AÑO
JUBILAR por el CENTENARIO del BEATO ROMERO, 2016 — 2017
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Como parte de
la celebración del Año Jubilar por el Centenario del Beato Óscar A. Romero, vamos
a publicar una serie sobre imágenes del mártir salvadoreño.
En la imagen
que encabeza esta nota, el joven Romero celebra la Santa Misa en la playa “El
Cuco” de su natal San Miguel, en 1948. Siempre me ha llamado la atención esta
foto. Ahora se me ocurre que uno de los aspectos que me intriga es la figura
del señor, arrodillado con el pañuelo sobre su rostro.
La imagen del
anciano es uno de los elementos visuales en un mural sobre Romero colocado en
el aeropuerto de El Salvador (ahora denominado Aeropuerto Mons. Romero). Para
mí, la figura del señor es un símbolo del campesinado anónimo a quien Romero
defendería al final de su vida (aunque no sé si el anciano es verdaderamente un
campesino): un sin cara, uno de los “sin voz” por quien Romero ofrendaría su
vida. Creo que el señor se está pasando el pañuelo casualmente para limpiar el
sudor, pero su gesto casual le deniega un poco su identidad, y me hace pensar
en San José, a quien no se le atribuye una sola palabra en todo el evangelio y
sin embargo nos “habla” a través del silencio desde su nobleza y dignidad.
Para no pasar
por alto la humanidad del señor del pañuelo, en la imagen al pie de la nota va
una foto de la misma serie que la foto principal, en que se puede ver la faz de
este buen hombre (circulado en rojo). No sé más acerca del señor, pero la foto
es de la colección de las Hnas. Asturias: Zoila Aurora Asturias y Eva del
Carmen Asturias.
Finalmente,
apreciamos el sencillo afán de santidad de Romero, tan evidente en la imagen: “con tu todo y con mi nada haremos mucho”,
escribía en sus apuntes del seminario. En la foto se nota la escrupulosidad del
joven Romero, siendo que tiene los dedos el índice y el pulgar estrictamente
unidos, según la formación de la era, para evitar la contaminación de las
Hostias consagradas, porque según la doctrina de la transubstanciación, “Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente
de manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su
divinidad” (cf Cc. de Trento: DS 1640; 1651).
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