Saturday, April 07, 2018

El santo patrón del pontificado Francisco


AÑO JUBILAR por el CENTENARIO del BEATO ROMERO, 2016 — 2017:

El Papa con una pintura de mons. Romero que le regaló la presidente de Argentina.
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#BeatoRomero #Beatificación
[Publicado originalmente por CRUX (en inglés). Adaptado para Súper Martyrio.]
El anuncio de que el Papa Francisco aprobó el reconocimiento de un milagro que allana el camino para la canonización del mártir, monseñor Oscar A. Romero ... hace pensar de cuando San Juan Pablo II canonizó a su colega polaca, la hermana Faustina Kowalska, quien lanzó la devoción de la Divina Misericordia. Tan cerca era el vínculo entre los dos que el mismo Juan Pablo fue beatificado y canonizado en el Domingo de la Divina Misericordia.
En el caso de Francisco y Romero, hay lazos que unen al Papa y al nuevo santo de manera profunda. No es sorprendente que Francisco y Romero compartan valores muy sentidos, sobre todo, una pasión imperecedera por los pobres.
Cuando llevaba solo unos pocos días en su papado, Francisco confesó, “¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!”. Hace cuarenta años, en 1978, Romero declaró, “no nos avergonzamos nunca de decir la Iglesia de los pobres”. Las alturas que alcanzó de la obra de Romero en defensa de los pobres y el precio que pagó por ella será siempre prueba de lo que el lenguaje de la doctrina social de la Iglesia llama la “opción preferencial por los pobres”.
En su valiente defensa de los pobres, Romero pareció probar en beta lo que más tarde se convertiría en los elementos programáticos del pontificado de Francisco. Francisco insiste en que la Iglesia debe “salir” a las periferias del mundo; en 1980 Romero declaró “la hermosa y dura verdad de que la fe cristiana no nos separa del mundo, sino que nos sumerge en él, de que la Iglesia no es un reducto separado de la ciudad”, sino que es “seguidora de aquel Jesús que vivió, trabajó, luchó y murió en medio de la ciudad”.
En sus tres años como arzobispo, Romero abandonó el habitual circuito social de sus predecesores y viajó a los mugrientos centros urbanos y las aldeas rurales más remotas de su arquidiócesis, a veces desafiando hostiles controles militares para llegar a ellas.
Francisco predica que la Iglesia debe “acompañar” a las personas y grupos históricamente rechazados por las instituciones eclesiales como parte de su evangelización; Nuevamente, aquí Romero: “La Iglesia auténtica es aquella que no le importa dialogar hasta con las prostitutas y los publicanos como Cristo con los pecadores; con los marxistas, con los del Bloque, con los de las diversas agrupaciones, con tal de llevarles el verdadero mensaje de salvación”.
Francisco cree que la Iglesia debe buscar la autenticidad optando por la humildad y evitando las expresiones externas del poder y de la ambición. Rechazó los Apartamentos Papales a favor de las habitaciones para invitados en el Vaticano y adoptó una versión moderada del ceremonial papal basado en este principio. Por su parte, Romero salió de la residencia episcopal y se mudó a una cabaña en los terrenos de un hospital para cancerosos terminales, donde vivía en condiciones de austeridad, incluso bajo estándares salvadoreños.
Lo que podría ser la convergencia más importante entre Francisco y Romero, sin embargo, no es tanto un emparejamiento perfecto como un contrapeso temático. Quizás más que cualquier otro valor, Francisco se identifica con lo que ha llamado “un Kairós de la Misericordia”: piensa que nuestra edad es un momento propicio para que la Iglesia muestre la voluntad inagotable de Dios de perdonarnos nuestros errores.
Romero, sin embargo, no enfatizó la misericordia, sino que la justicia, un valor generalmente considerado el contrapunto teológico de la misericordia. Predicando penitencia y conversión, muchas veces en lenguaje fuerte, Romero insistió, “Hermanos, si alguna vez vale esta observación del Señor, aquí en nuestra patria, cuando la vida está en peligro por todas partes, es este momento: ¡convertíos!; que no nos vaya a sorprender la muerte por los caminos del pecado, de la injusticia, mucho menos del crimen, del desorden”.
Para ser claros, ninguno de los dos defiende una virtud en exclusión de la otra; de hecho, ambos reconocerían el vínculo entre los dos. Sin embargo, es innegable que Francisco es percibido como un ángel de la misericordia, y Romero como un profeta de la conversión y de la penitencia.
Sin embargo, incluso cuando sus enfoques difieren, Francisco y Romero apuntan al mismo objetivo: una Iglesia que sea relevante tanto para el mundo moderno como fiel al Evangelio. La canonización de Romero por parte de Francisco, por lo tanto, puede consolidar el legado duradero de ambos hombres.

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