la
Iglesia no podía quedarse al margen de asuntos de derechos humanos y expresó su
satisfacción de que el Consejo Nacional de Iglesias tenía una persona asignada
para asuntos de derechos humanos. Se refirió favorablemente al testimonio que Wipfler
había dado ante el Congreso de Estados Unidos sobre derechos humanos en América
Latina el año anterior, revelando su conocimiento sobre el proceso político sobre
el tema. La reunión fue formal—“más
rígida que las reuniones posteriores”, que se celebraron en la vivienda de
Romero en el Hospitalito Divina Providencia. El Rev. Wipfler dice que le causa nostalgia
ver el Hospitalito ahora porque le hace pensar en su amigo.
Ya que el
contacto inicial se había logrado, una relación se había establecido y un canal
de comunicaciones no tardó en fijarse, a través del Dr. Jorge Lara Braud, un
asistente secretario general del Consejo Nacional de Iglesias (NCC), que emprendería
una estrecha amistad con el arzobispo. Wipfler también estableció contacto
directo con los asesores de Romero sobre derechos humanos, como el joven
abogado Roberto Cuellar, quien trabajó en el Socorro Jurídico de Romero, quien se
convirtió en un “amigo cercano” de Wipfler a pesar de que sus llamadas
telefónicas eran a veces asuntos muy breves, en los que se verían obligados a
hablar en código (por temor a que las llamadas fueran escuchadas).
En los próximos
años, Wipfler se comunicaba a menudo con Romero. Las comunicaciones eran
ocasionalmente reuniones en persona. Como Director de la Oficina de Derechos
Humanos de la NCC, Wipfler viajaba a menudo a la América Central. Wipfler se puso como propósito hacer escala en
San Salvador durante sus viajes latinoamericanos, para conferenciar con Romero.
Cuando no podían reunirse en persona, se pasaban notas a través de mensajeros,
personas que viajaban a El Salvador o que pasaban por allí en sus viajes a
otros lugares. No se atrevían a usar el correo postal para el envío de cartas. “Los mensajes sobre derechos humanos eran muy
sensibles”, dice Wipfler, señalando la inquietud de que las autoridades podrían
interceptar tales cartas.
Un ecumenismo transformacional
A través de sus
contactos con los cristianos no católicos, Romero parece haber evolucionado en
su visión del ecumenismo. El cambio es evidente cuando se comparan sus
declaraciones sobre el ecumenismo en los pocos años que estuvo de arzobispo. Inicialmente,
Romero se dirigía a los cristianos no católicos como “hermanos separados”. El Rev.
Tomás López, un pastor luterano que visitaba a Romero durante estos años, nota
que Romero usaba esta estricta fórmula doctrinal en los primeros años, pero
luego relajó su discurso para decir simplemente “hermanos”. En 1977, dijo
Romero, “queridos hermanos protestantes,
esta es la falla de ustedes. Los estimo mucho”, continuó. “Se han acercado y me han expresado
sentimientos de solidaridad; pero siento que ustedes no cuentan con esta misión
que los católicos desde nuestros pastores sabemos que llevamos”. (Homilía del 23
de octubre 1977.) Se quejó de que, si bien todos los cristianos proclaman
el mismo evangelio, “quisiéramos, que en
vez de tantas sectas en nuestro ambiente predicando el verdadero cristianismo,
hiciéramos un esfuerzo por unirnos en la única misión que Cristo dejó, un solo
rebaño y un solo pastor”—una receta que debe haber recibido una recepción
muy fría en los campos no católicos.
Después, Romero
reconoció que los católicos y los protestantes no se iban a convencer los unos
a los otros a abandonar los dogmas de sus propias tradiciones religiosas, o
adoptar la del otro. “Esta fidelidad a la
propia doctrina no impide que podamos llegar a una cooperación con aquellas
cosas que nos unen”, dijo. “Por
ejemplo, hoy en nuestro tiempo es tan útil para los cristianos en común el
trabajar por la dignidad humana, por la promoción de la paz en la justicia, la
aplicación social del Evangelio, la inspiración cristiana de las artes y de las
letras”. (Hom. del 22 de
enero de 1978). Los derechos humanos eran, precisamente, el área en que
Romero y el Rev. Wipfler, y otros, habían forjado una alianza sólida. Romero
estaba empezando a ver que este tipo de colaboraciones podrían prestar un
importante apoyo a su misión eminentemente católica como arzobispo. “Hay muchas semejanzas que conociéndonos cada
vez más, nos irán llevando a desaparecer [las diferencias] para que pronto se realice de veras, sin
traba alguna, lo que Cristo tanto soñó: Padre, que sean una sola cosa, con un
solo rebaño, bajo un solo Pastor—que es Cristo Nuestro Señor”, dijo
(teniendo el cuidado de especificar que Jesús es el pastor a quien todos deben someterse).
Al final, Romero
abrió un camino ecuménico de impacto. En primer lugar, los contactos
interreligiosos de Romero dieron credibilidad adicional a sus denuncias y le
permitieron desacreditar a sus críticos salvadoreños que argumentaban que
Romero estaba del lado de los rebeldes. Así quedó marcado especialmente en la
medida en que la mayoría de los compañeros ecuménicos de Romero eran de los
EE.UU. y Europa Occidental. En segundo lugar, las alianzas ecuménicas de Romero
le proporcionaron acceso a recursos mucho más grandes que los que ya tenía a su
disposición. Una nota de prensa difundida por el Consejo Nacional de Iglesias
en Nueva York tendría mayor impacto que una impresa en la oficina de Romero en
San Salvador. En tercer lugar, y por último, las asociaciones de Romero
representaban solidaridad, cubriéndole con prestigio internacional que obligó a
sus enemigos a considerar la reacción mundial de hacerle algún daño.
El último encuentro
Proteger a
Romero fue una de las razones que llevaría al Rev. Wipfler a El Salvador el viernes,
21 de marzo de 1980 con una delegación de líderes interreligiosos que
representaban 34 iglesias protestantes y ortodoxas, con representantes
individuales de la Iglesia Católica y los Cuáqueros (los Amigos). En el avión
hacia El Salvador, Rev. Wipfler platicó sobre los Juicios de Nuremberg con
Thomas Quigley, uno de los miembros de la delegación, un asesor político de la
Oficina de Justicia y Paz de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados
Unidos, que estaba sentado a la par de Wipfler. “Todo el tema de la culpabilidad de los militares es un problema muy
serio”, explica. Romero envió un representante a saludar a la delegación a
su llegada y darles una orientación inicial sobre la situación en el país.
El sábado 22 de
marzo, el grupo se reunió con la Oficina de Socorro Jurídico y otros asesores de
Romero la primera parte del día, y luego con el propio Romero. El arzobispo fue
cálido y acogedor, y expresó su agradecimiento por la amplia composición del
grupo. Luego procedió a pintarles en términos contundentes la espiral hacia la “barbarie”
en que se encontraba su país. Les describió torturas de presos políticos, cortarles
los dedos, verter ácido sobre sus rostros, desechando sus cuerpos desnudos en
la calle después que habían sido torturados y asesinados, y otros indicadores
preocupantes de una sociedad cuya moral estaba siendo destrozada. Romero le
pidió al sacerdote católico en el grupo ir a concelebrar la Misa con él al día
siguiente, e invitó a los demás a asistir.
Mons. Romero predicando en la Basílica. |
El último sermón
En el aciago
domingo del 23 de marzo, el grupo llegó a la basílica temprano para la Misa de
las ocho. La iglesia ya estaba llena. Los bancos habían sido sacados, por lo
que la mayor parte de la congregación estaba de pie. “Solo cabían parados, hombre”, asevera Wipfler. Había algunos
asientos para personas mayores y para VIPs como la delegación ecuménica, que
necesitaba estar cerca del altar, porque algunos de ellos se habían encargado
de las lecturas de la Misa. Había “un par
de miles de personas en la iglesia”, recuerda Wipfler. Más gente se reunía
en la calle, donde los trabajadores estaban instalando parlantes para que la
audiencia que no lograba entrar al templo pudiera escuchar el sermón de Romero,
el atractivo principal en un domingo en El Salvador en esos tiempos.
Romero reconoció
a sus invitados especiales al iniciar su homilía.
“Queridos hermanos”, dijo, “Comparten con nosotros esta celebración de
la palabra de Dios y de la Eucaristía nuestros hermanos que forman una Misión
Ecuménica que visita a El Salvador estos días para darse cuenta de nuestra
situación en asuntos de derechos humanos”. Luego introdujo a Wipfler y los
demás miembros de la delegación uno por uno, suscitando el fuerte aplauso de la
multitud. “Sentimos en ellos la
solidaridad de Norte América en su pensamiento cristiano”, dijo Romero.
Entonces Romero
comenzó su sermón, usando su ahora habitual fórmula homilética. Empezó hablando
de las lecturas bíblicas para el día. Fue una “maravillosa presentación sobre el éxodo [bíblico] y el regreso”, como también del éxodo de
El Salvador, recuerda Wipfler. Entonces Romero analizó los acontecimientos en
la vida de la iglesia y en la vida nacional—la parte que Wipfler llama “el catálogo”. Era una letanía “de violaciónes de derechos humanos, y alguna
conclusión que era una exigencia moral o de ética o una respuesta cristiana
explícita en esa situación”. Era un “uso
brillante de las lecturas bíblicas del día aplicadas a la situación
contemporánea”, Wipfler observa. “Creo
que todo predicador quisiera tener esa capacidad de poder decir, miren, aquí
está esta escritura de 2.000 años de antigüedad y se está refiriendo a este
propio momento”.
Romero tenía la
congregación “pendiente de cada palabra”.
Hablando de la situación nacional “le dio
a las dos partes”, relata Wipfler, señalando que no dejó escapar a la guerrilla
de sus críticas, denunciando un incidente en el que “los rebeldes habían golpeado brutalmente a un policía”. Pero el
final del discurso fue contundente. Después de relatar el catálogo de la
barbarie de esa semana, con ejecuciones extrajudiciales por el ejército, Romero
dijo que si los soldados recibían ordenes de matar a civiles inocentes, debían desobedecerlas
porque “Ningún soldado está obligado a
obedecer una orden contra la Ley de Dios.” Para contrarrestar del todo cualquier
directiva en ese sentido, Romero emitió su propia directiva: “En nombre de Dios, pues, y en nombre de este
sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos,
les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”
La basílica
estalló en un aplauso sostenido, que duró casi medio minuto, la ovación más
larga que Romero había recibido durante su sermón, que fue interrumpido por
aplausos veintiún veces según contó Wipfler. Sentado en el primer banco a unos
pies de Romero, Wipfler se volvió hacia Tom Quigley sentado a la par suya y
murmuró nerviosamente: “Esto no les va a parecer
a los de derecha. Va a enfurecerlos”. Romero concluyó aclarando que la
liberación que predicaba era “tal como la
hemos estudiado hoy en la Sagrada Biblia … que mira ante todo a Dios y sólo de
Dios deriva su esperanza y su fuerza”. Encabezó la oración del Credo de los
Apóstoles para concluir la Liturgia de la Palabra, y procedió a la Liturgia de
la Eucaristía, recitando las plegarias eucarísticas y consagrando los dones.
De la solidaridad a la Comunión
Romero había
estado de pie alrededor de una hora y cuarenta y cinco minutos predicando su
sermón, pero su trabajo no había terminado. Cuando llegó el momento para la Comunión,
probablemente a eso de las 11, Romero tendría un esfuerzo más por frente. “Me sorprendió el hecho de que Mons. Romero
fue el único que dio la comunión, a diferencia de otras situaciones en las que
hay una gran congregación y la Comunión la distribuyen varios sacerdotes por la
baranda del altar”, dice Wipfler. “Él
dio la comunión a absolutamente a todo mundo en la iglesia; se demoró más de
media hora”. Parece que Romero entiendía que la gente venía a verlo a él,
algunos viajando largas distancias a la capital para estar allí. “Creo que muchos de ellos se habrían sentido defraudados
si hubiera sido por cualquier otro”, dice Wipfler.
Al no ser un
católico, Wipfler comprendió que no era elegible para recibir la Comunión bajo
las normas de la Iglesia, por lo que utilizó este tiempo para arrodillarse en
oración, con los ojos cerrados, mientras que Romero distribuía la Eucaristía.
Entonces, oyó la voz de Romero. “¿Le gustaría recibir Comunión, Padre?”, le preguntó.
Romero estaba caminando por toda la iglesia distribuyendo la comunión en varios
puntos y había llegado a donde Wipfler. “Dije
que sí. Y me dio la Comunión. Me conmovió mucho. Fue un gesto increíble”,
refleja Wipfler. Más tarde esa semana, el P. Juan Macho Merino le dijo a
Wipfler que había sido la última persona en recibir la comunión de manos de
Romero porque Romero fue asesinado antes de terminar su sermón en la misa que
celebró al día siguiente. Wipfler creyó que esa fue la verdad hasta nuestra
entrevista, cuando escuchó por primera vez que era poco probable ya que Romero
había celebrado una misa poco conocida posteriormente aquel domingo en una
visita parroquial, durante cual también habría distribuido comunión por las
mismas razones que lo hizo personalmente en la basílica.
Le dije al Rev.
Wipfler que a pesar de que puede no haber sido el último en recibir la
Eucaristía de manos del Beato Romero, no deja de ser notable como un gesto
ecuménico. La cuestión de administrar Comunión a los no católicos, conocida
como la “intercomunión”, es algo delicado. El Papa Benedicto suscitó
controversia cuando le dio la comunión al Hno. Roger Schultz, de la Comunidad
de Taizé—siendo él un calvinista—durante los funerales de Juan Pablo II (al
parecer fue un descuido). Más recientemente, el Papa Francisco creó un furor
cuando dijo
que si bien “No me atrevería nunca a dar
permiso para hacer esto”, aconsejaría a un luterano que está analizando la
conveniencia de la intercomunión “Hablad
con el Señor y seguid adelante”.
En una
encíclica sobre la Eucaristía, Juan Pablo declara que “Si en ningún caso es legítima la concelebración si falta la plena
comunión, no ocurre lo mismo con respecto a la administración de la Eucaristía,
en circunstancias especiales”, según la discreción del obispo local. Las
circunstancias especiales incluyen situaciones donde existe un peligro de
muerte u “otra grave necesidad”, y el
cardenal Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos, recientemente comentó que los anglicanos pueden ser
incluidos cuando se den las circunstancias “porque
ellos creen en la Eucaristía”.
En el caso de la
administración de la comunión de Romero al Rev. Wipfler, las circunstancias
especiales pueden haber incluido el grave peligro en que Romero y los que les
rodeaban se encontraban. Unas semanas antes, una maleta con 72 candelas de
dinamita que hubiera destruido toda la basílica fue encontrada en el púlpito
donde Romero había predicado. El mismo Romero fue, de hecho, asesinado el siguiente
día. Por tanto, el gesto de Romero puede hablarnos sobre la hora desesperada que
Romero y Wipfler estaban viviendo. Sin lugar a dudas, el gesto de Romero
también debe ser visto como una expresión de gratitud y solidaridad. Al igual
que el Papa Benedicto XVI le concedió la comunión al Hno. Roger por
consideración personal después que fraile calvinista fuera empujado sin querer
en su silla de ruedas ante el Pontífice, algo más que el decoro puede haber
obligado a Romero a ofrecer la Comunión a Wipfler, un cristiano que había llegado
desde lejos para vivir los peligros la fe cristiana junto a Romero.
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