AÑO
JUBILAR por el CENTENARIO del BEATO ROMERO, 2016 — 2017
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El Beato Romero y el Presidente Molina. |
Ahora que
los obispos de los Estados Unidos se reúnen en su Asamblea Plenaria y continúan
calibrando su postura ante la elección de un nuevo presidente estadounidense,
podrían considerar la declaración del Beato Óscar Romero ante la creación de
una "junta" de gobierno para El Salvador en octubre de 1979.
Extremamente
impopular con la izquierda, la Junta llegó al poder prometiendo moderar los
excesos de las dictaduras que gobernaban el país. La posición de Romero
finalmente demostró su credibilidad moral y su autonomía profética.
En primer
lugar, Romero aguantó la amarga reprensión de la izquierda cuando le dio a la
"junta" su garantía condicional de cooperación y buenos deseos.
Sin
embargo, Romero tentó la ira de la derecha—llevándolo a su asesinato—cuando les
metió los pies al fuego, de acuerdo con sus advertencias en esta declaración, y
denunció la traición de las promesas de la junta hechas cuando asumieron el
poder.
Al hacer la
declaración, nos dice Romero, está poniendo "primero Dios".
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LLAMAMIENTO PASTORAL ANTE LA NUEVA
SITUACIÓN DEL PAÍS
Beato Óscar A. Romero
16 de octubre de 1979
Desde ayer
El Salvador ha entrado en una nueva y delicada coyuntura de su historia: una
insurrección militar depuso al Gobierno del General Carlos Humberto Romero.
Nuestra
Iglesia, que desde su propia identidad y por exigencia evangélica, se ha
comprometido a acompañar al pueblo en todas sus vicisitudes, siente la
responsabilidad de decir su primera palabra ante esta nueva situación. No se trata de una palabra política, sino de
una reflexión a la luz de nuestra fe cristiana.
Por eso, ante todo, se eleva a Dios como una oración y de allí toma
luces y energía para orientar al pueblo e interpretar, ante el nuevo Gobierno,
los justos anhelos de liberación de los salvadoreños (cf. G.S. 42).
«¡Primero Dios!»
Esta
expresión tan salvadoreña brota del profundo sentido religioso que la Iglesia
cuida en el alma de nuestro pueblo. Esa
es su primera palabra y su primera actitud.
Elevamos
nuestra oración al Señor de la historia porque «si el Señor no construye la casa, en vano se fatigan los
trabajadores. Si él no cuida de la
ciudad, en vano vigilan sus centinelas» (Salmo 127).
Nuestra
oración es también acción de gracias a Dios porque—de acuerdo a las
informaciones de que disponemos hasta el momento—en este acontecimiento se ha
evitado el derramamiento de sangre.
Nuestra
oración es asimismo un ofrecimiento al Señor de todo el sufrimiento y el dolor
de nuestro pueblo, que con su sangre ha bañado nuestro suelo. Sea ya suficiente este costoso precio para
que Dios nos depare un porvenir de justicia y de paz auténticas.
Finalmente,
nuestra súplica al Señor se vuelve oración de desagravio y llamamiento a la
conversión, porque nunca el odio ni la venganza podrán ser caminos hacia una
verdadera liberación. El camino que
conduce al auténtico bienestar pasa siempre por la justicia y el amor.
Al pueblo
Después de
dirigirse a Dios, nuestra palabra—que es palabra de pastor—se dirige al pueblo
como un llamado a la cordura y una promesa de servicio.
Comprendemos
que la paciencia de este pueblo nuestro, tan sufrido, está agotándose y tememos
que la expectativa creada por la insurrección militar pueda resolverse en
peligrosa impaciencia o degenerar en nuevas violencias. Tanto más que de este pueblo han salido innumerables
mártires y héroes que son el testimonio dramático de estos últimos años de
pesadilla.
Sin
embargo, en la hora decisiva que estamos viviendo, queremos exhortar a nuestro
pueblo a la prudencia, porque es de prudentes observar y esperar antes de juzgar
y actuar. Una actitud impaciente y
violenta sería tan culpable e injusta como la opresión y represión en que
nuestra pobre patria ha estado sumergida.
Nuestro
llamado se dirige también a quienes por defender injustamente sus intereses y
privilegios económicos, sociales y políticos han sido culpables de tanto
malestar y violencia. Permítannos
recordarles que la justicia y la voz de los pobres debe ser escuchada por ellos
como la misma causa del Señor que llama a la conversión y que ha de ser juez de
todos los hombres.
A quienes
militan dentro de los partidos o de las organizaciones políticas populares
queremos invitarles a demostrar verdadera madurez política, flexibilidad y
capacidad de diálogo. Sólo así podrá el
pueblo estar seguro de que les inspira de verdad el verdadero bien de la
patria. El fanatismo o idolatría de su
propio partido u organización sería, hoy más que nunca, un grave pecado contra
el bien común. La crisis que está
tratando de superar el país no la puede resolver un grupo solo. Tiene que ser obra de todos. Todo el pueblo debe, por tanto, construir la «plataforma común» de su propia
justicia como base de su fraternidad.
Nuestro
mensaje es no sólo un llamado a la cordura, sino también una promesa: la
Iglesia se compromete una vez más a seguir prestando su servicio desinteresado
en favor del pueblo. La nueva coyuntura
del país no cambia en nada esta voluntad de servicio. Fue ese sincero deseo de servir y defender al
pueblo el que llevó la Iglesia a entrar en conflicto con el anterior
Gobierno. Por tanto, dicho conflicto
sólo podrá resolverse cuando tengamos un Gobierno que sea también servidor del
pueblo.
Al nuevo gobierno
Nuestra
palabra se dirige, finalmente, al nuevo Gobierno surgido de la insurrección
militar que depuso al régimen anterior.
Hemos estudiado atentamente los mensajes que expresan el pensamiento
oficial del nuevo Gobierno. En ellos
reconocemos buena voluntad, claridad de ideas y conciencia clara de su
responsabilidad.
Sin
embargo, queremos dejar bien claro que sólo podrá este Gobierno merecer la
confianza y colaboración del pueblo cuando demuestre que las bellas promesas
contenidas en la Proclama dada a conocer esta madrugada, no son letra muerta,
sino verdadera esperanza de que ha comenzado para nuestra patria una nueva era.
Por nuestra
parte—en nuestra calidad de pastor de la Iglesia—estamos dispuestos al diálogo
y a la colaboración con el nuevo Gobierno.
Sólo ponemos una condición: que ambos—gobierno e Iglesia—seamos
conscientes de que nuestra razón de ser es el servicio al pueblo, cada uno
desde su propia competencia (cf. G.S. 76).
Esta es
nuestra primera palabra en el difícil camino que hoy se inicia y que esperamos,
con la ayuda de Dios, seguir iluminando desde el Evangelio de Cristo. Que el Divino Salvador guíe los pasos de
todos los hombres de buena voluntad que trabajan por la construcción de la
justicia y la paz en nuestra patria.
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